lunes, 22 de octubre de 2018

Polos Opuestos: Capítulo 46

Pedro se puso tras el volante y se dirigieron hacia la calle principal. Antes de que Paula se diera cuenta, salieron del pueblo. No había mucha civilización tras dejar atrás los edificios. El paisaje, con los árboles asomando entre la nieve, era precioso. Y cuanto más se alejaban más anticipaba la sorpresa.

—¿Dónde vamos?

—Ya lo verás —contestó él sin apartar la vista de la carretera.

—Será legal, ¿No?

—¿Por qué lo preguntas?

—Además del hecho de que tienes un pasado salvaje y un tatuaje para demostrarlo, es evidente que no vamos a un lugar donde expongan y vendan árboles.

—Ya te dije que no vamos a un vivero. Vamos a cortar uno nosotros.

—Nunca he hecho eso antes.

—¿No?

—Mi madre siempre ponía uno artificial. ¿Pero cuáles son las reglas?

Pedro la miró de reojo.

—Estás obsesionada con las reglas, ¿Verdad?

—Sí. No querría entrar en propiedad privada y acabar en la cárcel. O alguien podría soltar a los perros. O disparar primero y preguntar después.

—Se nota que eres de Texas —contestó él riéndose—. Nadie se ofenderá si cortamos un pino.

—¿Cómo puedes estar tan seguro?

—Porque ya he hablado con Bruno Walters y tengo su permiso. Tiene un rancho a las afueras del pueblo donde cría ganado y caballos. Pero tiene más de cien hectáreas de terreno y gran parte tiene árboles. Hemos estado sacando los nuestros de ahí estos últimos años.

—De acuerdo entonces. El tuyo me parecía maravilloso.

Igual que el beso que habían compartido junto a él. Con el olor de Pedro rodeándola, el recuerdo era muy real. Nunca en su vida había deseado besar a un hombre tanto como deseaba besar a Pedro Alfonso en ese mismo instante. Si no estuviera conduciendo…

—Ya casi hemos llegado —dijo él mientras salía de la carretera principal.

Su voz la sacó de sus fantasías, de lo cual se sintió agradecida. La misión era cortar un árbol, nada más. Tras avanzar unos metros entre los árboles, Pedro detuvo la furgoneta y apagó el motor. La zona tenía una vegetación tan densa a ambos lados del camino que el sol apenas entraba.

—Iré a sacar las herramientas de la parte de atrás.

—De acuerdo.

Paula abrió la puerta y salió del vehículo. Hacía tanto frío que su aliento formaba nubes frente a ella. Con un hacha y un serrucho, Pedro se reunió con ella en el lado del copiloto y dijo:


—Sígueme.

—Patricio Bunyan —bromeó ella.

—Él era grande y fornido, ¿Verdad?

—Eso creo.

—Entonces él y yo somos como clones. Gemelos separados al nacer.

—Yo iba a decir…

Lo gracioso era que, si uno no sabía nada sobre él, podría ser un leñador. Nadie creería que era un ingeniero con un gran coeficiente intelectual. Era alto y tenía músculos definidos en los lugares adecuados. Ella lo sabía de primera mano porque la había abrazado y le había hecho desear cosas que no debería desear. En cuanto abandonaron el sendero, sus botas se hundieron en la nieve y caminar se volvió difícil. Había árboles por todos lados y el olor a pino era más concentrado allí.

—Huele muy bien —Paula se detuvo y miró a su alrededor—. Y uno de estos sería precioso. Pero me parece un pecado cortar uno.

—Si hace que te sientas mejor —dijo él—, en primavera podemos plantar otro. Ese siempre ha sido nuestro trato con Bruno.

—Me encantaría —y una parte de ella se alegró de que hubiera dicho «podemos». Se quedó mirando los árboles candidatos más cercanos a ellos con ojo crítico.

—Recuerda que tengo que llevarlo de vuelta a la furgoneta.

—De acuerdo, señor fornido —dijo ella riéndose—. Lo pillo. El tamaño importa.

—Sí, y ten en cuenta el lugar en el que va a estar puesto. En los espacios abiertos no parece tan grande, pero en tu departamento lo parecerá.

—Entiendo lo que quieres decir.

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