viernes, 20 de octubre de 2017

Enemigos: Capítulo 34

–Mamma –Baltazar la había visto y extendió los brazos hacia ella.

Mientras levantaba a su hijo en brazos, Paula miró a Pedro y vió un brillo en sus ojos. De pronto fue consciente de que ni siquiera se había peinado antes de entrar precipitadamente en la cocina. Había algo inadecuado en saludarle con el pelo alborotado que le caía sobre los hombros y sin llevar puesto nada más aparte de la camisa que él le había dejado. El atuendo sugería una intimidad que no existía entre ellos, y ella se sonrojó cuando él deslizó la mirada por su cuerpo y la clavó en sus piernas desnudas.

–Buongiorno –dijo con naturalidad, como si aquella fuera una escena que se repitiera todas las mañanas–. ¿Hablas con Balta en italiano?

–No, mi abuelo le habla en italiano –respondió ella dejando al niño otra vez en la silla.

–Entonces yo también lo haré –aseguró Pedro asintiendo–. Lo he hecho esta mañana y me ha parecido que me entendía. Es muy inteligente –miró con orgullo a su hijo mientras se levantaba.

La tela de los vaqueros se le ajustaba a las fuertes piernas y Paula vió cómo los músculos de la espalda desnuda se le marcaban cuando sacaba una taza delarmarito. Todo en él resultaba inconfundiblemente masculino. Era el hombre más atractivo que había conocido en su vida, y eso hacía la situación más difícil. Pedro clavó la mirada en la suya mientras le preparaba el café. Le brillabanlos ojos como si le hubiera leído el pensamiento. Desesperada por romper aquella conexión,  dijo lo primero que se le pasó por la cabeza.

–Me he quedado sin batería. ¿Puedo utilizar tu teléfono para llamar al hospital?

La sonrisa burlona de sus labios indicaba que sabía que no estaba pensando en teléfonos ni en hospitales. Ni tampoco él. Estar juntos en la misma habitación creaba algo tan intenso que casi se podía tocar.

–Ya he llamado –Pedro le puso el café en la mesa sin preguntarle cómo lo tomaba–. Tu abuelo ha pasado buena noche. Sigue dormido. El médico estará en el hospital en media hora. Le he dicho que le veremos allí.

Paula vió cómo Baltazar se bajaba de la silla y se abrazaba a las piernas de su padre. Pedro lo tomó en brazos.

–Ahora entiendo por qué estabas tan preocupada anoche. Es extremadamente activo.

–Pero lo manejas muy bien –se apresuró a señalar ella–. Así que puedes quedarte con él mientras yo voy al hospital –necesitaba un respiro del estrés constante que suponía estar con él.

Sobre todo necesitaba un respiro de aquel constante asalto a los sentidos.El corazón le latía con demasiada fuerza.Pedro dejó a Baltazar en el suelo.

–Voy a ir contigo.

–Preferiría ir sola.

–Ya lo sé –sus ojos brillaron burlones–. Preferirías ir sola a todas partes,pero no aprenderás a comportarte de forma distinta si no practicas, así que puedes empezar esta mañana. Iremos juntos.

Paula se quedó mirando la taza de café.

–¿Tienes leche? Me gusta tomar el café con leche. No es que esperara que lo supieras, porque en realidad no sabes nada de mí. Ni yo tampoco de tí. Y por eso me resulta tan ridículo todo esto.

Pero ya no lo afirmaba con el acaloramiento de la noche anterior. Ya no estaba tan segura.

–Deja de pelearte. Voy a ganar yo.

Paula suspiró.

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