viernes, 19 de octubre de 2018

Polos Opuestos: Capítulo 43

Paula acercó las dos copas de champán que había puesto sobre la mesa. En un impulso, había pagado una pequeña fortuna por ellas al mudarse a Thunder Canyon, pensando en el primer brindis de su boda. El entusiasmo y el orgullo en la cara de Pedro hicieron que se alegrara de haberlas comprado. Él sirvió el champán en las copas y le entregó una.

—Por los ascensos.

—Y por el éxito continuado —añadió ella mientras brindaban—. No se me ocurre nadie que lo merezca más.

Volvieron a brindar y bebieron. Sonó el reloj del horno y Paula lo apagó. Después dejó su copa junto a uno de los platos de la mesa.

—Si hubiera sabido lo del ascenso, habría preparado algo mejor que ensalada y macarrones con queso. Es lo que había comprado en la tienda y pensaba preparar comida para consolarme.
Había una ensalada en el frigorífico. La sacó y la puso en la mesa. Con las manoplas sacó la cazuela del horno y la dejó sobre un salvamanteles junto a las flores.

—La cena está servida —se sentaron el uno frente al otro—. Sírvete.

—¿Y por qué necesitabas comida para consolarte? —preguntó él cuando los dos tenían comida en el plato.

—Oh, ya sabes —la pregunta le pilló por sorpresa—. Hace frío. Y…

—¿Qué?

No pensaba decirle que su estado de ánimo tenía algo que ver con él. Que la conversación con sus compañeras de trabajo le había hecho desear que las cosas pudieran ser diferentes. Jesica y Celina se habían ido a casa, donde las esperaban unos hombres maravillosos. Cuando ella se imaginaba a alguien en su vida, el hombre siempre tenía la cara de Pedro. Le ocurrió cuando estaba haciendo la compra, y por eso había decidido preparar macarrones con queso. Si Pedro no hubiera llamado, no habría ensalada. Cuando una chica quería consuelo, comer verde no era una opción.

—¿Esta elección culinaria para animarte tiene algo que ver con las navidades? —preguntó Pedro, y comió mientras esperaba su respuesta.

—¿Por qué piensas eso?

—No hay nada en tu departamento que diga que en dos semanas es Navidad. Cuéntamelo, pelirroja.

—Bueno, es mi primera Navidad fuera de Texas —admitió ella.

Él bebió champán y asintió.

—Es diferente para tí.

—Un cambio. Pero incluso un cambio a mejor es duro.

—Y, cuando no es a mejor, es… —negó con la cabeza.

—En tu vida has tenido muchos cambios que han sido a peor.

—Sí —contestó él—. Cuando mi padre nos abandonó, pensé que era culpa mía.

—¿Qué? —Paula dejó el tenedor en el plato—. ¿Por qué diablos pensabas eso?

 —Para empezar era muy joven. Ya sabes que los niños piensan que el mundo gira a su alrededor. Pero recuerdo que él me gritó. Había agua por todas partes y un retrete estropeado porque yo lo había desmontado para ver cómo funcionaba.

—¿Cómo levantaste la tapa?

—Estaba rota, creo.

—¿Qué ocurrió?

—Estaba muy enfadado. Lanzó algo. Dijo que quería estar en cualquier parte menos allí. Al día siguiente ya no estaba.

—No sé qué decir —Paula le estrechó la mano y apretó cuando él intentó apartarla. Recordó que le había dicho a la niña inquisitiva que nunca dejara de hacer preguntas—. Sabes que probablemente no se fue por tí, ¿Verdad? Que había algo más detrás. Que se fue por él, no por la curiosidad de un niño pequeño.

—Ahora lo sé —Pedro giró la mano y entrelazó los dedos con los suyos—. Mi madre me lo explicó. Recuerdo que dijo que se alegraba de que yo hubiese dicho algo y así poder asegurarse de que supiera que no era culpa mía. No quería que me culpara a mí mismo.

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