miércoles, 20 de junio de 2018

Cambiaste Mi Vida: Capítulo 5

Paula se fue a casa, pero estaba demasiado nerviosa como para dormirse. Se había jurado qué esa noche no vería la cinta de vídeo con el programa de esa tarde, como tenía por costumbre. Pero no pudo evitar sentarse frente al televisor y reproducir las imágenes del accidente, hasta darle a la pausa cuando la cámara enfocaba la espalda de Pedro. La cara, tal como había dicho él, no se le veía, y  le entraron ganas de meter la mano en la pantalla para girarle la cabeza y mirarlo a los ojos.

Ella ya sabía el sabor de sus besos; pero, ¿Qué llegaría a sentir si de veras se prendiera la llama de una auténtica pasión entre ambos? Respiró profundamente y se obligó a tranquilizarse. ¿Qué sabía de ese hombre, aparte de su nombre, su antigua profesión y el rumor de que se había visto involucrado en algún escándalo que lo había apartado del automovilismo? ¿Aparte de que aquel hombre la había hecho sentirse más excitada que nunca?

Minutos después, estaba sentada frente al ordenador, pulsando las teclas a velocidad de vértigo mientras buscaba cualquier información sobre el misterioso Pedro Alfonso. Le había dicho que él tenía unas propiedades cerca de la central de energía solar, en Sunville, así que empezó la investigación acudiendo al registro de propietarios del ayuntamiento. La mayoría de los nombres le resultaban familiares y sólo había un terreno muy grande registrado a nombre de una empresa, cuyo nombre no conocía. Se habría jugado el cuello a que el propietario de aquella empresa era el mismísimo Pedro Alfonso. Al ver la dirección, tuvo que hacer un esfuerzo para disimular su creciente excitación. Decidió irse a dormir. Al día siguiente iría en busca del hombre que le había salvado la vida.

Al amanecer ya no se sintió tan segura. ¿Y si era el propietario de aquel terreno, pero no gustaba de recibir visitas? Pensó en anunciarle su visita, llamándolo por teléfono, pero desechó la idea. Si se presentaba sin previo aviso, Pedro no podría negarse a invitarla a entrar en casa para charlar. Como tenía reciente el reportaje de la energía solar, estaba familiarizada con la zona en la que se hallaban los terrenos de Pedro. La estrecha carretera zigzagueaba entre las colinas en dirección a la meseta Beechmont. Por todos lados se veían pequeñas granjas de ganado, de manera que redujo la velocidad para no atropellar a nadie que pudiera aparecer montando a caballo. Con un accidente ya había tenido suficiente para esa semana. El desvío hacia las tierras de Pedro apenas se veía por la vegetación, y apunto estuvo de pasárselo. No estaba segura de si había esperado encontrarse con grandes puertas de acero y vallas electrificadas; pero, sin duda, jamás había imaginado una entrada tan desprotegida, en la que sólo había una pequeña señal con el nombre de Hiftop.

Desde luego, si lo que pretendía era pasar inadvertido, ésa era una buena manera de intentarlo. Y, para colmo, el sendero que arrancaba de ahí estaba realmente sucio y casi impracticable. Estaba a punto de perder toda esperanza de encontrar algún indicio de vida humana en los alrededores, cuando el sendero la llevó a un descampado, en medio de un pequeño bosque. En el centro se alzaba una casa de estilo colonial de dimensiones considerables. El edificio tenía forma de «u» y estaba rodeado de anchas terrazas y, en uno de los lados del descampado, había un recoleto lago artificial para bañarse. Sin duda, un lugar muy pintoresco, pensó Paula. Al menos, la casa sí se ajustaba a la posición social de Pedro Alfonso, pensó animada, superadas las dudas que le había despertado el cochambroso camino de la entrada. Pero volvió a vacilar al divisar a un hombre que estaba limpiando un Cabriolet color verde. Era el tipo de coche que había imaginado llevaría Pedro Alfonso; sin embargo, aquel hombre no se parecía a Pedro en absoluto.

—¿Se ha perdido? —le preguntó él después de acercarse a Sarah.

—¿Vive usted aquí? —inquirió ella.

—Sí, aquí vivo —respondió el hombre con cierto recelo.

—Estoy buscando a Pedro Alfonso—se arriesgó Paula.

—¿Y qué la hace pensar que está aquí?

—Estas tierras son suyas, ¿No?

—Creo que será mejor que se marche.

—Tranquilo, Marcelo —intervino un tercero.

Paula sintió un escalofrío al oír aquella voz. Era su voz: la voz del hombre que le había salvado la vida.

—Hola, Pedro—lo saludó Paula—. Al parecer no me he equivocado de dirección después de todo.

—Estaba seguro de que sabría encontrarme, señorita Chaves—dijo él, que ocultaba sus ojos azules bajo unas gafas oscuras.

—Ayer me llamabas Paula—comentó con voz trémula.

—Ayer no sabía quién era cuando la saqué del coche.

—¿Quieres decir que de haberlo sabido, habrías dejado que el coche explotara conmigo dentro?

—No lo creo. ¿Qué quieres, Paula? —preguntó con un tono tan neutro que resultaba desalentador, a pesar de que volvía a tutearla.

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