viernes, 29 de junio de 2018

Cambiaste Mi Vida: Capítulo 25

—Muchísimo. Pero yo no puedo cambiar lo que la gente decida pensar de mí. Lo único que puedo hacer es vivir mi propia vida. ¿Son felices tus hermanas, Paula?

Era un pregunta extraña e inesperada. Paula necesitó unos segundos para pensar antes de responder: Delfina había estado casada, pero el matrimonio no había salido adelante y ahora vivía con el fotógrafo que la había lanzado al estrellato de las pasarelas. Por su parte, Isabel estaba casada con su carrera política y, que Paula supiera, nunca había tenido una relación seria con un hombre. Le daba mucho miedo equivocarse de persona y que esto pudiera repercutir negativamente en sus aspiraciones políticas.

—No, no se puede decir que sean muy felices.

—Tus dos hermanas tienen dinero y gozan de prestigio profesional —prosiguió Pedro al advertir las distintas expresiones que iba adoptando la cara de Paula y la conclusión a la que había llegado—. Y tus padres están orgullosos de ellas. Según tú, lo tienen todo.

—Precisamente por esto es por lo que no quiero comprometerme contigo, Luke —afirmó, poniéndose en pie—: porque pasaríamos la vida discutiendo sobre estos temas.

—Y acercando posturas en la cama —añadió con un brillo malvado en los ojos—. ¿Tan terrible te parece?

No le parecía terrible en absoluto; pero una relación necesitaba algo más que un buena compenetración sexual, se dijo convencida de que en ese punto no habría la menor dificultad. Seguro que siempre disfrutarían besándose; pero, ¿y si nunca llegaban a limar sus diferencias?

Se puso la toalla alrededor del cuerpo, consciente de que estaba temblando, aunque no porque se hubiera quedado fría. Pedro había desenterrado algunas cuestiones a las que ella no había prestado atención desde su ascenso en televisión: sí, ella quería tener una relación estable y, sí, quería tener hijos y formar una familia, un hogar. Pero no quería sacrificar, a cambio, su prometedora carrera en los medios de comunicación. Tal vez Pedro no le concediera valor al éxito profesional; pero él ya había alcanzado todo cuanto se había propuesto en la vida en ese sentido. Había sido campeón mundial cinco veces y no había persona en el mundo que no reconociera su cara. Y, sin embargo, había decidido renunciar a todo eso para llevar una vida normal... No podía permitir que la sedujera con palabras; menos aún con su tentadora boca y su cuerpo de fábula. Sacando fuerzas de no supo dónde, Paula se dió media vuelta y regresó hacia el interior de la suite sin volver la vista atrás.

Pedro no había vuelto a hacer referencia a aquella conversación, pero parecía estar esforzándose por mantener un ambiente alegre, como si intentara demostrarle lo maravillosas que podrían ser las cosas entre los dos.

—¿Es tan terrible como pensábamos? —le preguntó Paula, mientras desayunaba una deliciosa tortilla a las finas hierbas, cuando les llevaron los periódicos a la habitación.

—Compruébalo tú misma —respondió Pedro entregándole el que tenía en la mano en esos momentos.

Le dedicaban tanta atención como a la crisis de Oriente Medio. Había una foto de Pedro, vestido con ropa de cuero, anterior a su retirada, acompañada por un pie de foto: La vida secreta del Rey de la velocidad. También había una foto de archivo de Paula y unas declaraciones, supuestamente suyas, en las que afirmaba que «el campeón mundial de motociclismo, muy tímido ante las cámaras», le había salvado la vida. Rumores y entrevistas a los vecinos de él completaban el despliegue informativo.

—¿Qué pone en ése? —preguntó Paula, apuntando a un segundo periódico.

—Más de lo mismo, aunque el lenguaje es un poco menos sensacionalista. Por cierto, resaltan que no pudieron ponerse en contacto con nosotros anoche.

—¡Gracias a Dios! —exclamó Paula de corazón.

—No han tenido ningún problema en inventarse los detalles de una supuesta aventura amorosa entre nosotros —añadió Pedro.

También habían escrito que Paula había dimitido de De costa a costa, porque había decidido dejarlo todo para seguir al hombre del que se había enamorado  rendidamente. Hasta Marcos Nero había aprovechado para anunciar que su programa daría detalles exclusivos de aquel romance. ¡Iba listo! Pedro agarró la pila de periódicos y los colocó sobre una mesa. ¡Cómo debía odiar todo ese estúpido cotilleo!, pensó Paula. Y todo había sido por su culpa, por haberle él salvado la vida. No era justo.

Cuando Pedro salió a la terraza, Paula se armó de valor para aguantar su enojo.

—Hablemos del libro —dijo, en cambio, sirviéndole una taza de café, cuando Paula llegó a su altura.

—Esto no se va a pasar de un día para otro, Pedro—afirmó ella, decidida a agarrar al toro por los cuernos—. Cuando alguien se entere de que tienes intención de publicar tu biografía, la prensa volverá a revolucionarse.

—Siempre puedo irme y regresar cuando todo esté más calmado —respondió impávido.

—Entonces, ¿Qué sentido tiene escribir la biografía, si luego te desmarcas de la parafernalia que ésta traerá consigo?

—Como ya te he dicho, no puedo evitar que escriban una versión no autorizada de mi biografía. Pero sí puedo asegurarme de escribir mi versión, una versión que cuente sólo la verdad —explicó retrepándose en la silla.

—¿Estás dispuesto a contar por qué odias tanto ser el centro de atención? —se arriesgó a preguntar.

Pedro se levantó, se acodó sobre la barandilla de la terraza y calló unos segundos.

—¿Has vuelto a leer el lenguaje de mi cuerpo, Paula?, ¿Qué te ha puesto en esta ocasión sobre la pista de mis pensamientos?

—Es evidente que algo no te agrada, Pedro. Es como si lo llevaras escrito en un cartel, pegado en la frente —respondió—. Lo que no sé es si lo que te molesta es el hecho en sí de escribir el libro o lo que tendrás que desvelar en su contenido.

—Muy sagaz, señorita Chaves—sonrió Pedro—. ¿Y tú qué crees que es lo que me molesta?

—Conozco tan poco de tu pasado que no sabría decir. ¿Has estado en la cárcel?, ¿Te han pillado sobornando a algún rival para que se dejara ganar?, ¿Has estado hasta el cuello de deudas?, ¿Enganchado al alcohol o a algún tipo de drogas?

—Peores secretos puede guardar una persona —comentó Pedro ausente, con el rostro ensombrecido.

—¿Has matado a alguien?

—¿Cambiaría eso las cosas entre nosotros? —respondió en un tono que la dejó helada.

Era obvio que no lo conocía en profundidad; pero a juzgar por lo que había ido descubriendo de él, la idea se le representaba disparatada. ¿Lo estaba diciendo sólo para probar si su compromiso con el proyecto era firme?

Cambiaste Mi Vida: Capítulo 24

El chapoteo del exterior le indicaba que alguien estaba en la piscina. Vaciló un segundo. Tenía un bañador en su bolsa, así que se levantó, se lo puso, tomó prestada una toalla del hotel y salió para unirse a Pedro en la piscina. Estaba haciendo unos largos y, al verla meterse en el agua, la saludó y siguió nadando. Era la primera vez que lo veía en aquel estado tan próximo a la desnudez, y casi se desmaya de la impresión. Avanzaba con brío y estilo, y la piel le brillaba salpicada por las gotas y los reflejos del sol. Movía los brazos con elegancia y eficacia, ayudándose de las piernas para ganar velocidad.

Apenas podía respirar. Ella ya sabía el calor que se sentía rodeada por aquellos brazos, el calor que se sentía besada por esos labios... La asombraba descubrir que la misma perfección se daba en el resto de su cuerpo, novedad que aceleraba los latidos de su corazón hasta ensordecer el ruido de las patadas de Pedro contra el agua. Si se le hubiera ocurrido alguna manera discreta para salir del agua, lo habría hecho; pero retirarse en ese momento, sin excusa aparente, sería tanto como confesar la turbación que le había producido la contemplación del cuerpo de Pedro.

De repente, sin saber quién había empezado, estaban echando una carrera. Sarah había hecho un par de largos de calentamiento y luego había empezado un tercero al mismo tiempo que Pedro. Al principio había logrado mantenerse a su altura, pues, en sus tiempos de universitaria, había llegado a ganar un torneo de natación. Sin embargo, poco a poco, él había ido aventajándola, espoleando el espíritu competitivo de Paula. ¡La estaba retando! Ella se forzó al máximo para vencerlo, que contaba con la ventaja de tener un cuerpo más musculado y mayor entrenamiento; a cambio, la delicada constitución de Paula le permitía deslizarse a través del agua a gran velocidad. Al final, él la ganó por una fracción de segundo.

—Eres un gran nadador —reconoció Paula, exhausta por el esfuerzo, pero contenta por haber apurado a su contrincante.

—Tú eres mejor —replicó lanzándole una sonrisa que se le coló en el alma—. Yo llevaba un buen rato calentando y tú estabas casi en frío; y aun así casi me ganas. ¿Echamos otra?

—Creo que no puedo ni salir de la piscina —respondió Paula denegando con la cabeza—. Me ahogaría en medio del siguiente largo.

Pedro la agarró por la cintura y la elevó sin esfuerzo al borde de la piscina. Luego se dió impulso y se sentó junto a ella. Paula  no sabía qué pretendía Pedro, quien, de repente, acercó su boca a la de ella hasta dejarla a muy pocos centímetros de distancia.

—¿Pedro? —preguntó con la respiración entrecortada, y no precisamente debido a la carrera de la piscina.

—Necesitas el beso de la vida —dijo intercalando un beso en los labios de Sarah entre palabra y palabra.

Estuvo a punto de olvidar todos los razonamientos que desaconsejaban que se involucrara sentimentalmente con él. Sin duda, le agradaba el calor de aquel beso, pero, de ninguna manera, proviniendo de Pedro, podía llamarlo «beso de la vida», pues, en realidad, éste no hacía sino complicársela.

—No, Pedro—se resistió haciendo un gran esfuerzo.

—Me confundes, Paula. Tu cuerpo dice una cosa y tú te empeñas en negarlo con palabras. ¿Qué es lo que debo creer? —dijo retirando su acometida.

—Ni yo misma lo sé, Pedro—respondió con sinceridad.

—¿Por qué, Paula? Yo te quiero y tú me quieres a mí. ¿Qué más hay que saber? —preguntó con el ceño fruncido.

Se dió cuenta de que estaba jugueteando con la pierna de su bañador, subiéndola más allá de los muslos. Era un gesto sin importancia, pero no quería que Pedro lo malinterpretara.

—No quiero tener una simple aventura contigo, Pedro.

—Por mí podemos intentar una relación seria —afirmó ilusionado.

—No funcionaría —respondió. Sabía que ella volvería a formar parte de la prensa o de la televisión, colectivo que tan poco le gustaba a Pedro—. Tú y yo buscamos cosas diferentes en esta vida.

—¿Estás segura de que somos tan distintos? —replicó, al tiempo que empezaba a masajearle los hombros con unos movimientos sensuales que casi la descontrolaron.

«Oblígalo a parar, a que quite de tus hombros esas manos que te hacen rendirte en contra de tu voluntad», se dijo Paula. Sin embargo, no hizo nada por evitar que aquel contacto se prolongara. Tenía que hacerle comprender que sus reacciones ante su proximidad se debían tan sólo a irrefrenables impulsos físicos.

—Tú eres feliz con la vida que llevas. Yo no. Yo quiero... —se quedó sin palabras.

—¿El qué, Paula? —preguntó deteniendo el masaje para mirarla a los ojos—. ¿Éxito?, ¿Fama?, ¿Un millón de dólares en el banco?

—¿Qué tiene de malo querer las tres cosas?

—Depende de por qué las quieras —respondió intensificando el calor de su mirada—. ¿Es por tí, o porque te sientes obligada a demostrar algo al resto del mundo? Porque entonces no funcionará. Por mucho que consigas, si no te convences tú misma de tu propia valía, jamás lograrás que los demás te valoren como mereces.

—Para tí es fácil de decir —respondió con forzada naturalidad—. Tú ya lo has logrado todo y has renunciado a ello.

—Todavía tengo que soportar que algunos digan que me «quemé» y que hablen de mí constantemente en pasado, por lo que fui, como si mi vida ya no tuviera importancia —repuso Pedro.

—¿Y eso te molesta mucho?

Cambiaste Mi Vida: Capítulo 23

Suspiró resignada, descolgó el auricular y, poco después, su madre, Alejandra, contestó. La voz se le alegró cuando reconoció a su hija mediana al otro lado del teléfono. El padre de Paula, como muchas otras noches, estaba dando clases en la Facultad de Periodismo.

