lunes, 1 de octubre de 2018

Polos Opuestos: Capítulo 14

Pedro supervisó a un grupo de adolescentes que estaban poniendo las luces en el árbol de Navidad de Roots. Podría haber ayudado, haber hecho sugerencias sobre la colocación y la simetría, pero era su árbol y no necesitaban a ningún adulto metiendo las narices. Esa era parte de la filosofía allí. Supervisar la seguridad y aconsejar solo cuando se lo pedían. Al ver a aquellos chicos bromeando y riéndose, deseó haber tenido un lugar así cuando era joven. Había sido el sueño de Sonia, y esta había hecho todo lo posible por lograr que sucediera. El mural que ella había pintado de adolescentes haciendo deporte, utilizando ordenadores y escribiéndose mensajes de móvil llenaba la pared que daba a la calle principal. Había encontrado un viejo sofá, un sillón reclinable que ya no se reclinaba, unas lámparas horribles y mesas arañadas que los chicos podían usar sin preocuparse. Iban allí a hablar, a distraerse, a hacer los deberes y a divertirse. Gracias a una larga lista de voluntarios, siempre había un adulto cerca. Esa noche él era el adulto.  Si tan solo Paula Chaves lo viera de ese modo. De alguna manera lograría que cambiara su opinión sobre él, aunque hasta el momento no tuviera ningún plan al respecto. La noche anterior la había visto en el Hitching Post con sus hermanos, que parecían estar echándole un sermón. Reconocía el lenguaje corporal de un hermano mayor, y recordaba lo joven y desafiante que había parecido ella. Unas voces furiosas a un lado del árbol llamaron su atención y se acercó para calmar la situación. Tres chicas contemplaban a los dos chicos, que empezaron a empujarse. Pedro comprendía por experiencia propia como un torrente de testosterona podía borrarle el sentido común a cualquiera, así que se apresuró a separarlos. Se abrió paso entre los adolescentes, que eran escuálidos y más bajos que él. Pero un puñetazo soltado al aire siempre era una preocupación.

—Dejenlo ya, chicos —aconsejó—. Usad las palabras.

—Ya lo ha hecho —dijo el del pelo rubio con fuego en la mirada—. Estaba hablando mal de mi hermana.

—No, tío. He dicho que estaba bien —respondió el otro, con su pelo negro a juego con los ojos y los vaqueros caídos.

Esa imagen atraía a las chicas por alguna razón y Pedro debería saberlo. Cuando era joven, había sobresalido en esa fase y nunca le había faltado la atención del sexo opuesto. Pero después su suerte con las chicas se había acabado. Para cuando se graduó en la universidad, pensaba que era lo suficientemente adulto para formar una familia, pero la chica a la que se lo había pedido se había resistido. Sonó la campanilla de la puerta de entrada, pero, antes de que pudiera ver quién había entrado, los dos combatientes se lanzaron de nuevo el uno contra el otro. Pedro estiró los brazos para mantenerlos separados.

—Ya basta, Guillermo—le dijo al rubio—. Cuidar de tu hermana es algo bueno, pero te garantizo que ella no te agradecerá que pegues a un tío que le hace un cumplido — entonces miró al tipo duro con severidad—. Era un cumplido, ¿Verdad, Tomás?

En los ojos oscuros del chico podía verse la rebeldía, pero finalmente pareció calmarse, lo que indicaba una tregua. La rendición completa necesitaría tiempo. Y madurez.

—Sí —dijo el chico—. No lo decía por nada.

—Eso me parecía —Pedro dejó caer las manos—. Choquen esos cinco, chicos, y vayan por una soda. Calmense.

En la parte de atrás había un frigorífico con fruta, bebidas frías y agua. También había una despensa llena de aperitivos. Los adolescentes no solo podían consumir cantidades increíbles de comida en circunstancias normales, sino que algunos chicos no comían lo suficiente en casa. Había familias con dificultades económicas debido a la pérdida de trabajo por la recesión. pedro esperaba que el proyecto de energías renovables en el que estaba trabajando crease oportunidades de empleo para algunas de ellas.

—¿Siempre es tan excitante estar aquí?

Pedro sabía que aquella voz pertenecía a la pelirroja que tenía en su cabeza. Había una amplia sonrisa en su cara cuando se dió la vuelta.

—Paula.

—Hola —dijo ella levantando una mano metida en una manopla.

—Normalmente está todo muy tranquilo por aquí —dijo él, mirando hacia la puerta por donde desaparecieron los adolescentes.

—Sé que no está bien aprobar la violencia, pero… —sonrió—. Un hermano que protege el honor de su hermana.

—Es lo que hacemos —él se había apresurado a defender a Carolina cuando Sonia había llevado a casa a un adolescente con problemas. Aunque resultó que había malinterpretado la situación. Pero Rose no estaba hablando de él—. Qué sorpresa tan agradable.

No era su frase más ingeniosa. Tal vez debiera sacar a pasear su alter ego de chico malo y ver si seguía funcionando.

—¿Cómo estás? —preguntó ella.

—Bien. ¿Y tú?

—Bien —llevaba una cazadora acolchada, una bufanda de cachemir azul marino y gorro y manoplas a juego. Los pantalones negros y las botas completaban su look invernal—. ¿Cómo está Carolina?

—Ocupada. Entre las clases en la universidad y el trabajo, tiene muchas cosas en la cabeza.

—Eso parece —Paula se quitó la cazadora y las manoplas, lo que significaba que no tenía demasiada prisa por marcharse—. Anoche te ví con ella.

No hay comentarios:

Publicar un comentario