viernes, 19 de octubre de 2018

Polos Opuestos: Capítulo 42

—Oh, Pedro—la expresión de su voz indicaba que le conmovía que se lo hubiese dicho a ella antes que a su familia—. De verdad que me encantaría salir a cenar, pero no puedo arriesgarme a que Javier se entere. Y, antes de que digas nada, ni siquiera un disfraz me haría cambiar de opinión.

Esa era su siguiente estrategia. Así que recurrió a la última opción.

—¿Y si me paso por tu casa con una botella de champán? Y si resulta que estás preparando la cena, no rechazaría una invitación.

Hubo un largo silencio al otro lado de la línea. Casi podía imaginársela sopesando las consecuencias de verlo.

—Eres demasiado encantador —dijo finalmente.

—Interpretaré eso como un sí.

Terminó la llamada antes de que pudiera decirle que estaba equivocado. Aquel estaba convirtiéndose en el mejor día de su vida, y no por el ascenso en el trabajo. Si eso fuera lo único que le importara, evitaría a Paula Chaves. Si se extendía la noticia de que deseaba a la hermana del jefe, su trabajo podría correr peligro. Pero no podía evitarlo.

Cuando Paula abrió la puerta, vió a Pedro con una botella de champán y un ramo de rosas. Un hombre que aparecía con champán y flores era romántico, no malo. Y la expresión de su cara indicaba que estaba verdaderamente excitado por algo.

—Hola —dijo ella con una sonrisa automática—. Pasa.

—Gracias. Esto es para tí—le entregó el ramo de flores.

 —Gracias. Son preciosas. Las pondré en agua.

El salón de su departamento tenía una chimenea, y había colocado dos silloncitos y una silla frente a ella para crear una zona para charlar. En la pared, colgada sobre la repisa de la chimenea, había una televisión de pantalla plana, cortesía de su hermano Javier. Como el resto de la casa, la cocina incorporada tenía paredes beige y molduras blancas. El fregadero de acero inoxidable hacía juego con el resto de los electrodomésticos. Sobre los fogones había una rejilla con cacerolas colgadas, de nuevo cortesía de su hermano. No sabía qué habría hecho con esas cosas si él no hubiera estado allí. El respeto y la gratitud hacia Javier habían hecho que aceptara la apuesta de las citas. Si él creía que necesitaba un descanso, tal vez fuese cierto. Pero resultaba increíblemente agradable ver a Pedro, y habían pasado solo veinticuatro horas desde la última vez. Llenó una jarra de agua y metió las flores dentro sin dejar de mirarlo y de preguntarse en qué estaría pensando. Él se quitó la cazadora y la dejó en la silla del salón.

 —Es un lugar agradable. Tienes leña.

—Gracias. Sí, compré en la tienda, pero todavía no he tenido ocasión de encenderla —dejó las flores sobre la mesa que había preparado para dos—. ¿Vas a contarme la gran noticia o tengo que matarte de hambre para que me lo digas?

Tras dejar el champán sobre la encimera, Pedro sonrió.

—Tienes ante tí al ingeniero que acaban de poner al mando de Investigación y Desarrollo de la Traub Oil de Montana. Durante los últimos meses solo he sido ingeniero. Ahora podré contratar a más personal.

—Oh, Pedro… —se lanzó hacia él y lo abrazó con fuerza—. Enhorabuena. Es maravilloso.

—Y por esto no quería contártelo por teléfono —él la abrazó también y apoyó la mejilla en su pelo—. La tecnología es genial, pero no puede sustituir a un abrazo de felicitación.

—Eso es cierto —Paula se carcajeó y lo abrazó con más fuerza antes de apartarse—. Y esto sirve para demostrar que mi hermano Gonzalo es mucho más listo de lo que parece.

—No pienso entrar ahí —dijo Pedro—. Es una cosa de hermanos y me niego a dejarme arrastrar. Es mi jefe.

—Hombre listo. ¿Pero puedes abrir una botella de champán?

—Soy ingeniero —resopló y quitó el alambre del cuello de la botella. Después se deshizo del envoltorio metálico, antes de empujar el corcho con ambos pulgares. Salió disparado y no se derramó ni una gota.

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