—Es muy tarde. ¿Estás bien? —preguntó Alejandra.

¿Por qué daba por sentado que algo iba mal cuando ella llamaba? A sus hermanas no las acosaba de esa manera.

—La verdad es que tengo un problemilla, mamá. He dimitido como presentadora de De costa a costa. Quería decíroslo yo antes de que se enteraran por la prensa.

—¿Qué crees que dirán los periódicos?

—Supongo que me relacionarán de alguna manera con Pedro Alfonso— comentó después de tragar saliva.

—¿El conductor de coches retirado? ¿Qué tiene que ver ese hombre con que hayas perdido tu trabajo? Tenías todas las papeletas de quedarte fija como presentadora —la presionó Alejandra.

—Ya sabes que no era la única candidata, mamá —le recordó Paula—. Respecto a Pedro, no tengo ni idea de lo que se inventarán. Conoces bien cómo funciona este mundillo —comentó.

Su madre, antes de casarse y criarla a ella y a sus hermanas, había trabajado en las «páginas para mujeres» de una revista. Ahora se dedicaba a conseguir fondos para instituciones benéficas para los niños.

—¡Qué rabia!, ¡Con lo que cuesta conseguir un buen trabajo en lo tuyo! — exclamó Alejandra—. ¿Qué vas a hacer ahora?

—Ya tengo otro trabajo: escribir una biografía —respondió para tranquilizarla—. Pero no puedo darte aún ningún detalle, porque todo está un poco en el aire todavía.

—¿Y qué relación tienes con ese automovilista retirado? —insistió la madre.

—No está retirado. Se gana la vida como diseñador gráfico por ordenador —se contradijo Paula—. Y, por cierto, es su biografía la que voy a escribir.

«¿Estará orgullosa de mí por una vez?», se preguntó Paula. «Dime que me apoyarás decida lo que decida, sin tener en cuenta tus criterios, sino los míos», deseó escuchar.
—¿Te has vuelto loca? —la atacó su madre—. Por fin te estabas haciendo famosa. ¿Por qué quieres arruinar tu carrera?

—Al habla Pedro Alfonso, señora Chaves—intervino éste, que acababa de quitarle el auricular a Paula de la mano—. Fui yo quien la persuadí para que dejara la televisión y trabajase conmigo. Necesito su experiencia para sacar adelante este proyecto, aunque para retenerla tenga que pagarle el contrato millonario que se merece. Le pido disculpas por anticipado si Paula no saca mucho tiempo durante una temporada para ir a verla.

Pedro colocó el auricular cerca de Paula, para que ésta pudiera oír a su madre, que parecía de pronto entusiasmada con aquella «oportunidad tan buena» para su hija.

—Como ves, mamá —arrancó Paula, después de que Pedro le devolviera el auricular—, mi decisión ha sido acertada —sentenció con firmeza.

—¡Espera a que se lo diga a tu padre! —exclamó Alejandra emocionada—. Supongo que Pedro y tú no paran de discutir sobre su proyecto, ¿No?

—Pasamos mucho tiempo juntos, sí —respondió. Luego escuchó las últimas palabras de su madre, que se despedía mucho más efusiva de lo que lo habría hecho de no haber intervenido Pedro—. Gracias por ayudarme —le dijo Paula después de colgar, dirigiéndose a él.

—Había subido a ver si necesitabas ayuda. Estabas manejando bien la conversación; pero pensé que podría echarte una mano —se explicó Pedro.

—Gracias —insistió Paula—. Mamá no quiere ser exigente con nosotras; pero lo cierto es que espera de sus hijas mucho más que la mayoría de las madres.

—Pues menos mal que tú estás muy por encima de la mayoría de las mujeres — observó Pedro—. Deberías sentirte orgullosa de tí misma, Paula.

Se sintió incómoda por el íntimo sesgo que acababa de tomar la conversación. Además, estaban juntos en un dormitorio: ella sentada en la cama y él, de pie, frente a ella, mirándola con una intensidad hipnotizadora. Se acercó a Paula, extendió las manos y la ayudó a levantarse con delicadeza, atrayéndola para sí. Notó que el corazón empezaba a latirle con violencia: ¿Por qué reaccionaba siempre así cuando estaba junto a Pedro? Ella sabía que su forma de ver la vida era radicalmente opuesta a la suya; sin embargo, su cuerpo no parecía dispuesto a aceptar ese hecho. Sintió que las mejillas se le sonrojaban, así como un cosquilleo que le recorría todo el cuerpo, al que se negaba a llamar deseo. Pero, por mucho que se empeñara en lo contrario, quería a ese hombre como nunca había querido a ninguno antes.

—Buenas noches, Paula—dijo Pedro, obligándose a despedirse antes de que no pudiera controlarse—. Que duermas bien.

Cuando se quedó sola, Paulase preguntó si lograría dormir siquiera media hora. Después de dar vueltas en la cama durante horas, en algún momento debió de quedarse dormida, pues despertó con un rayo que se había filtrado a través de los cristales del ventanal. Miró la hora y se sorprendió de lo tarde que era. ¿Qué le pasaba? Ella nunca dormía hasta las diez.

Cambiaste Mi Vida: Capítulo 22

—¿Y tu equipaje? —preguntó Paula, sin poder evitar sonreír, consciente de que ya se había rendido.

—Tengo una muda en el coche. Por lo demás, en este hotel podré encontrar todo cuanto necesite —respondió—. Entonces, ¿Te quedas?

Un suspiró la delató. Y antes de que pudiera decir nada, un discreto golpe a la puerta anunció la llegada de un botones que cargaba con las pertenencias que ambos tenían en el Branxton de Pedro, las cuales parecían una islita en medio de la inmensidad de la entrada. Luego entró un camarero con una bandeja de canapés de caviar, dos copas delicadísimas y una botella de champán metida en un cubo de hielo.

—Nosotros nos servimos, gracias —se despidió Pedro del sonriente camarero, al que  él le había dado una generosa propina.

—¿No irás a decirme que esto ha sido idea del hotel?

—No: se me ocurrió que podíamos celebrar nuestra nueva sociedad —comentó en referencia al proyecto de su biografía.

Luego descorchó la botella de champán y lo vertió en las burbujeantes copas.

—Porque tu libro sea un éxito —brindó Paula alzando su copa.

—Nuestro libro —la corrigió—. Y por mi intrépida colaboradora, que se ha atrevido a adentrarse en un terreno de mi vida al que nadie antes había osado asomarse.

—Tengo que llamar a mis padres y contarles lo que ha pasado antes de que se enteren por los periódicos —dijo después de dar un sorbo y colocar la copa en el carrito.

—Es decir, teniendo en cuenta que la prensa ya ha acampado en mi casa, antes de mañana mismo —comentó Pedro, apuntando con el índice hacia un teléfono que había en el recibidor—. Puedes llamar desde aquí o, si prefieres intimidad, también hay teléfonos en los dormitorios... A no ser que quieras que hable yo con ellos — añadió provocativamente.

—Gracias, pero las cosas ya están bastante liadas —repuso sintiendo un incómodo calambre en el pecho.

—Y no hace falta que sepan que estás conmigo, ¿No es eso? —añadió Pedro.

—No estoy... contigo —dijo Paula a la defensiva, estremecida por el tono tan íntimo que había empleado él.

—Claro que estás conmigo. Mira a tú alrededor: estás conmigo, no hay nadie más. Y estamos compartiendo la mejor suite de un hotel —señaló él.

—Tal como tú mismo has dicho, hay espacio y no tendremos que compartir prácticamente nada —le recordó—. Por cierto, ¿Cuánto tiempo se supone que vamos a tener que estar aquí escondidos? No tengo ropa más que para un par de noches.

—Digo yo que dos noches bastarán para que los periodistas se cansen de hacer guardia delante de nuestras casas —respondió. Luego se acercó a ella, que era justo lo último que Paula deseaba... o lo primero. Había bebido el champán demasiado rápido y no lograba pensar con claridad—. ¿Tan terrible te resulta pasar dos noches en este sitio tan maravilloso?, ¿o sigo siendo yo el problema? Como mascota mayor, te prometo que nunca me sobrepaso. Claro que si en realidad lo que sucede es que no confías en tí...

—Tranquilo. No te quepa duda de que sabré comportarme —afirmó, sin imaginar que Pedro tergiversaría sus palabras.

—¡Vaya! Espero que de veras te portes muy bien conmigo. ¿Cuándo empezamos?

—Ya sabes lo que quiero decir —espetó alterada por su proximidad.

Si Luke seguía en ese plan, pasar la noche allí iba a ser toda una odisea. Era consciente de lo vulnerable que era estando al lado de... aquella irresistible mascota. Paula pensó que tal vez le habría resultado más sencillo hacer frente a los periodistas que la esperaban en su casa. Era curioso: éstos, deseosos de inventar historias sobre Pedro y ella, los habían forzado a pasar la noche juntos, haciendo que la ficción se tornara realidad.

—Los llamaré desde el dormitorio —pretextó para alejarse de la perturbadora presencia de Pedro.

—Elige el que quieras. A mí me da igual uno que otro —le ofreció.

Paula agarró su bolsa y subió a todo correr las escaleras, sabedora de que Pedro observaba cada uno de sus movimientos. Escogió el mejor dormitorio; pero no por su amplitud, sino porque era el que estaba más alejado de los demás. Tenía que hacer todo cuanto estuviera en su mano por poner distancia entre Pedro y ella si no quería sucumbir y...

No podía llamar a sus padres hallándose en tamaño estado de excitación; de modo que decidió sacar las cosas de su bolsa y explorar el dormitorio para calmarse. Mientras lo recorría, fue pasando la mano por sillas tapizadas en terciopelo, suaves cortinas de diseño y un exquisito juego de porcelana. Sin duda, lo que más le gustó a Paula fue su mullida cama, con sus cojines y su edredón, todos en tonalidades azules. Había un ventanal con una puerta de doble hoja que daba acceso a una terraza muy coqueta, en la que se podía disfrutar de la suave brisa del anochecer y, supuso, de unas puestas de sol espléndidas. Estaba tan a gusto fuera que se resistía a volver al interior. Sin embargo, y aunque no le hiciera excesiva ilusión, tenía que telefonear a sus padres. Se habían alegrado tanto al enterarse de su trabajo como presentadora de De costa a costa, que le daba miedo comunicarles ahora su dimisión. Se vió reflejada en uno de los cristales del ventanal y sonrió. Cualquiera pensaría que aún era una niña de dieciséis años, en vez de una mujer adulta e independiente de veintiséis. Con todo, le disgustaba tener que renunciar a la aprobación de sus padres, aunque ésta se fundara en cuestiones laborales.

Cambiaste Mi Vida: Capítulo 21

—¿Se puede saber qué... —arrancó con un susurro. Paula no quería que Pedro descubriera lo mucho que aquella sugerencia la había afectado, por mucho que, en realidad, no se tratara de una verdadera insinuación—... qué solución se te ha ocurrido? —corrigió sobre la marcha.

Pedro le lanzó una mirada penetrante con la que le daba a entender que había captado perfectamente su reticencia inicial.

—Creía que confiabas en mí —dijo divertido.

—Sí, pero tampoco hay que excederse —se defendió sonrojada.

—Por suerte, no has especificado dónde está el límite que separa lo normal de lo excesivo. Necesito que confíes en mí para que podamos salir de ésta —comentó mirándola a los ojos desafiantemente. Al fin y al cabo, ella tenía la culpa de que la prensa hubiera descubierto a Pedro, pensó Paula—. ¿Y bien? —insistió Pedro.

—Supongo que todavía puedo confiar en tí sin temor a sobrepasar ese límite — respondió con falso desenfado.

Le daba igual adónde tendría pensado llevarla Pedro. Lo cierto era que él no podía regresar a su casa y, probablemente, la prensa del corazón también estaría apostada a la entrada de la de ella. No le quedaba más remedio que ponerse en manos de Pedro.

A pesar de las protestas de Paula y de las de Mamá, Pedro se empeñó en pagar la cuenta y luego, tan pronto como hubieron regresado al coche, sacó el teléfono móvil. A juzgar por la sonrisa de su cara y el brillo de sus ojos, Pedro estaba satisfecho con lo que le decían. Minutos después tomaron la autopista de la Costa Dorada hacia el sur y muy pronto llegaron a la entrada del hotel preferido de los surfistas, pues contaba con su propia playa y con unas vistas espléndidas desde cada una de sus nueve plantas.

