lunes, 29 de octubre de 2018

Polos Opuestos: Capítulo 63

—Te haremos compañía.

—Lo siento, Pedro—dijo Matías con una mirada de compasión—. Tú has sacado el tema. Ahora tendrás que contarle toda la historia.

En ese momento la camarera llegó para tomar nota de las bebidas y les dejó las cartas sobre la mesa. Pedro deseaba tener ya su cerveza, porque sabía que Matías tenía razón. Pero resultó que contar los detalles de su declaración pública en aquel mismo lugar fue como relatar una anécdota que no tenía ningún poder sobre él.

—Así que esa es mi triste historia. Salvo que después de que me destrozaran el corazón, mis hermanas y mis amigos me dijeron que no les caía bien.

—Curioso —dijo Matías.

La camarera regresó con dos cervezas y una copa de vino blanco para Jesica.

—Ojalá me lo hubieran dicho antes de que todo el pueblo supiera que le había pedido que se casara conmigo —dijo Pedro.

—No les habrías hecho caso —respondió Matías, y miró a Jesica con amor en los ojos—. Los hombres podemos ser testarudos a veces.

—Cuesta creerlo, ¿Verdad? —dijo ella.

—Odio tener que decirte esto, pero eso no es exclusivo de los hombres — explicó Pedro antes de dar un trago a su cerveza.

—Estás hablando de Paula—no era una pregunta, y Pedro la miró extrañado—. Trabajamos juntas. Hablamos.

Estas cosas ocurren.

—Lo sé. Tengo dos hermanas.

—Pues Paula nos contó que…

—¿Nos?

 —A Celina y a mí. Tenemos que mantenernos entretenidas con un trabajo tan aburrido —Jesica jugueteó con su copa de vino—. El caso es que mencionó la razón por la que estaba conteniéndose. Por el tema de la edad. Pero creo que está empezando a entrar en razón.

Pedro también había pensado eso cuando ella había accedido a reunirse con él, pero llegaba muy tarde y estaba claro que no pensaba aparecer. Otra vez la misma historia. Sin embargo ahora era diferente, porque sentía algo que antes no había sentido. El rechazo de Paula le producía un inmenso dolor en el alma porque, en esa ocasión, estaba enamorado. La amaba  y había sido así desde el principio. Lo más absurdo había sido intentar convencerse a sí mismo de que solo quería divertirse.

—Creo que te equivocas, Jesica—dijo mirando el reloj—. Paula no va a entrar en razón ni tampoco va a entrar por esa puerta esta noche.

—¿Es qué estás esperándola a ella? —preguntó Matías.

—Sí. Dijo que se reuniría conmigo aquí.

Jesica frunció el ceño y pareció preocupada.

—¿Cuándo hablaste con ella?

—Cuando salía del trabajo. Dijo que primero tenía que hacer un recado.

—Oh, no —Jesica pareció realmente alarmada—. No debería haber tardado tanto.

—¿Qué? —preguntó Matías.

—Iba a pasarse por The Tattered Saddle.

Pedro se quedó mirándola.

—¿La tienda de basura?

—Antigüedades —aclaró ella—. Paula se ofreció voluntaria para ir a preguntarle a Gerardo Fowler sobre algo que encontré cuando estaba limpiando los archivos del alcalde.

—¿De qué se trataba?

—Encontramos cheques bancarios que Arturo Swinton le había firmado a Gerardo Fowler. Bernardo nos aconsejó no sacar conclusiones precipitadas, porque tal vez hubiera alguna razón legítima que explicara esas transacciones. Celina trabaja a jornada parcial en la tienda y se ofreció a preguntarle, pero Paula no quería que pusiera su trabajo en peligro. Dijo que iría ella y le haría preguntas discretas para zanjar el asunto. Así sabríamos si avisar a las autoridades o triturar los papeles.

—¿Y se fue sola? —por una vez Pedro deseó que Paula hubiese dejado a un lado su vena valiente.

Cuando Jesica asintió, sintió pánico. Y hablando de sacar conclusiones… Debería haberlo sabido. Tal vez Paula pensara demasiado, pero nunca se callaba los pensamientos. Era directa y sincera. Era una de las cosas que le encantaba de ella. Si había decidido que no quería quedar con él, le habría llamado o habría ido en persona para decírselo. Jamás le habría dejado plantado sin decir palabra.

—Ha sucedido algo —dijo—. Creo que Paula podría estar en apuros.

—Oh, Dios… —Jesica le apretó la mano a Matías—. ¿Qué debemos hacer?

—Yo voy a ir a buscar su coche a The Tattered Saddle —dijo él poniéndose en pie.

Justo en ese momento comenzó a vibrar su móvil. Miró la pantalla para ver quién era.

—Paula.

Descolgó, pero, antes de que pudiera decir nada, oyó su voz al otro lado de la línea.

—Suéltame —le oyó decir—. Por favor, no me hagas daño.

Pedro se sintió aterrorizado, pero se dió cuenta de que no estaba hablando con él y de que debía prestar atención.

—Gerardo, secuestrarme solo empeorará las cosas —hubo una pausa. Su respiración sonaba entrecortada, como si hubiera estado corriendo—. ¿Por qué me estás sacando del pueblo? Déjame marchar —se oyó una voz de fondo—. No hay nada en la carretera de Thunder Canyon. Lo sé porque es donde me trajo Pedro a por mi árbol de Navidad.

Estaba dándole una pista. Pedro miró a la otra pareja y tapó el teléfono con la mano para que no le oyeran.

—La tiene Fowler. Sé hacia dónde se dirigen. Llamen al sheriff y después a su hermano Javier. Y al resto de sus hermanos también.

Pedro les pidió a Matías y a Jesica que transmitieran la información, porque él iba a ir a buscar a Paula. Tenía que ayudarla. El fracaso no era una opción. El destino no podía ser tan cruel como para entregarle a la mujer perfecta y después arrebatársela para siempre.

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