lunes, 30 de octubre de 2017

Enemigos: Capítulo 50

«No», pensó Paula friendo trozos de berenjena hasta que se volvieron marrones y blandos. Pero no podía decir la verdad por el bien de Baltazar, así que guardó silencio y siguió con aquella farsa de amor eterno que parecía tener cautivado a todo el país. Resultaba irónico. Era la envidia de millones de mujeres,se había casado con un hombre multimillonario y sexy. Se había casado con un Alfonso.El primer vistazo que le echó a su nueva casa la había dejado temblando.No estaba acostumbrada a vivir con tanto lujo. Las reformas de Pedro habían aprovechado al máximo la posición de la villa en la bahía. Los enormes ventanales le proporcionaban un aire moderno y mostraban espectaculares vistas de la bahía y de la reserva natural que lindaba con su terreno. Nadie podría evitar enamorarse de aquella casa, pero la estancia favorita de Paula era la enorme y soleada cocina.

No era un sitio para cocinar, sino también para vivir. El corazón de la casa. Tenía puertas de cristal que daban a una terraza rodeada por un huerto de frutales. Así que recoger naranjas frescas para el desayuno implicaba únicamente salir y tomarlas de alguno de los muchos naranjos. Era un lugar para celebraciones familiares, desayunos agradables y cenas íntimas. Era perfecto.Se llevó a Baltazar a la villa a última hora de la tarde, le dió la merienda en la preciosa cocina y le dejó explorar. El descubrimiento de la que sin duda era su habitación le hizo gritar de alegría.

–¡Barco! –se subió a su nueva cama, que tenía forma de barco a juego con las cortinas imitando velas.

–Sí, es un barco –ver la felicidad reflejada en su cara le elevó el ánimo.

Tenía que reconocer que la habitación era preciosa. El sueño de cualquier niño.Había cestas llenas de juguetes y las estanterías tenían más libros que una librería.

–Tu padre no conoce el significado de la palabra «moderación» –murmuró Paula tomándole de la mano y llevándole a la habitación de al lado.

Al parecer se trataba de un cuarto de invitados. Era muy bonito, tenía unpequeño balcón con vistas a la cala privada que había bajo la villa.

–Mamma duerme aquí –dijo Baltazar encantando subiéndose a la cama y saltando sobre ella.

Paula se le quedó mirando un largo instante y luego sonrió.

–Sí –dijo despacio–. Mamá va a dormir aquí. Es una idea excelente.

No había razón para que tuvieran que compartir cama. Mientras Baltazar volvía corriendo a su habitación y empezaba a revolverlo todo, Paula sacó la ropa del dormitorio principal y la llevó al cuarto de invitados. Luego bañó a Baltazar, que tenía un cuarto de baño náutico a juego con su náutica habitación, le leyó un cuento y luego dejó que Giuliana se quedara con él para poder volver al restaurante y encargarse de las cenas.

Enemigos: Capítulo 49

A Paula se le oscureció la mirada. Pedro vió cómo tragaba saliva y luego miraba a Baltazar, que les observaba a los dos fijamente.

–Tu departamento no es el lugar adecuado para criar a un niño de esta edad.No te comas eso –le dijo al niño quitándole la arena de la mano y tomándole en brazos.

–Estoy de acuerdo contigo, y por eso no vamos a vivir en el departamento.

–Has dicho que nos íbamos a casa.

–Tengo cinco casas –Pedro se preguntó cómo podía seguir deseándola tanto después de una noche de sexo ardiente–. Estoy de acuerdo en que el departamento no es adecuado para nuestras necesidades inmediatas, así que vamos a trasladarnos a la casa de la playa.

–¿La casa en la que pasaste la infancia?

–La ubicación es perfecta y la estructura sólida. Llevo seis meses reformándola y con unos cuantos ajustes quedará perfecta para una familia. Tiene muchas cosas que sé que te van a gustar –hizo una pequeña pausa–. Por ejemplo, la cabaña de pescadores.

Esperaba que se pusiera contenta. Se había pasado media infancia escondida allí, así que estaba claro que le gustaba.Pero no vió en ella ningún atisbo de gratitud. Al contrario, sus mejillas perdieron el poco color que les quedaba y se quedó mirando hacia la bahía tratando de recuperar el control. Cuando finalmente habló lo hizo sin mirarle.

–Viviremos donde tú quieras, por supuesto.

Estaba dando a entender que viviría allí de mala gana. Pedro, que esperaba gratitud, sintió una oleada de frustración. Había crecido en una familia en la qu etodos decían siempre lo que pensaban. Las reuniones familiares eran muy bulliciosas. Todo el mundo tenía una opinión y no vacilaba en expresarla,normalmente en voz muy alta y hablando a la vez que los demás. No estabaacostumbrado a tener que leerle el pensamiento a una mujer.

–Pensé que te gustaría –afirmó con tirantez–. Al vivir allí podrás seguir ocupándote de tu negocio, visitando a tu abuelo y durmiendo en mi cama.

Aquel comentario hizo que Paula se sonrojara, pero siguió sin mirarle.Consciente de que Baltazar estaba allí, se tragó el comentario que le quemaba la lengua.

–Nos iremos en veinte minutos. Estate preparada.

Confundida e incómoda, Paula se centró en el trabajo. Trató de apartar de sí el recuerdo de aquel último y tierno beso diciéndose que había sido por el bien de su hijo. No había ternura en lo que Pedro y ella compartían. Solo había deseo. Era algo físico, nada más.Aliviada al tener algo con lo que distraerse, no sabía si sentirse complacida o desilusionada al descubrir que la Cabaña de la Playa había florecido en su ausencia.

–El chef que Alfonso nos envió era bueno. Mantuvo el mismo menú, jefa –Bruno dejó en el suelo una cesta de brillantes berenjenas púrpura–. Tienen muy buena pinta. Las pondremos en el menú del día con pasta, ¿Te parece bien?

–Sí –a Paula le resultaba frustrante descubrir que el trabajo no le proporcionaba la distracción que necesitaba.

Hiciera lo que hiciera, su cerebro regresaba una y otra vez al momento en que los dos acabaron contra la pared.Durante años había anhelado vivir una experiencia lo suficientemente poderosa como para borrar el recuerdo de la noche en que concibieron a Baltazar, y ahora lahabía multiplicado por diez.

–¿Estás bien? –Bruno le dió un codazo–. Porque no pareces concentrada, y eso es peligroso cuando estás cocinando con fuego. Podrías quemarte.

–Estoy bien –contestó desabrida–. Solo un poco cansada. Necesito concentrarme, nada más –furiosa consigo mismo, murmuró algo en italiano.

Bruno agarró los platos que ella había preparado y se retiró hacia la seguridad del restaurante. Giuliana fue menos sensible. Quería detalles.

–Leí en el periódico que han estado enamorados en secreto desde que eran pequeños –suspiró–. Eso es muy romántico.

Enemigos: Capítulo 48

-¡Mamma!

Pedro observó cómo Baltazar se soltaba de brazos de Luciana y corría por la arena hacia Paula. Ella le levantó del suelo y le abrazó con fuerza. Su rostro se iluminó con una sonrisa.

–¡Cuánto te he echado de menos! ¿Te has portado bien?

Pedro apretó los dientes al observar aquella demostración de amor y afecto.Una hora antes había estado sentado frente a ella mientras Paula desayunaba en frío silencio. No le había mirado ni una sola vez. Cualquier intento por su parte de iniciar una conversación había sido recibido con respuestas monosilábicas.Incapaz de comprender cómo podía estar tan malhumorada después de una noche de sexo espectacular,  se fue poniendo de peor humor cada vez.Estaba claro que la noche no había cumplido con ninguna expectativa romántica, pero ¿Qué esperaba? Él no era un hipócrita ni iba a fingir que su matrimonio era una maravillosa unión por amor. Esa era la historia que le había contado a la prensa para que le dejaran en paz y asegurarse de que Baltazar quedaba protegido de los rumores.Sus pensamientos quedaron interrumpidos por el delicioso sonido de la risa de  su hijo. Se giró y les vió a los dos haciéndose cosquillas sobre la arena. Observó el lío de brazos y piernas con una mezcla de sentimientos. No cabía dudade que Paula quería a su hijo. Y Baltazar sacaba a relucir una parte de ella que él no había visto nunca.Era una mujer distinta. Cálida, próxima y abierta, entregada a su hijo.Su alegría resultaba contagiosa, y sin pensar en lo que hacía, se acercó para unirse a ellos, agachándose para hacerles cosquillas. Su hijo se retorció y serio y su mano acarició de refilón uno de los senos de Paula.El calor desapareció al instante de sus ojos y se puso de pie de un salto. Su expresión pasó de feliz a hostil en un abrir y cerrar de ojos.

–No te he visto llegar. Creí que estabas hablando por teléfono.

El repentino cambio de humor le puso furioso. Baltazar dejó de reírse y les miró confundido. Actuando por instinto, Pedro tomó al niño en brazos y se inclinó para darle a Paula un beso largo y dulce en los labios. Sintió una oleada de calor, pero mantuvo a raya su propio deseo. Cuando levantó la cabeza tenía las mejillas sonrojadas y la mirada tan confundida como la de su hijo.

–Nunca vuelvas a mirarme con esa furia delante de nuestro hijo –murmuró Pedro en voz baja.

–Mamma –dijo Baltazar feliz.

Pedro le sonrió aunque podía sentir los rayos de furia saliendo de Paula.

–Sí, es tu mamma. Y ahora es hora de ir a casa.

Ella se apartó de sus brazos y dió un paso atrás.

–No voy a volver a tu departamento. Hoy voy a ir al restaurante, y Balta seviene conmigo.

–Estoy de acuerdo –Pedro dejó al niño en la arena–. Tienes que volver al trabajo y yo también. Y Balta tiene una buena relación con Giuliana, así que me alegra que le cuide mientras tú estás trabajando.

–¿Te alegra que...?

Pedro le cubrió los labios con los dedos para evitar que siguiera.

–Luego podrás agradecerme que haya evitado que dijeras lo que querías decir delante de nuestro hijo –murmuró en voz baja–. Tu animadversión es muy incómoda, cariño, así que a partir se ahora moderarás tus emociones a menos que estemos solos. Esa regla es tuya, por cierto. Consuélate sabiendo que estoy más que dispuesto a pelearme contigo al nivel que quieras y sobre la superficie que prefieras cuando Balta esté en la cama.

Enemigos: Capítulo 47

Paula contuvo el aliento y esperó. Sentía como si estuviera a punto de vivir un momento que cambiaría su vida para siempre. Como si lo que Pedro  iba a decir ahora fuera a cambiar la dirección de su relación.

–Cama –dijo con voz ronca–. Esta vez vamos a llegar a la cama, cariño.

Sus frágiles expectativas se hicieron añicos, y Paula palideció.

–¿Eso es lo único que se te ocurre decir?

Pedro alzó las cejas con indolencia.

–Estaba pensando en tu comodidad –aseguró–. Hasta ahora hemos tenido sexo contra la pared, sexo en el suelo y sexo en la ducha. Estaba pensando en que el sexo en la cama sería un avance, pero, si quieres probar otra cosa, estoy dispuesto.

–Tú... –Paula estaba tan disgustada que no pudo terminar la frase.

Había pasado de la esperanza a la desesperación en cuestión de segundos, y estaba furiosa consigo misma por ser tan ingenua como para haber pensado que podría sentir algo por ella.

–Te odio, ¿Lo sabías? En este momento te odio de verdad, Pedro Alfonso–pero nada más pronunciar aquellas palabras supo que no eran ciertas. Y eso la molestaba.

Estaba completamente confundida respecto a sus sentimientos.Apenas le conocía y sin embargo le había permitido...Cerró los ojos avergonzada, excitada y humillada, todo a la vez. Pedro la miró con repentino recelo.

–El sexo muy intenso puede volver emocionales a las mujeres.

–No es el sexo lo que me vuelve emocional, eres tú. Eres arrogante, frío yun...

–¿Un dios del sexo?

–¡Una basura! –el corazón le latía con fuerza y le temblaba todo el cuerpo.

Aspiró varias veces el aire tratando de calmarse.Y lo hubiera conseguido si Pedro no se hubiera encogido de hombros con indiferencia.

–Estaba bromeando –aseguró–. Pero tú te has puesto muy seria de pronto.La química sexual que hay entre nosotros es muy poderosa y está claro que eso te inquieta. Pero no debería. Tendrías que agradecer que al menos esa parte de nuestra relación sea un éxito espectacular. Nos da una base sobre la que poder construir. El sexo es importante para mí y está claro que no vamos a tener problemas en el dormitorio. Ni en el baño. Ni en el suelo...

Su indolente sentido del humor fue la gota que colmó el vaso.

–¿Crees que no? Pues tengo una noticia para tí. Vamos a tener muchos problemas. El sexo es solo sexo, no se puede construir nada sobre él. Y menos con el tipo de sexo olímpico que tú buscas. Contigo se trata solo de algo físico, sin parte emocional.