—¿Y a esto lo llamas tú esconderse? —comentó Paula mientras el estacionacoches se acercaba a ellos.

—Es el viejo truco de esconderse a la vista de todo el mundo —respondió Pedro.

Le entregó la llave al al hombre y éste se llevó su Branxton al estacionamiento. Era evidente que los esperaban, pues los llevaron a un ascensor privado que los llevó al piso más alto, ni más ni menos que a la suite presidencial. Ni siquiera habían tenido que pasar por los tediosos trámites de registrarse en recepción.

—¿Te gusta? —le preguntó Pedro al abrir la puerta de la suite.

—¿Que si me gusta? ¡Es preciosa! Pero no puedo dejar que pagues algo tan caro.

—El dueño del hotel es amigo mío —le explicó Pedro para serenarla—. Parece ser que andan escasos de presidentes últimamente; de modo que se alegra de poder darnos refugio.

«Refugio» no era en absoluto la palabra adecuada. Por el suelo se extendía una moqueta color beige del más exquisito gusto y todos los muebles, los cuadros y los adornos de la suite estaban elegidos y conjuntados con primor. Un gran ventanal permitía que la luna derramara su luz por todos los rincones y las estrellas parecían estar al alcance de la mano.

Paula dejó atrás la entrada y avanzó admirándolo todo hasta detenerse frente a una mesa cuadrada sobre la que había un florero de cristal delicadísimo, coronado con rosas y orquídeas. Las sillas, las lámparas, el sofá y los cojines del sofá, todo se conjugaba en aquella suite de ensueño. En un extremo de ésta había una escalera que llevaba hacia la planta de arriba, en la que estaban los baños y los dormitorios. También arriba había grandes cristaleras con vistas espectaculares. Había tres baños, los tres con grifos y espejos rematados en oro, que se comunicaban con los dormitorios a través de un pasillo decorado con el mismo esmero que el resto de la suite, todo absolutamente cuidado hasta el último detalle. Un auténtico palacio, salido de un cuento de hadas. Pedro la esperó abajo, hasta que Paula descendió desmayadamente por las escaleras, y la condujo a una amplia terraza que rodeaba toda la suite, en cuyo centro había una enorme piscina.

—No puedo quedarme aquí —protestó Paula con una media sonrisa, sintiéndose una intrusa entre tanta suntuosidad.

—No te gusta —la malinterpretó adrede.

—La suite me gusta —enfatizó ella.

—¿Pero no te gusta tener que compartirla conmigo? —hizo un gesto con el que intentó abarcar la suite—. Hay mucho espacio. No tenemos ni por qué vernos si eso es lo que te preocupa.

—Pero no tengo nada de ropa —se resistió.

No tenía por qué verlo, pero su mera presencia le resultaría tentadora.

—¿Y qué me dices de la ropa que metiste en la bolsa cuando nos íbamos estudio? —insistió él—. Que yo recuerde, guardaste ropa, maquillaje, artículos de aseo... y hasta tu osito de peluche.

—Es mi mascota: se llama Fabio —espetó. ¿Es que no podía ver que el problema era él mismo?

—¿Y por qué no piensas en mí como si fuera una mascota más grande? — sugirió traviesamente, consciente de qué era lo que realmente la amedrentaba.

miércoles, 27 de junio de 2018

Cambiaste Mi Vida: Capítulo 20

—Para empezar —respondió con expresión sombría—, tampoco ellos son mi verdadera familia. Me adoptaron siendo un bebé y siempre que podían se encargaban de recordarme lo afortunado que había sido. Además, ellos vivían de cultivar la tierra y pensaban que debía agradecerles el haberme adoptado trabajando junto a ellos. Mi padre y yo apenas hemos vuelto a hablarnos desde que empecé a ganarme la vida como automovilista.

—Lo siento —murmuró Paula.

—De eso hace mucho —comentó, aunque ella tuvo la impresión de que seguía afectándolo.

Pedro le ofreció un poco más de ensalada, que Paula rechazó.

—Estaba estupenda, pero estoy a punto de explotar.

—No tienes por qué preocuparte por tu línea —comentó Pedro sonriente—. Estás estupenda y, además, no vas a tener que cuidar tu imagen ante las cámaras de televisión durante una temporada.

Paula lamentó que Pedro le recordara aquella cuestión, sobre la que aún no se había decidido. Por algún motivo, de repente, su expresión adquirió una veta de tristeza.

—Todavía estás a tiempo de dar marcha atrás y volver a tu trabajo —prosiguió Pedro al notar su repentino cambio de humor—. Tu productora estará encantada de volver a contar contigo.

«Sólo porque te conozco», pensó Sarah. Cuando una puerta se cierra... se recordó. Desvaneció sus dudas con una amplia sonrisa.

—Me niego a darle esa satisfacción a Diana. Además, ya he conseguido trabajo —añadió sorprendiéndose a sí misma. ¿Cuándo lo había decidido? Entonces supo que una parte de ella no lo había dudado, a pesar de todos sus razonamientos, ni por un momento.

—Quizá acabes pensando que es peor trabajar conmigo que con Marcos Nero —la advirtió Pedro—. Soy exigente, perfeccionista, un auténtico hijo de...

—En otras palabras —lo interrumpió entre risas—. Que me voy a sentir como en casa.

—La señorita piensa que estoy bromeando —dijo Pedro, lanzándole una sonrisa electrizante.

Paula no hizo caso al ritmo acelerado con que había empezado a latirle el corazón. Si iba a trabajar con él, sólo podía considerar a Pedro un compañero de equipo. Un fantástico y divertido compañero, eso sí. No recordaba haberse sentido tan atraída por un hombre tan rápidamente como le había sucedido en esa ocasión. Tenía que darle un tono más profesional a la conversación si no quería que aquella cena acabara de manera desastrosa.

—No habrías llegado donde estás sin esas cualidades. Y no espero que cambies debido a mí —dijo Paula—. Quizá deberíamos hablar sobre el libro; aclarar lo que cada uno espera de esta colaboración.

—Ya tendremos tiempo mañana de comentar esos detalles —respondió Pedro  frunciendo el ceño.

—Pero...

—No hay peros que valgan, Paula—le acarició la mano sobre la mesa—. Lo único que tengo pensado esta noche es llevarte a casa... para que duermas y descanses... sola —añadió, adivinando los pensamientos de ella.

Antes de que pudiera protestar, el móvil de Pedro empezó a sonar. Se disculpó con la mirada y se dispuso a contestar.

—Debe de ser importante. Sólo Marcelo tiene este número y sólo lo usa en caso de emergencia...

Pedro contestó, escuchó durante unos segundos, hizo algún comentario en voz baja y finalizó la conversación.

—Parece ser que la prensa ha rodeado mi casa —dijo disgustado—. No podré regresar esta noche si no quiero que me sometan al tercer grado.

—Puedes quedarte en mi casa —le ofreció después de tragar saliva, consciente del riesgo que corría.

—Gracias, pero saben que estamos juntos. Probablemente también estén vigilando tu casa —respondió él.

—¿Qué podemos hacer?

—Se me ocurre una solución... —dijo después de pensar un par de segundos— ... si no te importa pasar la noche conmigo.

Después de lo que le había sucedido ese día, Paula creía que ya nada podría sorprenderla. Sin embargo, la proposición que acababa de realizar Pedro la dejó boquiabierta. Sintió un temblor que le recorría el cuerpo entero y apretó el borde de la mesa con tanta fuerza que los nudillos se le quedaron blancos.

Cambiaste Mi Vida: Capítulo 19

¿Era eso lo único que quería de ella?, se preguntó Paula mientras se dirigían hacia el estacionamiento. No se engañaba: sabía de sobra que no aceptaba aquel trabajo por motivos profesionales exclusivamente. Una parte de ella deseaba desesperadamente mantener una relación estrecha con Pedro. De hecho, si era sincera consigo misma, deseaba mucho más de su relación con él, motivo por el cual tenía que pensar con detenimiento su decisión.

Ocultarse en la casa en la que Pedro se escondía, lo cual sería necesario para la buena marcha y redacción del libro, no contribuiría sino a que los medios de comunicación se olvidaran de ella. Al final, cuando la biografía saliera a la venta, toda la publicidad se centraría en él y nadie se fijaría en Paula. Y no es que la molestara qué él acaparara toda la atención, pues, al fin y al cabo, se trataba de su vida; pero, ¿Quién se acordaría de ella, quién le ofrecería algún trabajo cuando terminara con la biografía de Pedro? Nadie. Para Pedro sería diferente. Él podía promocionar el libro y luego volver a esconderse en cualquier parte. A él no le pasaría nada porque lo olvidaran. Pero, para Paula supondría un suicidio laboral.

—¿No te estarás arrepintiendo de haber dimitido? —le preguntó Pedro cuando hubieron llegado al coche.

—Puede que lo haga cuando tenga tiempo para pensar al respecto —respondió sorprendida. ¿Le había leído la mente?—. Aunque ya empezaba a cansarme de De costa a costa.

—Entonces, ¿Por qué te esforzabas tanto por conseguir ser la presentadora? —le preguntó después de abrirle la puerta del coche.

—Era una oportunidad y tenía que pelear por ella.

—Sobre todo porque tu rival se llamaba Marcos Nero.

—El resto del equipo estará encantado conmigo por haberlos dejado a las órdenes de ese indeseable —dijo Paula con ironía.

—Siempre pueden decirle lo que piensan de él y marcharse como has hecho tú.

—¿Por eso abandonaste tú el automovilismo? ¿Había alguien por encima de tí a quien no aguantabas? —preguntó expectante.

Pedro siguió mirando la carretera. Iban hacia el norte, hacia algún restaurante poco conocido: típico de él.

—Fueron muchos los motivos que me hicieron dejar la competición — respondió con vaguedad.

—Quizá deberías contarme lo que sucedió antes de que decida si escribo tu biografía o no —lo presionó.

—¿Para que puedas decidir si seré útil o no a tu carrera?

—Reconoce que no es justo que tome una decisión tan importante a ciegas — contestó tras denegar con la cabeza—. Además, tendrás que decírmelo más tarde o más temprano.

—Quizá prefiera más tarde —replicó Pedro.

—Entonces quizá deberías buscarte a otra persona para que escriba tu libro — espetó, decepcionada por lo poco que Pedro confiaba en ella.

—Cuando digo «más tarde», no quiere decir indefinidamente más tarde. Compréndelo: para mí tampoco es fácil desvelar los secretos de mi vida.

Paula lamentó haberlo acosado. Puede que no fuera falta de confianza en ella, sino rechazo, en general, a tener que publicar su biografía.

—Quizá no sea tan buena la idea de cenar —comentó, aunque en el fondo no deseaba separarse de él.

—Tenemos que comer. Además, ya hemos llegado.

Pedro se detuvo frente a un modesto restaurante italiano, situado entre un quiosco de prensa y un videoclub. A juzgar por la fachada del local, parecía un lugar muy acogedor. Encima de la puerta había un rótulo en el que se podía leer Mamá. Entraron. La mayoría de las mesas estaba ocupada por italianos. Una de las mesas tenía un cartel de «reservado». Pedro avanzó hasta llegar frente a unas cortinas, las corrió y allí apareció una mujer muy pequeña que irradiaba vitalidad.

—Creía que me habías olvidado —dijo la mujer en tono de fingido reproche, después de darle un abrazo a Pedro.

—Mamá, ésta es Paula. Paula, mamá es la dueña de esta casa de locos —las presentó Pedro.

Paula tuvo la impresión de que la estaba examinando y, por suerte, Mamá pareció darse por satisfecha con ella y le dió otro abrazo.

—Bienvenida. Hacía mucho tiempo que Pedro no me presentaba a ninguna mujer —comentó Mamá—. Venga, siéntate. Y no mires la carta. Deja que te elija un menú especial —añadió quitándole la carta de las manos.

—¿Es tu madre? —le preguntó Paula a Pedro cuando la mujer se hubo retirado.

—Es la madre de un amigo de cuando corría —le explicó—. Todos la llamamos Mamá. Y tú le has causado muy buena impresión.

—¿Cómo lo sabes?, ¿por el abrazo?

—No: porque sólo a unos pocos clientes les ofrece su menú especial.

Paula, mientras saboreaba una antología de los platos más deliciosos de la cocina italiana, consiguió relajarse. Además, el resto de los clientes no les estaban prestando ninguna atención, motivo por el cual, sin duda, se sentía Pedro tan cómodo en aquel restaurante. Mientras degustaban una suculenta fuente de mariscos, él le contó que el hijo de Mamá había fallecido en un accidente de coche.

