miércoles, 31 de octubre de 2018

Polos Opuestos: Capítulo 67

—Menos mal que he llegado a tiempo —le dió un beso en la cabeza—. ¿Podemos hablar entonces del hecho de que me quieras?

—Así es. Te quiero con todo mi corazón. Me siento a salvo contigo. Y eso no es todo… —no pudo contener un bostezo, señal de que por fin empezaba a relajarse.

—No eres la única con complejos —dijo él—. Después de lo que hemos pasado esta noche, veo las cosas con perspectiva. Ayuda a reconocer las prioridades. Y, si hay algo positivo en todo esto, es que hemos llegado al mismo punto emocional mucho más deprisa de lo que esperábamos…

Pedro dejó de hablar y oyó la respiración profunda de Paula. Se había quedado dormida y se alegraba. Tenía todo el tiempo del mundo para decirle lo que quería decirle. Pero quería que tuviera los ojos abiertos cuando lo dijera.

—Dulces sueños, pelirroja —se acostó con ella y la abrazó mientras se quedaba dormido. La diferencia de edad ya no era un impedimento. Ahora tenían todo el tiempo del mundo.

Paula abrió los ojos y puso fin a un sueño maravilloso. Pero entonces fue consciente de dos cosas más maravillosas aún. Empezaba a haber luz fuera y había un hombre en la cama con ella. Pedro. Se acurrucó junto a él y le puso una mano en el pecho.

—Buenos días —dijo él con voz áspera por el sueño.

—No quería despertarte.

—No lo has hecho.

—Estaba teniendo un sueño maravilloso —le dijo ella. Era el día de su boda y estaban los dos de pie frente al cura—. Entonces he abierto los ojos y he comprobado que la realidad es aun mejor.

—Yo también he estado soñando, y curiosamente no estaba dormido.

—Cuéntamelo.

—Estábamos de pie delante de nuestra familia y amigos, prometiéndonos amor durante el resto de nuestras vidas.

—Eso parece una boda —se quedó mirándolo a los ojos con la esperanza de que hablara en serio—. Y para muchos hombres sería su peor pesadilla.

—Para mí no. Casarme contigo es mi sueño. Sabía que eras para mí desde el momento en que te ví. Pero dos cosas me lo impedían.

—¿Solo dos?

—Tú y yo —contestó con una sonrisa—. Mi cabeza se interponía ante mi corazón. Y después tuve que esperar a que crecieras.

—Una experiencia cercana a la muerte sin duda acelera el proceso.

—Tengo la impresión de que no eres una mujer dócil que hace lo que le dicen, y esa es una de las cosas que me gustan de ti. Pero, por favor, no más experiencias cercanas a la muerte.

—No está en mi lista —convino ella. —Lo que intento decir es que te quiero, Paula. Tanto que me asusta.

—Te quiero, Pedro. Eres todo lo que he estado buscando durante toda mi vida.

—¿Significa eso que te casarás conmigo?

—Sí.

—Creí que la mejor noticia de mi vida fue cuando tu hermano me ascendió en el trabajo. Pero eso no era nada comparado con oírte decir que serás mi esposa.

—Debería advertirte de que quiero tener hijos.

—Me parece fantástico —contestó él con una sonrisa.

—Quizá más de dos. De hecho, es más que probable que en nuestro futuro aparezcan cuatro o cinco.

—Cuantos más mejor.

—¿Entonces tenemos un trato? En lo bueno y en lo malo. En la salud y en la enfermedad. Hasta que la muerte nos separe.

—Prometo honrarte por encima de todas las cosas. Seré el mejor marido que pueda ser y cuidaré de tí y de nuestros hijos durante el resto de mi vida.

—Yo te declaro el marido de mi corazón, mi alma gemela. Puedes besar a la novia. Y lo harás ahora si sabes lo que te conviene…

Pedro la besó, pero la cosa no quedó ahí, porque las promesas que se habían hecho eran sagradas. Si aquello no era un compromiso, entonces nada lo sería. En su corazón, estaban casados como cualquier pareja. Pedro hacía que se sintiera viva como nunca antes se había sentido. Era su primer día de Nochebuena juntos y comenzaba de un modo prometedor. La parte legal podría esperar.

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