miércoles, 11 de octubre de 2017

Enemigos: Capítulo 20

Se hizo un silencio sepulcral.Durante un instante Paula no dijo nada, pero luego cruzó la habitación para golpearle el pecho con los puños como una fiera salvaje.

–¡No te lo llevarás de mi lado! ¡No lo permitiré!Estaba tan furiosa y él tan sorprendido por aquella repentina explosión que tardó unos segundos en agarrarle las muñecas y apartarla de sí.

–Pero tú sí lo apartaste de mí –afirmó marcando cada sílaba, arrojándole aquellas palabras a la cara.

–Yo soy su madre –la voz de Paula sonaba ronca–. No voy a permitir que te lo lleves. Encontraré la manera de evitarlo. Él me necesita.

Pedro guardó silencio el tiempo suficiente para que Paula sufriera una fracción de lo que él había sufrido desde que descubrió la verdad. Luego le soltó las manos y se apartó de ella.

–Si estás tratando de impresionarme con tu dedicación maternal, no pierdas el tiempo. Tienes contratada a una niñera.

Paula dió un paso atrás con expresión confundida.

–¿Qué tiene que ver Giuliana en esto?

–No cuidas tú misma de él.

–Claro que sí –sus ojos reflejaban dolor–. Y hay razones para que tenga una niñera. Así puedo...

–No tienes que explicarte. Cuidar de un niño a tiempo completo es una experiencia muy exigente. Un niño pequeño es agotador, como tu madre descubrió. Ella decidió no hacerlo. Yo te estoy dando la oportunidad de hacer lo mismo.

Paula abrió los ojos de par en par.

–No entiendo lo que me dices.

–Estoy diciendo que asumo la responsabilidad completa de Baltazar.

–¿Me... me estás amenazando con quitarme a mi hijo?

–Te lo estoy ofreciendo –corrigió Pedro mirándola de cerca–. Y, si quieres verle, por supuesto podemos arreglarlo. Así podrás recuperar tu vida. Y como estoy dispuesto a incentivar el acuerdo con una generosa cantidad económica,será una vida muy cómoda. Es una buena oferta. Acéptala. No tendrás que volvera trabajar nunca.

Paula  se llevó las manos a las mejillas y soltó una carcajada amarga.

–Tú no sabes nada de mí, ¿Verdad? Quiero a mi hijo, y si has pensado por un momento que te lo entregaría fueran cuales fueran las circunstancias, entonces no sabes con quién estás tratando –dejó caer las manos y apretó los puños–.Haría cualquier cosa por proteger a mi hijo.

Sin inmutarse por la furia de sus ojos, Pedro asintió.

–Tu madre hubiera tomado el dinero y se habría marchado. Dice mucho a tu favor que no hagas lo mismo.

–Entonces, ¿Esto era una especie de prueba? –Paula gimió–. Eres un enfermo, ¿Lo sabías?

–Está en juego el futuro de nuestro hijo. Haré cualquier cosa para protegerlo. Y, si para eso tengo que ofenderte, lo haré también.

–No soy como mi madre –aseguró ella cruzándose de brazos–. Yo nunca abandonaría a Balta.

–En ese caso buscaremos otra solución –y solo se le ocurría una.

–¿Crees que no he intentado buscarla? –su tono desgarrado era una muestra de su desesperación–. No existe solución. No quiero que Balta  esté en medio de nosotros y absorba todos los malos sentimientos que hay entre nuestras familias. Ha crecido en una atmósfera de felicidad y de paz.

–Me resulta imposible creer eso conociendo a tu abuelo.

–Mi abuelo ha aceptado mis normas. Desde el momento en que nació Balta insistí en que, si se mencionaba el apellido Alfonso en nuestra casa, tenía que hacerse de manera positiva. No quería que mi hijo creciera en el mismo ambienteenvenenado que yo.

Pedro alzó las cejas genuinamente sorprendido.

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