viernes, 15 de junio de 2018

No Estás Sola: Capítulo 63

Cuando se separaron, él la miró lleno de preguntas.

—Viéndote aquí me gustaría que esta fuera nuestra casa —dijo en voz baja—. Me haces desear un montón de cosas.

—No las digas, por favor. Contentémonos con lo que tenemos.

—¿Tú estás satisfecha?

¿Qué otra opción tenía?

—Desde luego —mintió—. Será mejor que traigamos el equipaje.

—Yo lo traeré. Tú echa un vistazo. Hay champán en la cocina. Pretendía abrirla la noche de la inauguración —explicó—, pero ahora la necesitamos más. No hay comida,  pero podemos pedir una pizza.

La cocina era una de las pocas habitaciones que podía utilizarse. Una magnífica mesa de cedro y rodeada de sillas dominaba aquel generoso espacio. No era difícil imaginársela con los cachivaches de cocina y unas cortinas estampadas adornando las ventanas. Tuvo que buscar concienzudamente el frigorífico, ya que estaba hecho de la misma madera que los armarios. En él encontró una solitaria botella de champán descansando en el estante del centro. Estaba quitándole la protección de alambre cuando él entró.

—He dejado las cosas en el dormitorio.

—¿Dormitorio?

Le quitó la botella de las manos y la abrió.

—Hay cuatro, pero solo uno está amueblado. Después de lo de ayer, no pensé que te importara compartirlo.

Estuvo a punto de enrojecer. Tenía razón: no le importaba.

—Me parece que no tenemos copas.

Abrió la puerta de la despensa. Debería haber conservas caseras en las baldas, pensó ella, pero lo que había era un paquete de vasos de plástico sin abrir.

—Deberíamos tener copas de cristal para un momento tan importante, pero estos vasos tendrán que servir.

Era un día de compromisos. El anillo le pesaba tanto en la mano como si fuese de hierro. Entonces recordó lo que se había dicho a sí misma en la isla. Parecía que hubiese pasado media vida desde entonces. Se había dado cuenta de que aunque Pedro no quería una relación definitiva, estaba planeando un futuro con ella, tanto si era consciente de ello como si no. Ahora la había traído a la primera casa de verdad que había tenido en toda su vida. Tenía que empezar a ver las cosas a través de sus ojos y darse cuenta que le estaba ofreciendo el único compromiso al que sabía acceder. Alzó el vaso de plástico lleno de champán y sintió una tremenda felicidad. Fue fácil decir:

—Por nosotros.

La mirada de Pedro era cálida cuando acercó su vaso al de ella.

—Por nosotros.

La cama era una magnífica pieza con cabecera y pie alto, demasiado pesada para sacarla de la habitación, de modo que Zeke la había comprado con la casa. Un edredón ligero como el aire y dos almohadas de pluma habían sido hechos a medida para aquella cama de medidas excepcionales. Tendrían que contentarse sin sábanas. Estaba ya duchada y en la cama cuando Pedro subió.

—Acaba de llamarme Matías—anunció.

—¿Ha localizado a Fabián Fine?

—Un hombre que encaja con su descripción ha sido visto cerca de su casa esta tarde, pero cuando Matías llamó a la puerta, Jesica le dijo que no sabía dónde estaba su marido.

—¿Y tú la crees?

—Matías dijo que parecía angustiada, pero que podía deberse al hecho de que su marido se haya marchado —se quitó la camisa con demasiada lentitud, casi como si un gran peso le hundiera los hombros—. Ahora estoy demasiado cansado para pensar en ello.

Cuando se metió en la cama, quedó un enorme espacio entre ellos y él no hizo movimiento alguno por acercarse. Ella también estaba cansada, se dijo. Él llevaba semanas de trabajo de investigación, y no podía culparle si lo único que quería hacer era dormir. Pero tampoco pudo evitar pensar que era una forma muy solitaria de pasar una noche de bodas.

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