—Estuvo en coma varias semanas y yo estuve casi todo el tiempo a su lado. Después de aquello, Mamá me adoptó como su segundo hijo. No veo mucho a mis padres, así que viene bien tener una segunda familia cerca.

—¿Nunca pensaste en volver a casa después de retirarte?

Cambiaste Mi Vida: Capítulo 18

Aquel comentario despertó una señal de alarma en Paula. Puede que hubiera abandonado el timón de De costa a costa, pero no tenía intención de, como él,desaparecer de la escena. Hiciera lo que hiciera, sería algo relacionado con los medios de comunicación; y la popularidad que tal trabajo conllevaría no le gustaría a Pedro. No podía tirar su carrera para conservarlo. Abrió los ojos y lo miró, asombrada por la intensidad que encontró en la expresión de su cara. Luke sólo necesitaba una leve caricia, una mirada sugerente para dejarse desbordar por la pasión que lo estaba consumiendo.

—Ya he visto todo lo que quería ver —dijo Paula, consciente de que el tono de su voz la traicionaba—. Has salvado a una dama en apuros y has pedido un beso como recompensa.

Pedro no se movió para impedir que Paula se alejara de sus brazos. Ésta se aferró a su osito de peluche y, con la respiración aún entrecortada, añadió:

—Ahora que he roto con esta cadena, soy una mujer libre. ¿Quién sabe las oportunidades que estarán esperando a presentárseme?

Era obvio que se las estaba dando de valiente, cuando en realidad estaba asustada ante su incierto futuro. Y agradecía a Pedro el favor que le había hecho, pero aquello tenía que terminar, a pesar de que la forma de reaccionar de su cuerpo cuando estaba cerca de Luke, se empeñaba en quitarle la razón a los fríos razonamientos de Paula. Ya había perdido un trabajo por seguir su corazón, por intentar respetar la intimidad de Pedro y dejar que Marcos se apuntara un tanto a su favor a ojos de la productora. Era la prueba más clara de que no debía dejarse guiar por los sentimientos.

—¿Quieres decir otras ofertas de trabajo, aparte de la que yo te he hecho? —le preguntó Pedro.

—Tú no me has hecho ninguna oferta de trabajo —repuso Paula confundida—. Sé que sólo se lo dijiste a Marcos para...

—Sólo le dije la pura verdad —la interrumpió—. Quiero que escribas mi biografía, y que empieces tan pronto como puedas.

El suelo tembló bajo sus pies. En ningún momento había imaginado que aquel proyecto era en serio. ¿Estaría tomándole el pelo para aprovecharse de la química que los unía cada vez que sus cuerpos se acercaban?

—Es una broma, ¿Verdad? —preguntó con aparente calma—. Tú valoras mucho tu intimidad y tu anonimato. ¿Por qué te iba a interesar que se publicase un libro que desvelase los secretos de tu vida privada?

—Hasta hoy, nunca me lo había planteado —respondió Pedro con sinceridad—. Pero después del reportaje de Marcos que han emitido hoy, mi intimidad ya no será lo que era. Así que, ¿Por qué no sacar partido de mi popularidad? Hay muchos editores que me vienen presionando desde hace años para que publique mis memorias. Y ya no tengo ningún motivo para seguir negándome. Además, la verdad es que no me queda más remedio que publicar mi biografía.

—¿Por qué? —preguntó Paula extrañada.

—Desde que los editores se pusieron en contacto conmigo, he recibido la amenaza de dos personas que ya estaban preparando una versión no autorizada de mi biografía.

—¿Una versión no autorizada? ¿Quieres decir que tratarán de montar un escándalo a tu costa?

—Pueden escribir la verdad y deformarla para que suene escandalosa. Si escribo mi propia versión, al menos conseguiré que las cosas no se exageren excesivamente.

«¿Qué cosas?», quiso preguntar Paula. Pero la única pregunta que importaba en esos momentos era si estaba dispuesta a escribir la biografía de Pedro. Y no estaba tan loca para aceptar, ¿No?

—Pero esas personas no te han amenazado físicamente, ¿Verdad? —preguntó, visiblemente preocupada por él.

—Si pensara que corría algún riesgo —contestó denegando con la cabeza—, no te involucraría. Y, por supuesto, te pagaría bien si al final aceptas mi oferta, como espero. No se me olvida que sin dinero no se puede sobrevivir en esta vida.

—¿Y por qué me eliges a mí para redactar tu biografía? —preguntó Paula.

—Has demostrado que no te vendes al mejor postor. Puedo confiar en tí y sé que no caerás en sensacionalismos rastreros para promocionar el libro.

Paula bajó la cabeza en un gesto con el que aceptaba aquel halago. Aun así, estaba totalmente desconcertada. De haber sabido que la oferta no era ficticia, no habría permitido aquel reciente beso; un beso que lo complicaba todo. Su forma de reaccionar ante su abrazo, los sentimientos que la proximidad de Pedro despertaban en ella, mostraban el riesgo que corría Paula si llegaba a familiarizarse con los secretos de él.

Éste, por otra parte, prácticamente había confirmado que su retirada de la competición podía ser interpretada por algunas personas como un escándalo. ¿Y si a Paula no le agradaba descubrir los detalles del pasado de Pedro? Era egoísta pretender ignorarlo todo y meter la cabeza en la tierra, pero también era lo más seguro. Lo contrario sería avanzar sobre tierras movedizas en las que podían hundirse sus sentimientos.

—No me contestes ahora —le propuso Pedro al adivinar la guerra que Paula estaba librando en su interior—. Primero te llevo a cenar y te distraes un poco antes de tomar ninguna decisión importante.

Paula agradeció que Pedro fuera tan considerado con ella. Por otro lado, tenía la impresión de que, como jefe, sería un hombre tan exigente como razonable y atento. Y, sin duda, era una oferta fabulosa. ¿Lograría dejar de lado sus sentimientos para cumplir con lo que Pedro quería de ella?

Cambiaste Mi Vida: Capítulo 17

De repente estaba exhausta. Puede que la venganza fuera dulce, pero también resultaba agotadora.

—Sí —respondió, deseando acabar cuanto antes con aquella farsa.

Pedro le sonrió y ambos salieron del despacho de Diana, con la cabeza bien alta, dejando a Marcos boquiabierto. Esperó a que no los oyeran para mirarla y le elevó la barbilla.

—¿Una sonrisa? —le pidió Pedro—. Hemos ganado, ¿No?

—Supongo que sí —respondió esbozando una débil sonrisa.

—¿Supones?

—Está bien, ganamos —se echó a reír, al ver el ceño de enfado que Pedro fingía—. Pero sólo gracias a tí.

—Y a tu increíble capacidad interpretadora. Seguro que Nero no ha cerrado la boca todavía.

Estaba intranquila. La complacía haberle dado a Marcos en las narices, pero no era eso lo que más había disfrutado, sino el hecho de sentirse rodeada por los brazos de Pedro; la cercanía de sus caras, su tentadora boca a escasos centímetros de distancia. La gente pasaba por el pasillo y Paula se dió cuenta de que miraban extrañados al ver a la fría reportera en los brazos de un hombre tan fantástico. Sabía que los ojos le brillaban y estaba segura de que ese brillo provenía de la luz que se había encendido en su interior.

Se serenó al recordarse que aquello había sido una farsa. Pedro sólo se había inventado lo de la biografía para que Marcos sintiera envidia de ella. Se separó, aunque no lo deseaba, pues si no, no sabía cuánto tiempo podría resistir sin intentar... ¿El qué? Prefirió no responder. Mejor sería recoger todas las cosas de su camerino y marcharse sin ver a nadie más. Sobre todo, no quería tener que fingir de nuevo que estaba radiante por una biografía ficticia. Cuanto más repercusión tuviera aquel engaño, más difícil sería ocultarlo y aclararlo si acababa descubriéndose.

—¿Adónde vamos? —le preguntó Pedro.

Paula le indicó el camino hacia el camerino. Por suerte, no se tropezaron con nadie. ¿Cómo habría de explicarles lo que ni siquiera ella terminaba de entender? Con todo, se sentía alegre. Sucediera lo que sucediera, siempre le quedaría el recuerdo de la reacción de Marcos al enterarse de que su estrategia, el haber forzado su dimisión, se le había vuelto en contra. Empezó a recoger todas sus pertenencias: afeites de maquillaje, algo de ropa y un osito de peluche con un corazón rojo de tela cosido en el pecho. Era su amuleto de la suerte. Aunque, afortunadamente, no lo había necesitado esa noche, pues ya era bastante suerte haber estado junto a Pedro. Éste se sentó sobre una mesa y balanceó una pierna en el aire mientras observaba los movimientos de Paula. Una sonrisa surcó su rostro y sus ojos se iluminaron con un brillo malévolo.

—Me has hecho un gran favor esta noche —le dijo Paula triunfante, haciendo un alto para mirarlo.

—Hacía años que no me lo pasaba tan bien —afirmó cruzando los brazos sobre el pecho.

Paula tomó una estatuilla, símbolo de un premio, que le habían concedido por uno de sus primeros reportajes en De costa a costa, y la metió en una bolsa, sin permitirse arruinarse el resto del día con cábalas sobre cuál habría sido su futuro en el programa.

—¿Alguna vez te han dicho que tienes una vena perversa, Pedro?

—No imaginas lo perverso que puedo ser —respondió él acercándose a Paula.

Intentó decirse que ambos estaban sobreexcitados tras su encuentro con Marcos. Sólo eso podía explicar racionalmente los sentimientos que parecían estar uniéndolos. Pedro la besó y Paula pensó aún que se trataba de una forma de celebrar su triunfo, de un beso sin importancia. En el mundo del espectáculo, la gente se besaba constantemente. Pero le fue imposible sofocar las llamas que la abrasaron al sentir el roce de sus labios. Aquello era una irrenunciable invitación a dejarse llevar por la pasión.

—Pedro, yo... —susurró Paula.

—¿Me quieres? —dijo en voz muy baja mientras deslizaba los labios sobre los de ella—. Debes saber que es un sentimiento totalmente correspondido.

No podía ser cierto; no, habiendo tantas cosas que los distanciaban. Tenía que resistir, por mucho que le costara, el impulso de abandonarse a sus fogosos instintos. Sin embargo, la dulzura y la sinceridad de sus besos derrumbaban cualquier barrera que ella intentara levantar entre ambos. Su respiración era cálida y su cuerpo, más tierno de lo que había esperado, dada su imponente musculatura. La envolvió entre sus brazos contra el pecho y dejó que una fuerza invisible los cautivara. Paula nunca se había sentido tan vibrantemente viva.

—Hemos estado fantásticos esta noche —susurró Pedro entre los labios de Paula.

—Cierto —respondió ésta después de cerrar los ojos y saborear la miel de su boca—. Tú has estado fabuloso.

—Pues todavía no has visto lo mejor de mí —replicó acariciándole la espalda provocativamente.

Cambiaste Mi Vida: Capítulo 16

—¿Oferta? —repitió, traicionada por su confusión. La proximidad de Pedro la impedía actuar con serenidad—. ¡Ah, sí!, ¡esa oferta! Sí, supongo que ahora ya puedo aceptarla... Gracias a tí, Marcos—reaccionó a tiempo.

—Pensé que la idea de perder tu trabajo te entristecería —comentó él desconcertado.

—Normalmente, la entristecería —intervino Pedro—. Pero ahora tiene proyectos mucho más emocionantes... que, a mi entender, encajan mejor con su talento. ¿No te parece, cariño?

Paula aún no sabía de qué estaba hablando Pedro, pero valía la pena sentirse un poco despistada con tal de disfrutar de la cara de desgraciado que se le estaba poniendo a Marcos. Era el tipo de persona que sólo disfrutaba del éxito, cuando éste se producía a costa de otro. Y en ese caso, habría deseado que Paula se sintiera apabullada por su forzosa salida del programa. Si a ella le daba igual, su triunfo perdía parte de su encanto.

—Quizá deberíamos compartir nuestro secreto con Marcos y Diana —comentó Paula, con la esperanza de que aquella observación no entorpeciera los planes de Pedro.

De repente, se quedó helada. ¿No iría a decirles que estaban prometidos? Marcos nunca se tragaría una mentira de ese calibre, aunque, al mismo tiempo, el corazón le dio un vuelco por el mero hecho de pensar en esa posibilidad. Ella nunca había sido la prometida de ningún hombre, y la idea de pertenecer a Pedro la llenaba de coraje y de deseos. Pero no debía hacerse ilusiones. Intentó tranquilizarse, pues, de seguir fantaseando, podía acabar con el corazón roto.