–Ese «algo físico» te ha tenido jadeando y suplicando durante las últimas tres horas –pasó por delante de ella y agarró una toalla–. Si lo que querías era una actuación olímpica, yo diría que hemos ganado la medalla de oro.

–Apártate de mí –le puso las manos en el pecho bronceado y le empujó,pero él se mantuvo firme en su gloriosa desnudez–. No quiero sexo contra lapared, ni en el suelo ni en la cama. ¡No quiero sexo! No quiero que me vuelvas a tocar nunca más –pasó por delante de él y agarró su propia toalla.

Se dió cuenta de que los pétalos de rosa se habían convertido en papilla por el agua de la ducha.Por fin algo que simbolizaba su relación, pensó furiosa. Estropeada y hecha trizas.

Enemigos: Capítulo 46

Se quedaron un instante quietos y luego él torció el gesto.

–Esto es muy incómodo. Deberíamos movernos.

Paula no se creía capaz de moverse, pero él se apoyó lentamente en un codo y entonces frunció el ceño.

–¡Estás sangrando!

Ella se miró el brazo.

–Es un pétalo de rosa. Tú también tienes alguno pegado.

Pedro la apartó suavemente de él y se sentó quitándose los pétalos con impaciencia.

–¿Por qué se les considera algo romántico?

–Lo son... en determinadas circunstancias –aunque no en aquellas, porsupuesto.

Los pétalos formaban parte de la imagen que Pedro quería crear.

–Por mucho que me atraiga la idea de quitarse los pétalos de rosa del cuerpo, creo que una ducha será más rápido –se puso de pie y la ayudó a levantarse para ir al cuarto de baño.

Pedro estaba muy relajado cuando la metió en la ducha y apretó un botón en la pared. Paula seguía mirando la musculosa perfección de su bronceada espalda cuando él se dió la vuelta.

–Si sigues mirándome así, no vamos a llegar a la cama en los próximos dos días –le advirtió estrechándola contra sí y hundiendo las manos en su pelo.

Los chorros de agua la cubrían y Paula jadeó cuando le cayeron sobre el pelo y la cara, mezclándose con el calor de sus besos. Tenía el cuerpo húmedo y pegado al de Pedro. Él le frotó los pétalos de rosa del cuerpo y ella hizo lo mismo con él. Pedro le apretó la espalda contra la pared de azulejo, lejos de los chorros de agua, y le besó lentamente el cuerpo. El deslizar de su lengua por los pezones la hizo arquearse, y él le sujetó las caderas con las manos para sostenerla mientras le besaba todo el cuerpo. No dijo nada, y Paula tampoco. Lo único que se escuchaba era el sonido del agua y los suaves gemidos de ella mientras él se tomaba todas las libertades que quería, primero con los dedos y luego con la boca, haciendo que Paula se sintiera demasiado vulnerable. Le agarró del pelo con la intención de detenerle, pero entonces él utilizó la boca, atormentándola hasta que se vió envuelta en una oleada oscura de placer que amenazaba con acabar con ella. Quería que se detuviera y al mismo tiempo que siguiera. Se moría de deseo, y cuando sintió el deslizar de sus dedos sabios en el interior susurró sunombre y sintió cómo su cuerpo se dirigía hacia la plenitud.

–Por favor –desesperada, movió las caderas.

Pedro se incorporó, le levantó el muslo para tener acceso y se adentró en aquel cuerpo excitado y tembloroso. Estaba duro, caliente y la embistió con tal placentera intensidad que Paula gritó y le clavó los dedos en los hombros desnudos.Le sintió estremecerse dentro de ella, sintió cómo les llevaba a ambos más y más lejos con embates seguros y fuertes hasta que el placer hizo explosión y ella apretó los músculos y las contracciones de su cuerpo enviaron a Pedro al mismo pico de excitación sexual.Saciada, ella dejó caer la cabeza sobre su húmedo hombro, asombrada ante la intensidad del placer que acababa de experimentar. Pedro le apartó el cabello mojado de la cara, le acarició la mejilla con suavidad y murmuró algo en italiano que ella no entendió.En aquel momento se sintió más cerca de él que nunca.Tal vez todo saliera bien, pensó desconcertada. Tal vez aquel grado de intimidad sexual no fuera posible sin algo de sentimiento. Tal vez, si el sexo fuera bueno, lo demás también lo sería.La suave caricia de sus dedos en la cara hizo que su interior se derritiera de un modo distinto. Se suavizó. La parte congelada de su interior que evitaba que se acercara demasiado a alguien se derritió un poco. Sintiéndose increíblemente vulnerable, alzó la cabeza para mirarle. No sabía qué decir, pero seguro que a él se le ocurría algo, porque Pedro Alfonso siempre sabía qué decir. Sosteniéndola de un brazo, cerró el chorro de agua.

miércoles, 25 de octubre de 2017

Enemigos: Capítulo 45

El deseo atravesó las venas de Paula , le calentó las venas y le debilitó las piernas. Estaba desnuda frente a él, pero no le importaba.La boca de Pedro encontró su pulso en la base del cuello y ella echó la cabeza hacia atrás con una excitación casi insoportable.

–Dios, te deseo –murmuró Pedro deslizándole una mano entre las piernas y explorándola íntimamente.

–Por favor...

–Sí.

Sin vacilar, Pedro la levantó de modo que se vió obligada a enredar sus piernas alrededor de su cuerpo. Volvió a besarla con fiereza.Paula le puso las manos sobre los hombros y sintió el poder de su cuerpo y su fuerza mientras la recolocaba como si ella no tuviera voluntad, pero no le importó.Estaba perdida en la fuerza de las sensaciones que desataban juntos. Pedro la besó como si fuera el día del fin del mundo. Sus dedos le separaron los muslos y Paula sintió la punta suave de su pene contra ella y un instante después le notó dentro, caliente, duro y masculino. Gritó su nombre y se arqueó, recibiéndole profundamente, atendiendo a las demandas de su cuerpo.Y el cuerpo de Pedro lo exigía todo, lo tomaba todo hasta que ella alcanzó el orgasmo y lo arrastró consigo en una experiencia salvaje de exquisito placer.Se agarró de él con los ojos cerrados tratando de recuperar el aliento.Pedro la sujetó con un brazo mientras colocaba el otro en la pared que ella tenía detrás. Murmuró algo en italiano y apoyó la frente en el brazo.

–Madre de Dio, no era así como lo había planeado –levantó la cabeza y la miró con aquellos ojos sensuales y negros–. ¿Te he hecho daño? Te he clavado contra la pared...

–No lo recuerdo –se sentía mareada y débil–. Sigo de una pieza.

Sin contar con el corazón. Pero no iba a pensar en eso ahora. No tuvo tiempo de pensar en nada, porque Pedro la bajó al suelo y en cuanto la soltó le fallaron las rodillas. Él la sujetó y la atrajo hacia sí, pero eso implicó que volvieran a tocarse y lo que comenzó como un apoyo se convirtió rápidamente en seducción. No podían evitarlo. Pedro hundió la boca en su cuello. Ella le deslizó los brazos por los hombros y la atrajo hacia sí. Incluso después del explosivo clímax seguía duro y Paula exhaló un suave suspiro al sentir la fuerza de su erección.

–Pedro...

–Me estás volviendo loco –le deslizó una mano por el cuello y atrajo su boca hacia la suya. La besó con frenesí. Luego le puso la otra mano entre las piernas.

–La cama... –murmuró Paula apretándose contra él.

–Está demasiado lejos –devorándole la boca con la suya, la levantó del suelo.

Paula apenas fue consciente de los pétalos que había sobre la cama cuando él la colocó de espaldas de modo que quedó a horcajadas sobre él. Se inclinó hacia delante para besarle y la boca de Pedro jugueteó con la suya,atormentándola. Las manos de ella se hicieron más audaces y codiciosas,recorriéndole el plano vientre y acercándose más a la dureza de su virilidad. No había señal de que hubiera necesitado tiempo de recuperación, y cuando le puso las manos en las caderas y la atrajo hacia sí, ella se detuvo un instante retrasando el momento. Sintió su mirada ardiente clavada en ella y entonces empezó a moverlas caderas y lo tomó profundamente.

–Dios mío –Santo apretó las mandíbulas y la embistió.

Paula era la que debía tener el poder, pero no era así. Sintió su dureza dentro y el mordisco de sus dedos en los muslos y se dió cuenta de que era él quien tenía todo el poder. Pedro la controlaba. Y esta vez, cuando sus sentidos hicieron explosión, colapsó contra su pecho y sintió cómo la abrazaba con fuerza.

Enemigos: Capítulo 44

–Ha sido íntimo.

Paula no le estaba escuchando.

–Me he mordido la lengua cuando la prensa empezó a compararnos con Romeo y Julieta. He pronunciado mis votos y te he entregado a mi hijo. He hecho todo eso no porque sienta algo por tí, sino por él y porque he visto que ya te quiere. Estoy preparada para hacer todo eso por mi hijo y ser una madre simpática cuando estemos todos juntos, pero cuando estamos solos será diferente.

De pronto se sentía agotada y se llevó los dedos a la frente, haciendo un esfuerzo por contener tantas emociones.

–¿Sabes qué? Te respetaba por no fingir que esto era algo más que un matrimonio de conveniencia. De tu conveniencia, para ser exactos. Pero nunca hemos hablado de... pétalos de rosa –jadeó.

–Dios, ¿Puedes dejar la obsesión por los pétalos de rosa ?

–No necesito pétalos de rosa en mi vida, ¿Entendido? –estaba a punto de perder el control–. No importa cuántos pétalos encargues, nuestro matrimonio sigue siendo una farsa. Y ahora me voy a la cama. Y, si tienes alguna sensibilidad,tú dormirás en el sofá.

–Soy consciente de que soy un malnacido insensible, así que supongo que eso aclara la cuestión de dónde voy a dormir –aseguró–. Y no se te ocurra pensar en salir corriendo porque te traeré a rastras. Mírame.

Paula obedeció, y, si antes le costaba trabajo respirar, ahora era todavía peor.Cuando se miró en aquellos ojos oscuros y sensuales una parte de ella cobró vida.Estaba acostumbrada a controlar sus sentimientos. Lo había aprendido de niña.Solo una vez en su vida se dejó llevar, y había sido con aquel hombre. Aquella noche en la oscuridad, la noche en que concibieron a Baltazar.El brillo de sus ojos no dejaba lugar a dudas. Y ella no pudo disimular la instantánea respuesta de su cuero. Llevaba cociéndose desde la noche en que entró en su restaurante, pero ambos lo habían mantenido a raya.Ahora no había nada que rompiera aquella poderosa conexión. No se trataba de velas ni pétalos de rosa, sino de una fuerza elemental más poderosa que ambos. Pedro estaba muy quieto, y su inmovilidad solo sirvió para acrecentar la tensión porque Paula sabía cómo iba a terminar aquello.Se movieron al mismo tiempo, acercándose con una violencia cercana a la desesperación. Las manos de Pedro le sujetaron el rostro y la besó con fuerza.Ella le abrió la camisa. Y luego le deslizó los dedos por la piel y gimió contra su boca, levantándole el vestido. Dejaron de besarse el tiempo suficiente para que se lo sacara por la cabeza, y entonces chocó su boca contra la suya y le hundió las manos en la melena apretando su poderoso cuerpo contra el suyo mientras los dos se dirigían marcha atrás hacia la pared. Seguían besándose mientras Paula le bajaba frenéticamente la cremallera de los pantalones. Se los bajó y cerró la mano sobre su dura virilidad. Pedro soltó un gruñido salvaje mientras la desnudaba con manos osadas.

Enemigos: Capítulo 43

Esta vez se trataba de Federico, el hermano mayor de Pedro. A diferencia de Luciana, había estado frío con ella y Paula tenía la impresión de que no se lo iba a ganar con tanta facilidad como a ella.Amor de hermano, pensó aturdida. Ella nunca lo había experimentado. Su hermano era egoísta e irresponsable. Pedro apartó a regañadientes la mano de su cuello.

–Enseguida vuelvo –se dirigió hacia su hermano.

Paula aprovechó la distracción para marcharse. No tenía intención de esperar. La atmósfera resultaba sofocante. Y además, ¿Qué tenía Pedro planeado? ¿Un paseo romántico por la playa? Lo dudaba mucho.Unos focos de luz solar iluminaban el camino hacia la playa y Paula caminó rápidamente tratando de no pensar en que aquel era el lugar perfecto para un paseo de amantes. El sol se estaba poniendo y proyectaba un brillo de rubí por el oscuro horizonte. Habría sido el escenario idílico, pero le parecía tan inapropiado como el vestido de novia en seda color crema que Luciana había escogido para ella.Se acercó a la villa y se quedó un instante paralizada por la impresionante belleza de la enorme piscina y por la visión que la recibió. Estaba claro que habían preparado el lugar para una noche romántica. Las puertas estaban abiertas a la playa. Al lado de la cama había champán enfriándose, las velas brillaban por todas partes y habían desperdigado pétalos de rosa en el suelo en dirección al lujoso dormitorio.Podría haber soportado el champán y las velas, pero la visión de los pétalos de rosa fue lo que le formó un nudo en la garganta.Los pétalos de rosa indicaban romance, y allí no había nada de eso. Su relación no era romántica.Las emociones que habían ido creciendo en su interior desde que Pedro entró en su cocina por primera vez hicieron explosión. Para tratar de destruir aquella atmósfera, se arrodilló y empezó a recoger los pétalos con la mano.

