viernes, 29 de junio de 2018

Cambiaste Mi Vida: Capítulo 23

Suspiró resignada, descolgó el auricular y, poco después, su madre, Alejandra, contestó. La voz se le alegró cuando reconoció a su hija mediana al otro lado del teléfono. El padre de Paula, como muchas otras noches, estaba dando clases en la Facultad de Periodismo.

—Es muy tarde. ¿Estás bien? —preguntó Alejandra.

¿Por qué daba por sentado que algo iba mal cuando ella llamaba? A sus hermanas no las acosaba de esa manera.

—La verdad es que tengo un problemilla, mamá. He dimitido como presentadora de De costa a costa. Quería decíroslo yo antes de que se enteraran por la prensa.

—¿Qué crees que dirán los periódicos?

—Supongo que me relacionarán de alguna manera con Pedro Alfonso— comentó después de tragar saliva.

—¿El conductor de coches retirado? ¿Qué tiene que ver ese hombre con que hayas perdido tu trabajo? Tenías todas las papeletas de quedarte fija como presentadora —la presionó Alejandra.

—Ya sabes que no era la única candidata, mamá —le recordó Paula—. Respecto a Pedro, no tengo ni idea de lo que se inventarán. Conoces bien cómo funciona este mundillo —comentó.

Su madre, antes de casarse y criarla a ella y a sus hermanas, había trabajado en las «páginas para mujeres» de una revista. Ahora se dedicaba a conseguir fondos para instituciones benéficas para los niños.

—¡Qué rabia!, ¡Con lo que cuesta conseguir un buen trabajo en lo tuyo! — exclamó Alejandra—. ¿Qué vas a hacer ahora?

—Ya tengo otro trabajo: escribir una biografía —respondió para tranquilizarla—. Pero no puedo darte aún ningún detalle, porque todo está un poco en el aire todavía.

—¿Y qué relación tienes con ese automovilista retirado? —insistió la madre.

—No está retirado. Se gana la vida como diseñador gráfico por ordenador —se contradijo Paula—. Y, por cierto, es su biografía la que voy a escribir.

«¿Estará orgullosa de mí por una vez?», se preguntó Paula. «Dime que me apoyarás decida lo que decida, sin tener en cuenta tus criterios, sino los míos», deseó escuchar.
—¿Te has vuelto loca? —la atacó su madre—. Por fin te estabas haciendo famosa. ¿Por qué quieres arruinar tu carrera?

—Al habla Pedro Alfonso, señora Chaves—intervino éste, que acababa de quitarle el auricular a Paula de la mano—. Fui yo quien la persuadí para que dejara la televisión y trabajase conmigo. Necesito su experiencia para sacar adelante este proyecto, aunque para retenerla tenga que pagarle el contrato millonario que se merece. Le pido disculpas por anticipado si Paula no saca mucho tiempo durante una temporada para ir a verla.

Pedro colocó el auricular cerca de Paula, para que ésta pudiera oír a su madre, que parecía de pronto entusiasmada con aquella «oportunidad tan buena» para su hija.

—Como ves, mamá —arrancó Paula, después de que Pedro le devolviera el auricular—, mi decisión ha sido acertada —sentenció con firmeza.

—¡Espera a que se lo diga a tu padre! —exclamó Alejandra emocionada—. Supongo que Pedro y tú no paran de discutir sobre su proyecto, ¿No?

—Pasamos mucho tiempo juntos, sí —respondió. Luego escuchó las últimas palabras de su madre, que se despedía mucho más efusiva de lo que lo habría hecho de no haber intervenido Pedro—. Gracias por ayudarme —le dijo Paula después de colgar, dirigiéndose a él.

—Había subido a ver si necesitabas ayuda. Estabas manejando bien la conversación; pero pensé que podría echarte una mano —se explicó Pedro.

—Gracias —insistió Paula—. Mamá no quiere ser exigente con nosotras; pero lo cierto es que espera de sus hijas mucho más que la mayoría de las madres.

—Pues menos mal que tú estás muy por encima de la mayoría de las mujeres — observó Pedro—. Deberías sentirte orgullosa de tí misma, Paula.

Se sintió incómoda por el íntimo sesgo que acababa de tomar la conversación. Además, estaban juntos en un dormitorio: ella sentada en la cama y él, de pie, frente a ella, mirándola con una intensidad hipnotizadora. Se acercó a Paula, extendió las manos y la ayudó a levantarse con delicadeza, atrayéndola para sí. Notó que el corazón empezaba a latirle con violencia: ¿Por qué reaccionaba siempre así cuando estaba junto a Pedro? Ella sabía que su forma de ver la vida era radicalmente opuesta a la suya; sin embargo, su cuerpo no parecía dispuesto a aceptar ese hecho. Sintió que las mejillas se le sonrojaban, así como un cosquilleo que le recorría todo el cuerpo, al que se negaba a llamar deseo. Pero, por mucho que se empeñara en lo contrario, quería a ese hombre como nunca había querido a ninguno antes.

—Buenas noches, Paula—dijo Pedro, obligándose a despedirse antes de que no pudiera controlarse—. Que duermas bien.

Cuando se quedó sola, Paulase preguntó si lograría dormir siquiera media hora. Después de dar vueltas en la cama durante horas, en algún momento debió de quedarse dormida, pues despertó con un rayo que se había filtrado a través de los cristales del ventanal. Miró la hora y se sorprendió de lo tarde que era. ¿Qué le pasaba? Ella nunca dormía hasta las diez.

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