miércoles, 20 de junio de 2018

Cambiaste Mi Vida: Capítulo 1

Todo sucedió muy deprisa: Paula estaba hablando por un walkie-talkie con el cámara de su equipo, que la seguía a varios vehículos de distancia, y un segundo más tarde se había estrellado contra un enorme coche rojo, procedente de una carretera secundaria, el cual se había incorporado a la principal con gran temeridad. El golpe la lanzó de un lado a otro del coche, como si fuera un dado en el interior de un cubilete. Se dio contra el techo, el salpicadero y el volante, pero el cinturón de seguridad, aunque le oprimía el estómago, evitó que saliera disparada por la luna delantera. Una lluvia de cristales la empapó, clavándosele en la piel y enredándosele en el pelo.

En el eterno silencio que sucedió al golpe, Paula tuvo conciencia de dos cosas: por un lado, y milagrosamente, no estaba apenas herida, si bien estaba atrapada en el interior del coche; por otro, olía a gasolina. Le dolían los dientes de tanto apretarlos y veía borrosamente. Movió la cabeza como para recuperarse del susto, pero tal movimiento no logró sino hacerla notar una desagradable jaqueca. «Pero, ¿Cómo puede ser tan estúpido?», pensó refiriéndose al otro conductor. El muy imbécil ni siquiera había mirado al cambiar de carril. En la autopista Gold Coast, una de las más transitadas de Queensland, era como intentar suicidarse. Y si eso era lo que había pretendido, tampoco tenía por qué llevársela a ella por delante también.

Poco a poco se fue formando un corro de personas alrededor de los vehículos destrozados. Estaba muy furiosa, pero esperaba de veras que nadie hubiera resultado herido. Como reportera de televisión, había tenido que cubrir muchos accidentes; los suficientes como para no desearle a nadie ninguna desgracia de ese estilo. De pronto recordó que el peligro no había pasado todavía. Paula seguía oliendo a gasolina, así que tenía que avisar a todo el mundo y salir como fuera del coche antes de que éste explotara. Sin embargo, la cosa no era tan sencilla. La puerta del conductor estaba atascada y golpearla con el hombro no surtió efecto alguno. Se acercó cuanto pudo a una de las ventanas rotas.

—¡Que alguien me ayude a abrir esta puerta! —gritó.

Sorprendentemente, no pasaron dos segundos y ya había un hombre a su lado, casi arrancando la puerta de las bisagras.

—¿Estás herida? —le preguntó mientras le quitaba el cinturón de seguridad—. ¿Te puedes mover?

—Sólo tengo un par de contusiones, creo. Me parece que no me he roto nada.

—Coloca tu brazo alrededor de mi cuello —dijo él. Entonces olió la gasolina y frunció el ceño—. Tenemos que salir inmediatamente.

Había llegado a la misma conclusión que ella: permanecer dentro o cerca del coche era muy peligroso. Hizo un esfuerzo y colocó el brazo sobre sus hombros, apreciando, de alguna manera, que aquel hombre estaba hecho de cemento. Ni siquiera respiraba con dificultad mientras la llevaba hasta el césped de la cuneta, a unos metros del coche. Luego se dirigió hacia los curiosos que seguían parados y los instó a que se apartaran de los coches lo máximo posible. Todos parecieron aceptar su autoridad al instante. ¿Sería un militar? No, pero, sin duda, algún tipo de líder carismático, se dijo Paula mientras lo veía regresar a su lado. En la distancia, el ruido de las sirenas se iba acercando. Pensó que no estaban muy alejados del coche, que aún corrían peligro, e intentó incorporarse.

—Tranquila —le dijo el hombre, colocándole una mano sobre los hombros para impedir que se pusiera en pie—. Podrías estar conmocionada.

—Me encuentro bien —respondió. Pero al intentar estirarse, las piernas no lograron sostenerla—. Aunque quizá...

—¿Ves? Espero que a partir de ahora me hagas caso.

—¿El otro conductor?

—Lo están atendiendo. Por suerte, sólo han chocado ustedes dos, lo cual es un milagro, teniendo en cuenta la incorporación tan imprudente que realizó.

—No pude evitar tragármelo —comentó con la voz quebrada. Cerró los ojos para no dejar que le cayera una lágrima—. ¡Me sienta tan tonta!

—¿Es que la gente famosa no tiene derecho a tener reacciones normales como cualquier otro ser humano?

—¿Sabes quién soy? —preguntó sorprendida.

Esbozó una especie de sonrisa que realzó cada una de las facciones de su cara. No era un hombre guapo, pero sí increíblemente atractivo. Nunca había visto unos ojos de un azul tan intenso.

—Es imposible ver De costa a costa y no reconocer a su estrella, Paula Chaves— respondió—. Yo soy Pedro.

—Hola, Pedro—saludó ella.

Miró los moretones que tenía en el cuerpo para que no se le notara lo mucho que la complacía que la hubiera reconocido... o lo mucho que deseaba haberlo conocido en otras circunstancias—. ¡Menuda estrella! Ni siquiera soy capaz de llegar al estudio entera.

Pedro se acarició su negro y tupido cabello, dejando al descubierto un mechón plateado a cada lado. Parecían naturales, pero Sarah no pensaba que se debieran a la edad. Aquel hombre no podía tener más de treinta y pico años.

—Tú no has tenido la culpa —insistió él.

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