Pedro debió de sentir la tensión de su cuerpo, pues empezó a masajearle los hombros para relajarla. Involuntariamente, la cabeza de Paula se recostó sobre el costado de Pedro. Casi tuvo ganas de ronronear y a punto estuvo de protestar cuando Pedro interrumpió el masaje. Al menos, pensó, había logrado serenarse.

Marcos miró asombrado aquella estampa de la supereficiente reportera, Paula Chaves, reposando la cabeza sobre el hombro de Pedro. No pegaba con su forma de ser, reconoció ésta, pero se sentía tan a gusto que decidió mantener la postura un rato más.

—Todavía es oficioso, pero Paula va a escribir mi biografía —anunció Pedro—. Habíamos pensado en ofrecer un avance en exclusiva a su programa; pero ahora que Paula ya no es la presentadora... —dejó la frase en el aire, aunque dando a entender que, con toda seguridad, habría otro programa que se vería beneficiado.

Como cebo era brillante, pero Paula se sintió algo decepcionada. No pensaba que de veras fuera a fingir que estaban prometidos, pero tampoco había imaginado que hubiera inventado una prosaica oferta de trabajo. Pero entonces, si Pedro no pretendía que Marcos creyese que ambos estaban prometidos, no tenían por qué fingir ser amantes, pensó Paula.

—Esto es un poco precipitado, ¿No les parece? —preguntó Marcos sin terminar de creer lo que estaba presenciando.

—En absoluto —rechazó Pedro con aplomo—. Se lo propuse ayer mientras comíamos; pero Paula es tan leal que no vio bien aceptar mi oferta... hasta que hoy la ayudaste a decidirse.

—Respecto a tu dimisión, Paula—intervino Diana, después de carraspear para llamar su atención—, ya sabes lo temperamental que soy. En realidad nadie quiere prescindir de tus servicios. Podemos hablar con más calma y llegar a un acuerdo acerca de tu futuro en la cadena.

Marcos no pareció muy complacido por aquella propuesta. Acababa de librarse de su principal rival y la idea de que regresara no le resultaba nada atractiva. Y mucho menos, si volvía con un reportaje como el de Pedro, que situaría las cuotas de audiencia de su programa por las nubes.

Pero Marcos no tenía por qué preocuparse. Paula conocía demasiado a Diana como para que la engañara, y sabía que ésta sólo quería que regresara para exprimir su relación con Pedro. Ese hombre, con su carisma y su récord mundial, haría las delicias de los telespectadores. Sin duda, un libro que hablara de su tan secreta vida privada y del verdadero motivo de su retirada de los circuitos sería un best seller sin necesidad de promoción alguna.

—Gracias, Diana, pero estoy contenta tal y como están las cosas ahora mismo —afirmó Paula—. La verdad es que dar por concluida mi colaboración con ustedes es, de alguna manera, una bendición —añadió para enrabietarla.

La oferta de Pedro perseguía que Diana viera a Paula con mejores ojos que a Marcos. Pero ésta confiaba en que eso no fuera todo. Como su madre siempre decía, cuando una puerta se cierra, otra se abre. No sería la puerta de Pedro la que se abriese. No creía en milagros. Pero encontraría una puerta y algún día, más adelante, miraría atrás y pensaría en ese momento como el inicio de algo y no como el final de una etapa.

—Exacto —reforzó Pedro—. Toda una bendición... para mí. Paula estará demasiado liada con el libro para ocuparse de ninguna otra cosa, así que lo que ustedes pierden lo gano yo, ¿Verdad, Paula?

lunes, 25 de junio de 2018

Cambiaste Mi Vida: Capítulo 15

Y no es que a ella se le ocurriera cómo resistirse. Después de estar hundida segundos antes, se sentía eufórica de repente por el mero hecho de que Pedro estuviera sujetándole la mano.

—¿Qué vas a hacer? —preguntó de todos modos.

—¿Confías en mí? —respondió mirándola a los ojos.

—Totalmente —aseguró.

—Entonces ven conmigo y no contradigas nada de lo que me oigas decir. Simplemente sígueme el juego, ¿De acuerdo?

—De acuerdo —respondió desconcertada, aunque encantada por la velocidad y decisión con que quería encargarse de Marcos.

Acompañado por Paula, nadie impidió que Pedro avanzara por el vestíbulo de la entrada y los laberínticos pasillos del edificio. Sólo en una ocasión se detuvo para pedirle a Paula que lo orientara y, el resto del tiempo, pareció seguir una especie de brújula interna que conducía al despacho de la productora de De costa a costa.

—¿Has estado antes aquí? —le preguntó Paula sorprendida.

—Hace unos años me entrevistaron en un programa —explicó—. Los despachos de los productores están frente al tuyo, ¿Verdad?

—Sí —respondió asombrada. Le había bastado una visita, hacía varios años, para memorizar aquel laberinto por el que se perdían con frecuencia personas que trabajaban allí con regularidad—. Supongo que se necesita un buen sentido de la orientación para ser campeón de automovilismo —añadió.

—Más o menos —sonrió Pedro—. Normalmente paseo primero por el circuito para familiarizarme con todas sus rectas y curvas. Pero la verdad es que nunca he tenido problemas para saber dónde estaba. Basta con que me lleves una vez a algún sitio y, por lo general, podré recordar cómo volver.

De pronto, a medida que se acercaban a los despachos, Paula empezó a temblar.

—Quizá esto no sea tan buena idea —comentó.

No sabía lo que Pedro tendría en mente, pero probablemente sería mejor si dejaba las cosas estar, sin más.

—Creía que confiabas en mí, ¿No, Paula? —le preguntó después de detenerse, apoyar las manos sobre los hombros de ésta y mirarla con dulzura a la cara.

Le resultaba difícil organizar sus pensamientos con el calor con el que sus manos le abrasaban los hombros. Así de juntos, lo único que se le ocurría era lo irresistible que era su boca, cuyos labios estaban entreabiertos, como esperando alguna respuesta en forma de beso por su parte.

—Confío en tí —afirmó, después de suspirar. Dios sabe qué deseo o qué locura.

—Bien —dijo Pedro con satisfacción—. Entonces, en marcha.

La tomó por la mano, la llevó hacia el último tramo del pasillo y entró en el despacho de De costa a costa sin llamar a la puerta.

Diana, la productora, estaba sentada en el asiento que hasta hacía muy poco había pertenecido a Sarah y, al otro lado de la mesa, Marcos sostenía un guión entre las manos. Debían de estar comentando los reportajes del día siguiente, pensó Paula. Marcos, al ver quién la acompañaba, convirtió su estupor en amabilidad de inmediato.

—He aquí al héroe de la actualidad —dijo extendiendo una mano—. Soy Marcos Nero, encantado de conocerte.

—Pedro Alfonso. Y no necesitabas presentarte, Marcos. Procuro no perderme De costa a costa —dijo mientras le apretaba la mano tanto que Marcos puso una ligera mueca de dolor—. Un programa muy interesante —añadió.

—Gracias, pero no soy el único que se merece este elogio. Nuestra Paula siempre ha trabajado muy bien.

¿Cómo que «Nuestra Paula»? Hacía bien poco que había hecho todo lo posible por expulsarla del programa y de repente... Pedro rodeó los hombros de Paula con un brazo y la atrajo para sí. Fuera lo que fuera lo que Pedro planeaba, ella ya estaba disfrutando de su estrategia.

—Ya lo creo —afirmó Pedro—. Soy consciente de lo importante que es su contribución al programa. Salvarle la vida es una de las acciones más inteligentes que he hecho en toda mi vida.

Marcos estaba inquieto. Tenía demasiada experiencia como periodista, como para no notar que Pedro estaba tramando algo.

—Entonces, ¿Por qué no querías que nadie se enterara de que la habías rescatado del coche? —decidió preguntar Marcos.

—Eres una persona modesta —intervino Diana—. Por eso preferías mantenerte al margen de los elogios, ¿No es eso, Pedro?

Paula comprendió que tampoco la productora había escapado a la fatal influencia de la mirada penetrante de Pedro. Diana Blake, tan tosca en el habla como la que más, se había derretido nada más ver a Pedro e, incluso, tal vez intentaba coquetear con él. Paula no se lo podía creer: la dama de hierro del equipo de producción, intimidada por un hombre. Increíble.

—Hice lo que cualquiera habría hecho —dijo Pedro desviando la mirada en un gesto de fingida timidez que, sorprendentemente, Diana y Marcos parecieron creerse—. Y eso no me convierte en un héroe.

—¿Entonces no te importó que emitiéramos el reportaje de esta noche? — preguntó con el ceño fruncido, desconfiado.

—¿Por qué había de importarme? No me entusiasma que me conviertan en un héroe cuando no lo soy, ni que violen mi intimidad —respondió—; pero merece la pena si, a cambio, Paula abandona el programa. Ya no puede negarse a aceptar mi oferta, ¿Verdad que no, cariño?

¿Cariño?, ¿Oferta?, ¿Cariño? Paula había convenido confiar en Pedro y seguirle el juego, pero...

La presión del brazo de éste le recordó el acuerdo al que habían llegado. Suspiró: ser una mujer de palabra resultaba complicado en algunas ocasiones. Dibujó una sonrisa en la cara y se acercó cariñosamente al amparo que el cuerpo de Pedro le ofrecía, refugio que le pareció de lo más natural una vez se hubo acostumbrado a él. Y se estaba acostumbrando más rápido de lo que debía.

Cambiaste Mi Vida: Capítulo 14

«Y que te cunda», pensó mientras se disponía a salir del estudio. No bien se hubo desmaquillado y puesto ropa de calle, empezó a comprender la trascendencia de su decisión. Tuvo que recostarse sobre una pared para tomar aliento. Había tirado por la ventana la mejor oportunidad que se le había presentado en toda su carrera como reportera, y se había quedado en el paro. Tenía ahorros para salir adelante durante un tiempo; pero no le sería fácil fichar por otra cadena después de salir de la suya por la puerta trasera. Nadie creería que había dimitido por una cuestión de ética, por negarse a trabajar para un hombre más rastrero que una rata de cloaca. Marcos dejaría que todos pensaran que ella se había rendido al no poder competir con él en la lucha por el programa.

Su madre suspiraría martirizada y la compararía desfavorablemente con sus hermanas, Isabel y Delfina. No emplearía muchas palabras, pero le dejaría bien claro que no había logrado estar a la altura de ellas. Frustrada, le dió un puñetazo a la pared. ¿Por qué no habría nacido en una familia normal, en la que el hecho de ganarse la vida decentemente se consideraría ya un logro? Tendría que decírselo a sus padres antes de que éstos se enteraran de todo por la dudosa versión que ofrecerían los periódicos. Estaba segura de que no iban a compartir ni comprender su forma de pensar. Pero estaba esquivando lo principal. Podía afrontar a su familia, tal como había hecho tantas otras veces en el pasado. Pero le resultaba más doloroso imaginar el daño que la intromisión de Marcos podía haberle hecho a Pedro. ¿De qué le serviría asegurarle que ella no había tenido nada que ver? Independientemente de lo que Pedro pensara de ella, ya no se podía reparar el daño.

Paula suspiró apenada. Justo cuando acababa de conocer a un hombre que la apreciaba por su forma de ser, tenía que suceder algo así. Por un momento pensó en marcharse antes de que él llegara a recogerla. De alguna manera, sabía que Pedro no dejaría de ir por ella, por muy enfadado que estuviese. Pero no quería ser cobarde. Lo recibiría con la cabeza alta, soportaría los reproches que Pedro le hiciera y fingiría no sentirse desolada por estropear aquella relación que los había unido. Fingir era la única forma que se le ocurría de mantener intacta su autoestima. Si le hacía saber lo mucho que había deseado que su relación hubiese tomado un rumbo más íntimo, acabaría con el corazón destrozado. Cuanto antes aceptara que no podría tener a Pedro, menos sufriría inútilmente. Pero una cosa era decirse lo que debía hacer y otra muy distinta era aceptarlo de verdad.

Fue hacia el vestíbulo en que Pedro la estaba esperando y, a juzgar por su expresión, era evidente que éste había visto el último reportaje. Tenía un gesto duro, implacable, y su boca parecía un látigo furioso en medio de su cara. Pero, sobre todo, eran sus ojos los que revelaban la tormenta interior que lo azotaba. Sarah cerró los ojos, dispuesta a soportar cualquier crítica. Pedro, en cambio, se limitó a decir:

—¿Estás lista? Pues venga, vámonos. El coche está fuera.

Situada en el asiento del copiloto de su Branxton, se giró para mirarlo a los ojos. El silencio le resultaba mucho peor que todas las acusaciones juntas.

—Adelante, dilo.

