lunes, 23 de octubre de 2017

Enemigos: Capítulo 36

Luciana se inclinó paradecirle algo en italiano a la niña, que miró a Baltazar y decidió que podía jugar con él.Así que se lo llevó al salón y dejó a los adultos a solas.

–¿Ves? Ya se han hecho amigos –Luciana salió tras ellos–. Les vigilaré –una vez en la puerta les miró de reojo–. Así podrán hablar de los detalles de la boda.Una cosa, Pepe: por muy precipitada que sea una boda, una mujer tiene que estar guapísima, así que deberías llevar a Paula de compras. O mejor todavía,déjame tu tarjeta y yo la llevaré porque todos sabemos que tú odias ir de compras.

La expresión de Pedro pasó de irritada a peligrosa.

–Tu ayuda con Balta es bienvenida. Tu injerencia en otros aspectos de mi vida, no.

–Solo porque lo hayan hecho en el orden incorrecto no significa que no pueda ser algo romántico –insistió Luciana–. Una mujer quiere algo romántico el día de su vida. No lo olvides.

Desapareció para supervisar a los niños y Paula se quedó con la cara ardiendo.¿Romanticismo? ¿Qué tenía de romántico que un hombre se viera obligado a casarse con una mujer que ni siquiera le caía bien? Pedro se acabó el café y dejó la taza con fuerza sobre la mesa.

–Disculpa a mi hermana –murmuró–. Todavía no ha aprendido dónde están los límites. Pero nos facilita mucho que hoy cuide de Balta.

No había absolutamente nada que pudiera facilitar aquella situación. La tensión entre ellos era como una tormenta oscura preparándose. Pedro la miró fijamente.

–Me alegro de que se haya llevado a Balta porque tenemos que hablar.

Paula pensó en los besos y los abrazos que le había dado Pedro a su hijo.Pero él interpretó su silencio como una negativa.

–Puedes poner todos los obstáculos que quieras entre nosotros –aseguró–.Los derribaré todos. Puedes decir que no de mil modos y yo encontraré mil modos de decirte que estás equivocada.

–No estoy diciendo que no.

–¿Scusi?

–Estoy de acuerdo contigo. Creo que, si nos casamos, será lo mejor para Balta–no hablaba con tono muy firme–. Anoche no estaba segura de ello, pero esta mañana los he visto juntos y bueno... Creo que sería lo mejor para él.

Oh, Dios, ya lo había dicho. ¿Y si se había equivocado? Se hizo el silencio entre ellos.

–Entonces, ¿Estás haciendo esto porque crees que es lo mejor para Balta?

–Por supuesto, ¿Por qué si no?

Pedro cruzó la cocina hacia ella. Paula hizo un esfuerzo por no moverse esperando que se detuviera, pero no lo hizo hasta que la tuvo acorralada contra la pared. Él apretó las mandíbulas y puso una mano en cada lado para bloquearle la salida. Estaba atrapada en un muro de músculos duros ytestosterona y como no quería mirarle clavó la vista en su pecho desnudo. Fue unerror, porque todo en él le recordaba a aquella noche. No necesitaba un primer plano de su pecho para saber lo fuerte que era. Había sentido aquella fuerza.¿Por qué diablos no se había puesto una camiseta? Sintió que le mundo se difuminaba a su alrededor. Olvidó que estaba en su cocina. Se olvidó de su abuelo en el hospital y de los grititos de alegría de su hijo, que estaba jugando en elsalón. Se olvidó de todo.El mundo se redujo a aquel hombre.

–Mírame –le ordenó Pedro.

Ella alzó la vista y la mirada que compartieron abrió la puerta a algo oscuro que había enterrado en lo más profundo de su ser. Algo que no se atrevía a examinar por miedo.Lo que sentía por él.Se quedó mirando jadeando aquellos ojos oscuros que cambiaban de color según su estado de ánimo.

–Esto no se trata solo de Balta. Necesito que lo sepas porque no quiero a una mártir en mi cama –inclinó la cabeza colocándole la boca lo más cerca posible de la suya pero sin tocarla–. Si hacemos esto, tenemos que hacerlo bien.

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