–¿Qué diablos estás haciendo? –preguntó una voz masculina desde la puerta.

Pero Paula no alzó la vista.

–¿Tú qué crees?

Recoger las pruebas del retorcido sentido del humor de alguien.Antes de que pudiera seguir, Pedro la levantó del suelo.

–¿Qué tiene esto de retorcido?

–Es una burla –gimió–. Alguien está siendo deliberadamente cruel.

Pedro frunció el ceño sin entender.

–Yo dí instrucciones para que lo prepararan todo como en las lunas de miel y las escapadas románticas. Acabamos de casarnos, estamos de luna de miel.Hay ciertas expectativas. He planeado esto de un modo romántico porque no quiero que haya rumores que hagan daño a nuestro hijo.

Así que incluso los pétalos de rosa al lado de la cama eran por Baltazar. Todo era por él.

–Pero él no está aquí, ¿Verdad? Ni tampoco los periodistas. Así que podemos quitar los pétalos –a Paula le castañeaban los dientes.

–¿Qué importancia tienen unos cuantos pétalos?–Pedro le sujetó con más fuerza los hombros.–Precisamente por eso, no tienen ninguna importancia. No tienen cabida en nuestra relación, y, si no eres capaz de ver eso, entonces eres el hombre más insensible que he conocido –se apartó de él–. He pasado por esta farsa de boda aunque me hubiera gustado que fuera algo íntimo.

Enemigos: Capítulo 42

Paula no tuvo oportunidad de preguntarle nada más porque alguien se llevó a Luciana de allí hacia un grupo de primos y ella se quedó otra vez sola. Ahora estaba casada con uno de los hombres más ricos de Italia, pero le gustaría estar en la Cabaña de la Playa recogiendo después del servicio de la cena con la perspectivade darse un baño a primera hora de la mañana con su hijo. Habían acordado que Baltazar se quedaría a pasar la noche con Luciana y su familia, y la idea de estar sin él le provocaba un nudo en la garganta. De pronto sintió deseos de agarrar a su hijo y volver corriendo a su antigua vida, donde los sentimientos eran algo predecible yseguro. Pero tuvo que despedirse de él con un abrazo y ver cómo se marchaba con su nueva familia. ¿Era egoísta por su parte desear que se hubiera puesto algo nervioso al dejarla? ¿Estaba mal esperar que le hubiera abrazado un poco más en lugar de sonreír ante la perspectiva de pasar más tiempo con sus primas? ¿Era una cobardía lamentar no tenerle allí, ya que era la única barrera efectiva entre Pedro y ella?

–Estará bien, no te preocupes por él. Lu es una gran madre –aseguró Pedro apareciendo a su lado.

Pedro, que ahora era su marido en la pobreza y en la riqueza. Y desde luego era muy rico, pensó aturdida. A pesar de saber que la familia Alfonso era millonaria, seguía asombrada por el lujo de su nueva vida. Aquel era su hotel estrella y su cuartel general. Al final de la playa estaba Villa Afrodita, la joya de la corona. La familia la alquilaba de vez en cuando a estrellas del rock y miembrosde la realeza, pero durante las próximas veinticuatro horas les pertenecería a ellos, y la idea de estar a solas con Pedro en un lugar diseñado para el amor hacía que sintiera algo parecido al pánico. Durante las últimas semanas había estado tan ocupada cuidando de Baltazar y yendo al hospital que había logrado no enfrentarse a la realidad de su noche de bodas. Pero ahora...

–No había necesidad de que se fuera –Paula  mantuvo la mirada fija en la distancia, decidida a no mirarle–. Ni que estuviera entorpeciendo un momento romántico. Es absurdo convertir esto en algo que no es.

Su observación fue recibida con silencio. Paula le miró de rojo y se encontrócon unos ojos negros como la noche que brillaban con intención.

–¿De verdad te hubiera gustado que estuviera aquí cuando finalmente liberáramos esto que hay entre nosotros? –Pedro le deslizó la mano por detrás de la cabeza y atrajo su cara a la suya–. ¿Es eso lo quieres? –su voz estaba cargadade sensualidad–. Porque no tengo ninguna intención de contenerme. Lo llevo haciendo mucho tiempo y me está volviendo loco.

Paula se miró asombrada en aquellos ojos. Podía ver el brillo de la furia.Sentir el duro mordisco de sus dedos cuando se los enterró en el pelo. Y todo lo que Pedro sentía lo sentía ella también. ¿Cómo podía ser de otra manera? La química era tan poderosa que la atravesaba. Sintió cómo se derretía. Tal vez podrían haber terminado con todo allí mismo en la terraza si alguien no se hubiera aclarado la garganta a su lado.

Enemigos: Capítulo 41

Su abuelo sonrió, algo poco frecuente en él.

–Mira a Balta. Así es como debe jugar un niño.

Paula miró y vió a su hijo muerto de risa mientras su padre le agarraba de los tobillos y le ponía cabeza abajo. Sintió un nudo en el estómago.

–Espero que no le deje caer al suelo.

Su abuelo le dirigió una mirada de impaciencia.

–Te preocupas demasiado.

–Solo quiero que sea felíz.

–¿Y qué me dices de tí? ¿Eres felíz?

Era la primera vez que su abuelo le hacía aquella pregunta y no supo qué responder.Tendría que ser felíz por que Baltazar tuviera ahora a su padre y por que eleterno conflicto entre las dos familias hubiera tocado a su fin. Pero ¿Podía ser feliz un matrimonio donde solo había amor hacia el hijo en común?Su padre no ocultaba el resentimiento que sentía hacia sus hijos. Se había casado por la presión de su padre, el abuelo de Paula, y cuatro vidas habían resultado dañadas por su egoísmo.Pero Pedro no era como su padre, razonó. Estaba claro que sentía un amor incondicional hacia su hijo.

–Voy a regalarle la tierra como regalo de boda –su abuelo compuso una mueca–. ¿Satisfecha?

Ella sonrió débilmente.

–Sí. Gracias.

Su abuelo vaciló y luego le apretó la mano en una demostración de cariño sin precedentes.

–Has hecho lo correcto.

Sí, lo correcto para Baltazar. Pero ¿Y para ella? De eso no estaba tan segura.Finalmente los invitados empezaron a marcharse. Su abuelo, cansado pero menos gruñón de lo que le había visto en mucho tiempo, se marchó con las enfermeras y solo quedaron unos cuantos miembros de la familia.Sintiéndose sola en medio de los Alfonso, Paula se dirigió incómoda a la esquina más lejana de la terraza donde se habían reunido.

–Toma –Luciana le puso una copa de champán en la mano–. Tengo la impresión de que lo necesitas. Bienvenida a la familia. Estás espectacular. El vestido es perfecto –chocó su copa con la de Paula–. Por tu futuro, que va a estar muy bien a pesar de lo que estás pensando ahora mismo.

Paula se preguntó qué sabía. No estaba acostumbrada a confiar en la gente.Por otro lado, le agradecía a Luciana que hiciera tantos esfuerzos por ser amable.

–¿Tanto se me nota?

–Sí –Luciana estiró la mano y le apartó un mechón del hombro–. Sé que Pepe y tú tienen sus problemas. No me trago la historia que le ha contado a todo el mundo. Pero ahora que están casados todo va a salir bien. Conseguirán que funcione. Hay algo fuerte entre ustedes. Lo noté la mañana que fui a cuidar a Baltazar.

Se trataba solo de química sexual, y Paula sabía que no podía construirse un matrimonio con esa base.

–Está enfadado conmigo.

–Pepe es muy sentido –se limitó a decir Luciana–. Sobre todo con el tema de la familia, igual que Federico. Pero ahora tú formas parte de ella.

–En realidad no quería casarse conmigo –dijo sin pensárselo–. Soy irrelevante.

–¿Irrelevante? –Luciana se la quedó mirando un largo instante y luego sonrió–.Deja que te diga algo sobre mi hermano. No sé qué te habrán contado, pero es muy exigente con las mujeres y cree que el matrimonio es para siempre. No se habría casado contigo si no pensara que podría funcionar.

–No creo que haya pensado en nosotros en ningún momento. Todo esto es por Baltazar.

–Pero han creado a Baltazar juntos –afirmó Luciana con simpatía–. Así que debe de haber algo. Y desde luego tú no eres irrelevante. Se ha pasado toda la noche tratando de no mirarte.

–¿Te has dado cuenta? –murmuró humillada.

Pero Luciana sonrió.

–Es una buena señal. Tengo la sensación de que mi hermano se siente confundido por primera vez en su vida. Eso tiene que ser bueno.

–Yo me lo tomé como una señal de que le soy indiferente.

–No sé lo que siente, pero desde luego no es indiferencia.

lunes, 23 de octubre de 2017

Enemigos: Capítulo 40

–Sí lo estás. Te preocupa que vaya a engañarte, y eso demuestra que estás comprometida –aseguró adelantando a otro conductor–. Si me dijeras que tuviera aventuras, me preocuparía. Sé que tienes sentimientos fuertes y eso me gusta. Solo necesito convencerte para que los expreses. A partir de ahora está prohibido esconderse en la cabaña de pescadores. Y lo digo en sentido figurado y también literal.

Hacía años que no regresaba a aquella cabaña. En el pasado fue su refugio, su escondite secreto. Pero no había vuelto desde aquella noche.Pedro giró hacia la entrada de un precioso palazzo y Paula le miró sorprendida.

–¿Dónde estamos?

–En la casa de mi hermano Federico. Vas a escoger tu vestido de novia.Luciana está también aquí, así como Laura, la esposa de Fede. Te caerá bien. Es más tranquila que Lu.

–Se habían separado –Paula frunció el ceño tratando de recordar–. Lo leí en el periódico.

–Pero han vuelto con más fuerza que nunca. Tienen una hija, Sofía, que es de la misma edad que Delfi, la hija de Lu, y una hija mayor, Isabella, a la que adoptaron hace un año –Pedro apagó el motor–. Así que ya ves, la familia de Balta crece por momentos.

–Leí que iban a divorciarse.

–Ya no –Pedro sonrió mientras le quitaba el cinturón de seguridad–. Como te dije, cuando te casas con un Alfonso es para siempre. Recuérdalo.



Paula vivió la ceremonia de la boda diciéndose que se estaba casando por amor. No por amor a Santo, sino por amor a su hijo. Y las dudas que podía tener quedaron disipadas al ver la bienvenida que la numerosa y bulliciosa familia Alfonso le había dispensado a Baltazar. Estaba encantado con la atención, adoraba jugar con sus primos y no perdía a su padre de vista. Y ella no pudo evitare nternecerse con la madre de Pedro, que la abrazó con fuerza para darle labienvenida a la familia. No se guardaban nada, pensó. No racionaban el amor.La prensa, cansada del interminable pesar de la crisis económica, devoró aquella historia feliz. Gracias a los pocos y escogidos detalles proporcionados por la maquina publicitaria de los Alfonso, compusieron un cuento romántico que no guardaba ningún parecido con la realidad. Según la prensa, habían llevado surelación en secreto debido al conflicto entre sus familias, pero ahora la habíanhecho pública y los titulares decían: El amor puede con todo. Pero tal vez lo que más le gustó a la prensa fue ver a su abuelo y a Federico Alfonso estrechándose la mano y hablando largamente, acabando por fincon las hostilidades.

–Me preocupa que todo esto sea demasiado para tí, nonno –Paula  tomó asiento en una silla al lado de su abuelo–. Todavía estás convaleciente.

–No hagas un drama. Alfonso tiene a medio hospital de guardia –gruñó su abuelo–. ¿Qué puede ocurrir?

Pero Paula sabía que estaba impresionado por los cuidados y las atenciones de Pedro , y si ella no hubiera estado tan nerviosa al pensar lo que iba a ocurrir a continuación, también se hubiera sentido agradecida. Miró de reojo al hombre que ahora era su marido y sintió un escalofrío de emoción. Le parecía muy bien que dijera que el matrimonio era para siempre, pero aparte del momento en que intercambiaron los votos, no había vuelto a mirarla. Ni una vez. Era como si estuviera tratando de posponer el momento de enfrentarse a la realidad. ¿Qué sucedería cuando los invitados se marcharan y ellos se quedaran a solas?

