miércoles, 13 de junio de 2018

No Estás Sola: Capítulo 60

—No —la verdad es que le había contado muy poco sobre su madre, aparte del hecho de que lo había dejado en una casa de acogida, de la que lo había sacado varias veces durante su infancia—. ¿Cómo era?

—Nunca tenía dinero, así que se compraba ropa de segunda mano, pero hacía que pareciese de un millón de dólares. Recuerdo que yo me sentía muy orgulloso de cómo se volvían a mirarla cuando íbamos andando por la calle. Ella también me decía que se sentía orgullosa de mí, pero el orgullo solo duraba hasta que pasaba la novedad.

Paula tocó su brazo.

—No, Pedro. No te castigues así. Ella te quería a su manera, pero simplemente no era buena madre.

Él asintió.

—Siempre me he jurado que si yo llegaba alguna vez a tener hijos, sería totalmente distinto.

El corazón le dió un salto.

—Estoy convencida de ello.

Pedro se volvió en su asiento, tapándola con el cuerpo de la mirada de otros pasajeros.

—Si estamos casados, ¿No debería besar a la novia?

—¿Aquí?

Sabía que la alarma era más por sí misma que por la gente que los rodeaba. Con el anillo en el dedo, aún caliente de su mano, se sentía muy vulnerable. Su mirada cálida resbalaba sobre ella como miel.

—Es evidente que nunca has oído hablar del Club de la Milla de Altura.

Paula tragó saliva, porque sí que había oído hablar de ello y Pedro interpretó su estremecimiento como respuesta y la besó en la boca. Cuando se separó por fin, los ojos le brillaban.

—No puedo esperar a la luna de miel.

Ella intentó contestarle en el mismo tono desenfadado.

—Creía que ya la habíamos disfrutado ayer.

—Luna de miel, boda, declaración... ¿Crees que conseguiremos hacerlo en el orden adecuado alguna vez?

Era increíble oírle hablar tan tranquilo de cosas como aquella. El avión comenzó con la maniobra de aproximación al aeropuerto y Pedro la soltó para abrocharse el cinturón de seguridad.

—Nos casamos ayer en Melbourne —le dijo en voz baja—. Una ceremonia íntima.

—¿En qué iglesia? —le preguntó, angustiada.

—Si no les damos nombres, tardarán más tiempo en averiguarlo. Luego podemos decir sin faltar a la verdad que hemos pasado la noche de bodas en Phillip Island.

—No ha sido precisamente lo que yo tenía pensado —dijo casi para sí misma, recordando haber encontrado la cama vacía al despertar y a su marido de vuelta a Melbourne.

—Sé que es duro —dijo él, tomando su mano—, pero prometo compensarte.

¿En qué sentido?, hubiera querido preguntarle, pero el avión tocó tierra.

Unos minutos después, se unieron al resto de pasajeros que salía hacia la puerta de embarque. La zona estaba despejada pero en la puerta se agolpaba un montón de gente a la que en un instante tendrían que enfrentarse. Los flashes de las cámaras comenzaron a dispararse e instintivamente Paula se refugió en Pedro. Cuando él le pasó un brazo por los hombros, los flashes brillaron con frenesí. En cuanto salieron a la terminal, comenzaron las preguntas. Fueron todas del tipo que Pedro le había anticipado, pero no pudo evitar encogerse cuando le preguntaron por su hijo. Hizo un enorme esfuerzo para no perder la compostura, aunque por dentro estaba llorando. Entonces un periodista le preguntó por la posibilidad de que su hijo estuviera vivo, y sus exiguas defensas se vinieron abajo.

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