miércoles, 6 de junio de 2018

No Estás Sola: Capítulo 48

Porque lo suyo era amor. No podía llamarlo de ningún otro modo. Nunca había dejado de quererlo, ni siquiera cuando él se había marchado de allí y había iniciado una relación con otra mujer. Hiciera lo que hiciese Pedro, no podría cambiar ese sentimiento, lo mismo que no podía volar.

Pedro se incorporó y sonrió.

—Debo pesar una tonelada.

Ella le rodeó el cuello con los brazos y tiró de él.

—Pesas lo justo.

—Lo creas o no, esto no estaba planeado.

—Entonces, ¿Por qué has venido? ¿A contemplar el paisaje?

Él la besó en la nariz y los ojos antes de contestar.

—Desde mi punto de vista, este paisaje es de lo mejor del mundo.

—¿Aunque esté hecha un asco de estar en el jardín?

—Eres el asco más delicioso que he conocido.

Ella se sonrojó.

—No es nuestra primera vez.

Él sonrió.

—Lo digo en serio: ni rastro de maquillaje, las rodillas arañadas, las uñas llenas de tierra...

Se miró una mano.

—No están tan negras.

—Bueno, pues solo sucias. Y tienes un restregón de tierra en la frente y el pelo con restos de hierba.

Le estaba tomando el pelo.

—Mentira.

Pedro le quitó un trocho de hierba verde y se lo enseñó.

—Resto, en singular. Pero lo de la mancha en la frente es verdad.

Ella se movió bajo su peso. Si no cambiaban pronto de postura, la mezcla de placer y dolor que estaba sintiendo pasaría a ser mucho más.

—Ya vale. Voy a darme una ducha.

—¿Tú sola?

—Desde luego.

—Por encima de mi cadáver.

—En esa ducha no cabemos dos.

—Pues nos pondremos muy juntitos.

Y así lo hizo. La ducha no era grande, y tal y como le había dicho, se colocó pegado a ella. Tan pegado que no tuvo más remedio que volver a hacerle el amor, lo cual le provocó a ella risas cuando intentaba ponerse el preservativo bajo el agua. Era la primera vez que hacían el amor en la ducha, y la maravilló la sensación de tener la espalda pegada a las baldosas frías y el cuerpo caliente de Pedro contra el suyo mientras el agua caliente caía sobre los dos.

—¿Alguna vez te he dicho lo preciosa que eres? —le preguntó él tras besarla en la nariz.

Ella negó con la cabeza.

—¿Preciosa? Pero si debo parecer una rata ahogada.

—Una ninfa marina —corrigió él antes de cerrar el grifo para salir juntos de la ducha.

Paula se estremeció cuando él la cubrió con una toalla y comenzó a secarla.

—No me había imaginado que darse una ducha pudiera resultar una experiencia como esta —dijo.

—¿Una experiencia tan sensual como esta? —sugirió él, secándole el agua de la cara—. ¿Es que no has oído nunca que en la variedad está el gusto?

—Desde luego, la vida contigo sí que es un gusto.

—Como sigas así, no saldremos del baño.

Lo cual no la disgustaría ni lo más mínimo. Nunca se había sentido más femenina, más viva que en aquel momento. En silencio le dió las gracias a la mujer del hospital cuyo extraño comportamiento había empujado a Pedro a ir a la isla, y a su querido amigo Pablo, porque los celos los habían vuelto a unir. Si es que estaban unidos, no pudo evitar pensar. Por maravilloso que fuera aquel interludio, no estaba segura de qué podía significar para el futuro.

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