lunes, 2 de octubre de 2017

Enemigos: Capítulo 4

–Esto es para la pareja de la primera línea de playa –murmuró–. Es su aniversario y han reservado hace seis meses, así que asegúrate de tratarlos con reverencia. Esta es una gran noche para ellos y no quiero que se sientan decepcionados.

Giuliana la miró boquiabierta.

–Pero ¿No vas a...?

–¡Estoy bien! Solo es carne quemada –Paula apretó los dientes–. Lo pondré bajo agua fría ahora mismo.

–No estaba hablando de tu codo. Estaba pensando en que Pedro Alfonso está en tu restaurante y a tí no parece importante –dijo la camarera–. Tratas a todos los clientes como si fueran miembros de la realeza y cuando llega alguien importante de verdad resulta que le ignoras. ¿No sabes quién es?

–Lo sé perfectamente.

–Pero, jefa, si ha venido a cenar...

–No ha venido a cenar –un Alfonso nunca se sentaría en la mesa de un Chaves por temor a ser envenenado.

No sabía por qué estaba allí y eso le resultaba frustrante porque no podía luchar contra lo que no entendía.Y junto con el shock y la ira se mezclaba el miedo.Había entrado con audacia en su restaurante a hora punta. ¿Por qué? Tenía que tratarse de algo muy, muy importante.El terror se apoderó de ella. «No», pensó angustiada. «No puede ser poreso». Porque él no lo sabía. No podía saberlo. Giuliana la miró una última vez con curiosidad y salió a toda prisa de la cocina.Paula se echó agua fría en el codo quemado y trató de tranquilizarse diciéndose quese trataba de una visita rutinaria. Otro intento de la familia Alfonso de agitar la bandera blanca. Había habido otras, y su abuelo las había roto todas por la mitad.Desde la muerte de su hermano no había habido nada. Ningún acercamiento. Ningún contacto. Hasta ahora. Funcionando en automático, buscó una cabeza de ajos fresca por encimade la cabeza. Los cultivaba ella misma en su huerta, junto con las verduras y lashierbas, y ese proceso le gustaba tanto como cocinar. La calmaba. Le proporcionaba una sensación de hogar y de familia que nunca había conseguidode la gente que la rodeaba. Agarró su cuchillo favorito y empezó a cortarlotratando de pensar en cómo habría reaccionado en circunstancias diferentes. Sino tuviera miedo. Si no hubiera tanto en juego. Se mostraría fría. Profesional.

–Buonasera, Paula.

Una voz masculina se escuchó en el umbral y ella se dió la vuelta blandiendo el cuchillo como si fuera un arma. Lo más curioso era que no conocía su voz. Pero conocía sus ojos y ahora mismo la estaban mirando. Eran dos lagosnegros peligrosamente oscuros. Brillaban inteligentes y duros. Eran los ojos de unhombre que triunfaba en el ambiente de las altas finanzas. Un hombre que sabía lo que quería y no tenía miedo de ir a por ello. Eran los mismos ojos que brillaron mirando a los suyos en la oscuridad tres años atrás mientras se arrancaban la ropa con deseo salvaje. Aquellos tres años habían añadido un par de centímetros a la anchura de sus hombros y más músculo del que recordaba. Aparte de eso estaba exactamente igual. La misma sofisticación innata pulida hasta que brillaba como lapintura de su Lamborghini. Era un metro ochenta y cinco de sensual virilidad, pero Paula no sentía nada de lo que se suponía que debía sentir una mujer al mirar a Pedro Alfonso. Una mujer normal no sentiría aquella furia, aquel deseo descontrolado de arañarle la cara y golpearle el pecho. No era capaz de darle siquiera las buenas noches. Lo que quería era que se fuera al infierno y se quedara allí. Era su mayor error.Y teniendo en cuenta el brillo frío y cínico de sus ojos, al parecer él la consideraba a ella el suyo.

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