—Que diga, ¿Qué? —preguntó evitando su mirada.

—Lo que estás pensando. Probablemente me lo merezca. Ahora todo el mundo sabe dónde vives... y yo tengo la culpa.

—Tú no elegiste sufrir aquel accidente de coche —dijo sin arrancar aún el coche.

—Quizá deberías haberme dejado dentro —comentó ella, sorprendida por aquella pequeña concesión de Pedro.

—Me tienes que conocer muy poco, porque si no, sabrías que eso que has dicho es una estupidez —contestó.

Paula estaba dispuesta a aceptar cualquier acusación.

—Es que quizá soy estúpida —se criticó—. Quizá debería haber hecho yo el reportaje... entonces sería yo quien, quizá, se quedara con el puesto de presentador de De costa a costa, en vez del estúpido de Marcos Nero —añadió con la voz quebrada.

—¿Qué quieres decir con que deberías haber hecho tú el reportaje? —le preguntó mirándola directo a los ojos—. ¿El reportaje no era tuyo?

—Marcos se enteró de todo por sus propios medios —explicó tras denegar con la cabeza— y me sorprendió mientras el programa se emitía en directo.

—¡Vaya! —le lanzó una mirada llena de dulzura—. Supongo que ocultar mi identidad no te beneficiará mucho cuando decidan a quién le dan ese puesto de presentador que tanto ansías.

—Mucho no, desde luego —respondió, con ganas de echarse a reír, a pesar de su desasosiego—. No sólo no seré la presentadora del programa, sino que me acabo de quedar en el paro. He dimitido después de esta jugarreta.

La mirada de Pedro le inundó el cuerpo de adrenalina y, durante un segundo, pensó en lanzarse a sus brazos y dejarse besar otra vez. De pronto había comprendido que, después de hacerle el boca a boca, no había estado conmocionada por el accidente, sino por la sensación que había experimentado de encontrar un hogar en los labios de Pedro, como si en vez de un encuentro con un desconocido, el suyo hubiera sido el reencuentro de dos viejos amantes.

—Me niego a que Nero se salga con la suya —afirmó Pedro, desaparecidos los vestigios de su enfado.

—No irás a hacer alguna locura, ¿No? —preguntó, mientras lo imaginaba ajustándole las cuentas a Marcos.

—Depende de lo que entiendas por locura. Sígueme —respondió, al tiempo que salía del coche, cerraba su puerta y sacaba a Paula con una firmeza incontestable.

Cambiaste Mi Vida: Capítulo 13

—Por supuesto, Paula—sonrió Marcos, reprimiendo su frustración por la entereza con que había salido ésta de la encerrona—. Aunque, queridos telespectadores, permítanme adelantarles que no sólo el coche de Paula se inflamó la semana pasada. ¿Podrá el ex campeón mundial de automovilismo dirigir el volante de la vida de Paula Chaves? No se pierdan el próximo programa de De costa a costa.

Paula estaba indignada y, tan pronto como terminó el programa, se dirigió a Marcos hecha una furia.

—¿Cómo has podido montar este reportaje sin consultarme a mí antes?

—A los jefes les ha encantado —se encogió de hombros.

—Pero era mi reportaje.

—Reconócelo, Paula—la miró desde su mayor estatura—. Tú no tenías la menor intención de acabar con el anonimato de Pedro Alfonso.

—¡Por supuesto que no! —exclamó iracunda—. Le prometí que no revelaría su identidad.

—Que le prometiste, ¿Qué? —intervino la productora.

Paula no había visto que Diana Blake se había acercado a ella por la espalda. Ya no podía sino seguir adelante.

—Pedro me salvó la vida. Lo menos que podía hacer por él era preservar su intimidad.

—¡Eres una periodista, Paula! —le reprochó Diana—. Y éste es un gran reportaje. Deberías estar investigando a qué se dedica, escondido en su casita, y dejarte de promesas tontas. ¿Cuánto tiempo pensabas ocultar esta bomba?

—No es ninguna bomba —replicó Paula—. Pedro es un hombre normal y corriente y no tenemos derecho a violar su intimidad —añadió.

La verdad es que no se atrevía a reconocerse por qué no había investigado más en la vida privada de Pedro, temerosa, quizá, de descubrir algo demasiado espinoso. No, él no estaba involucrado en ningún asunto turbio. No podía pensar así de él. Ésa no era manera de agradecerle que le hubiera salvado la vida.

—¿Normal y corriente? —repitió Diana con incredulidad—. Eso será según tu punto de vista. Menos mal que Marcos me advirtió que harías lo posible por impedir que el reportaje saliera adelante.

—Muchas gracias por actuar a mis espaldas, compañero —Paula se dirigió a Marcos.

—Lo de compañero es relativo —intervino Diana antes de que Marcos tuviera tiempo de contestar—. Tu poca profesionalidad en este tema seguro que acelerará la elección del presentador fijo del programa. No podrás echarnos la culpa por desear que nuestros trabajadores sean fieles a nuestro programa.

Paula  no tenía argumentos. Desde el punto de vista empresarial, Diana estaba en lo cierto. Había concedido más importancia a sus sentimientos por Pedro que a su deber como periodista. Pero no se sentía enfadada consigo misma por rechazar ese periodismo morboso que se alimentaba de los sentimientos de las personas, regodeándose en su dolor y sus desgracias. Tal vez no fuera una gran periodista, pero no quería cambiar en ese sentido.

—Lo dices como si ya estuviese todo decidido —comentó con serena dignidad.

—Seguirás trabajando para nosotros —respondió Diana.

—¿Haciendo qué?

—Preparando tus propios reportajes, como hasta ahora —intervino Marcos, haciéndose el magnánimo.

—¿En El show de Marcos Nero? —preguntó Paula con el ánimo por los suelos. La cara de Marcos se iluminó y sacó pecho para demostrar su satisfacción—. Entonces les ahorraré la molestia de que me despidan —añadió.

Conociendo la dudosa ética profesional de Richard, Sarah estaba segura de que antes o después acabarían enfrentándose de nuevo y que, llegado tal momento, él prescindiría de sus servicios. ¿Para qué aguantar hasta entonces?

Diana estaba muy sorprendida. Había dado por supuesto que Paula habría preferido seguir en el programa, en un segundo plano, a afrontar la amenaza del desempleo.

—No hay por qué apresurarse —acertó a decir—. Todavía no es oficial.

—Pero lo será —apuntó Marcos—. Puede que la decisión de Paula sea lo mejor para todos.

Tal vez para él, pensó Paula, no tan segura de sus fuerzas. Quedarse en el paro era pagar un precio muy elevado por defender sus principios. Aunque jamás podría trabajar para ese hombre. No era la primera vez que Marcos hería a alguien adrede para lograr sus objetivos. Pedro no se había merecido que destruyeran su tranquilidad. Conocía lo impertinentes que podían ser los periodistas y estaba convencida de que no tardarían en acampar delante de la casa de Pedro. Ella no había tardado en descubrir su escondite, después de saber por dónde empezar a buscar, y afuera había compañeros mucho más persistentes que no descansarían hasta dar con Pedro. ¿Qué ocurriría entonces? ¿Se vería obligado a buscarse otro refugio para poder vivir el estilo de vida que había elegido? Estaba descorazonada. Rescatarla del coche se había vuelto en contra de Pedro, que era lo último que ella había pretendido. Se puso firme y disimuló su dolor para que no se le saltasen las lágrimas. Aunque estuviera destrozada, no debía permitir que nadie lo sospechara.

—Firmaré el finiquito en cuanto formalicen los detalles —le comunicó a Diana—. Me iré sin hacer ruido para evitar escándalos... El programa es tuyo —le dijo a Marcos.

Cambiaste Mi Vida: Capítulo 12

—Es una historia en la que estoy trabajando —respondió enigmático.

—¿Sobre?

Una de los encargadas del maquillaje cubrió el cuello de Marcos con una tela y éste se encogió de hombros, cerró los ojos y dejó que la maquilladora hiciera su trabajo, dando la conversación por terminada.

Paula cerró los ojos también e intentó relajarse mientras le aplicaban una máscara de maquillaje que soportara los focos de la televisión. Lo que quiera que Marcos tuviera en mente, sin duda, tenía como objetivo mejorar su imagen ante las altas instancias. Paula sólo esperaba que, al mismo tiempo, no pretendiera arruinar la imagen de ella. ¿Y qué si sucedía eso?, ¿tanto le importaba? Se sorprendió tanto al hacerse esas preguntas que no pudo evitar hacer un movimiento brusco.

—Perdón —le dijo a la maquilladora, que había puesto un gesto de fastidio.

Trató de relajarse de nuevo. Pedro la había hecho replantearse la importancia de aquel programa y de la popularidad. ¿Por qué no se habría ahorrado sus comentarios? Pero, en vez de enfadarse con él, se sintió ansiosa por verlo en cuanto terminara el programa. ¿Qué sucedería esa noche? Tal vez ella lo invitara a su casa después de tomarse un café y cenar. Paula vivía en la playa Mermaid, a pocos minutos del estudio, y su terraza tenía una vista al mar espléndida. ¿Hacía cuánto que no invitaba a un hombre a su casa? En realidad, desde que había empezado a intervenir en De costa a costa, se había ocupado más de asegurarse de que nadie la siguiera a casa. Pero Pedro era diferente. «Quiero formar parte de tu vida; no de tu espectáculo», le había dicho en un tono que había sonado sincero. De pronto se quedó helada: era, desde hacía años, el primer hombre que la apreciaba por ser ella misma, y no por su trabajo.

—¡Paula, por favor!

La protesta de la maquilladora devolvió a Paula a la realidad. Había abierto los ojos justo mientras le estaba dando la sombra. Paula se obligó a comportarse y, poco después, el trabajo de maquillaje finalizó. Se levantó de la silla y se disculpó una vez más.

—Tengo muchas cosas en la cabeza —se justificó.

Marcos ya estaba en el plató, sonriente, en el asiento que ella solía ocupar, acaso en un intento de ponerla nerviosa e incitarla a protestar.

Paula pensó en Pedro, en su forma de ver aquel mundo del espectáculo, y sonrió. Se sentó en el otro asiento sin la menor muestra de contrariedad y disfrutó con la expresión sorprendida de Marcos. No lograría ponerla nerviosa. Al menos no ese día.

Ese día Paula tenía un ángel de la guarda protegiéndola y aconsejándola. Un ángel que, sospechaba Sarah, tenía nombre y apellido: Pedro Alfonso. Dado que no aparecían nunca juntos en De costa a costa, y dado que tenía que compartir la pantalla con ella excepcionalmente, Marcos intentó aprovechar cualquier oportunidad para robarle protagonismo a Paula. Leyó los chistes que le tocaban a ella, cambió el orden de los diálogos, obligándola a improvisar, y dejó en el aire comentarios graciosos que centraron la atención de la cámara. Después de tres cuartos de hora de pelea constante, Paula tenía ganas de asesinar a Marcos y necesitó de toda su profesionalidad para seguir sonriente, tratándolo con amabilidad. Sólo el hecho de pensar en su cita con Pedro la mantenía calmada. Marcos parecía decepcionado al fracasar en su intento de desestabilizarla.

—Espero que disfrutes con el último reportaje. Paula—le comentó durante un corte publicitario—. La verdad es que deberías haberlo escrito tú.

Antes de que pudiera preguntarle qué quería decir, Marcos le desveló el contenido del reportaje y ella se quedó de piedra. No, no podía hacerle una cosa así. Pero se la había hecho. No le quedaba más remedio que aguantar sentada junto a Marcos mientras éste anunciaba públicamente que Pedro había sido quien la había rescatado; palabras éstas que fueron acompañadas por las imágenes que Leandro había tomado del accidente, y por un montaje con carreras del circuito profesional en las que había intervenido Pedro cuatro años atrás.

Mantuvo la compostura a pesar del disgusto. Primero pusieron unas imágenes de una competición celebrada en Japón y luego dieron un primer plano de los ojos de Pedro, la única parte de la cara que tenía al descubierto, protegida la cabeza por un pasamontañas y un casco. Paula contuvo la respiración angustiada mientras veía el reportaje y descubría lo cerca de la muerte que Pedro había estado en multitud de ocasiones, tomando aquellas curvas cerradísimas a velocidad de vértigo. Se le borró la visión al verlo descender de su coche y subir al centro del podio con todos los honores del campeón. Mientras tanto, Marcos hablaba para las cámaras:

—Todos nos preguntamos por qué este misterioso guerrero de la carretera, recluido en su casa de la Costa Dorada, se retiró cuando tenía el mundo a sus pies. Y entre nosotros tenemos a una persona con sobrados motivos para agradecer la presencia de Pedro Alfonso en la Costa Dorada. De no ser por la decidida intervención del campeón de automovilismo, tal vez Paula Chaves no estaría con nosotros para darnos más detalles sobre su misterioso héroe. ¿Paula?