Enemigos: Capítulo 39

Su tono ronco le puso muy nerviosa. O tal vez fueran una vez más sus palabras. El modo en que inyectaba cada palabra con una letal promesa. Bajo aquella capa de control presentía emociones más oscuras que las que Santopresentaba al mundo. Paula le había visto pasar de niño a hombre. Sin que él la viera, había observado cómo aprendía a hacer windsurf y a navegar. Admiraba aquella determinación suya que nunca le permitía dejar de hacer algo hasta que lo tuviera dominado. Y luego llegaron las mujeres. Chicas de cabello dorado que se pavoneaban por la playa con la esperanza de atraer la atención de alguno de los hermanos Alfonso.No era de extrañar que fuera tan seguro de sí mismo, pensó Paula. Nadie le había dicho nunca que no. Nadie había puesto en entredicho su supremacía. Y de pronto no pudo evitarlo.

–Tal vez tú no seas suficiente para mí –afirmó con voz pausada, decidida a jugar su propio juego–. Yo también tengo necesidades. Y son tan poderosas como las tuyas. Tal vez no seas capaz de satisfacerme.

Pedro alzó sus oscuras cejas, pero el tenue brillo de sus ojos sugería que no apreciaba la broma.

–¿Crees que no?

–No. No sé por qué los hombres piensan siempre que tienen el monopolio de las necesidades sexuales. Solo digo que tal vez sea yo quien tenga que buscar en otro lado.

Pedro detuvo el coche tan bruscamente que el cinturón de seguridad le dió un tirón. Sin hacer caso a la sinfonía de cláxones que sonaron detrás de ellos, se giró para mirarle y el corazón empezó a latirle con fuerza bajo su mirada, porque había desaparecido de ella el buen humor.

–No lo he dicho en serio –murmuró. Se dió cuenta de que había sido unaestupidez retarle de ese modo–. Me estabas desafiando y yo he hecho lo mismo.Por el amor de Dios, Pedro. Mi padre le fue infiel a mi madre durante todo su matrimonio. ¿De verdad crees que yo haría algo así?

Él aspiró lentamente el aire.

–No es una broma graciosa.

–No, pero... –Paula vaciló– ya que está conversación se ha vuelto seria, soy muy consciente de que vas a casarte conmigo por Balta, así que no puede decir seque nos haya unido el amor, ¿Verdad? No soy una chica dócil y obediente que vaya a quedarse sentada en una esquina mientras tú vas con otras mujeres. ¿Qué ocurrirá si te enamoras de alguien?

Pedro se la quedó mirando durante un largo instante antes de volver a centrarse en la conducción y desbloquear aquel tremendo tráfico.

–Me aburriría a los cinco minutos con alguien sumiso y obediente. No quiero que te quedes sentada en una esquina. Al ser mi esposa tendrás que destacar inevitablemente. Y aparte del pasado, te respeto como a la madre de mi hijo y eso es suficiente para unirnos. Y en cuanto a tu padre –endureció el tono–su comportamiento fue vergonzoso. Y nunca trataría de ese modo a la madre de mis hijos. No tienes que preocuparte. Y no tienes por qué estar celosa.

Humillada por haber revelado tanto, giró la cabeza y miró por la ventanilla,ajena a todo excepto a sus sentimientos. Se dió cuenta de no sabía siquiera dónde estaban.

–No estoy celosa.

Enemigos: Capítulo 38

–Mi equipo ha entrevistado y contratado a tres enfermeras con excelentes referencias para que se ocupen las veinticuatro horas de tu abuelo cuando esté en casa –Pedro se manejaba entre el tráfico con la pericia de un siciliano nativo–.Trabajarán por turnos para que tu abuelo nunca esté solo.

–No puedo permitirme esos cuidados.

–Pero yo sí. Y soy el que voy a pagarlos.

–No quiero tu dinero. Puedo cuidar yo misma de él.

–Aunque no fueras a casarte conmigo, sería una idea insostenible. No puedes cuidar de un niño, llevar un negocio y ser enfermera a tiempo completo.

–Mucha gente lo hace.

–Según mi experiencia, la gente que lo hace todo se pone en peligro de sufrir una crisis nerviosa –Pedro le tocó el claxon al coche que se había detenido delante de él para que bajara una persona–. Quiero una esposa, no un saco de nervios, así que contrataremos la ayuda adecuada y así te quedará energía paralas partes importantes.

–Supongo que por «partes importantes» te refieres a tu cama.

–Aunque te parezca extraño, no me refería a eso. Estaba hablando de la energía necesaria para cuidar de un niño pequeño. Pero sí, el sexo también te va a tener ocupada. Soy un hombre exigente, cariño. Tengo necesidades –el motor rugió cuando adelantó al otro coche cambiando de marcha–. Y, si vas a satisfacer esas necesidades, tendrás que dormir mucho.

Paula tenía la sensación de que la estaba provocando, pero no le conocía lo suficiente como para estar segura. Solo había utilizado palabras y sin embargo el deseo apareció con tal fuerza que la sobresaltó. Nunca se había sentido así con ningún otro hombre y no quería sentirlo con este.Como no quería pensar en sexo, cambió de tema hacia algo que él había comentado antes.

–Te has olvidado de algo. No me has hecho firmar ningún acuerdo prematrimonial.

Pedro se rió.

–No vamos a necesitarlo.

–No estés tan seguro. Eres un hombre muy rico. ¿No te da miedo que te quite hasta el último penique?

–Un acuerdo prematrimonial solo es necesario en caso de divorcio. Yo soy muy tradicional. Creo que el matrimonio es para siempre. No nos vamos a divorciar.

–Tal vez sí lo hagas. Quizá no encuentres muy entretenido estar casado conmigo.

–Siempre y cuando te centres en un entretenimiento en particular todo irá bien.

Paula decidió que la estaba provocando y le miró.

–Si te interesa tanto el sexo, ¿Cómo puedes estar seguro de que el matrimonio es lo tuyo? Puede que te vuelvas loco al estar solo con una mujer.

–¿Has estado leyendo lo que ha escrito la prensa sobre mí? –la miró divertido–. Puedes estar tranquila, no tienes motivos para sentirte celosa. Tengo intención de centrar toda mi atención en tí, querida.

Enemigos: Capítulo 37

Si Paula  se humedecía los labios ahora, le tocaría. Y sabía lo que sentiría.Aunque habían pasado más de tres años, no lo había olvidado.

–Sí. Vamos a hacerlo bien. Tenemos... tenemos que conocernos mejor.

–Yo ya sé muchas cosas de tí –aquella boca sensual tenía la suya prisionera–. Tal vez no sepa cómo te gusta el café, pero sé otras cosas. ¿Quieres que te lo recuerde?

–No.

 No necesitaba que se lo recordaran. No había olvidado nada. Ni cómo sabía Pedro ni cómo la tocaba. Y ahora le había abierto la puerta a aquellos recuerdos y sintió cómo se derretía, cómo el calor de su excitación se derramaba por su cuerpo. Pedro le sujetó el rostro con una mano. Eran los mismos dedos que sabía cómo volverla loca.

–¿Segura? Porque, si esto va a funcionar para Balta, tiene que funcionar también para nosotros –la boca de Pedro estaba a un milímetro de la suya–.Tengo que llegar a saberlo todo de tí, sobre todo lo que ocultas. Y tú tienes que conocerme a mí entero, cariño. Entero.



Durante los siguientes días Paula fue testigo de toda la potencia y la fuerza de la maquinaria Alfonso. Su abuelo fue trasladado a una habitación privada para pasar la convalecencia. Su milagrosa recuperación había que atribuirla a la rápida intervención de Pedro, pero también a sus asombrosas ganas de vivir. Y esas ganas de vivir, según creían los médicos, provenía de su deseo de ver a su nieta casarse. Y Pedro alimentaba aquella determinación manteniéndole al día de los planes de boda... planes en los que Paula tenía muy poco que decir.

–Si tienes algún requerimiento dímelo –dijo Pedro una mañana cuando volvían del hospital–. Nos casaremos en el Alfonso Spa Resort, nuestro mejor hotel. Tiene licencia para celebrar bodas y está en un enclave muy bonito, justo enla playa. Mi intención es que sea algo íntimo.Por supuesto. No se trataba de una boda para celebrar por todo lo alto,¿Verdad?

–Me gustaría invitar a Bruno y a Giuliana.

Pedro se puso algo tenso al escuchar el nombre de Bruno. Paula esperaba que se negara, pero asintió.

–Sí. Son una parte importante de la vida de Balta. Deben estar allí. Yo me encargo.

Se estaba encargando de todo. O mejor dicho, su equipo. Había sido su insistencia en que uno de sus mejores chefs se ocupara de la Cabaña de la Playa lo que le había permitido a Paula pasar con su abuelo todo el tiempo que necesitaba aquellos días. Quería enfadarse con él por haberse adueñado de la situación, pero lo cierto era que Pedro había convertido un momento angustioso y terrible en lo más llevadero posible para ella. Gracias a él su abuelo se estaba recuperando, su negocio estaba a salvo y su hijo felíz.Y cada vez que dudaba sobre su decisión no tenía más que ver cómo se portaba con Baltazar.

Enemigos: Capítulo 36

Luciana se inclinó paradecirle algo en italiano a la niña, que miró a Baltazar y decidió que podía jugar con él.Así que se lo llevó al salón y dejó a los adultos a solas.

–¿Ves? Ya se han hecho amigos –Luciana salió tras ellos–. Les vigilaré –una vez en la puerta les miró de reojo–. Así podrán hablar de los detalles de la boda.Una cosa, Pepe: por muy precipitada que sea una boda, una mujer tiene que estar guapísima, así que deberías llevar a Paula de compras. O mejor todavía,déjame tu tarjeta y yo la llevaré porque todos sabemos que tú odias ir de compras.

La expresión de Pedro pasó de irritada a peligrosa.

–Tu ayuda con Balta es bienvenida. Tu injerencia en otros aspectos de mi vida, no.

–Solo porque lo hayan hecho en el orden incorrecto no significa que no pueda ser algo romántico –insistió Luciana–. Una mujer quiere algo romántico el día de su vida. No lo olvides.

Desapareció para supervisar a los niños y Paula se quedó con la cara ardiendo.¿Romanticismo? ¿Qué tenía de romántico que un hombre se viera obligado a casarse con una mujer que ni siquiera le caía bien? Pedro se acabó el café y dejó la taza con fuerza sobre la mesa.

–Disculpa a mi hermana –murmuró–. Todavía no ha aprendido dónde están los límites. Pero nos facilita mucho que hoy cuide de Balta.

No había absolutamente nada que pudiera facilitar aquella situación. La tensión entre ellos era como una tormenta oscura preparándose. Pedro la miró fijamente.

–Me alegro de que se haya llevado a Balta porque tenemos que hablar.

Paula pensó en los besos y los abrazos que le había dado Pedro a su hijo.Pero él interpretó su silencio como una negativa.

–Puedes poner todos los obstáculos que quieras entre nosotros –aseguró–.Los derribaré todos. Puedes decir que no de mil modos y yo encontraré mil modos de decirte que estás equivocada.

–No estoy diciendo que no.

–¿Scusi?

–Estoy de acuerdo contigo. Creo que, si nos casamos, será lo mejor para Balta–no hablaba con tono muy firme–. Anoche no estaba segura de ello, pero esta mañana los he visto juntos y bueno... Creo que sería lo mejor para él.

Oh, Dios, ya lo había dicho. ¿Y si se había equivocado? Se hizo el silencio entre ellos.

–Entonces, ¿Estás haciendo esto porque crees que es lo mejor para Balta?

–Por supuesto, ¿Por qué si no?

Pedro cruzó la cocina hacia ella. Paula hizo un esfuerzo por no moverse esperando que se detuviera, pero no lo hizo hasta que la tuvo acorralada contra la pared. Él apretó las mandíbulas y puso una mano en cada lado para bloquearle la salida. Estaba atrapada en un muro de músculos duros ytestosterona y como no quería mirarle clavó la vista en su pecho desnudo. Fue unerror, porque todo en él le recordaba a aquella noche. No necesitaba un primer plano de su pecho para saber lo fuerte que era. Había sentido aquella fuerza.¿Por qué diablos no se había puesto una camiseta? Sintió que le mundo se difuminaba a su alrededor. Olvidó que estaba en su cocina. Se olvidó de su abuelo en el hospital y de los grititos de alegría de su hijo, que estaba jugando en elsalón. Se olvidó de todo.El mundo se redujo a aquel hombre.

–Mírame –le ordenó Pedro.

Ella alzó la vista y la mirada que compartieron abrió la puerta a algo oscuro que había enterrado en lo más profundo de su ser. Algo que no se atrevía a examinar por miedo.Lo que sentía por él.Se quedó mirando jadeando aquellos ojos oscuros que cambiaban de color según su estado de ánimo.

