miércoles, 11 de octubre de 2017

Enemigos: Capítulo 18

Recordó que Paula se había quedado sentada muy quieta sin decir nada mientras los largos mechones le caían sobre el regazo. Después fue a escondersea la cabaña y le desafió con la mirada para que no dijera una palabra al respecto.Y por supuesto, Pedro no lo hizo porque su relación no incluía intercambios verbales.Y fue en aquella cabaña, en una noche que terminó de forma tan trágica,cuando su relación pasó de nada a todo. Aspiró con fuerza el aire y resistió el impulso salvaje y primitivo que le urgía a sujetarla contra la pared y arrancarle las respuestas que buscaba.

–¿Cuándo supiste que estabas embarazada?

–¿Qué importa eso?

–Soy yo el que hace las preguntas, y vas a contestar a todo lo que quiera preguntarte.

Paula cerró los ojos y apoyó la cabeza contra la puerta.

–No lo supe durante mucho tiempo. Después de... no lo recuerdo bien.Todo es muy confuso. Primero fue el hospital, luego el funeral. Y mi abuelo... –elsilencio hablaba más que las palabras. Respiraba con dificultad–. Era un caos. En lo último en que pensaba era en mí.

Sí, había sido un caos. Un pandemonio. Una salvaje mezcla deculpabilidad, dolor y rabia. El frenesí por salvar una vida que ya se había perdido.Un momento de intimidad perdido en un mar de crueles rumores. Al recordarlo Pedro sintió que se le ponían todos los músculos en tensión y supo que ellaestaba sintiendo lo mismo.

–Entonces, ¿Cuándo lo supiste?

–No lo sé, supongo que un par de meses más tarde. O quizá más –se pasó los dedos por las sienes–. Fue un momento muy difícil. Seguramente tendría que haberme dado cuenta antes, pero en aquel entonces pensé que todo formabaparte del shock. Tenía náuseas todo el tiempo, pero creí que era por la tristeza. Y cuando por fin lo descubrí fue...

–¿Un problema más? –Pedro apretó los puños.

–¡No! –Paula sacudió la cabeza con firmeza–. Iba a decir que fue como un milagro –bajó el tono de voz–. Lo mejor que me ha pasado en la vida llegó a través de la peor noche de mi vida.

No era la respuesta que esperaba, y durante un instante Pedro se quedó desconcertado.

–Debiste ponerte en contacto conmigo cuando lo supiste.

–¿Para qué? –preguntó Paula con tono angustiado–. ¿Para que mi abuelo y tú se mataran? ¿Crees que quería exponer a Baltazar a  algo así? Tomé la mejor decisión para mi hijo.

–Nuestro hijo –la corrigió él con énfasis–. Y a partir de ahora tomaremos las decisiones juntos.

Pedro vió el pánico reflejado en sus ojos y supo que esa angustia era la responsable de sus ojeras.

–Balta es felíz. Entiendo cómo te sientes, pero...

–Tú no entiendes cómo me siento –la interrumpió él con furia–. Estamos hablando de mi hijo. ¿De verdad crees que quiero que crezca como un Chaves?–Pedro se preparó para la pregunta que le quitaba el sueño–. ¿Le ha pegado alguna vez?

–¡No! –la respuesta de Paula fue instantánea y sincera–. Nunca permitiría que nadie le pusiera la mano encima a Balta.

–¿Y cómo le defiendes? Tú nunca te defendías –tal vez fuera un golpe bajopor su parte, pero se dijo que el bienestar de su hijo era más importante que los sentimientos de Paula–. Solo lo soportabas.

–¡Tenía ocho años! –el dolor y el reproche se reflejaron en sus ojos.

Pedro se sintió como un animal por haberse lanzado así contra ella.

–Te pido disculpas por el comentario –murmuró sacudiendo la cabeza.

–No hace falta. No te culpo por tratar de proteger a tu hijo –habló con voz pausada, como si se hubiera resignado hacía tiempo al hecho de que nadie se preocupara por ella–. Y sí, crecí en una familia violenta, pero esa violencia venía de mi padre, no de mi abuelo. Te aseguro que Balta nunca ha estado en peligro.Está teniendo una infancia pacífica y llena de amor.

–Sin padre.

Paula se estremeció como si la hubiera abofeteado.

–Sí.

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