miércoles, 24 de octubre de 2018

Polos Opuestos: Capítulo 53

«Al menos los niños que más lo necesitan tendrían unas buenas navidades», pensó. La idea le hizo echar de menos a su madre y a su padrastro. Tal vez debiera haber ido a Texas a pasar las fiestas con ellos. Era curioso que aquel ya no le pareciera su hogar. Paula sintió una bocanada de aire frío cuando la puerta se abrió y entró un hombre mayor. Llevaba nuevos regalos sin envolver, uno para un niño y otro para una niña. Se detuvo junto a ella y los dejó bajo el árbol junto con los demás, que esperaban a que los voluntarios los envolvieran. El hombre le parecía familiar y, cuando se incorporó, lo reconoció. Bruno Walters. El amigo que Pedro le había presentado el día de los regalos para los patriotas.

—Hola, Bruno.

—Paula—dijo él con una sonrisa.

—Te acuerdas de mí.

—Es difícil olvidar a una guapa pelirroja.

Ella le devolvió la sonrisa, aunque sin ilusión. No había sabido nada de Pedro, lo que demostraba que a él no le costaba olvidarla. Entonces recordó que su árbol provenía de la propiedad de aquel hombre.

—Me alegro de encontrarme contigo —dijo—. Gracias por el árbol de Navidad.

—Ah —dijo el hombre—. Tú eras la amiga que Pedro me comentó que quería un árbol de verdad.

Había cierto énfasis en la palabra «amiga». Paula no sabía qué era Pedro para ella. Habían empezado como amigos, después habían sido amantes y ahora no eran nada. La idea de no tenerlo en su vida era realmente triste.

—¿Ocurre algo, Paula?

—¿Qué te hace pensar eso?

Él se encogió de hombros.

—Solo es una suposición, pero parece que hubieras perdido a tu mejor amigo.

Ella suspiró. Eso era lo que ocurría al cruzar la línea y acostarse con su mejor amigo.

—Estoy bien. Algo cansada —al menos eso último era cierto.

—¿Pedro y tú han tenido una pelea?

—¿Por qué lo preguntas?

 —Bien y cansada es lo que dicen las mujeres cuando no están bien en absoluto y no quieren hablar de ello.

—¿Las mujeres?

—Mi esposa, por ejemplo. Y prácticamente todas las mujeres que he conocido desde que ella murió.

Paula tomó nota para no subestimar a aquel hombre. Veía demasiadas cosas.

—Realmente estoy cansada.

 —Pero no estás bien.

—No, y no quiero hablar de ello.

—Tal vez te ayude.

—No veo cómo. No cambiará nada.

—Para quitártelo de encima. Te sentirás mejor.

Un consejo tan sensible procedente de un hombre tan grande le parecía extraño. Pero había cierta cualidad de acero en esos ojos azules, algo que indicaba que no aceptaría un «no» por respuesta.

—¿Fuiste testarudo con Pedro cuando era un crío? —preguntó ella.

—Lo fui. Y, por lo que a mí respecta, sigue siendo un crío.

No hay comentarios:

Publicar un comentario