viernes, 29 de junio de 2018

Cambiaste Mi Vida: Capítulo 24

El chapoteo del exterior le indicaba que alguien estaba en la piscina. Vaciló un segundo. Tenía un bañador en su bolsa, así que se levantó, se lo puso, tomó prestada una toalla del hotel y salió para unirse a Pedro en la piscina. Estaba haciendo unos largos y, al verla meterse en el agua, la saludó y siguió nadando. Era la primera vez que lo veía en aquel estado tan próximo a la desnudez, y casi se desmaya de la impresión. Avanzaba con brío y estilo, y la piel le brillaba salpicada por las gotas y los reflejos del sol. Movía los brazos con elegancia y eficacia, ayudándose de las piernas para ganar velocidad.

Apenas podía respirar. Ella ya sabía el calor que se sentía rodeada por aquellos brazos, el calor que se sentía besada por esos labios... La asombraba descubrir que la misma perfección se daba en el resto de su cuerpo, novedad que aceleraba los latidos de su corazón hasta ensordecer el ruido de las patadas de Pedro contra el agua. Si se le hubiera ocurrido alguna manera discreta para salir del agua, lo habría hecho; pero retirarse en ese momento, sin excusa aparente, sería tanto como confesar la turbación que le había producido la contemplación del cuerpo de Pedro.

De repente, sin saber quién había empezado, estaban echando una carrera. Sarah había hecho un par de largos de calentamiento y luego había empezado un tercero al mismo tiempo que Pedro. Al principio había logrado mantenerse a su altura, pues, en sus tiempos de universitaria, había llegado a ganar un torneo de natación. Sin embargo, poco a poco, él había ido aventajándola, espoleando el espíritu competitivo de Paula. ¡La estaba retando! Ella se forzó al máximo para vencerlo, que contaba con la ventaja de tener un cuerpo más musculado y mayor entrenamiento; a cambio, la delicada constitución de Paula le permitía deslizarse a través del agua a gran velocidad. Al final, él la ganó por una fracción de segundo.

—Eres un gran nadador —reconoció Paula, exhausta por el esfuerzo, pero contenta por haber apurado a su contrincante.

—Tú eres mejor —replicó lanzándole una sonrisa que se le coló en el alma—. Yo llevaba un buen rato calentando y tú estabas casi en frío; y aun así casi me ganas. ¿Echamos otra?

—Creo que no puedo ni salir de la piscina —respondió Paula denegando con la cabeza—. Me ahogaría en medio del siguiente largo.

Pedro la agarró por la cintura y la elevó sin esfuerzo al borde de la piscina. Luego se dió impulso y se sentó junto a ella. Paula  no sabía qué pretendía Pedro, quien, de repente, acercó su boca a la de ella hasta dejarla a muy pocos centímetros de distancia.

—¿Pedro? —preguntó con la respiración entrecortada, y no precisamente debido a la carrera de la piscina.

—Necesitas el beso de la vida —dijo intercalando un beso en los labios de Sarah entre palabra y palabra.

Estuvo a punto de olvidar todos los razonamientos que desaconsejaban que se involucrara sentimentalmente con él. Sin duda, le agradaba el calor de aquel beso, pero, de ninguna manera, proviniendo de Pedro, podía llamarlo «beso de la vida», pues, en realidad, éste no hacía sino complicársela.

—No, Pedro—se resistió haciendo un gran esfuerzo.

—Me confundes, Paula. Tu cuerpo dice una cosa y tú te empeñas en negarlo con palabras. ¿Qué es lo que debo creer? —dijo retirando su acometida.

—Ni yo misma lo sé, Pedro—respondió con sinceridad.

—¿Por qué, Paula? Yo te quiero y tú me quieres a mí. ¿Qué más hay que saber? —preguntó con el ceño fruncido.

Se dió cuenta de que estaba jugueteando con la pierna de su bañador, subiéndola más allá de los muslos. Era un gesto sin importancia, pero no quería que Pedro lo malinterpretara.

—No quiero tener una simple aventura contigo, Pedro.

—Por mí podemos intentar una relación seria —afirmó ilusionado.

—No funcionaría —respondió. Sabía que ella volvería a formar parte de la prensa o de la televisión, colectivo que tan poco le gustaba a Pedro—. Tú y yo buscamos cosas diferentes en esta vida.

—¿Estás segura de que somos tan distintos? —replicó, al tiempo que empezaba a masajearle los hombros con unos movimientos sensuales que casi la descontrolaron.

«Oblígalo a parar, a que quite de tus hombros esas manos que te hacen rendirte en contra de tu voluntad», se dijo Paula. Sin embargo, no hizo nada por evitar que aquel contacto se prolongara. Tenía que hacerle comprender que sus reacciones ante su proximidad se debían tan sólo a irrefrenables impulsos físicos.

—Tú eres feliz con la vida que llevas. Yo no. Yo quiero... —se quedó sin palabras.

—¿El qué, Paula? —preguntó deteniendo el masaje para mirarla a los ojos—. ¿Éxito?, ¿Fama?, ¿Un millón de dólares en el banco?

—¿Qué tiene de malo querer las tres cosas?

—Depende de por qué las quieras —respondió intensificando el calor de su mirada—. ¿Es por tí, o porque te sientes obligada a demostrar algo al resto del mundo? Porque entonces no funcionará. Por mucho que consigas, si no te convences tú misma de tu propia valía, jamás lograrás que los demás te valoren como mereces.

—Para tí es fácil de decir —respondió con forzada naturalidad—. Tú ya lo has logrado todo y has renunciado a ello.

—Todavía tengo que soportar que algunos digan que me «quemé» y que hablen de mí constantemente en pasado, por lo que fui, como si mi vida ya no tuviera importancia —repuso Pedro.

—¿Y eso te molesta mucho?

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