lunes, 30 de octubre de 2017

Enemigos: Capítulo 46

Se quedaron un instante quietos y luego él torció el gesto.

–Esto es muy incómodo. Deberíamos movernos.

Paula no se creía capaz de moverse, pero él se apoyó lentamente en un codo y entonces frunció el ceño.

–¡Estás sangrando!

Ella se miró el brazo.

–Es un pétalo de rosa. Tú también tienes alguno pegado.

Pedro la apartó suavemente de él y se sentó quitándose los pétalos con impaciencia.

–¿Por qué se les considera algo romántico?

–Lo son... en determinadas circunstancias –aunque no en aquellas, porsupuesto.

Los pétalos formaban parte de la imagen que Pedro quería crear.

–Por mucho que me atraiga la idea de quitarse los pétalos de rosa del cuerpo, creo que una ducha será más rápido –se puso de pie y la ayudó a levantarse para ir al cuarto de baño.

Pedro estaba muy relajado cuando la metió en la ducha y apretó un botón en la pared. Paula seguía mirando la musculosa perfección de su bronceada espalda cuando él se dió la vuelta.

–Si sigues mirándome así, no vamos a llegar a la cama en los próximos dos días –le advirtió estrechándola contra sí y hundiendo las manos en su pelo.

Los chorros de agua la cubrían y Paula jadeó cuando le cayeron sobre el pelo y la cara, mezclándose con el calor de sus besos. Tenía el cuerpo húmedo y pegado al de Pedro. Él le frotó los pétalos de rosa del cuerpo y ella hizo lo mismo con él. Pedro le apretó la espalda contra la pared de azulejo, lejos de los chorros de agua, y le besó lentamente el cuerpo. El deslizar de su lengua por los pezones la hizo arquearse, y él le sujetó las caderas con las manos para sostenerla mientras le besaba todo el cuerpo. No dijo nada, y Paula tampoco. Lo único que se escuchaba era el sonido del agua y los suaves gemidos de ella mientras él se tomaba todas las libertades que quería, primero con los dedos y luego con la boca, haciendo que Paula se sintiera demasiado vulnerable. Le agarró del pelo con la intención de detenerle, pero entonces él utilizó la boca, atormentándola hasta que se vió envuelta en una oleada oscura de placer que amenazaba con acabar con ella. Quería que se detuviera y al mismo tiempo que siguiera. Se moría de deseo, y cuando sintió el deslizar de sus dedos sabios en el interior susurró sunombre y sintió cómo su cuerpo se dirigía hacia la plenitud.

–Por favor –desesperada, movió las caderas.

Pedro se incorporó, le levantó el muslo para tener acceso y se adentró en aquel cuerpo excitado y tembloroso. Estaba duro, caliente y la embistió con tal placentera intensidad que Paula gritó y le clavó los dedos en los hombros desnudos.Le sintió estremecerse dentro de ella, sintió cómo les llevaba a ambos más y más lejos con embates seguros y fuertes hasta que el placer hizo explosión y ella apretó los músculos y las contracciones de su cuerpo enviaron a Pedro al mismo pico de excitación sexual.Saciada, ella dejó caer la cabeza sobre su húmedo hombro, asombrada ante la intensidad del placer que acababa de experimentar. Pedro le apartó el cabello mojado de la cara, le acarició la mejilla con suavidad y murmuró algo en italiano que ella no entendió.En aquel momento se sintió más cerca de él que nunca.Tal vez todo saliera bien, pensó desconcertada. Tal vez aquel grado de intimidad sexual no fuera posible sin algo de sentimiento. Tal vez, si el sexo fuera bueno, lo demás también lo sería.La suave caricia de sus dedos en la cara hizo que su interior se derritiera de un modo distinto. Se suavizó. La parte congelada de su interior que evitaba que se acercara demasiado a alguien se derritió un poco. Sintiéndose increíblemente vulnerable, alzó la cabeza para mirarle. No sabía qué decir, pero seguro que a él se le ocurría algo, porque Pedro Alfonso siempre sabía qué decir. Sosteniéndola de un brazo, cerró el chorro de agua.

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