lunes, 9 de octubre de 2017

Enemigos: Capítulo 13

Y cuando el niño se apretó contra ella contento y tranquilo sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas. Se preguntó qué tenía ella de malo para que su madre no hubiera sentido el mismo y poderoso lazo. Nada en el mundo podría hacer que Paula abandonara a su hijo. No había precio ni promesa posible capaz de llevarla a hacer algo semejante.Y no iba a permitir de ninguna manera que Pedro se lo llevara. Ignorando por suerte que sus vidas se asomaban a un peligroso abismo,Baltazar se apartó de sus brazos.

–Cama.

–Buena idea –Paula le tomó en brazos y le llevó de vuelta a la cama. Pasara lo que pasara le protegería del desastre. No iba a permitir que le hicieran daño.

–¿El hombre va a volver?

Ella sintió un nudo en el estómago.

–Sí, va a volver –de eso no le cabía la menor duda.

 Y cuando volviera lo haría con un arsenal legal. Los acontecimientos se habían puesto en marcha y no había forma de pararlos. Nada detenía a un Alfonso cuando quería algo.Y Pedro quería a su hijo. Paula se sentó en la cama y se quedó mirando a su hijo dormir. El amor que sentía por él era tan grande que la llenaba por completo. La fuerza de aquel lazo hacía que le resultara fácil imaginar los sentimientos de Pedro. En su interior despertó la culpabilidad que tanto se había esforzado en acallar. Nunca se había sentido cómodo con su decisión. La había perseguido en las oscuras horas de la noche cuando no tenía distracciones que le ocuparan la mente. No se arrepentía de haber optado por aquel camino, pero había aprendido que podía sentirse mal aun habiendo tomado la decisión correcta. Y luego estaban los sueños. Sueños que distorsionaban la realidad. Sueños de una vida que no existía. Apartando de sí las imágenes de unas pestañas oscuras y sedosas y una boca dura y sensual, Paula se quedó hasta que el niño estuvo completamente dormido y luego fue a recoger la cocina. Tenía que hacerlo ella sola porque le había dicho a todo el mundo que se fuera a casa, pero el trabajo la ayudó a calmar el nudo del estómago. Volcó la ansiedad en el trapo hasta que toda la superficiede la cocina brilló, hasta que el sudor le perló la frente, hasta que estuvo demasiado cansada como para sentir algo más que no fuera dolor físico por eltrabajo duro. Entonces sacó una cerveza fría de la nevera y se dirigió al pequeño muelle de madera del restaurante.Los barcos de pesca se balanceaban en silencio en la oscuridad.Normalmente aquel era un momento de paz, pero ahora el habitual ritual nocturnono consiguió el efecto deseado. Se quitó los zapatos y se sentó en el muelle con los pies colgando yrozando el agua fría. Miró hacia las luces del Alfonso Beach Club, situado al otro lado de la bahía. El ochenta por ciento de sus clientes de aquella noche venían del hotel. Tenía reservas hechas con varios meses vista. Quitó la chapa de la botella y se la llevó a los labios pensando que al hacer bien su trabajo había atraído sindarse cuenta al enemigo.El éxito la había colocado bajo el radar. En lugar de ser irrelevante para los todopoderosos Alfonso, se había significado. Todo era culpa suya, pensó con amargura. Al perseguir su objetivo de cuidar de su hijo, le había expuestoinadvertidamente.

–¡Paula!

El ladrido de su abuelo la sobresaltó. Se puso de pie al instante y corrió hacia la casa de piedra que había pertenecido a su familia desde hacía seisgeneraciones. Tenía una sensación de miedo en el estómago.

–¿Come stai? –mantuvo un tono de voz calmado–. Es muy tarde para estar despierto, nonno. ¿Te encuentras bien?

–Todo lo bien que puede estar un hombre al ver a su nieta trabajando hasta la extenuación –torció el gesto al ver el botellín de cerveza que tenía en la mano–.A los hombres no les gusta ver a una mujer bebiendo cerveza.

–Entonces me alegro de no tener un hombre del que preocuparme –bromeó, aliviada al ver que todavía tenía energía para reprenderla.

Así era su relación. Así era el amor de los Chaves. Paula se dijo que el hecho de que su abuelo no lo expresara no significaba que no lo sintiera.

–¿Qué estás haciendo? Deberías estar en la cama durmiendo.

–Baltazar estaba llorando.

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