miércoles, 31 de octubre de 2018

Polos Opuestos: Capítulo 70

—Eso es. Porque nunca me he enamorado de nadie con quien he salido.

—Creo que me estás engañando.

—Desde luego que no —la defendió Pedro—. Técnicamente está diciendo la verdad. Le pedí una cita en repetidas ocasiones, pero ella nunca aceptaba.

—Como si fuera a creerte —dijo Javier.

—Piensa lo que quieras —respondió Paula—. No me importaría perder la apuesta, porque acabo de ganarme mi final feliz.

Al día siguiente, el día de Navidad, Paula y Pedro pasaron la mañana en la cama. Decidieron cederle a su hermana Carolina la casa en la que habían crecido e instalarse en el departamento de Paula hasta comprar o construir una casa propia. Pero en aquella mañana de regalos, sus regalos no vinieron envueltos en papel. Eran regalos personales, llenos de pasión y placer. Por muy bien que estuviera a solas con él, sabía que no podía durar, porque tenían familia que ver y un concierto benéfico al que asistir. Se acurrucó junto a su marido y él le agarró la mano para besársela.

—Siento que no tengas un anillo.

—Todo ha ocurrido muy deprisa. Y no me importa. Un anillo no hace que estemos más o menos casados. Y eso es lo único que me importa.

—A mí también. Pero en cuanto pueda te llevaré a la joyería.

—Mentiría si dijera que no lo deseaba. Es como decir que no tengo estrógenos.

Él se rio.

—No solo quiero comprarte el diamante más grande que tengan, sino que quiero ponerte un anillo para mostrarle a Dios y al mundo que eres mía.

—Lo mismo digo. Yo también pienso ponerte un anillo para que las mujeres sepan que estás pillado.

—Amén. He trabajado duro para convencerte de que encajábamos el uno con el otro.

—Según creo, aprecias más las cosas cuando no suceden con facilidad.

—Entonces te aprecio mucho.

—Tardé un tiempo en darme cuenta de que tienes todos los atributos del hombre de mi lista.

—¿Y cuáles son esos atributos?

—Solo son seis. El primero es el sentido del humor. Seguido del atractivo físico.

—¿Así que no crees que tenga que ponerme una bolsa en la cabeza para salir a la calle?

—Ni hablar —contestó ella deslizando un dedo por su mejilla—. El número tres es que sepa besar. Ya lo comprobé la noche que me ayudaste con las tarjetas de felicitación del alcalde.

—Confieso que puse mucho esfuerzo en ese beso. Podría haber sido mi única oportunidad.

—Misión cumplida —le aseguró ella—. Después viene la química sexual. Y dado que estamos los dos aquí desnudos tras una noche espectacular, creo que eso también está tachado de la lista.

—Estoy aquí para complacerte —dijo él con una sonrisa—. ¿Qué más?

—Mi hombre tenía que ser listo. Poco sabía yo que sería increíblemente listo.

—Gracias.

—Y por último, pero no por ello menos importante, tenía que tener la edad adecuada.

—Y dado que estamos los dos desnudos y ayer todos nos vieron casarnos, supongo que he pasado la prueba.

—Oh, sí —Paula se acercó y le mordisqueó el lóbulo de la oreja—. Eres perfecto.

—Me gusta estar casado contigo, pelirroja. La vida va a ser muy divertida y estará llena de sorpresas.

Cuando la rodeó con los brazos, Paula suspiró.

 —Vamos a llegar tarde a la comida de Navidad en casa de Gonzalo.

—¿Tanto te importa?

 —No —se rió y Pedro la besó en el cuello antes de meterse bajo las sábanas.

Más tarde, aquella noche, Paula y Pedro estaban sentados en primera fila, a pocos metros del escenario del recinto ferial. Matías Gunther salió al escenario con su guitarra colgada sobre el pecho. Se detuvo frente al micrófono y miró al público.

—Gracias a todos por venir esta noche a compartir un pedazo de vuestra Navidad para una causa que para mí es muy importante —se pasó la mano por el pelo y Paula se dió cuenta de que era la primera vez que le veía sin sombrero—. Estoy aquí para rendir tributo a una vida que acabó demasiado pronto, y me parecería irrespetuoso llevar sombrero.

—Eso lo explica —le susurró Paula a Pedro.

—Ha habido mucha publicidad sobre lo que le ocurrió a Abril Tuller — continuó Matías—, y llevaré la tristeza de su muerte conmigo mientras viva. Si pudiera traerla de vuelta, lo haría, pero no puedo. Lo único que puedo hacer es acercarme a los jóvenes de un modo positivo, ayudarles a madurar. Así que estoy aquí para anunciar la creación de la Fundación Abril Tuller, que financiará programas de música en el instituto y apoyará a familias que tengan adolescentes que hayan sufrido daños cerebrales. Con su ayuda podemos llegar a los jóvenes…

Desde donde estaban Pedro y ella, Paula vió a gente fuera del escenario haciéndole gestos al cantante.

—Damas y caballeros —dijo Matías—, acabo de ver que la familia de Abril está aquí esta noche. Les estoy muy agradecido. ¿Quieren subir a honrar la memoria de su hija?

Mientras los espectadores aplaudían, un hombre y una mujer de mediana edad subieron al escenario con una adolescente. Padre, madre e hija se dieron la mano.

—Por favor, den la bienvenida a la familia de Abril—dijo Matías—. El señor y la señora Tuller y su hija, Macarena.

El público comenzó a aplaudir de nuevo y todos se pusieron en pie. Finalmente el padre de Abril se acercó al micrófono y todos callaron.

—Gracias a todos por estar aquí esta noche. A Abril le habría encantado. Cuando murió, su madre, su hermana y yo queríamos a alguien a quien culpar. Tenía solo trece años y fue al concierto de su cantante favorito. Le encantaba la música e iba a ser la mejor noche de su vida. Pero nunca volvió a casa y alguien tenía que ser el responsable de eso. Por injusto que fuera, el blanco de nuestra rabia fue Matías Gunther. Nuestra hija, Macarena, nos hizo darnos cuenta de que no era culpa suya. Había sido un accidente horrible y la venganza no nos devolvería a Abril. Siempre la echaremos de menos y nunca la olvidaremos. Ahora, con la fundación que lleva su nombre, el resto del mundo tampoco la olvidará. Cuando supimos lo del tributo de Matías, teníamos que estar aquí. Le estamos muy agradecidos por ayudarnos a mantener viva su memoria. Con su permiso, a su madre, a Macarena y a mí nos gustaría involucrarnos en la fundación.

Matías se acercó a la familia y los tres le abrazaron.

A Paula se le llenaron los ojos de lágrimas y abrió su bolso para sacar un pañuelo. Entonces sintió el brazo de Pedro a su alrededor.

—Creo que acabamos de presenciar un milagro navideño —le dijo.

Tras la rabia, las acusaciones y la tristeza, lo que acababa de presenciar allí era realmente milagroso. El poder del perdón llenaba el recinto y nadie de los allí presentes lo olvidaría jamás.

—Es el final perfecto de un día perfecto —le dijo a Pedro—. El espíritu navideño y la magia del amor que nos ha juntado aquí esta noche es el mejor comienzo del resto de nuestras vidas.

El corazón deseaba lo que deseaba, pensó, y no se conformaría con menos. Había encontrado a su príncipe y era el último hombre que esperaba, y cuando menos lo esperaba.

—Son las mejores navidades de mi vida —añadió.

—Para mí también —contestó Pedro tras darle un beso.

—No he llegado a abrir ningún regalo, pero tengo todo lo que siempre he deseado. Te tengo a tí.


FIN

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