—Estoy muy sorprendida, Marcos—reaccionó al verse enfocada por la cámara, sin prestar atención a las líneas que, en teoría, debía decir. Aquello era precisamente lo que Pedro había querido evitar—. Pedro no quería que los medios de comunicación lo ensalzaran por haberme salvado la vida. Por supuesto, le estoy muy agradecida y, por suerte, he tenido ocasión de manifestarle mi agradecimiento personalmente. Estoy segura de que comprenderás que no dé más detalles.

Cambiaste Mi Vida: Capítulo 11

Después de comer, Pedro insistió en acercar a Paula  al estudio, a pesar de las protestas de ésta.

—Ya te he robado mucho tiempo por hoy. No me cuesta nada tomar un taxi — se resistía.

—¿Quieres hacer el favor de dejar de organizar mi agenda? —preguntó con  dulzura—. Si me apetece pasarme el día entero de un lado para otro para llevarte al estudio y esperarte, es asunto mío.

El tono autoritario de Pedro no dió lugar a mayor oposición. Paula  no necesitaba que estuviera pendiente de ella; pero, al mismo tiempo, su disposición a sacrificar el día para acompañarla le resultaba muy gratificante. Nadie había hecho nunca algo así por ella; ni siquiera algunos hombres que habían jurado estar perdidamente enamorados de ella. Era demasiado bonito para ser cierto, pensó al detenerse delante del coche de ese hombre que había empezado a conquistar su corazón.

—Dime una cosa, Pedro.

—¿Sí?

—¿Por qué no estás casado?

De pronto se acordó de su ayudante, de Marcelo, el mismo que había estado limpiando el coche. No, era imposible: Pedro no podía ser...

—No por lo que estás pensando —dijo Pedro tras una pausa. Al ver la expresión de Paula, había adivinado lo que ésta estaba imaginando—. Así que ya puedes ir desconectando tu antena de periodista curiosa ahora mismo.

Se sentó ante el volante y se estiró para abrirle la puerta a Sarah.

—No estaba insinuando que...

—Sí lo estabas insinuando —la interrumpió—. Aunque no tienes motivos para pensar así. Si tanta curiosidad tienes, estuve prometido una vez, pero hubo un montón de cosas que salieron horriblemente mal. Decidí que me iría mejor viviendo solo.

—¿Qué pasó? —preguntó.

¿Sería ése el problema que lo había apartado de las competiciones?

—Es una historia muy larga y nada agradable —respondió sin quitar los ojos de la carretera—. Además, yo podría hacerte la misma pregunta.

Era evidente que Pedro no diría nada más de sí mismo hasta que no estuviera preparado.

—¿Qué pregunta?

—¿Por qué no hay un hombre en tu vida?

—Hubo uno hasta hace poco —admitió, decidida a ser más comunicativa que él.

—¿Por qué no funcionó?

—No soportaba la presión de estar junto a una persona famosa. Un día lo llamaron por mi apellido, señor Chaves, y no aguantó más.

—¿Así que estás casada con tu trabajo?

—Que tú decidieras tirar por la borda tu profesión no significa que todos tengamos que hacer lo mismo.

—Gracias por tener tanto tacto —comentó, apretando con fuerza el volante.

Estaba desolada. Nunca debía haber permitido que su enfado por sentirse excluida de esa parte de la vida de Pedro la hiciera decir aquella impertinencia.

—Lo siento. No debería haberlo dicho —se disculpó, colocando una mano sobre el brazo derecho de Pedro.

—No, soy yo el que está muy susceptible —suspiró él—. Tienes derecho a tener tu propia opinión.

Lo que era tanto como afirmar que él no compartía dicha opinión. ¿Decidiría cambiar de planes y no verla esa noche? ¿Cómo se sentiría ella en tal caso?

—¿A qué hora te recojo? —le preguntó, intuyendo su preocupación.

El corazón le dió un vuelco cuando llegaron al estudio y Pedro se estiró, rozándola en el movimiento, para abrirle su puerta desde dentro, mientras ella le indicaba la hora a la que había de ir a buscarla. Acto seguido, él tomó su cara con una mano. y acercó sus labios a los de ella con delicadeza.

—Hasta luego —se despidió acariciándole la mejilla.

—Hasta luego —repitió con ronquera. De repente, el pasado de Pedro le importaba mucho menos que su futuro junto a ella.

Le supuso un esfuerzo no girarse y seguir caminando hacia el estudio, el cual, debido al telemaratón, estaba repleto de personas, focos y técnicos trabajando sin parar. Saludó con un gesto de la mano a los compañeros que se encontró y fue a su camerino a cambiarse de ropa. Al entrar, la sorprendió descubrir que ya estaba ocupado por otros famosos que iban a intervenir en el telemaratón, los cuales se disculparon por haberle tomado prestado su camerino. Sólo le quedaba refugiarse en la habitación en la que se maquillaba, donde pasó el resto de la tarde, tomando notas y haciendo planes para la noche. Media hora antes del inicio del programa, Marcos Nero la interrumpió y se sentó a su lado.

—Esto es un caos —se quejó.

—Al menos a tí no te han quitado tu camerino —replicó. ¿Por qué el de él sí lo habían respetado?, se preguntó Paula. ¿Era una indirecta de la productora respecto a quién ocuparía el puesto fijo de presentador? Trató de encontrar alguna respuesta en la expresión de Marcos, pero ésta le resultó totalmente hermética—. ¿Qué significa este «por confirmar»? —le preguntó, señalando un párrafo del guión de esa noche, el cual estaba encerrado con una llave y el susodicho «por confirman».

viernes, 22 de junio de 2018

Cambiaste Mi Vida: Capítulo 10

—Muy bien —dijo Pedro, que reconoció los nombres de sus hermanas—. Así que en tu familia hay una top model y la, posiblemente, futura primera ministra de Australia. ¿Y qué?

—¿Y qué? Pues que sólo puedo estar a su altura si mantengo mi actual trabajo —contestó con un cierto grado de desesperación—. ¿Nunca has deseado algo con tanta fuerza que prácticamente podías tocarlo con las manos?

—Está claro que no sabes mucho de la alta competición de automovilismo; si no, no necesitarías hacerme esa pregunta —replicó Pedro—. Lograr el campeonato del mundo es el sueño de todos los que corremos, y la ilusión por ganarlo sigue intacta por muchas veces que hayas subido al cajón más alto del podio. La cuestión es que yo perseguía ese objetivo porque eso era lo que deseaba con más fuerza; no para demostrarle nada a nadie. Como persona, cada uno es como es y no tiene que andar demostrando nada ni justificándose ante los demás, Paula.

—En teoría, tienes razón. El problema es pensar así cuando estoy cerca de mi familia.

En esos últimos minutos, Paula le había contado más de su vida personal de lo que normalmente le contaba a nadie, pensó sorprendida. Pedro podría hacer públicas sus confesiones y ganar mucho dinero con la exclusiva; y, aunque estaba segura de que él no haría nunca algo así, no podía evitar sentirse violenta por haberse abierto tanto a un hombre al que apenas conocía. Aunque tampoco podía considerarlo un desconocido. Quizá, de alguna manera, sus vidas habían seguido caminos similares y eso ayudaba a que confiara tanto en él. Karen decía que no era accidental el que una u otra persona se sentara al lado de uno en una multitud; que probablemente se debería a que ambas personas ya habrían estado juntas en una vida anterior. Paula nunca había creído en esas historias; pero no podía negar que, junto a Pedro, tenía la impresión de estar ante un viejo amigo.

—¿A qué te dedicas desde que abandonaste la competición? —le preguntó por fin.

Ella casi no sabía nada de Pedro.

—¿Es que tengo que dedicarme a algo? —frunció el ceño—. ¿Es necesario para que me consideres aceptable según tus parámetros? Está bien: asesoro a varias empresas internacionales sobre diseño de vehículos por ordenador.

Paula encajó la respuesta de Pedro como un ataque hacia ella y, de nuevo, volvió a sentirse insegura. Veían la vida de manera muy distinta. ¿Sería su atracción física suficiente para compensar sus diferencias?

—Sí —dijo con firmeza.

—¿Sí? —repitió Pedro, que no sabía a que se refería Sarah.

—Me habías hecho una pregunta y la respuesta es sí.

—«Sí», ¿a qué?

—Sí, quiero que repitamos la experiencia —dijo entre dientes, algo molesta por tener que ser tan explícita—. Y sí, quiero que volvamos a vernos. ¿Satisfecho?

—Todavía no —respondió tras una breve pausa—. Pero no me cabe la menor duda de que lo estaré. Igual que tú, querida Paula. Te recogeré en el estudio cuando termines de trabajar.

Debería haberse irritado porque Pedro había dado por supuesto que no tendría otro hombre esperándola; sin embargo, experimentó una sensación de júbilo al anticipar que al salir del estudio, él la estaría esperando. Notó que las rodillas de Pedro entraron en contacto con las suyas. Se trataba de un roce casual e inintencionado; pero no por ello dejó de estremecerla. Tenía la sensación de que el programa de esa noche se le iba a hacer interminable.

Cambiaste Mi Vida: Capítulo 9

—Pero hay que grabar las promos... los avances que salen por televisión; y hay que montar los reportajes y escribir los guiones —explicó Paula. Suspiró—. Tranquilo, no eres el primero que piensa que, como el programa dura una hora, sólo trabajo una hora al día.

—Me he relacionado con los medios de comunicación lo suficiente como para no caer en ese error —le aseguró Pedro—. Pero creía que hoy le tocaba presentar a Marcos Nero; que se turnaban...

La halagó comprobar que Luke estaba al corriente de su actividad profesional. En realidad, no tenía ninguna importancia, lo sabía todo el mundo; pero el hecho de que él lo hubiera advertido la agradaba.

—El programa de esta noche forma parte de un telemaratón con fines benéficos y lo vamos a presentar juntos excepcionalmente —explicó Paula.

—No te atrae mucho la idea, ¿No?

—No aguanto a ese tío. Quiere lograr el puesto fijo de presentador y hará cualquier cosa por conseguirlo —dijo en tono despectivo.

—¿Y tú no?

Sintió que se estaba ruborizando. Ojalá Pedro no pensará que ella era tan ambiciosa e implacable como Marcos Nero.

—También quiero el puesto —admitió—. Pero prefiero ganármelo haciendo méritos, en vez de haciendo la pelota y trepando a costa de los demás.

—¿No crees que Nero se merezca el puesto?

—Por supuesto que es válido y se lo merece —concedió Paula—. Pero sus reportajes no respetan la ética profesional en muchas ocasiones.

—Entonces me alegro de haberte sacado a tí del coche, en vez de a Marcos.

—¿Habrías estado igual de dispuesto a hacerle a él el boca a boca? —preguntó Paula sonriente.

—Digamos que no habría sido tan... placentero —respondió con una sinceridad que la hizo estremecerse de... ¿Agradecimiento?

Pedro sabía de sobra los efectos de sus palabras y acciones desde el momento en que la había besado por primera vez. Notó que la sangre le sonrojaba las mejillas y deseó hallarse en el estudio de televisión, protegida con una buena capa de maquillaje. Pero allí, como siempre que no trabajaba, iba casi a cara lavada.

—¿Paula? —le preguntó con suavidad.

—Eh... está bien, ¿Qué hay de comer? —acertó a decir confundida, refugiándose tras la enorme carta de los menús que tenía el restaurante. Así, oculta tras los menús, escuchó una risilla de Pedro—. ¿Se puede saber qué es tan gracioso? —le preguntó furiosa.

—Tú —dijo señalándola con el dedo—. La experimentada reportera de televisión todavía es capaz de sonrojarse. Es toda una sorpresa.

—No me he sonrojado —negó con fiereza—. Es el sol, que...

—El sol —repitió él—. Seguro que es el sol, y no pensar en abrazarnos y besarnos, en dejarme saborear el néctar de tu deliciosa boca.

—Para —susurró, mirando alrededor para asegurarse de que nadie los oía. De lo contrario, aquel romántico encuentro acabaría apareciendo en todos los periódicos locales al día siguiente—. Por si no lo recuerdas, te hice un favor, permitiendo que me hicieras el boca a boca para ocultar tu identidad ante las cámaras. Podría haberme puesto a gritar para que todos se fijaran en nosotros. Lo sabes.

—¿Y por qué no gritaste? —preguntó, apoyando las manos sobre la mesa.

