miércoles, 18 de octubre de 2017

Enemigos: Capítulo 30

–No te preocupes por el bienestar de mis sofás blancos. Mi sobrina ya ha derramado sobre ellos todo tipo de sustancias. No me importa. La gente es más importante que las cosas.

–Estoy de acuerdo. Y no estoy pensando en tus sofás, sino en Balta.Concretamente en el escalón que rodea el salón. Es una trampa para un niño que está empezando a andar. Se va a caer.

Pedro alzó las manos en gesto de rendición.

–Así que este lugar no está hecho para un niño, lo acepto. Ya lidiaré con ello.

–¿Cómo? No puedes cambiar el departamento, ¿Verdad?

–Si es necesario, lo haré. Y mientras tanto le enseñaré a tener cuidado con el escalón.

Pedro trató de ocultar su exasperación. Por muy enfadado que estuviera,era consciente de que Paula acababa de vivir las veinticuatro horas más estresantes de su vida, y sin embargo no había mostrado ninguna emoción. Estaba aterradoramente tranquila. La niña pequeña que se había negado a derramar una lágrima se había convertido en una mujer con la misma restricción emocional. La única señal de que estaba sufriendo era la rígida tensión de sus estrechos hombros.

–¿Siempre eres así? No me extraña que Balta sea un manojo de nervios viviendo contigo.

–Primero me acusas de no cuidar bien de tu hijo y luego de ocuparme demasiado de él. Ponte de acuerdo –Paula agarró un fino jarrón de cristal y lo subió a un estante más alto.

–No te estoy acusando de nada. Solo digo que estás exagerando.

–Tú no tienes ni idea de lo que es vivir con un niño que empieza a andar.

Sus palabras hicieron estallar algo dentro de él.

–¿Y de quién es la culpa? –Pedro se dirigió hacia la cocina para no decir algo de lo que luego pudiera arrepentirse.

–Lo siento –dijo la voz de Paula desde el umbral.

–¿Qué sientes? –Pedro abrió un armarito–. ¿Haber mantenido a mi hijo lejos de mí o dudar de mi capacidad como padre?

–No dudo de tu capacidad. Solo estaba señalando los peligros que puede tener un niño de esa edad en un departamento de soltero.

Paula tenía un aspecto imposiblemente frágil allí de pie con el cabello cayéndole en suaves ondas sobre los hombros. Pedro no quería sentir nada más que ira, pero era consciente de que sus sentimientos resultaban mucho más complicados. Sí, la ira estaba allí, y también el dolor. Y con ellos se mezclaba algo mucho más difícil de definir pero igual de poderoso.

–Tenemos que comer, Paula–dijo sacando unos platos–. ¿Qué te preparo?

–Nada, gracias. Creo que me voy a ir a acostar. Dormiré con Balta. Así nose asustará cuando se despierte.

Pedro colocó un trozo de pan fresco en el centro de la mesa.

–¿Quién está asustado, querida, él o tú? –la miró con intención–. ¿Crees que, si no duermes en su cama, tendrás que dormir en la mía?

Paula clavó sus ojos verdes en él y se le sonrojaron las mejillas. Pedro se acercó a la nevera, abrió la puerta y pensó que debería meter todo el cuerpo dentro. Le daba la sensación que aquella sería la única manera de enfriarlo. Sacó un plato de queso de oveja con aceitunas y lo puso sobre la mesa.

–Come –le ordenó.

–Ya te he dicho que no tengo hambre.

–Tengo por norma resucitar solo una persona al día, así que come a menos que quieras que te alimente por la fuerza –cortó una trozo de pan, añadió el queso, puso por encima una cuentas aceitunas y empujó el plato hacia ella–. Y no me digas que no te gusta. De las pocas cosas que sé de tí es que te gusta el queso de oveja.

Paula frunció ligeramente el ceño mientras miraba el plato y luego otra vez a él. Pedro suspiró.

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