miércoles, 17 de octubre de 2018

Polos Opuestos: Capítulo 39

—Deberían  haber oído su explicación sobre cómo papá Noel recorre el mundo entero en una noche —dijo Paula, sonriendo al acordarse—. Eran cosas de física, algo de ciencia ficción y partes iguales de sinceridad y encanto.

Las otras dos mujeres se quedaron mirándose y después la miraron a ella como si por fin lo comprendieran todo. Pero fue Jesica la que dijo en voz alta lo que ambas estaban pensando.

—Te gusta Pedro Alfonso.

—¿Qué es esto? ¿El instituto? —Paula se quedó mirándolas, pero no tenía sentido negar la verdad. Aunque nadie tenía por qué saber que sus sentimientos empezaban a entrar en un terreno peligroso—. Claro que me gusta. Es un tipo agradable y me sacó de un apuro en la fiesta de los niños.

—¿Así qué solo sois amigos? —preguntó Jesica.

—Sí —Paula asintió con demasiado entusiasmo—. Amigos sin más. De verdad.

—¿Cómo puedes estar tan segura de que no puede haber más? —preguntó Celina.

—Hay una discrepancia de madurez —explicó Paula.

—Tal vez solo esté esperando a que crezcas lo suficiente para él —bromeó Jesica.

Celina se carcajeó.

—Eso espero, porque hacéis una pareja absolutamente adorable.

—No somos pareja —y, si sus hermanos oyesen parte de esa conversación, perdería toda posibilidad de ganar la apuesta.

 —Es una pena —dijo la otra—. Porque la edad no debería importar.

—Tal vez no, pero importa —Paula examinó el archivo que tenía en la mano y trituró las facturas del anterior ejercicio del alcalde.

—El amor y el compromiso no tienen restricciones —dijo Celina—. No debería haber limitaciones en los sentimientos por el color del pelo, el peso o la edad. Se trata de la atracción. De la química. Fabián y yo nos llevamos doce años, pero somos almas gemelas. Nadia Cates es ocho años más joven que Sergio Pritchett, pero están genial juntos. Cuando funciona, adelante.

Paula suspiró.

—Comprendo lo que dices. Pero en esos dos casos, el hombre es mayor. Socialmente eso está más aceptado.

—Puede que haya algunos a quienes les extrañe —admitió Jesica. Se puso en pie y llevó una pila de documentos al armario para dejarlos en su sitio—. Por desgracia, en lo que respecta a los hombres, siempre parece existir un doble rasero.

—Quizá —dijo Celina—. Pero no debería importar. El corazón quiere lo que quiere.

«Incluso cuando el corazón se equivoca», pensó Paula con tristeza.

—Maldita sea —Jesica tiró del último cajón del archivador, pero no se abría del todo—. Este está tan lleno que ni siquiera se abre.

—Tal vez eso signifique que deberíamos terminar con esto otro día —sugirió Celina.

—Buena idea. Como ayudante administrativa del alcalde y jefa de esta misión, les digo que pueden irse a casa.

Al contrario que sus amigas, Paula habría seguido con el trabajo hasta deshacerse del papeleo, aunque le hubiese llevado varias horas. Tanto Celina como Jesica tenían a alguien esperándolas en casa. Ella en cambio no tenía a nadie que advirtiera si llegaba tarde o no. Por desgracia no parecía haber un fin a la vista para esa situación tan triste.

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