viernes, 29 de junio de 2018

Cambiaste Mi Vida: Capítulo 25

—Muchísimo. Pero yo no puedo cambiar lo que la gente decida pensar de mí. Lo único que puedo hacer es vivir mi propia vida. ¿Son felices tus hermanas, Paula?

Era un pregunta extraña e inesperada. Paula necesitó unos segundos para pensar antes de responder: Delfina había estado casada, pero el matrimonio no había salido adelante y ahora vivía con el fotógrafo que la había lanzado al estrellato de las pasarelas. Por su parte, Isabel estaba casada con su carrera política y, que Paula supiera, nunca había tenido una relación seria con un hombre. Le daba mucho miedo equivocarse de persona y que esto pudiera repercutir negativamente en sus aspiraciones políticas.

—No, no se puede decir que sean muy felices.

—Tus dos hermanas tienen dinero y gozan de prestigio profesional —prosiguió Pedro al advertir las distintas expresiones que iba adoptando la cara de Paula y la conclusión a la que había llegado—. Y tus padres están orgullosos de ellas. Según tú, lo tienen todo.

—Precisamente por esto es por lo que no quiero comprometerme contigo, Luke —afirmó, poniéndose en pie—: porque pasaríamos la vida discutiendo sobre estos temas.

—Y acercando posturas en la cama —añadió con un brillo malvado en los ojos—. ¿Tan terrible te parece?

No le parecía terrible en absoluto; pero una relación necesitaba algo más que un buena compenetración sexual, se dijo convencida de que en ese punto no habría la menor dificultad. Seguro que siempre disfrutarían besándose; pero, ¿y si nunca llegaban a limar sus diferencias?

Se puso la toalla alrededor del cuerpo, consciente de que estaba temblando, aunque no porque se hubiera quedado fría. Pedro había desenterrado algunas cuestiones a las que ella no había prestado atención desde su ascenso en televisión: sí, ella quería tener una relación estable y, sí, quería tener hijos y formar una familia, un hogar. Pero no quería sacrificar, a cambio, su prometedora carrera en los medios de comunicación. Tal vez Pedro no le concediera valor al éxito profesional; pero él ya había alcanzado todo cuanto se había propuesto en la vida en ese sentido. Había sido campeón mundial cinco veces y no había persona en el mundo que no reconociera su cara. Y, sin embargo, había decidido renunciar a todo eso para llevar una vida normal... No podía permitir que la sedujera con palabras; menos aún con su tentadora boca y su cuerpo de fábula. Sacando fuerzas de no supo dónde, Paula se dió media vuelta y regresó hacia el interior de la suite sin volver la vista atrás.

Pedro no había vuelto a hacer referencia a aquella conversación, pero parecía estar esforzándose por mantener un ambiente alegre, como si intentara demostrarle lo maravillosas que podrían ser las cosas entre los dos.

—¿Es tan terrible como pensábamos? —le preguntó Paula, mientras desayunaba una deliciosa tortilla a las finas hierbas, cuando les llevaron los periódicos a la habitación.

—Compruébalo tú misma —respondió Pedro entregándole el que tenía en la mano en esos momentos.

Le dedicaban tanta atención como a la crisis de Oriente Medio. Había una foto de Pedro, vestido con ropa de cuero, anterior a su retirada, acompañada por un pie de foto: La vida secreta del Rey de la velocidad. También había una foto de archivo de Paula y unas declaraciones, supuestamente suyas, en las que afirmaba que «el campeón mundial de motociclismo, muy tímido ante las cámaras», le había salvado la vida. Rumores y entrevistas a los vecinos de él completaban el despliegue informativo.

—¿Qué pone en ése? —preguntó Paula, apuntando a un segundo periódico.

—Más de lo mismo, aunque el lenguaje es un poco menos sensacionalista. Por cierto, resaltan que no pudieron ponerse en contacto con nosotros anoche.

—¡Gracias a Dios! —exclamó Paula de corazón.

—No han tenido ningún problema en inventarse los detalles de una supuesta aventura amorosa entre nosotros —añadió Pedro.

También habían escrito que Paula había dimitido de De costa a costa, porque había decidido dejarlo todo para seguir al hombre del que se había enamorado  rendidamente. Hasta Marcos Nero había aprovechado para anunciar que su programa daría detalles exclusivos de aquel romance. ¡Iba listo! Pedro agarró la pila de periódicos y los colocó sobre una mesa. ¡Cómo debía odiar todo ese estúpido cotilleo!, pensó Paula. Y todo había sido por su culpa, por haberle él salvado la vida. No era justo.

Cuando Pedro salió a la terraza, Paula se armó de valor para aguantar su enojo.

—Hablemos del libro —dijo, en cambio, sirviéndole una taza de café, cuando Paula llegó a su altura.

—Esto no se va a pasar de un día para otro, Pedro—afirmó ella, decidida a agarrar al toro por los cuernos—. Cuando alguien se entere de que tienes intención de publicar tu biografía, la prensa volverá a revolucionarse.

—Siempre puedo irme y regresar cuando todo esté más calmado —respondió impávido.

—Entonces, ¿Qué sentido tiene escribir la biografía, si luego te desmarcas de la parafernalia que ésta traerá consigo?

—Como ya te he dicho, no puedo evitar que escriban una versión no autorizada de mi biografía. Pero sí puedo asegurarme de escribir mi versión, una versión que cuente sólo la verdad —explicó retrepándose en la silla.

—¿Estás dispuesto a contar por qué odias tanto ser el centro de atención? —se arriesgó a preguntar.

Pedro se levantó, se acodó sobre la barandilla de la terraza y calló unos segundos.

—¿Has vuelto a leer el lenguaje de mi cuerpo, Paula?, ¿Qué te ha puesto en esta ocasión sobre la pista de mis pensamientos?

—Es evidente que algo no te agrada, Pedro. Es como si lo llevaras escrito en un cartel, pegado en la frente —respondió—. Lo que no sé es si lo que te molesta es el hecho en sí de escribir el libro o lo que tendrás que desvelar en su contenido.

—Muy sagaz, señorita Chaves—sonrió Pedro—. ¿Y tú qué crees que es lo que me molesta?

—Conozco tan poco de tu pasado que no sabría decir. ¿Has estado en la cárcel?, ¿Te han pillado sobornando a algún rival para que se dejara ganar?, ¿Has estado hasta el cuello de deudas?, ¿Enganchado al alcohol o a algún tipo de drogas?

—Peores secretos puede guardar una persona —comentó Pedro ausente, con el rostro ensombrecido.

—¿Has matado a alguien?

—¿Cambiaría eso las cosas entre nosotros? —respondió en un tono que la dejó helada.

Era obvio que no lo conocía en profundidad; pero a juzgar por lo que había ido descubriendo de él, la idea se le representaba disparatada. ¿Lo estaba diciendo sólo para probar si su compromiso con el proyecto era firme?

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