–Esto no se trata solo de Balta. Necesito que lo sepas porque no quiero a una mártir en mi cama –inclinó la cabeza colocándole la boca lo más cerca posible de la suya pero sin tocarla–. Si hacemos esto, tenemos que hacerlo bien.

viernes, 20 de octubre de 2017

Enemigos: Capítulo 35

–De acuerdo, iremos juntos. Pero tengo que llamar a Bruno y pedirle que recoja a Balta.

El cambio en Pedro fue instantáneo. Desapareció cualquier atisbo de humor en él y se le oscureció la mirada.

–No vas a llamar a Bruno.

–No quiero que Balta esté en el hospital.

–Estoy de acuerdo. Por eso lo he arreglado para... –se detuvo cuando ambos escucharon un ruido en la entrada del departamento.

–¿Pepe? –canturreó una voz femenina. Una chica muy guapa de cabello oscuro entró con seguridad en la cocina y lo besó ruidosamente a –. Eres unchico muy malo –ronroneó dándole una palmadita en la cara.

Paula se quedó petrificada en el sitio al ver a aquella criatura tan bella interactuar con tanta familiaridad con Pedro . Y para colmo él no parecía siquiera avergonzado. Se limitó a sonreír a la joven y a besarla en ambas mejillas.

–Ciao, bellissima.

Herida por su falta de sensibilidad, Paula se puso de pie bruscamente y estaba a punto de agarrar a su hijo y dejarles solos cuando la mujer se giró hacia ella. Y de pronto la abrazó con efusividad.Nadie la abrazaba nunca aparte de Balta. Se quedó rígida por el shock,pero antes de que pudiera imaginar quién era aquella mujer, la soltó y centró su atención en Balta, llenándole de besos y hablándole en italiano.El niño parecía encantado con la atención y respondió a la mujer congorgojeos y risas. Paula quería arrancar a su hijo de los brazos de aquella mujer, que sin duda era una de las muchas amantes de Pedro. Estaba a punto de hacer un comentario desagradable cuando una niña un poco mayor que Baltazar entró en lacocina y se agarró a las piernas de Pedro.

–¡Aúpa!

–Supongo que quieres decir «aúpa, por favor», pero tus deseos son órdenes para mí –Pedro subió a la niña en brazos y miró a la mujer–. Gracias por venir.

–Es un placer –la morena dejó a Balta en el suelo con un sonrisa, puso el bolso en una silla y miró a Paula–. Siento mucho lo de tu abuelo. Debes de estar muypreocupada, pero ese hospital es estupendo. Y no tienes que preocuparte por Baltazar. Yo cuidaré de él hasta que podáis recogerle. Estoy deseando conocerle mejor.

Paula sintió una oleada de furia. ¿Pedro esperaba que dejara a su hijo con una de sus amantes?

–De ninguna manera voy a...

–Lu es mi hermana, ¿Sabes? Luciana Alfonso. Aunque ahora ya no se apellida así desde que se casó con Daniel–la interrumpió Pedro dejando a laniña en el suelo–. Y esta es Delfina, su hija. La prima de Balta.

¿Prima? Paula miró asombrada a Luciana, que también la miró.

–No te había reconocido –murmuró Paula.

–Oh, no, entonces habrás pensado... –Luciana se encogió de hombros–. Qué horror. Por cierto, Daniel está estacionando. Hemos pensado que sería mejor llevarnos a Baltazar a casa porque allí están todos los juguetes de Delfi y será más fácil –captó la mirada angustiada de Paula y sonrió–. Sé que estás pensando que no puedes dejarle con una desconocida. Yo pensaría lo mismo en tu lugar. Pero se lo va a pasar mejor con nosotros que en un hospital o aquí. El departamento de Pedro es una trampa mortal. Pueden pasar el tiempo que necesitéis en el hospital y luegoir a cenar o algo así. Algo romántico. No tengan prisa.

–¡Dios mío, toma aire, Lu! –Pedro miró a su hermana con desesperación–. Deja hablar a los demás.

–Bueno, nadie está diciendo nada –le espetó ella molesta.

–¿Acaso hemos tenido oportunidad? No sé cómo Daniel te aguanta. Yo te habría estrangulado ya.

–Yo te habría estrangulado a tí primero –Luciana se giró hacia Paula–. No dejes que te amedrente. Enfréntate a él. Es la única manera de lidiar con Pedro, sobre todo cuando se pone a amenazar. Te ví alguna vez de pequeña en la playa, pero está claro que no te acuerdas de mí.

Sí que se acordaba. Pero no la había reconocido, y ahora no sabía qué decir. ¿Qué sabía Luciana? ¿Qué le había contado exactamente Pedro a sufamilia? Tendría que haber sido un momento incómodo.

Enemigos: Capítulo 34

–Mamma –Baltazar la había visto y extendió los brazos hacia ella.

Mientras levantaba a su hijo en brazos, Paula miró a Pedro y vió un brillo en sus ojos. De pronto fue consciente de que ni siquiera se había peinado antes de entrar precipitadamente en la cocina. Había algo inadecuado en saludarle con el pelo alborotado que le caía sobre los hombros y sin llevar puesto nada más aparte de la camisa que él le había dejado. El atuendo sugería una intimidad que no existía entre ellos, y ella se sonrojó cuando él deslizó la mirada por su cuerpo y la clavó en sus piernas desnudas.

–Buongiorno –dijo con naturalidad, como si aquella fuera una escena que se repitiera todas las mañanas–. ¿Hablas con Balta en italiano?

–No, mi abuelo le habla en italiano –respondió ella dejando al niño otra vez en la silla.

–Entonces yo también lo haré –aseguró Pedro asintiendo–. Lo he hecho esta mañana y me ha parecido que me entendía. Es muy inteligente –miró con orgullo a su hijo mientras se levantaba.

La tela de los vaqueros se le ajustaba a las fuertes piernas y Paula vió cómo los músculos de la espalda desnuda se le marcaban cuando sacaba una taza delarmarito. Todo en él resultaba inconfundiblemente masculino. Era el hombre más atractivo que había conocido en su vida, y eso hacía la situación más difícil. Pedro clavó la mirada en la suya mientras le preparaba el café. Le brillabanlos ojos como si le hubiera leído el pensamiento. Desesperada por romper aquella conexión,  dijo lo primero que se le pasó por la cabeza.

–Me he quedado sin batería. ¿Puedo utilizar tu teléfono para llamar al hospital?

La sonrisa burlona de sus labios indicaba que sabía que no estaba pensando en teléfonos ni en hospitales. Ni tampoco él. Estar juntos en la misma habitación creaba algo tan intenso que casi se podía tocar.

–Ya he llamado –Pedro le puso el café en la mesa sin preguntarle cómo lo tomaba–. Tu abuelo ha pasado buena noche. Sigue dormido. El médico estará en el hospital en media hora. Le he dicho que le veremos allí.

Paula vió cómo Baltazar se bajaba de la silla y se abrazaba a las piernas de su padre. Pedro lo tomó en brazos.

–Ahora entiendo por qué estabas tan preocupada anoche. Es extremadamente activo.

–Pero lo manejas muy bien –se apresuró a señalar ella–. Así que puedes quedarte con él mientras yo voy al hospital –necesitaba un respiro del estrés constante que suponía estar con él.

Sobre todo necesitaba un respiro de aquel constante asalto a los sentidos.El corazón le latía con demasiada fuerza.Pedro dejó a Baltazar en el suelo.

–Voy a ir contigo.

–Preferiría ir sola.

–Ya lo sé –sus ojos brillaron burlones–. Preferirías ir sola a todas partes,pero no aprenderás a comportarte de forma distinta si no practicas, así que puedes empezar esta mañana. Iremos juntos.

Paula se quedó mirando la taza de café.

–¿Tienes leche? Me gusta tomar el café con leche. No es que esperara que lo supieras, porque en realidad no sabes nada de mí. Ni yo tampoco de tí. Y por eso me resulta tan ridículo todo esto.

Pero ya no lo afirmaba con el acaloramiento de la noche anterior. Ya no estaba tan segura.

–Deja de pelearte. Voy a ganar yo.

Paula suspiró.

Enemigos: Capítulo 33

No iba a casarse con él. Sería un error. Cuando se calmara se daría cuenta. Llegarían a un acuerdo para compartir a Baltazar. Y tal vez pudieran pasaralgo de tiempo los tres juntos. Pero no era necesario formar un vínculo legal.La preocupación por su abuelo se mezcló con la preocupación por su hijo y Paula  se acurrucó en la cama, pero no encontró descanso con el sueño. Tuvo pesadillas en las que veía a su madre acorralada en una esquina de la cocinatratando de encogerse lo más posible mientras su marido perdía el control. Y luego la vió marchándose y dejando atrás a su hija de ocho años. «Si te llevo conmigo, vendrá a buscarme». Después se viço al lado de su abuelo mientras enterraban a su padre tras el accidente de barco que le había costado la vida,sabiendo que se suponía que tenía que estar triste.Cuando se despertó se vió sola en la cama. La punzada de miedo dió paso a un breve instante de alivio al escuchar a Baltazar riéndose. Entonces recordó queno estaban en casa, sino en aquella trampa mortal que era el departamento de Pedro.

Salió a toda prisa del dormitorio medio tropezándose por las prisas para ir a buscar a su hijo, dispuesta a liberarle del peligro.Esperaba encontrarse a Baltazar trepando por un armarito de la cocina ometiendo los dedos en algún aparato eléctrico de última tecnología, pero se lo encontró sentado en una de las sillas de la moderna cocina de Pedro viendo cómo su padre cortaba un bizcocho en trozos. Paula se detuvo en el umbral, aliviada y asombrada con lo que estaba viendo.Aunque fuera su padre, Pedro era un desconocido para Baltazar. Un desconocido alto y fuerte que estaba de un humor peligroso desde que descubrió inesperadamente que tenía un hijo. Dió por hecho que esa rabia se revelaría en su interacción con el niño, pero Balta no solo parecía cómodo, sino muy entretenido y encantado con la atención masculina que estaba recibiendo junto con el desayuno.

Pedro tenía el pelo mojado, lo que significaba que no hacía mucho quehabía salido de la ducha. Estaba descalzo y no llevaba camisa, solo unos vaqueros que se debía de haber puesto a toda prisa, incapaz de terminar devestirse antes de que Luca exigiera su atención. Pero el cambio auténtico noestaba en su falta de ropa, sino en el modo en que se estaba comportando. No había ni rastro del intimidante hombre de negocios que se había pasado el día anterior dando órdenes. El hombre que estaba entreteniendo a aquel niñ opequeño era cálido y cercano, y sonreía con indulgencia mientras le daba golpecitos a los dedos llenos de mantequilla del pequeño. Parecía como si lo hiciera todas las mañanas. Como si formara parte de su rutina diaria.Mientras ella observaba, Pedro se inclinó y besó a Baltazar. El niño se rió y él volvió a besarle.Los ojos de Paula se llenaron de lágrimas y tuvo que apoyarse en el quicio de la puerta para sostenerse.

Al verles se le encogió el corazón. Baltazar nunca había tenido algo así. Nunca había conocido el amor de un padre. Sí, le había rodeado de una «familia». Pero algún día Giuliana se marcharía, Bruno se casaría y la «familia» de Balta se dispersaría.El día anterior estaba convencida de que casarse con Pedro sería perjudicial para su hijo. No veía en qué podría beneficiarle verse obligado a vivir con dos personas cuya única conexión era el hijo que tenían en común. Pero por supuesto que había un beneficio, y lo estaba viendo ahora mismo.Si se casaban, Balta tendría a su padre. No en momentos concertados previamente, sino siempre.Pedro todavía no la había visto, le estaba hablando a su hijo en italiano. Paula contuvo la respiración cuando Balta respondió en el mismo idioma y experimentó una punzada de orgullo mezclado con algo que no supo reconocer. Se le formó un nudo en la garganta cuando Pedro se inclinó para volver a besar a su hijo,indiferente a los dedos llenos de mantequilla que le agarraron del pelo. Paula  no recordaba que su padre le hubiera dado nunca un beso, desde luego su abuelo no.

Enemigos: Capítulo 32

Se hizo un incómodo silencio.

–Yo nunca he dicho eso.

–No, pero lo has pensado. Y tu abuelo también. Dices que no me conoces,así que te voy a decir algo sobre mí. No se me dan bien los trasfondos ni la gente que oculta lo que piensa, y desde luego no voy a alimentar esa maldita rencilla con la que los dos hemos crecido. Termina aquí y ahora –aseguró con determinación–.Y, si lo que me has dicho esta mañana es verdad, supongo que tú también quieres lo mismo.

–Por supuesto. Pero podemos acabar con ese rencor sin necesidad de casarnos. Hay muchas formas de ser familia.

