lunes, 2 de octubre de 2017

Enemigos: Capítulo 3

Carlos, el abogado, dejó caer la cabeza entre las manos. Pedro les ignoró a ambos como ignoró la oleada de calor y los oscuros recuerdos que había despertado.

–Esta rencilla ha durado demasiado. Es hora de seguir adelante.

–No es posible –la voz de Federico sonó dura–. El nieto mayor de Alberto Chaves, su único heredero varón, murió al estrellarse contra un árbol con un coche. Tu coche, Pepe. ¿Esperas que te estreche la mano y te venda su tierra?

–Alberto Chaves es un hombre de negocios y este acuerdo tiene mucho sentido empresarial.

–¿Vas a contárselo antes o después de que el viejo te dispare?

–No me va a disparar.

–Seguramente no le haga falta –Federico sonrió con tristeza–. Conociendo a Paula, ella te disparará primero.

Y eso, pensó Pedro sin asomo de emoción, sí que era enteramente posible.



–Este es el último pargo –Paula sacó el pescado de la plancha y lo puso en el plato. El calor del fuego le sonrojó las mejillas–. ¿Y Giuliana?

–Giuliana está fuera mirando al conductor del Lamborghini que acaba de estacionar en la puerta del restaurante. Ya sabes que le gustan los hombres de ese tipo. Yo me llevaré esto –Bruno agarró los platos–. ¿Qué tal está tu abuelo esta noche?

–Cansado. No es él mismo. Ni siquiera tiene energía para meterse con la gente –Paula pensó en ir a ver cómo estaba cuando volviera a tener una tregua–.¿Puedes con todo ahí fuera? Dile a Giuliana que deje a los clientes en paz y trabaje.

–Díselo tú. Yo soy demasiado cobarde –Bruno esquivó con pericia a la camarera, que acababa de entrar a toda prisa en la cocina.

–Nunca adivinarán  quién acaba de entrar –comenzó a decir la joven.

Paula le lanzó una mirada a Bruno mientras se centraba en la siguiente orden.

–Sirve la comida o se quedará fría, y yo no sirvo comida fría.

Consciente de que Giuliana estaba temblando de emoción, Paula decidió que sería más rápido y más eficaz dejarla hablar. Añadió sazón y aceite de oliva aunas vieiras frescas y las dejó caer sobre una sartén. Eran tan frescas que solo necesitaban unas gotas del mejor aceite para que saliera todo el sabor.

–Debe de ser alguien muy especial porque nunca te he visto babear tanto, y eso que por aquí han pasado bastantes famosos.

Por lo que a Paula se refería, un cliente era un cliente. Iban allí a comer y su trabajo era alimentarles. Y lo hacía bien. Les dió la vuelta a las vieiras con periciay añadió hierbas frescas y alcaparras a la sartén. Giuliana  miró de reojo hacia el restaurante.

–Es la primera vez que le veo en persona. Es impresionante.

–Sea quien sea espero que tenga reserva porque en caso contrario vas a tener que decirle que se vaya –Paula agitó la sartén con frenesí–. Esta noche estamos llenos.

–No vas a decirle que se vaya –Giuliana parecía fascinada–. Es Pedro Alfonso.En carne y hueso.

Paula dejó de respirar. Se sintió débil y empezó a temblar como si le hubieran inyectado algo mortal. La sartén se le cayó de la mano y fue a caer al fuego. Se olvidó de las maravillosas vieiras.

–No vendría aquí

–No se atrevería.

Estaba hablando para sí misma. Tratando de tranquilizarse. Pero no era posible. Nunca había sabido cuáles eran las motivaciones de Pedro Alfonso.

–¿Por qué no iba a venir? –Giuliana parecía intrigada–. A mí me parece lógico.Su empresa es la dueña del hotel de la puerta de al lado y tu comida es exquisita.

Giuliana no era del lugar, en caso contrario sabría la historia entre las dos familias. Todo el mundo la sabía. Y Paula también sabía que el Alfonso Beach Club,el hotel con el que compartía la curva perfecta de la playa, era el más pequeño e insignificante del grupo hotelero Alfonso. No había ninguna razón para que Pedro le dedicara su atención personal. Desconcentrada, se quemó el codo con la sartén. El dolor la atravesó y la devolvió al presente. Furiosa consigo mismo por haberse olvidado de las vieiras, las colocó cuidadosamente en un plato y se lo pasó a Giuliana funcionando en automático.

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