miércoles, 4 de octubre de 2017

Enemigos: Capítulo 9

–Todavía quedan clientes...

–Ya casi han terminado todos –aseguró Giuliana para ayudar–. Solo estamos esperando a que la mesa dos pague la cuenta. Bruno lo tiene todo bajo control. Tú puedes quedarte charlando, jefa –ajena a la tensión, Giuliana le dirigió una última mirada de admiración a Pedro y salió de la cocina.

Se hizo el silencio.Paula se mantuvo erguida con las mejillas pálidas bajo su cabello oscuro ysombras bajo los ojos.Las palabras eran la munición más mortal de armamento de Pedro. Las utilizaba para negociar acuerdos imposibles, para calmar las situaciones más difíciles, para contratar y despedir. Pero, de pronto, cuando las necesitaba másque nunca, le fallaban.Solo consiguió preguntar:

–¿Y bien?

A pesar de lo emocional de su estado, o tal vez debido a ello, Pedro habló con suavidad, pero ella se estremeció como si le hubiera levantado la voz.

–¿Bien qué?

–Ni se te ocurra decirme nada más que la verdad. Estarías gastando saliva.

–En ese caso, ¿Para qué preguntas?

Pedro no sabía qué decir. Ella no sabía qué decir. La situación era dolorosamente difícil. Hasta aquella noche nunca habían hablado realmente. Durante su único y turbulento encuentro no intercambiaron ni una palabra, solo hubo sonidos. La ropa rasgada, el roce de la piel, la respiración agitada... pero ni una palabra.Seguía sin entender qué había sucedido aquella noche. ¿Habría actuado la naturaleza prohibida de su encuentro como alguna especie depoderoso afrodisíaco? ¿El hecho de que sus familias hubieran sido enemigas durante casi tres generaciones le había añadido emoción a aquello que les había unido como animales en la oscuridad?

–¿Por qué diablos no me lo contaste? –su tono se hizo más agresivo.

–Haces preguntas muy estúpidas para ser un hombre supuestamente inteligente.

–Nada de lo sucedido entre nuestras familias debería haber evitado que me contaras esto –señaló con la mano hacia la puerta abierta.

«Esto» había desaparecido en la noche con Giuliana, y perderle de vista había sido una de las cosas más duras que Pedro había tenido que hacer en su vida. Pronto, prometió. Pronto no volvería a perder de vista al niño nunca. Era lo únicoque tenía claro en aquella tormenta de incertidumbre.

–Tendrías que habérmelo contado.

–¿Para qué? ¿Para exponer a mi hijo a la misma rencilla amarga que ha coloreado toda nuestra vida? ¿Para que le utilizaras como un peón en tus juegos de poder? Tengo que protegerle de todo eso.

–Nuestro hijo –le corrigió Pedro con tono grave–. También es hijo mío. Es de los dos.

–Es la consecuencia de una noche en la que tú y yo fuimos...

–¿Fuimos qué?

A ella no le tembló la mirada.

–Fuimos idiotas. Perdimos el control. Cometimos una estupidez.  Algo queno tendríamos que haber hecho nunca. No quiero hablar de ello.

–Pues lo siento, porque vas a tener que hacerlo. Tendrías que haberlo hecho hace tres años cuando supiste que estabas embarazada.

–¡No seas ingenuo! –Paula se irritó tanto como él–. No fue un romance tranquilo que tuviera consecuencias inesperadas. Era más complicado.

–No es tan complicado decirle a un hombre que es el padre de tu hijo, por el amor de Dios –abrumado por la magnitud de los sucesos a los que se enfrentaba, dejó escapar un largo suspiro y se pasó la mano por la nuca para intentar tranquilizarse sin conseguirlo–. No puedo creer que esto esté pasando.

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