–Para mí no. Mi hijo no crecerá yendo de un padre a otro. Nunca hemos hablado de esa noche, así que hagámoslo ahora. Quiero que me digas lo que piensas con sinceridad. Me culpas de que tu hermano se llevara mi coche. Y sin embargo sabes lo que sucedió. Estaba contigo. Y teníamos otras cosas en mente,¿No es verdad?

–Nunca te he culpado.

Pedro esperó a que elaborara más la respuesta, pero por supuesto no lo hizo. Su incapacidad para atravesar sus barreras le desesperaba porque no le gustaba fallar. Apretó las mandíbulas y suspiró.

–Es tarde y has tenido una noche horrible. ¿A qué hora se despierta Baltazar?

–A las cinco.

Era la hora a la que él solía levantarse también para ir a trabajar.

–Si no vas a comer nada, entonces vete a la cama. Te dejaré una de mis camisas.

Una leve sonrisa rozó los labios de Paula.

–Entonces, ¿No tienes un armario lleno de camisones de seda para las invitadas que se quedan a pasar la noche?  El mundo se sentiría decepcionado si lo supiera.

–No le pido a las invitadas que se queden a dormir. Pueden echar raíces con rapidez –la miró fijamente–. Por esta vez te dejo batirte en retirada.Aprovéchalo porque cuando estemos casados no podrás ocultarte. De eso puedes estar segura.

–No vamos a casarnos, Pedro.

–Ya hablaremos de eso mañana. Pero mantengo todo lo que te dije en el despacho. Admiro tus esfuerzos por crear para Baltazar la familia que no tenías, pero mi hijo no necesita empleados pagados que cumplan con ese papel. Él tiene una familia real. Es un Alfonso, y cuanto antes lo hagamos legal, mejor para todos.

–¿De verdad? –la voz de Paula pareció recuperar fuerzas–. ¿De verdad crees que es mejor para él crecer con unos padres que no se conocen el uno al otro?

Pedro apretó los labios.

–Vamos a conocernos, querida. Vamos a intimar todo lo que pueden intimar un hombre y una mujer. Voy a derribar esas barreras que has construido. Y ahora vete a dormir. Vas a necesitar estar descansada.

«Vamos a intimar todo lo que pueden intimar un hombre y una mujer».¿Qué tenía de íntima aquella frase fría y carente de sentimiento? Pedro estaba furioso. ¿Cómo pensaba que iban a llegar a alcanzar ninguna intimidad en aquellas circunstancias?

Enemigos: Capítulo 31

–Cuando te escondías en la cabaña de pescadores siempre llevabas la misma comida.

–No quería tener que volver a casa para comer.

–No querías volver a tu casa para nada.

–Es verdad –Paula se rió con tristeza y apartó el plato–. Esto es ridículo, ¿No te parece? Lo único que tú sabes de mí es que me gusta el queso de oveja con aceitunas, y lo único que yo sé de tí es que te gustan los deportivos y rápidos. Y aún así estás sugiriendo que nos casemos.

–No lo estoy sugiriendo. Insisto en que nos casemos. Tu abuelo lo aprueba.

–Mi abuelo está chapado a la antigua, yo no –le miró a los ojos–. Dirijo un negocio de éxito. Puedo mantener a mi hijo. No ganaríamos nada casándonos.

–Baltazar ganaría mucho.

–Viviría con dos personas que no se quieren. ¿Qué tiene eso de bueno?Me estás castigando porque estás enfadado, pero al final serás tú quien acabe sufriendo. No somos compatibles.

–Sabes que somos compatibles en lo que importa –aseguró Pedro con voz ronca–. En caso contrario no nos veríamos en esta situación.

A Paula se le sonrojaron las mejillas.

–Tal vez seas siciliano, pero eres lo bastante inteligente como para no pensar que un matrimonio solo necesita buen sexo.

Pedro se sentó frente a ella.

–Supongo que debería estar agradecido de que al menos reconozca que fue sexo del bueno.

–Es imposible hablar contigo.

–Al contrario, es muy fácil. Digo lo que pienso, y eso ya es más de lo que tú haces. No toleraré el silencio, Paula. El matrimonio es compartir. Todo. No quiero una mujer que no comparta sus sentimientos, así que dejemos esto claro desde el principio. Lo quiero todo de tí. Todo lo que eres me lo vas a dar.

Estaba claro que Paula no esperaba aquella respuesta por su parte porque palideció.

–Si eso es lo que quieres, entonces está claro que necesitas una mujer diferente.

–Tú te has forzado a ser así. De ese modo has sobrevivido y te has protegido a tí misma. Pero en el fondo no eres así. No me interesa la dama de hielo. Lo que quiero es la mujer que tuve en mi cabaña aquella noche.

–Esa no era yo –murmuró Paula.

–Claro que sí. Durante unas horas perdiste el control de la persona que has construido. Era tu verdadero yo, Paula. Lo que es fingido es el resto.

–Aquella noche fue todo una locura –Paula se retorció las manos–. No sé cómo empezó, pero sí sé cómo terminó.

–Terminó cuando tu hermano me robó el coche y se estrelló contra un árbol–Pedro confiaba en que el enfoque directo la sacaría de su rígido control, pero ni siquiera aquel brusco comentario penetró el muro que había construido a su alrededor.

–Era demasiado rápido para él. Nunca había conducido nada semejante antes.

–Ni yo tampoco –afirmó Pedro con frialdad–. Me lo habían entregado dos días antes.

–Qué comentario tan tremendamente insensible y falto de tacto.«Entonces demuestra alguna emoción».

–Tan insensible y falto de tacto como la implicación de que yo fui en cierto modo responsable de su muerte.

miércoles, 18 de octubre de 2017

Enemigos: Capítulo 30

–No te preocupes por el bienestar de mis sofás blancos. Mi sobrina ya ha derramado sobre ellos todo tipo de sustancias. No me importa. La gente es más importante que las cosas.

–Estoy de acuerdo. Y no estoy pensando en tus sofás, sino en Balta.Concretamente en el escalón que rodea el salón. Es una trampa para un niño que está empezando a andar. Se va a caer.

Pedro alzó las manos en gesto de rendición.

–Así que este lugar no está hecho para un niño, lo acepto. Ya lidiaré con ello.

–¿Cómo? No puedes cambiar el departamento, ¿Verdad?

–Si es necesario, lo haré. Y mientras tanto le enseñaré a tener cuidado con el escalón.

Pedro trató de ocultar su exasperación. Por muy enfadado que estuviera,era consciente de que Paula acababa de vivir las veinticuatro horas más estresantes de su vida, y sin embargo no había mostrado ninguna emoción. Estaba aterradoramente tranquila. La niña pequeña que se había negado a derramar una lágrima se había convertido en una mujer con la misma restricción emocional. La única señal de que estaba sufriendo era la rígida tensión de sus estrechos hombros.

–¿Siempre eres así? No me extraña que Balta sea un manojo de nervios viviendo contigo.

–Primero me acusas de no cuidar bien de tu hijo y luego de ocuparme demasiado de él. Ponte de acuerdo –Paula agarró un fino jarrón de cristal y lo subió a un estante más alto.

–No te estoy acusando de nada. Solo digo que estás exagerando.

–Tú no tienes ni idea de lo que es vivir con un niño que empieza a andar.

Sus palabras hicieron estallar algo dentro de él.

–¿Y de quién es la culpa? –Pedro se dirigió hacia la cocina para no decir algo de lo que luego pudiera arrepentirse.

–Lo siento –dijo la voz de Paula desde el umbral.

–¿Qué sientes? –Pedro abrió un armarito–. ¿Haber mantenido a mi hijo lejos de mí o dudar de mi capacidad como padre?

–No dudo de tu capacidad. Solo estaba señalando los peligros que puede tener un niño de esa edad en un departamento de soltero.

Paula tenía un aspecto imposiblemente frágil allí de pie con el cabello cayéndole en suaves ondas sobre los hombros. Pedro no quería sentir nada más que ira, pero era consciente de que sus sentimientos resultaban mucho más complicados. Sí, la ira estaba allí, y también el dolor. Y con ellos se mezclaba algo mucho más difícil de definir pero igual de poderoso.

–Tenemos que comer, Paula–dijo sacando unos platos–. ¿Qué te preparo?

–Nada, gracias. Creo que me voy a ir a acostar. Dormiré con Balta. Así nose asustará cuando se despierte.

Pedro colocó un trozo de pan fresco en el centro de la mesa.

–¿Quién está asustado, querida, él o tú? –la miró con intención–. ¿Crees que, si no duermes en su cama, tendrás que dormir en la mía?

Paula clavó sus ojos verdes en él y se le sonrojaron las mejillas. Pedro se acercó a la nevera, abrió la puerta y pensó que debería meter todo el cuerpo dentro. Le daba la sensación que aquella sería la única manera de enfriarlo. Sacó un plato de queso de oveja con aceitunas y lo puso sobre la mesa.

–Come –le ordenó.

–Ya te he dicho que no tengo hambre.

–Tengo por norma resucitar solo una persona al día, así que come a menos que quieras que te alimente por la fuerza –cortó una trozo de pan, añadió el queso, puso por encima una cuentas aceitunas y empujó el plato hacia ella–. Y no me digas que no te gusta. De las pocas cosas que sé de tí es que te gusta el queso de oveja.

Paula frunció ligeramente el ceño mientras miraba el plato y luego otra vez a él. Pedro suspiró.

Enemigos: Capítulo 29

–Le traeré aquí y le acomodaré en esa butaca. Tú puedes irte a casa.Vendrá Giuliana y tengo que llamar a Bruno para pedirle que me cubra mañana.

Pedro sintió una irracional oleada de rabia.

–No hace falta. Ya he arreglado eso. Mi equipo se ocupará de llevar la Cabaña de la Playa por el momento.

Paula se puso tensa.

–¿Te estás aprovechando de la situación para hacerte con el control de mi negocio?

Pedro se contuvo.

–Tienes que dejar de pensar como una Chaves. Esto no es una cuestión de venganza. No quiero quedarme con tu negocio, solo quiero asegurarme de que siga en pie cuando vuelvas a casa. Pensé que no querrías dejar la cabecera de tu abuelo para cocinar calamares para unos desconocidos.

Paula palideció.

–Lo siento –volvió a dirigir la mirada hacia su abuelo–. Te lo agradezco. Es que dí por hecho que...

–Deja de dar cosas por hecho –su fragilidad le descolocaba. Y no era lo único que le resultaba incómodo. La respuesta de su cuerpo resultaba igualmente perturbadora. Lo que sentía era completamente inadecuado dada la situación–. Ya no puedes hacer nada más aquí por esta noche. Tu abuelo se va a dormir y, si te vienes abajo, no servirá de ayuda para nadie. Nos vamos. Le diré al personal que me llamen si hay algún cambio.

–No puedo marcharme. Si algo ocurriera, estaría demasiado lejos de aquí para volver.

–Mi departamento está solo a diez minutos. Si ocurre algo, yo te traeré. Si nos vamos ahora, todavía podrás dormir un poco y mi hijo se despertará en una cama.

Había estado tratando de no pensar en aquel lado de las cosas, dejando a un lado sus sentimientos para mantener el equilibrio en una situación que solo podía describirse como difícil. Tal vez fuera la lógica del argumento o la utilización de la expresión «mi hijo». En cualquier caso, Paula dejó de discutir y salió con él hacia el coche.Diez minutos más tarde Baltazar estaba acostado en el centro de una inmensa cama doble en una de las habitaciones libres. Pedro observó cómo Paula colocaba unos cojines en el suelo al lado de la cama.

–¿Qué estás haciendo?

–A veces se gira. No quiero que caiga sobre el suelo de cerámica –murmuró ella–. ¿Tienes un intercomunicador para bebés?

–No. Deja la puerta entreabierta, así podremos oírle si se despierta –Pedro salió de la habitación.

Paula le siguió recorriendo todos los detalles del departamento con la mirada.

–¿Vives solo?

–¿Crees que tengo mujeres escondidas debajo del sofá?

–Solo digo que es muy grande para una sola persona.

–Me gusta el espacio y las vistas. Los balcones dan a la parte antigua de laciudad. ¿Qué te preparo de comer?

–Nada, gracias –cansada y tensa, Paula se acercó a las puertas que daban al balcón y las abrió–. ¿No las tienes cerradas?

–¿Te preocupa mi seguridad?

–Me preocupa la seguridad de Balta–mordiéndose el labio, se asomó y deslizó el dedo por la barandilla de hierro–. Esto es un auténtico peligro. Balta tiene dos años. Su pasatiempo favorito es trepar. Se sube a todo lo que encuentra.Vamos a tener que cerrar con llave las puertas de los balcones.

Paula estaba siendo brusca, pero cuando pasó por delante de él, Pedro aspiró el aroma de su cabello. Siempre olía a flores.Molesto consigo mismo por dejarse distraer tan fácilmente,  la siguió al interior del departamento. Esta vez ella clavó la mirada en el enorme salón que formaba el eje central del lujoso departamento.

