miércoles, 3 de octubre de 2018

Polos Opuestos: Capítulo 16

Pedro se cruzó de brazos y se quedó mirándola.

—Ahora dime qué es lo que quieres decir.

—Acabo de hacerlo.

—¿Una dieta de citas? ¿De verdad? Si no quieres salir conmigo, dímelo.

 —Ya lo he hecho, y no aceptas un no por respuesta.

—Entonces explícame lo de la dieta de citas.

—De hecho es el resultado de un reto —su expresión parecía sincera, lo cual era un alivio. Le contestó con su manera directa habitual—. Mis hermanos me dijeron que necesitaba un descanso de las citas.

—¿Acaso no saben que estás en el mercado buscando un marido?

—Sí —Paula mantuvo su cazadora pegada al pecho—. Pero no importa. Les dije lo que podían hacer con la sugerencia, pero entonces Javier apostó conmigo a que no podía estar un mes sin salir con nadie.

—¿Así qué aceptaste la apuesta?

—No, hasta que lo convirtió en un reto —explicó ella—. Sabía que no podría resistirme a eso. Así que eso es. Si salgo contigo, tendré que empezar desde cero y añadir dos semanas. No puedo permitirme estar tanto tiempo fuera del mercado.

—Entiendo —eso era lo que sus hermanos habían estado diciéndole en el bar. Sabía que hablaba en serio, pero era difícil no reírse. Y además resultaba encantadora—. Podríamos hacer algo juntos que no se parezca a un encuentro romántico.

—No hablas en serio.

—Nunca he sido más sincero en toda mi vida.

—De acuerdo, te pondré a prueba —parecía escéptica—. ¿Qué te parece llenar los sobres de felicitación del alcalde?

—Trato hecho —respondió él.

—¿Y qué te parece derretir la nieve? —preguntó ella con desconfianza.

—Es un trabajo sucio, pero alguien tiene que hacerlo. Además hay otras opciones, como limpiar de grafitis las paredes del pueblo. Y me vendría bien algo de ayuda para decorar la casa para Navidad.

—¿En serio?

—Sonia está casada y Angie demasiado ocupada.

—¿Así qué estás diciendo que necesitas a una mujer?

 Si tan solo supiera cuánto la necesitaba…

—No es algo sexista.

 —¿De verdad? ¿Qué te parece lavarme el coche? O… —una mirada perversa apareció en sus ojos—. Ya lo sé. Podrías ayudarme a hacer las compras. En esta época del año, tengo muchos regalos que comprar. Solo con mencionar la palabra «compras», una chica puede separar a los hombres de los niños.

Pedro odiaba ir de compras, pero, si ella estaba allí, sería divertido.

—Lo más noble y propio de un hombre sería llevarte las bolsas. Por lo tanto, estaré encantado de ayudarte a gastar dinero.

—Siempre y cuando no te gastes dinero en mí y no pueda ser considerado una cita —respondió ella—. No pienso perder esta apuesta.

—Eres muy competitiva.

—Sí. ¿Cómo te has dado cuenta?

—Por ese brillo en la mirada que dice que tus hermanos van a perder. Además… —le agarró un mechón de pelo que asomaba por debajo del gorro.

Aquel tacto suave y sedoso le provocó un deseo casi inmediato.

—¿Qué? —preguntó ella.

—¿Mmm?

—Has dicho «además» —le recordó.

—Creo que esa determinación ha hecho que tu pelo se vuelva más brillante. ¿Es una leyenda urbana lo de que las pelirrojas son más testarudas que las demás mujeres?

Paula sonrió y se le formaron hoyuelos en las mejillas.

—No puedo hablar de las pelirrojas en general ni de las demás mujeres en particular, pero cuando yo me decido por algo, no cambio de opinión.

Y dado que había decidido que la diferencia de edad era un problema, Pedro sabía que lo tenía difícil. Sonó la campanilla de la puerta de entrada y oyó a los adolescentes saludar a alguien que conocían. Disfrutaba de tener a Paula para él solo y quería que se prolongara un poco más.

—Así que esta es tu primera visita a Roots. ¿Qué te parece?

—Me parece que, si esos chicos no hubieran estado bajo tu vigilancia, ahora tendrían un ojo morado y los labios hinchados. Ahora se lo están pasando bien. Es un gran lugar para que vengan. Apuesto a que sus padres estarán encantados también.

—La reacción ha sido positiva —convino él—. Los chicos vienen aquí a hablar de lo que les preocupa. La vida real ocurre aunque ellos no sean adultos. Es un lugar seguro para sacar sus sentimientos.

—He visto el tapiz bordado de la otra habitación. Háblame de ello.

—Lo hizo mi madre —no sabía en qué momento recordar a Ana Alfonso había dejado de provocarle dolor. Había estado con él hasta cumplir más o menos la edad de los chicos de la otra sala, y siempre la echaría de menos. Citó las palabras que se sabía de memoria—. «Sólo hay dos legados imperecederos que podemos dar a nuestros hijos: raíces y alas».

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