viernes, 22 de junio de 2018

Cambiaste Mi Vida: Capítulo 6

—Quería darte las gracias por haberme salvado la vida —respondió, consciente de que el otro hombre, Marcelo, no perdía detalle de la conversación. ¿Quién sería?, ¿un empleado de Pedro? ¿Su guardaespaldas?

—Ya me las diste ayer.

—Sí, pero... ayer no sabía quién eras.

—¿Y?

—Ayer me besaste. Es normal que por lo menos nos presentemos.

—Entra en casa —la invitó. Daba la sensación de que le estaba costando mantener el control. Luego se dirigió a Marcelo—. No hace falta que sueltes los perros.

—¿Perros? —preguntó Paula, ligeramente asustada.

—Perros guardianes —la informó—. Entre Marcelo y los dobermann estoy bien protegido.

¿Bien protegido?, ¿de quién?, ¿de sus antiguos fans o de alguien relacionado con el problema al que había aludido Karen? En cualquier caso, agradecía que Marcelo no fuera a echarle los perros encima.

Mientras iban hacia el interior de la casa, Paula  volvió a sentir que las piernas le temblaban. El día anterior lo había atribuido a los efectos del accidente; pero, ¿Que motivo había en esos momentos? Se obligó a concentrarse en la enorme cocina hacia la que la dirigió Pedro. Parecía que era el centro de la casa, donde Pedro haría la vida, pues había una mesa enorme repleta de papeles dominada por un ordenador portátil. Por el suelo había perros de juguete, los cuales le recordaron la presencia de los dobermann de afuera.

—¿Café? —preguntó. Paula asintió y Pedro, moviéndose con determinación y soltura por la cocina, preparó un café delicioso—. Es mi mezcla —dijo refiriéndose a los granos del café, después de que Paula alabara su sabor.

—Tienes una casa muy bonita —comentó ésta, después de observar con detenimiento cuanto había a su alrededor—. ¿Vives aquí todo el año?

—¿Pretendes entrevistarme? —preguntó desconfiado.

Era cierto que aquel hombre tan misterioso había despertado sus instintos de periodista; pero Paula sabía que su interés por Pedro era más personal que profesional. Con todo, se negaba a confesar el verdadero motivo de su visita.

—Sí. Cuando la audiencia de De costa a costa descubra quién es mi caballero de la brillante armadura...

—No lo descubrirá —la interrumpió enfadado.

—¿Perdona? —se sobresaltó Paula.

-He dicho que no lo van a descubrir, porque tú no se lo vas a decir.

—Pero seguro que tus vecinos saben quién eres —se resistió Paula, a la que le parecía excesivo aquel temor a las cámaras—. No eres precisamente un desconocido.

—Mis vecinos no se meten en mis asuntos, y espero que tú tampoco lo hagas — advirtió Pedro, en un tono que invitaba a la cooperación—. Hoy día soy un hombre normal que vive una vida normal, y aprecio mucho mi intimidad... Creía que habías entendido por qué te besé ayer.

—Sí, fuiste muy convincente —comentó ruborizada.

Sólo la había besado para que las cámaras no recogieran su cara y lo reconocieran.

—Podría hacerlo de nuevo, para asegurarme de que no hay malentendidos.

Paula no comprendía nada. Sólo sabía que cuanto más cerca de él estaba, más calor hacía en la cocina. Se quedó sin respiración cuando Pedro rodeó su cintura con un brazo. No había ninguna cámara, ningún motivo para permitirle que la besara y, sin embargo, estaba segura de que no iba a intentar impedírselo.

Pedro agachó la cabeza hasta encontrar los labios de Paula y ambos enlazaron las miradas cálidamente. ¿Qué tenía ese hombre, cuya mera presencia bastaba para hipnotizarla?, se preguntó confundida. Fuera lo que fuera, le resultaba irresistible. Aunque la estaba besando con delicadeza, traviesamente, arriesgándose a dejarla escapar, Paula no tenía la menor intención de separarse. Recostó la cabeza sobre el pecho de Pedro y se dejó abrazar por sus musculosos brazos hasta hacerle perder el sentido de la realidad.

—¿Siempre eres tan persuasivo? —preguntó con voz ronca cuando Pedro separó sus labios de los de Paula.

—¿Harás lo que te digo? —replicó él.

—Bueno, al fin y al cabo, me has salvado la vida —comentó después de asentir con la cabeza.

—Mereció la pena arriesgarse —repuso Pedro, que le lanzó una mirada afectuosa.

—¿Por qué te molesta tanto que alguien pueda reconocerte? —preguntó Paula.

—¿Y por qué iba a querer hacer pública mi vida? —contra preguntó Pedro.

Paula no entendía a qué se debía aquel rechazo tan visceral a las cámaras, pero accedió a respetar su intimidad. ¿Acaso podía negarse? Además, para su sorpresa, y en contra de su vocación de periodista, también ella prefería guardarse para sí lo que fuera descubriendo de aquel hombre. ¿Qué le estaba ocurriendo?

—De acuerdo, no te incluiré en mi programa —respondió por fin.

—¿Tengo tu palabra? —insistió Pedro.

—Te he dicho que respetaré tu intimidad y lo haré —espetó violenta por la desconfianza de Pedro—. Tranquilo, no hará falta que me eches a los perros encima.

—Te acompañaré al coche —se ofreció Pedro.

Los nervios le mordían el estómago. Paula se decía que se debía a la proximidad de los dobermann. No podía tener nada que ver con la presencia de Pedro... ¿O sí?

No hay comentarios:

Publicar un comentario