miércoles, 24 de octubre de 2018

Polos Opuestos: Capítulo 54

—Y ese es mi problema.

—No lo entiendo. Ese crío es uno de los mejores hombres que conozco.

—Yo también. Pero hay mucha diferencia de edad entre los dos.

—¿Eres demasiado joven para él? —el hombre parecía confuso.

—Es una broma, ¿No? —recordó cuando en la boda le habían pedido el carné y se había preguntado si el camarero estaría compinchado con Pedro.

—Un hombre no vive tanto como he vivido yo sin aprender una cosa muy importante —contestó él—. Nunca bromees con la edad de una mujer.

—Bueno, no soy demasiado joven para Pedro. Es más bien al contrario, de hecho.

—Así que tienes un par de años más que él.

—Más que un par.

—Yo soy viejo, pero no entiendo por qué eso iba a ser un problema.

—Son cosas mías —contestó Paula—. Una idea romántica, supongo.

—Las ideas están bien, pero no te calientan la cama por las noches.

Ella asintió. No podía negarlo. Hasta el momento sus ideas románticas habían resultado todas un fracaso. Pero era la primera vez que sufría tanto por aferrarse a una de ellas.

 —Desde que era pequeña he tenido ideas sobre mi hombre ideal.

—¿Y Pedro no lo es?

—En todos los aspectos menos en uno. No sé si puedo dejarlo correr.

—Entonces supongo que tengo que decirte cómo funcionan las cosas, Paula. Igual piensas que son las divagaciones de un viejo solitario, pero voy a decírtelo de todos modos. Y espero que prestes atención —tomó aliento—. Ningún hombre es perfecto.

—Lo sé, pero…


Bruno levantó un dedo para silenciarla.


—Las mujeres tampoco. Pero algunos son más perfectos estando juntos que otros.

—Hay más cosas aparte de las personalidades. Pedro solo quiere divertirse. Sin compromisos.

—Te equivocas. Ese chico quiere tener una familia. Cometió un error por eso y fue un gran error. Mantuve la boca cerrada cuando se enamoró de aquella camarera. Romina. Sabía que estaba jugando sucio con él. Sabía que no era la adecuada y que acabaría sufriendo. Lo sabía y no dije nada porque no me habría escuchado. Me arrepiento muchísimo de habérmelo guardado. Podría haberle ahorrado cargar con toda la culpa.

—El caso es que carga con ella —dijo Paula.

—Sí —Bruno se pasó una mano por el cuello—. No volveré a cometer ese error. Voy a decir lo que pienso y que pase lo que tenga que pasar.

—No tienes que decirme que no le convengo.

—No pongas en mi boca palabras que no he dicho, Paula. Creo que sí le convienes. Por cómo te mira… —negó con la cabeza—. Ese chico está enganchado. Puede que no quiera o que no lo sepa. Pero es así.

Paula comprendía exactamente lo que quería decir. Desde que había conocido a Pedro algo la había atraído hacia él. Se había resistido con todas sus fuerzas y allí estaban. Todo estaba hecho un lío.

—Incluso aunque… dando por hecho que… —se quedó mirándolo, incapaz de encontrar las palabras adecuadas.

—Escúpelo, Paula.

—Pero si nosotros… ¿Qué diría la gente del pueblo?

—«Enhorabuena», probablemente. A todo el mundo le cae bien ese chico y quiere que sea feliz. Ya ha tenido suficientes cosas malas en su vida. Se merece que le pase algo bueno y creo que eres buena para él —la intensidad endurecía su rostro, como si aquello fuera lo más importante que tuviera que decir—. Pero incluso si la gente se opone, no debería importar. Cuando un alma encuentra a su otra mitad, un certificado de nacimiento no es más que un pedazo de papel. Hazme caso; las tonterías son una pérdida de tiempo —la tristeza inundó sus ojos—. No lo sabes hasta que pierdes a la persona por la que andabas haciendo el tonto. El caso es que, si Pedro te hace feliz, lo demás no importa.

Eso tenía mucho sentido y Paula agradecía sus palabras.

—Gracias, Bruno—se le ocurrió que le había dicho las típicas cosas que diría un padre—. Me has dado mucho en qué pensar.

—Pero no lo pienses demasiado —le advirtió él.

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