viernes, 22 de junio de 2018

Cambiaste Mi Vida: Capítulo 8

Paula sintió ganas de matar a su amiga en ese preciso instante; pero luego comprendió que lo que Karen buscaba era descubrir si él también estaba libre o si salía con alguna afortunada mujer. En cualquier caso, Pedro no cayó en la trampa.

—Me alegro de volver a verte, Paula. Karen...

—¿Te apetece tomarte un café? —la invitó ésta—. Yo tengo que irme, pero seguro que a Paula no le importa hacerte un poco de compañía —añadió al ver que Pedro se iba a negar.

Sí, sin duda, iba a tener que asesinar a su amiguita. ¿A qué venía esa aclaración? Karen nunca se había dedicado a hacer de alcahueta para los demás.

—Me habías dicho que estabas libre esta mañana —le dijo Paula a su amiga.

—Acabo de recordar un encargo urgente —replicó ella con naturalidad, poniéndose en pie—. Ya nos veremos. Pasenlo bien.

Paula sintió que le iba a dar un ataque cuando Pedro ocupó la silla que Karen acababa de dejar libre y le pidió al camarero que trajese más café. Como el anterior día en su casa,  se fijó en que Pedro sólo pedía café solo. Estaba desarrollando una peculiar capacidad para observar ese tipo de detalles pequeños, como el vello moreno que aparecía en la parte superior de su pecho, el botón superior de su camisa desabrochado.

—No tienes por qué hacerme compañía si prefieres hacer alguna otra cosa — afirmó Paula, que apenas podía tragar saliva.

—Si tuviera otras cosas de las que ocuparme, tranquila, que las estaría haciendo —respondió Pedro—. Ahora mismo, estoy aquí muy a gusto.

—Sí, hace una mañana muy agradable —comentó, malinterpretando adrede el comentario de Pedro, quien, seguro, sólo estaba mostrándose educado.

—Preciosa —reforzó él con voz profunda, dejando en el aire un doble significado. Luego dio un sorbo de café.

—¿Qué haces en Broadbeach? —preguntó Paula.

—Tenía que atender unos asuntos —respondió vagamente—. ¿Estás totalmente recuperada del accidente?

—Sí, gracias —contestó Paula, algo decepcionada por lo esquivo que seguía mostrándose Pedro—. Aunque a los del estudio no les hizo mucha gracia cómo quedó el coche. Ahora tengo que usar taxis, hasta que me consiga otro coche —comentó.

Hablar del accidente la hizo recordar la suerte que había tenido. Si Pedro no la hubiera rescatado...

—Estás viva, y eso es lo único que importa —afirmó él, como si le hubiera estado leyendo los pensamientos.

—Gracias a tí. Sabías que el coche podía explotar en cualquier momento, pero no dudaste en ayudarme —afirmó emocionada. Era la primera vez que alguien arriesgaba su vida por ella.

—Cualquiera habría hecho lo mismo.

—Pero no lo hicieron —señaló Paula, para volver al ataque acto seguido—. ¿Por qué no querías salir en televisión? ¿Está relacionado con el motivo que te hizo abandonar el automovilismo?

—Quizá me cansé de la fama —respondió poco convincente—. ¿A tí no te molesta que todo el mundo te esté mirando vayas donde vayas?

—Gajes del oficio —contestó a la defensiva.

—En realidad, te gusta, ¿No es cierto?

—He trabajado durísimo para llegar donde estoy —lo miró a la cara desafiantemente—. No veo por qué no me iba a gustar haber logrado lo que quería.

—Tienes razón. No tienes por qué no disfrutar de tu éxito... de momento. Pero el día en que no puedas salir a la calle ni dar un paso sin despertar la atracción de los demás, cuando no sepas si tus amigos están contigo por ser como eres o por ser famoso, entonces me cuentas si la fama te sigue pareciendo tan divertida. Y ahora tengo que irme. Me alegro de haberte visto, Paula.

Ésta sintió que un cuchillo le desgarraba el corazón. Pedro estaba a punto de marcharse de su vida, con la misma suavidad con que había vuelto a entrar en ella.

—No te vayas, por favor —Sarah se resistía a despedirse de Pedro.

—Créeme, Paula. Es mejor que me vaya.

-Mejor, ¿Para quién?, ¿Para tí?

Lo preguntó tan amarga y reprobatoriamente que Pedro se quedó sorprendido. Se pasó una mano por el pelo y los ojos le brillaron de una manera muy extraña.

—Estoy pensando en tí, Paula. No en mí. Tienes razón: tienes derecho a disfrutar de la popularidad que has alcanzado con el sudor de tu trabajo. Lo que yo piense al respecto no debería influirte.

—¡Vaya! —exclamó Sarah más calmada—. No tenías por qué disculparte; parece que hubiéramos tenido nuestra primera pelea —añadió entre risas.

—Eso significaría que probablemente estamos prometidos —respondió también riendo, descargando la tensión del momento anterior.

Paula sintió que todos los nervios de su cuerpo estaban encendidos, y tuvo que hacer un esfuerzo casi sobrehumano para seguir con la broma.

—Veamos: nos hemos besado, por estricta obligación, por supuesto; hemos compartido un par de cafés y acabamos de tener una pequeña discusión. Esto es casi una relación hoy día.

—Y ya no me puedo librar de una relación tan duradera, ¿No? —hizo una pausa—. ¿Has comido ya?

—No —miró el reloj—. Y la verdad es que ya va siendo hora. Son las doce y pico y tengo que estar a las dos en el estudio.

—Tu programa no es hasta medianoche —observó Pedro.

No hay comentarios:

Publicar un comentario