Enemigos: Capítulo 28

–Nonno –trató de mirarle a los ojos para tranquilizarle, pero su abuelo no la estaba mirando a ella. Estaba mirando a Pedro.Y Pedro no apartó la vista ni parecía en absoluto incómodo.

–Nos has dado un buen susto –murmuró acercándose a la cama conseguridad.

–Alfonso–la voz de su abuelo sonaba débil y temblorosa–. Quiero saber cuáles son tus intenciones.

Se hizo un largo silencio y Paula le dirigió a Pedro una mirada suplicante, pero él no la estaba mirando. Dominaba la sala. El poder de su cuerpo atlético suponía un cruel contraste con la fragilidad del hombre que estaba en la cama.

–Tengo la intención de ser un padre para mi hijo.

El tiempo se detuvo. Paula no podía creer que hubiera dicho aquello.

–¡Ya era hora! –los ojos de su abuelo brillaron con furia en su pálido rostro–. Llevo años esperando que hagas lo correcto. Ni siquiera me estaba permitido pronunciar tu nombre –miró a Paula y luego tosió débilmente–. ¿Qué clasede hombre deja embarazada a una mujer y la deja sola?

–Un hombre que no lo sabía –respondió Pedro con frialdad–. Pero que ahora pretende rectificar ese error.

Paula apenas oyó la respuesta. Estaba mirando fijamente a su abuelo.

–¿Qué? –le espetó él–. ¿Creías que no lo sabía? ¿Por qué crees que estaba tan enfadado con él?

Ella se dejó caer en la silla más cercana.

–Bueno, por...

–Creías que era por ese estúpido trozo de tierra. Y por tu hermano –su abuelo cerró los ojos– . No le culpo por eso. Me he equivocado en muchas cosas.En muchas. Ya está, ya lo he dicho. ¿Contenta?

Paula sintió que se le encogía el corazón.

–No deberías estar hablando de esto ahora. No es el momento.

–Siempre tratando de suavizar las cosas. Siempre buscando que todo el mundo se quiera y se lleve bien. No la pierdas de vista, Alfonso, o convertirá a tu hijo en una nenaza.

Su abuelo empezó a toser mucho y Paula llamó al timbre. La habitación se llenó de personal en un instante, pero él los echó a todos con impaciencia. Seguía teniendo la mirada clavada en Pedro.

–Solo hay una cosa que quiero saber antes de que me inyecten más medicina y me quede grogui –murmuró con voz ronca–. Quiero saber qué vas a hacer ahora que lo sabes.

Pedro no vaciló.

–Voy a casarme con tu nieta.



Odiaba los hospitales. Pedro apretó la taza de plástico con la mano y la dejó caer en la papelera.El olor a antiséptico le recordaba la noche en que su padre murió, y durante un instante se vió tentado a darse la vuelta sobre los talones y salir de allí.Pero entonces pensó en Paula, que hacía guardia vigilando a su abuelo hora tras hora. Todavía estaba furioso con ella. Pero no podía acusarla de no ser leal a su familia. Y no podía dejarla sola en aquel lugar.Maldiciendo entre dientes, se dirigió a la unidad coronaria de cuidados intensivos que tan malos recuerdos le traía. Ella estaba sentada al lado de la cama con aquellos ojos verdes clavados en el anciano como si quisiera transmitirle energía por la mirada.Nunca había visto una figura tan solitaria en su vida.O tal vez sí, pensó con tristeza al recordar la primera vez que la vió en la cabaña de pescadores. Algunas personas buscaban automáticamente compañía humana cuando estaban tristes. Paula había aprendido a sobrevivir sola.

–¿Qué tal está?

–Le han dado un sedante y algo más, no sé qué. Dicen que las veinticuatro primeras horas son cruciales –tenía los delicados dedos entrelazados con los de su abuelo–. Si se despierta, se enfadará porque le esté tomando la mano. Nunca ha sido cariñoso.

Pedro se dió cuenta entonces de que la vida de aquella mujer giraba entorno al hombre que estaba en la cama y al niño dormido en el coche.

–¿Cuándo comiste por última vez?

–No tengo hambre –Paula no apartó la mirada de su abuelo–. Voy a ir a ver cómo está Balta.

–Acabo de ir a verle. No se ha movido. Luis y él están dormidos.

Enemigos: Capítulo 27

–El hombre con el que has vivido toda vida está al otro lado de aquellas puertas luchando por su vida, ¿Y dices que no necesitas apoyo? –Pedro se pasó la mano por la nuca y luego la miró a los ojos–. Tal vez te enfrentaras así antes a los momentos duros, pero ya no va a ser así, eso tenlo por seguro. No voy a dejarte aquí sola. A partir de ahora estaré a tu lado en los momentos importantes de la vida: nacimientos, muertes, la graduación de nuestros hijos... y también para los menos importantes. Así somos los Alfonso cuando tenemos una relación. Así va a ser nuestra relación, querida.

La palabra «relación» le recordó a Paula que, si su abuelo sobrevivía, tendría que darle la noticia. Y si no sobrevivía...Sintió una punzada en el corazón.

–Tu presencia aquí no me ayuda, Pedro. Me añade más estrés porque sé que estás esperando el momento adecuado para decírselo –de pronto sintió la necesidad de salir de allí, de estar lejos de la fuerza de su presencia–. Tengo queir a ver cómo está Baltazar.

–Sigue dormido. En caso contrario Luis me habría llamado. Confío en él.

–No es una cuestión de confianza. Balta no le conoce, no quiero que se despierte y se encuentre en un sitio desconocido. Se va a asustar.

Pedro frunció el ceño y estaba a punto de contestar cuando se abrió lapuerta y entró el médico.El pánico se apoderó de Paula.

–¿Cómo está mi abuelo? ¿Está...?

–Tenía una arteria coronada obstruida. Sin un tratamiento rápido no estaría aquí. Sin duda el uso del desfribilador fue lo que le salvó la vida.

El médico siguió hablando sobre angioplastias y futuros factores de riesgo,pero lo único que Paula escuchó fue que su abuelo seguía vivo. Era Pedro quien hacía las preguntas relevantes, quien hablaba de posibles tratamientos. Y ella se lo agradecía porque su cerebro parecía funcionar a cámara lenta.Finalmente todas las preguntas quedaron contestadas y el médico asintió.

–Normalmente me negaría a que le viera porque necesita descansar, pero está claro que hay algo que le está provocando estrés. Está muy nervioso y necesita que le tranquilicen.

–Por supuesto –Paula se dirigió a toda prisa hacia la puerta, pero el médico la detuvo.

–Por quien ha preguntado es por Pedro. Fue muy claro. Su abuelo quiere ver a Pedro Alfonso .

Paula sintió que le temblaban las rodillas y miró a Pedro horrorizada.

–¡No! Verte a tí le causará mucha angustia.

–Ya está angustiado. Al parecer hay algo que necesita decir –les dijo e lmédico–. Así que creo que sería de ayuda para él. Pero que sea breve y que no se estrese.

Pedro iba a decirle que Baltazar era hijo suyo. ¿Cómo no iba a estresarse?Sin tener al parecer ninguna de sus dudas, cruzó la puerta.

–Vamos allá.

Paula salió corriendo tras él.

–No, por favor –mantuvo el tono de voz bajo–. Por favor, no se lo digas todavía. Espera a que esté más fuerte –estuvo a punto de tropezar al tratar de seguirle el paso.

¿Por qué había pedido su abuelo verle? En su estado no podía saber que Pedro  le había salvado la vida.Entró en la sala y contuvo al aliento al ver las máquinas y los cables que rodeaban la frágil figura de su abuelo.Durante un instante no fue capaz de moverse y luego sintió una mano cálida y fuerte sobre la suya y un apretón tranquilizador. Se distrajo ante la experiencia nueva que suponía sentirse consolada.Y entonces escuchó un sonido en la cama y vió cómo su abuelo abría los ojos. Y se dió cuenta de que el contacto de Pedro no era para consolarla, sino para manipularla.Apartó al instante la mano.

Enemigos: Capítulo 26

–Al parecer no se ha tomado bien la noticia –dijo él.–No se lo había contado. Iba a hacerlo y al entrar le ví ahí en el suelo.¿Cómo es que tienes una de esas máquinas?

–¿El desfibrilador? Lo tenemos en todos nuestros hoteles. Uno en recepción y otro en el gimnasio. A veces también en el campo de golf. Nuestro personal está entrenado para utilizarlo. Nunca se sabe cuándo podrían salvar una vida.

Hubo algo en su tono de voz que la llevó a mirarle más detenidamente,pero su perfil no revelaba lo que estaba pensando.

–Pedro...

–Pensándolo mejor, ¿Por qué no vamos a ver si alguien puede contarnos algo? –Pedro abrió la puerta y frunció el ceño al darse cuenta de que Baltazar estaba dormido–. No hay necesidad de despertarle. Luis puede quedarse con él y avisarnos cuando se despierte.

Se acercó al Lamborghini que había llevado Luis y tras hablar con él, el hombretón se sentó al lado de Baltazar.

–No se preocupe. En cuando el pequeño mueva un músculo la llamaré.

Dividida en sus responsabilidades, Paula permitió que Pedro la guiara haciaurgencias.Cuando atravesaron las puertas de cristal de la entrada le escuchó respirar con dificultad. Le miró de reojo y vió la tensión en sus anchos hombros. Ahora estaba segura de que estaba pensando en su padre. No conocía los detalles, solo que fue de repente y que resultó devastador para la familia Alfonso. Pedro estaba en el colegio, y su hermano mayor, Federico, en la universidad en Estados Unidos.Y ahora estaba otra vez en un hospital por culpa de las circunstancias. La entrada de un Alfonso en el hospital fue suficiente para que el personal entrara en ebullición. El cardiólogo había reunido a su equipo y quedaba claro por el nivel de actividad que no se iban a escatimar esfuerzos para salvar a su abuelo.

Paula recordó con tristeza que su hermano había sentido celos de la habilidadde los ricos y poderosos hermanos Alfonso para abrir puertas con solo una mirada.Lo que no entendía era que se habían ganado el estatus y la riqueza trabajando duro. No exigían el respeto de los demás, se lo habían ganado.Y en aquel instante estaba agradecida de su poder y su influencia.Significaba que su abuelo estaba siendo atendido por los mejores.La conversación con el cardiólogo fue breve, pero bastó para confirmar sus sospechas. Su abuelo estaba vivo gracias a la intervención de Pedro. Aquella certeza añadió confusión a su cerebro. No quería estar en deuda con él, pero al mismo tiempo una parte de ella se sentía orgullosa de que el padre de su hijo hubiera salvado una vida.Les llevaron a una salita reservada para los familiares, y aquel ambiente impersonal y clínico acrecentó su sensación de desolación. Tal vez Pedro lo sintiera también porque no se sentó, se quedó de pie dándole la espalda y mirando por la ventana hacia la ciudad. Esperó a que se marchara, pero al ver que no lo hacía, la buena opiniónque tenía sobre él empezó a resquebrajarse. El resentimiento fue creciendo a cada segundo que pasaba.

–No tienes por qué quedarte. No estará en posición de escucharte durante un tiempo.

Pedro se dió la vuelta.

–¿Crees que me he quedado para poder darle la noticia? ¿Tan inhumano crees que soy?

La ferocidad de su tono de voz la sobresaltó.

–Dí por hecho que... entonces, ¿Por qué estás aquí?

Él la miró con ojos incrédulos.

–¿Tienes más familia para que te apoye?

Sabía que no. Aparte de su hijo, lo que quedaba de su familia estaba ahora luchando por sobrevivir en la unidad de cuidados intensivos.

–No necesito apoyo.

viernes, 13 de octubre de 2017

Enemigos: Capítulo 25

–Puede sentarse en esa mesa. Y estaría bien que se quitara la chaqueta.Aquí somos muy informales, sobre todo a la hora de la comida.

–¡Mamma! –Baltazar entró corriendo en el restaurante y se abrazó a su madre,mirando a Luis con curiosidad.

–Este es Luis –dijo ella con voz ronca–. Y va a comer hoy con nosotros en el restaurante.

Luis le guiñó un ojo a Baltazar y se dispuso a reacomodar las mesas mientras Paula volvía al trabajo.La hora de la comida se transformó en una noche de locura en la que apenas salió de la cocina. Tuvo tiempo de ir a ver cómo estaba su abuelo un instante, pero no para embarcarse en una conversación que iba a ser dura. No pensaba en otra cosa mientras preparaba la cena, era muy consciente de que sele estaba acabando el tiempo. Cuando Giuliana y Bruno se marcharon y todo quedó en silencio,  estaba hecha un manojo de nervios. Preparándose para la guerra, entró en la cocina para terminar con los preparativos para el día siguiente y vió la frágil figura de su abuelo tirada en el suelo.

–¡Nonno! Oh, Dios, por favor, no... –cayó a su lado de rodillas y le agitó el hombro con manos temblorosas–. Háblame...oh, Dios, no me hagas esto...