—No sé.

—Claro que lo sabes: no gritaste porque te gustó. Las dos veces. Y ahora te estás preguntando cuándo será la próxima vez que podamos volver a besarnos... a ser posible, sin tener que sacarte de nuevo de un coche a punto de explotar.

—Eres increíble —dijo asombrada—. ¿No serás, por casualidad, de los que afirman que quien salva la vida de una persona se convierte en el dueño de ésta?

—En absoluto —respondió con calma—. Pero todavía no me has contestado. ¿Por qué no gritaste, Paula? O mejor, directamente: ¿Quieres que volvamos a vernos?

Estaba desconcertada. Ahora que le estaba proponiendo una nueva cita, no estaba segura de qué debía responder. No había dejado de pensar en Pedro desde que él la había salvado; pero eran personas de ideas y valores completamente dispares.

—Creía que odiabas ser el foco de atracción —contestó, evitando una respuesta directa.

—Esto no tiene nada que ver con ser el foco de atracción. Quiero formar parte de tu vida, no de tu programa de televisión.

—Mi vida y mi trabajo vienen a ser una misma cosa.

—Pero no tiene por qué ser así —Pedro le quitó la carta de los menús para mirarla a los ojos—. Las personas somos más que nuestro trabajo, Paula. Hubo un tiempo en que creía que yo no era nadie si me quitaban mi coche, la fama y la competición; pero cuatro años apartado de los circuitos, llevando una vida normal, me han enseñado que no es así. Lo único que importa es la estima en que cada uno se tenga; no los títulos de automovilismo ni los programas de televisión.

—Eso cuéntaselo a mis padres —repuso con acritud—. Por primera vez en mi vida se sienten orgullosos de mí, debido exclusivamente al trabajo que estoy haciendo.

—Pues más tontos son ellos —aseguró Pedro—. Deberían haberse sentido orgullosos de ti nada más tenerte, por el mero hecho de ser tú misma.

—Ésa es una buena teoría —afirmó Paula tras una carcajada—. Pero cuando tienes unas hermanas como las mías, hace falta mucho más para ganarse el respeto de la familia. Mi hermana Delfina es top model y la mayor, Isabel, es la estrella actual de la escena política de Canberra.

Cambiaste Mi Vida: Capítulo 8

Paula sintió ganas de matar a su amiga en ese preciso instante; pero luego comprendió que lo que Karen buscaba era descubrir si él también estaba libre o si salía con alguna afortunada mujer. En cualquier caso, Pedro no cayó en la trampa.

—Me alegro de volver a verte, Paula. Karen...

—¿Te apetece tomarte un café? —la invitó ésta—. Yo tengo que irme, pero seguro que a Paula no le importa hacerte un poco de compañía —añadió al ver que Pedro se iba a negar.

Sí, sin duda, iba a tener que asesinar a su amiguita. ¿A qué venía esa aclaración? Karen nunca se había dedicado a hacer de alcahueta para los demás.

—Me habías dicho que estabas libre esta mañana —le dijo Paula a su amiga.

—Acabo de recordar un encargo urgente —replicó ella con naturalidad, poniéndose en pie—. Ya nos veremos. Pasenlo bien.

Paula sintió que le iba a dar un ataque cuando Pedro ocupó la silla que Karen acababa de dejar libre y le pidió al camarero que trajese más café. Como el anterior día en su casa,  se fijó en que Pedro sólo pedía café solo. Estaba desarrollando una peculiar capacidad para observar ese tipo de detalles pequeños, como el vello moreno que aparecía en la parte superior de su pecho, el botón superior de su camisa desabrochado.

—No tienes por qué hacerme compañía si prefieres hacer alguna otra cosa — afirmó Paula, que apenas podía tragar saliva.

—Si tuviera otras cosas de las que ocuparme, tranquila, que las estaría haciendo —respondió Pedro—. Ahora mismo, estoy aquí muy a gusto.

—Sí, hace una mañana muy agradable —comentó, malinterpretando adrede el comentario de Pedro, quien, seguro, sólo estaba mostrándose educado.

—Preciosa —reforzó él con voz profunda, dejando en el aire un doble significado. Luego dio un sorbo de café.

—¿Qué haces en Broadbeach? —preguntó Paula.

—Tenía que atender unos asuntos —respondió vagamente—. ¿Estás totalmente recuperada del accidente?

—Sí, gracias —contestó Paula, algo decepcionada por lo esquivo que seguía mostrándose Pedro—. Aunque a los del estudio no les hizo mucha gracia cómo quedó el coche. Ahora tengo que usar taxis, hasta que me consiga otro coche —comentó.

Hablar del accidente la hizo recordar la suerte que había tenido. Si Pedro no la hubiera rescatado...

—Estás viva, y eso es lo único que importa —afirmó él, como si le hubiera estado leyendo los pensamientos.

—Gracias a tí. Sabías que el coche podía explotar en cualquier momento, pero no dudaste en ayudarme —afirmó emocionada. Era la primera vez que alguien arriesgaba su vida por ella.

—Cualquiera habría hecho lo mismo.

—Pero no lo hicieron —señaló Paula, para volver al ataque acto seguido—. ¿Por qué no querías salir en televisión? ¿Está relacionado con el motivo que te hizo abandonar el automovilismo?

—Quizá me cansé de la fama —respondió poco convincente—. ¿A tí no te molesta que todo el mundo te esté mirando vayas donde vayas?

—Gajes del oficio —contestó a la defensiva.

—En realidad, te gusta, ¿No es cierto?

—He trabajado durísimo para llegar donde estoy —lo miró a la cara desafiantemente—. No veo por qué no me iba a gustar haber logrado lo que quería.

—Tienes razón. No tienes por qué no disfrutar de tu éxito... de momento. Pero el día en que no puedas salir a la calle ni dar un paso sin despertar la atracción de los demás, cuando no sepas si tus amigos están contigo por ser como eres o por ser famoso, entonces me cuentas si la fama te sigue pareciendo tan divertida. Y ahora tengo que irme. Me alegro de haberte visto, Paula.

Ésta sintió que un cuchillo le desgarraba el corazón. Pedro estaba a punto de marcharse de su vida, con la misma suavidad con que había vuelto a entrar en ella.

—No te vayas, por favor —Sarah se resistía a despedirse de Pedro.

—Créeme, Paula. Es mejor que me vaya.

-Mejor, ¿Para quién?, ¿Para tí?

Lo preguntó tan amarga y reprobatoriamente que Pedro se quedó sorprendido. Se pasó una mano por el pelo y los ojos le brillaron de una manera muy extraña.

—Estoy pensando en tí, Paula. No en mí. Tienes razón: tienes derecho a disfrutar de la popularidad que has alcanzado con el sudor de tu trabajo. Lo que yo piense al respecto no debería influirte.

—¡Vaya! —exclamó Sarah más calmada—. No tenías por qué disculparte; parece que hubiéramos tenido nuestra primera pelea —añadió entre risas.

—Eso significaría que probablemente estamos prometidos —respondió también riendo, descargando la tensión del momento anterior.

Paula sintió que todos los nervios de su cuerpo estaban encendidos, y tuvo que hacer un esfuerzo casi sobrehumano para seguir con la broma.

—Veamos: nos hemos besado, por estricta obligación, por supuesto; hemos compartido un par de cafés y acabamos de tener una pequeña discusión. Esto es casi una relación hoy día.

—Y ya no me puedo librar de una relación tan duradera, ¿No? —hizo una pausa—. ¿Has comido ya?

—No —miró el reloj—. Y la verdad es que ya va siendo hora. Son las doce y pico y tengo que estar a las dos en el estudio.

—Tu programa no es hasta medianoche —observó Pedro.

Cambiaste Mi Vida: Capítulo 7

Una semana más tarde, Paula quedó con Karen para tomarse un café en Broadbeach. Intentó no hacer caso a los curiosos que las observaban, precio que debía pagar por aparecer en televisión.

—¿Han decidido las altas instancias quién presentará De costa a costa definitivamente? —preguntó Karen.

—Parece ser que Marcos parte con ventaja, simplemente por el hecho de ser hombre. Si pudiera ofrecer algún reportaje que funcionara bien y captara la atención de los telespectadores...

—Se me ocurre uno —sonrió Karen.

—¿Pedro Alfonso? —Paula denegó con la cabeza—. Le prometí no mencionar que él fue quien me salvó la vida.

—¿Y si al final tienes que decidirte entre no respetar la intimidad de Pedro o despedirte de tu programa?

—Preferiría que no me hicieses ese tipo de preguntas, Karen. Puede que no sea una gran periodista si le doy más valor a mi palabra que a un reportaje; pero el caso es que así es.

—¿Y qué me dices de Pedro?, ¿Qué significa para tí?

—Nada —respondió con contundencia—. Sólo nos hemos visto dos veces y en una de ellas yo no estaba en condiciones de valorar el encuentro.

—Estabas tan conmocionada que viniste disparada a verme para averiguar quién era él —le recordó Karen.

—Está bien, reconozco que me impresionó. Pero Pedro no me ha llamado desde que fui a su casa a darle las gracias.

—¿Quieres que te llame? —la miró a los ojos.

—Claro que no... Bueno, quizá... —vaciló, aunque, en el fondo, su corazón le gritaba que sí, que deseaba volver a sentir la cercanía de Pedro.

No había malinterpretado el destello de sus ojos cuando habían estado juntos. Ella nunca había sentido algo tan intenso, y aquello no tenía que ver con el hecho de que la hubiera rescatado en el accidente. Pedro no tenía su número de teléfono, pero podía localizarla sin problemas en el estudio de televisión. Su silencio le dolía más de lo que estaba dispuesta a admitir.

—¡Por todos los santos, mujer! ¿Quieres entrar en el mundo moderno, Paula? — preguntó Karen, depositando con fuerza la taza de café sobre la mesa—. Hoy día ya no tienes que esperar a que sea el hombre el que llame. ¿Qué te impide ser tú la que tome la iniciativa?

Karen tenía razón. De hecho, Paula ya había pedido citas a otros hombres en ocasiones anteriores. Sin embargo, por lo que fuera, con Pedro era distinto. No temía que fuera a recibir su llamada de mala manera, sino que no tuviera el menor interés en verla de nuevo. Mientras ella no hiciera nada, siempre le cabría la esperanza de que él se pusiera en contacto. Una pareja de mediana edad las interrumpió para pedirle un autógrafo; turistas, a juzgar por las cámaras fotográficas y las bolsas de mano que llevaban.

—¡Qué contenta se pondrá nuestra hija cuando se lo digamos! —exclamó la mujer después de que Paula les firmara en un papel que ellos le habían entregado.

Luego se marcharon y Paula retomó la conversación con Karen:

—Todavía no entiendo por qué se esconde tanto Pedro. Sé que la popularidad no es siempre agradable; pero estoy segura de que tiene que haber algún motivo más que justifique esa actitud tan reservada.

—Yo sólo sé que en el pasado le sucedió algo que le hizo huir de los focos; de ser el centro de atención. Quizá se cansó de que lo adularan —Karen sonrió—. Debes de ser la única mujer en kilómetros a la redonda incapaz de reconocerlo nada más verlo.

—El automovilismo nunca me llamó la atención —se excusó Paula—. Su cara me sonaba, pero estaba demasiado aturdida como para localizarlo. Hay tantas personas a las que conozco de vista en mi trabajo, que no me pareció extraño.

—Pero no te entran ganas de conocer personalmente a todas esas personas — apuntó Karen—. Reconócelo: Pedro te dejó muy impresionada, lo cual no me extraña, la verdad. Cualquier mujer perdería la cabeza después de que un hombre así le hiciera el boca a boca.

—Yo no perdí la cabeza —se resistía Paula a aceptar—. Además, ¿Por qué estamos hablando de esto? Lo más probable es que no vuelva a saber nada de él en toda mi vida —añadió, sin contar con los caprichos del azar.

—Buenos días, Paula—intervino alguien, hablando en voz baja.

—Pedro—dijo sorprendida.

—Precisamente estábamos hablando de tí —comentó Karen, que se ganó una patada por debajo de la mesa.

—Pedro Alfonso, ésta es Karen Sale. Karen lleva una biblioteca de documentos fotográficos —los presentó Paula.

—¿No nos hemos visto antes? —le preguntó Pedro a Karen con interés.

—Sí, me extraña que te acuerdes. Yo salía con Gabriel Corcoran, que era uno de los que...

—Formaban parte del equipo técnico cuando corría para Branxton —se adelantó Pedro—. ¿Sigues viendo a Gabriel?

—Rompimos hace un par de años. Se puede decir que ahora mismo estoy disponible.