lunes, 11 de junio de 2018

No Estás Sola: Capítulo 53

—En absoluto —contestó Paula—. Es como un hermano para mí.

—¿Como un hermano... de pesado? —bromeó.

Paula sonrió.

—Qué va. Me he alegrado muchísimo de verlo. Y de conocerte a tí, Jimena.

Pablo  la besó en la mejilla y estrechó la mano de Pedro.

—¿Quieren que los lleve?

—Gracias, pero no es necesario —contestó Pedro—. Hace una noche estupenda para pasear.


—Gracias por rescatarme —le dijo Paula a Pedro cuando ya estaban lejos de la casa, iluminado su camino por la luz plateada de la luna—. A Pablo le sigue gustando tomarme el pelo como cuando éramos niños.

—Hay cosas que nunca cambian.

Algo en su tono de voz la puso en guardia y Pedro se paró para besarla.

—¿Ocurre algo? —le preguntó él, notando su repentina tensión.

—No, nada. ¿Por qué?

—Porque Pablo tiene razón: llevas el corazón en la cara. No puedo creer que no me haya dado cuenta antes.

—No le hagas caso —contestó, intentando disimular—. También te ha dicho que me creía lo de que ponían carteles escritos en el idioma de los pingüinos.

—En esto, no se equivocaba.

¿Qué estaría leyendo en aquel momento en su expresión?

—En ese caso, deberías haber recibido el mensaje de que estoy cansada y deseando meterme en la cama.

—Yo también estoy deseando meterme en la cama, pero no porque esté cansado; y me parece que tú tampoco.

Y tenía razón. Todos sus sentidos estaban cantando un canto de sirena que no la dejaría dormir aunque quisiera.

—No sé si me gusta ser tan transparente —se quejó.

—Solo para las personas que te conocen bien.

—Entonces, ¿Qué estoy pensando ahora? —lo desafió.

Pedro estudió sus facciones a la luz de la luna y sonrió despacio.

—Lo mismo que yo. ¿Por qué esperar a llegar a casa?

—Pedro, no podemos —protestó, aunque en realidad era exactamente lo que ella estaba pensando.

Él hizo caso omiso de su protesta y tiró de ella en dirección a la playa. A aquellas horas estaba desierta, pero eso no significaba que no pudiera presentarse algún pescador.

—Vive peligrosamente —la animó.

—La vida contigo siempre es peligrosa —contestó, pero no se refería a su vida profesional, sino a la amenaza que suponía para ella el compromiso necesario para mantenerlo en su vida.

¿Hasta dónde podría ir y seguir siendo capaz de mirarse en el espejo? Tan lejos como fuera necesario, se contestó con un suspiro. Con él no había límite que no estuviera dispuesta a traspasar. ¿En qué clase de idiota la convertía esa disposición?

La condujo a un lugar apartado y protegido por unos arbustos que el viento había tallado en extrañas formas y que la luz lunar hacía parecer vivos, se quitó la chaqueta y la extendió sobre la arena para que se tumbara.

—He deseado hacer esto toda la noche —dijo cuando por fin dejó de besarla—. Llevo toda la noche deseándote.

—Yo también —confesó.

Lo que no le dijo fue que gran parte de su sufrimiento provenía de ver juntos a Jimena y Pablo y saber que nunca podría tener lo que tenían ellos. «Deja de compadecerte», se ordenó. Con Pedro tenía más de lo que muchas mujeres habrían soñado. Lo demás era pura codicia. Y ya era hora de disfrutar de sus bendiciones...

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