–¿Respira? –dijo Pedro a su espalda mientras cruzaba con fuerza la cocina.Tenía el teléfono en la mano y estaba dando instrucciones rápidas–. He llamado a emergencias. Van a enviar un helicóptero –se acercó al hombre y le puso los dedos en el cuello–. No hay pulso.

Incapaz de pensar con propiedad, Paula tomó la mano de su abuelo y se la acarició.

–Nonno...

–No puede oírte. Tienes que echarte a un lado para que pueda proceder a reanimarle.

Paula escuchó unos pasos corriendo y Luis apareció en la cocina con una caja pequeña.

–Tenga, jefe.

–Desabróchale la camisa, Paula –le pidió Pedro abriendo la caja y encendiendo un botón.

–¿Qué estás haciendo? –preguntó ella desabrochándole la camisa con dedos temblorosos.

Pedro murmuró algo entre dientes, le apartó las manos y abrió la camisa de su abuelo de un fuerte tirón.

–Apártate –quitó la protección de dos cables acolchados y presionó con ellos sobre el pecho de su abuelo.

Había tomado el control como siempre hacían los Alfonso, pensó Paula aturdida. Sin vacilar.

–¿Sabes utilizar ese cacharro?

–Es un desfibrilador. Y sí, sé como utilizarlo –ni siquiera la miró.

Tenía toda la atención en su abuelo mientras una voz daba instrucciones desde la máquina.Poco después llegaron los servicios de emergencia. Hubo mucha actividad mientras estabilizaban a su abuelo y se lo llevaban rápidamente en helicóptero. Y durante todo el proceso Pedro mantuvo la calma y se encargó de todo: de llamar a un cardiólogo importante y quedar con él en el hospital y de acomodarlos a ella y a Baltazar, que no se despertó a pesar del jaleo, en el todo terreno de Luis.Fue Pedro el que condujo, y por una vez Paula agradeció la tendencia de los sicilianos a correr. Hicieron el trayecto en silencio y cuando se detuvo en la puertade urgencias se quedó un instante allí sentado agarrando con fuerza el volante.Paula se desabrochó el cinturón.

–No te dejarán estar con él por ahora, así que no tiene sentido salir corriendo. Puedes quedarte aquí un rato esperando –Pedro apagó el motor. Tenía una expresión adusta–. La espera es la peor parte.

Paula recordó que su padre había muerto repentinamente de un ataque al corazón.

–Tengo que darte las gracias –murmuró–. Por traerme y por los primeros auxilios. Me alegro de que llegaras en aquel momento, aunque no sé qué estabas haciendo allí...

Y de pronto se dió cuenta. Había ido a cumplir con la amenaza de contárselo a su abuelo.

Enemigos: Capítulo 24

–Tú sigue con lo tuyo, Bruno –se apresuró a decir–. Yo me encargaré de esto–sacó el móvil del bolsillo y marcó mientras andaba–. Póngame con Alfonso. Me da igual que esté reunido. Dígale que soy Paula Chaves. Ahora mismo.

La adrenalina le corría por las venas. Unos instantes después escuchó su voz masculina al otro lado del teléfono.

–Más te vale que sea importante.

–Tengo a un hombre que parece sacado de una película de la mafia merodeando por mi restaurante.

–Bien. Eso significa que está haciendo su trabajo.

–¿Y cuál es exactamente su trabajo?

–Está a cargo de la seguridad del Grupo Alfonso. Tiene una misión importante.

–¿Una misión importante?

–Utiliza la cabeza, Paula.

Por el tono cortante, se dió cuenta de que había gente delante y no quería propagar sus asuntos personales. Pronto todo el mundo sabría que Pedro Alfonso tenía un hijo, pensó angustiada. Y cuando eso ocurriera...

–Quiero que se vaya de aquí. Asustará a mis clientes.

–El bienestar de tus clientes no es asunto mío.

Paula utilizó la única carta que podía influirle.

–Va a asustar a Balta.

–Luis es un padre de familia al que se le dan muy bien los niños. Y forma parte de nuestro acuerdo. Tú ve a cumplir tu parte. Díselo a tu abuelo o lo haré yo.Y no vuelvas a llamarme a menos que sea urgente.

Colgó, y Paula se acercó al hombre. Estaba furiosa y se sentía tan impotente como un pez atrapado en una red.

–En dos horas tendré el restaurante lleno de clientes. No quiero que piensen que hay algún problema.

–Mientras yo esté aquí no habrá ningún problema.

–No quiero que esté aquí –Paula tragó saliva–. Mi hijo ha llevado una vida muy tranquila hasta ahora. No quiero que se asuste.

Esperaba que el hombre discutiera, que mostrara la misma rigidez que su arrogante jefe. Pero para su sorpresa, la miró con simpatía.

–Estoy aquí solo para protegerle. Si encontramos la manera de ser discretos, a mí me parece bien.

Paula alzó la barbilla en gesto desafiante.

–Puedo proteger a mi propio hijo.

–Sé que lo cree –afirmó Luis en voz baja–. Pero no es solo hijo suyo.

Desgraciadamente, el padre de Baltazar era uno de los hombres más poderosos de Sicilia, y aquello le convertía en blanco potencial para todo tipo de hombres sin escrúpulos.

–¿Corre un peligro real?

–Con la seguridad que tiene Pedro Alfonso, no. Deme un minuto para pensar en esto –miró hacia el restaurante–. Podemos pensar en algo para que todo el mundo esté contento.

La respuesta fue tan inesperada que Paula sintió un nudo de emoción en la garganta.

–¿Por qué está siendo tan amable?

–Usted le dió trabajo a mi sobrina el verano pasado cuando tuvo problemas en casa –su voz sonaba neutra–. No tenía ninguna experiencia, pero usted la contrató.

–¿Sabrina es su sobrina?

–La hija de mi hermana –Luis se aclaró la garganta–. ¿Por qué no me da la silla de la esquina del restaurante? Moveré la mesa de un modo que me funcione y tardaré mucho en comer. Así me mezclaré con los clientes y nadie se darácuenta de nada.

A Paula le pareció razonable.

Enemigos: Capítulo 23

No había nada más cruel que la distorsión de un sueño.¿Cuántas veces se había quedado mirando al otro lado de la bahíaenvidiando la vida familiar de los Alfonso? ¿Cuántas veces había deseado formarparte de ella? No era una coincidencia que en los momentos difíciles escogiera esconderse en su cabaña, como si por el simple hecho de estar allí pudiera recibir algo de su calor.La cabaña se convirtió en su lugar de escondite habitual. Desde allí podía observar a los Alfonso y ver las diferencias entre ellos y su propia familia.Envidiaba los picnics familiares, sus juegos en la playa.Algunas niñas de su clase soñaban con descubrir de pronto que eran princesas. El sueño infantil de Paula era despertarse un día y descubrir que era unaFerrara, que había terminado en la familia equivocada por un fallo en el hospital.Ten cuidado con lo que deseas.Le dolía la cabeza por la falta de sueño, el estómago le ardía por el encuentro con Pedro.

Paula devolvió la mente al presente y trató de pensar en qué hacer a continuación. Tenía hasta aquella noche para encontrar la manera dedecirle a su abuelo que el hombre que odiaba más que a nadie en el mundo era el padre de Baltazar.Cuando hubiera solucionado aquel problema pasaría al siguiente. Cómo responder a la proposición de matrimonio de Pedro. La sugerencia se le hacíacompletamente ridícula.¿Qué mujer en su sano juicio accedería a casarse con un hombre que sentía lo que Pedro sentía por ella?Por otro lado, no podía culparle por luchar por su hijo cuando se había pasado la vida deseando que sus padres hubieran hecho lo mismo por ella.¿Cómo iba a discutirle que quisiera que su hijo fuera un Alfonso si ella habíaformado su pequeña familia imitándoles?Si accedía a sus condiciones, Baltazar crecería como un Alfonso. Tendría la vida que ella había anhelado de niña. Estaría protegido en un nido de amor y paz.Y tendría que pagar un alto precio por aquel privilegio.Tendría que formar parte también de la familia, pero a diferencia de su hijo ella nunca sería una más. Tendrían que tolerarla y estaría relegada.Y se pasaría el resto de su vida con un hombre que no la quería. Que estaba furioso con la decisión que ella había tomado.Eso no podía ser bueno para su hijo.Tenía que hacerle entender a Pedro que nadie se beneficiaría de un acuerdo semejante. Con la decisión tomada, llegó a la Cabaña de la Playa y encontró la cocinaen plena ebullición.

–Hola, jefa, me preguntaba dónde estarías. He ido esta mañana al barco yme he llevado las gambas. Tienen un aspecto estupendo –Bruno estaba colocando una caja de provisiones en la cocina–. Las he puesto en el menú. ¿Gamberi elimone con pasta? –captó la expresión preocupada de Paula y frunció el ceño–. Pero si prefieres otra cosa...

–Está perfecto –funcionando en automático, Paula comprobó la calidad de la fruta y las verduras que le habían llevado los proveedores locales–. ¿Han llegadolos aguacates?

–Sí. Tienen muy buena pinta –Bruno se detuvo con la caja apretada contra el pecho–. ¿Estás bien?

Paula no estaba preparada para hablar con nadie del asunto.

–¿Dónde está mi abuelo?

–Creo que todavía en casa –Bruno frunció el ceño mirando detrás de ella–.Ha venido pronto a comer, ¿Verdad? Y demasiado bien vestido.

Paula se dió la vuelta y vió a un hombre grueso vestido de traje merodeando por el restaurante.Sintió una oleada de ira. Pedro le había prometido esperar hasta aquella noche, pero ya estaba haciendo sentir su presencia.

Enemigos: Capítulo 22

–Lo entiendo. Entiendo que la familia ideal es aquella que te quiere y te apoya sin condiciones. Admito que yo no la tenía, así que la he creado. Quería que Balta estuviera rodeado de gente que le quisiera y le apoyara. Y necesitaba ayuda porque quería ser capaz de mantenerle sin necesidad de apoyarme en miabuelo.

–Es la justificación más rebuscada para tener una niñera que he oído en mi vida.

–Eres muy despectivo con las niñeras porque tú tienes tías y primas que ayudan a cuidar a los niños. Yo no tengo nada de eso, así que encontré a una joven cariñosa en la que confío. Está con nosotros desde que Balta nació, igual que Bruno, porque quería que tuviera un buen modelo masculino –se mordió el labio–. Soy consciente de que mi abuelo no es fácil ni cariñoso. Nunca da abrazos.Y yo quería que Balta recibiera muchos. No tenía una familia como la tuya, pero he tratado de crear una para él.

Pedro pensó en lo que había visto. En la cantidad de afecto que habíapresenciado en el escaso tiempo que estuvo con su hijo.

–Si eso es cierto, entonces es definitivamente un punto a tu favor. Pero ya no es necesario. Balta no necesita una familia falsa. Puede tener una de verdad.

–No estás pensando con la cabeza –afirmó Paula con sorprendente fuerza–.Mi padre se casó con mi madre porque la dejó embarazada. Soy testigo de primera mano de que ese tipo de acuerdos no funciona. ¿Y tú sugieres que nosotros hagamos lo mismo?

–Lo mismo no –aseguró él con frialdad–. Nuestro matrimonio no será como el de tus padres, eso te lo aseguro. Llevaban vidas separadas y sus hijos eran la consecuencia de su visión egoísta de la vida, por no mencionar el mal carácter Chaves. Nuestro matrimonio no será así.

Paula se frotó la frente con los dedos y le miró con desesperación.

–Estás enfadado y no te culpo, pero, por favor, piensa en Balta. Te estás precipitando...

–¿Precipitando? –al pensar en todo lo que se había perdido de la vida de su hijo le hacía desear pegar un puñetazo a algo–. Balta tiene un tío y una tía.Primos con los que jugar. Tiene una familia entera a la que no conoce. Nunca se sentirá solo ni abandonado. Nunca tendrá que esconderse en una cabaña de pescadores porque su familia esté en crisis.

–Malnacido... –susurró.

Sus ojos eran dos profundos lagos de dolor, pero la única emoción que sentía Pedro era la ira.–Me ocultaste a mi hijo. Le arrebataste el derecho a tener una familia cariñosa y a mí me robaste algo que nunca podré recuperar. ¿Que si tengo intención de imponer mis términos a partir de ahora? Así es. Y, si eso me convierte en un malnacido, viviré encantado con ese nombre. Piensa en ello –se dirigió hacia la puerta–. Y mientras lo piensas, tengo trabajo que hacer.

Paula sacudió la cabeza.

–Necesito tiempo para decidir qué es lo mejor para Balta.

Pedro abrió la puerta.

–Tener un padre y formar parte de la familia Alfonso es lo mejor para Baltazar. Tienes hasta esta noche para pensártelo. Y te sugiero que le cuentes a tu abuelo la verdad o lo haré yo por tí.