lunes, 11 de junio de 2018

No Estás Sola: Capítulo 52

—Si se paga lo suficiente, se pueden cambiar etiquetas e historiales. Eso es lo que ocurrió con los cuatro niños que fueron entregados a otras familias a cambio de dinero antes de que la organización decidiera dejar esa actividad. No la dejaron porque temiesen que los pillaran, sino porque ya habían ganado bastante dinero.

Pablo removió el café con la cucharilla..

—¿Han podido echarle el guante a los cabecillas?

—Han abandonado el país, pero la justicia terminará por localizarlos. Aún estoy esperando localizar a un trabajador más del hospital, pero he de conseguir el acceso a os historiales médicos. El resto será cosa de la policía.

—Es un trabajo muy emocionante —comentó Pablo—. No me extraña que Paula tenga estrellitas en los ojos cada vez que te mira.

Paula bajó la mirada, pero Jimena puso la mano en su brazo.

—No dejes que este marido mío te tome el pelo. Tiene una boca enorme.

—Y ella tiene la cara más expresiva que conozco —respondió Pablo, riendo—. Cuando éramos pequeños, nunca podía ocultarme nada. ¿Te acuerdas de los bizcochos que hacía tu abuela?

—Eso no es justo —protestó, aliviada por el cambio de tema.

Pablo tenía razón: la conocía demasiado bien y era capaz de adivinar que estaba enamorada de Pedro hasta el tuétano.

—¿Qué pasó? —preguntó Pedro, apoyando los brazos en la mesa.

—Sé que te parecerá imposible, pero cuando Paula era pequeña tenía el apetito más voraz del país.

—Y sigue teniéndolo —contestó Pedro mirándola, y ella tuvo que mirar hacia otro lado para deshacerse de sus ojos negros.

Menos mal que Pablo no había visto su reacción.

—Su abuela dejó un plato de bizcochos recién hechos en el alféizar de la ventana — continuó Pablo—, y Paula se los comió todos menos uno, y me echaron la culpa a mí. Yo lo negué, pero su abuela no me creyó. Pero le bastó con mirar a Pau a la cara una vez para saber quién era el verdadero culpable. Es esa expresión medio transparente que se le pone cuando anda tramando algo. Como ahora.

Así que sí se había dado cuenta.

—Imaginaciones tuyas —contestó, sonrojada porque pudiera leer en ella con tanta facilidad.

Tuvo que utilizar su formación como modelo para mantener serena la expresión. Pero Pablo era tenaz.

—Demasiado tarde. ¿Qué pasa con ustedes dos? ¿Hay algún compromiso en el horizonte?

Jimena acudió en su rescate.

—Ya vale, Pablo. Si Paula tiene algo que quiera compartir con nosotros, ya lo hará, ¿Verdad, Pau?

—No hay nada que contar —mintió.

Su amigo siempre había sido intuitivo, pero no podía conocerla tan bien como él se imaginaba. Cuando eran pequeños, debía haberse delatado por otros detalles, pero él prefería pensar que podía leerle el pensamiento. Había confesado su amor por Pedro y había accedido a aceptar lo que él pudiera darle; pero aquella noche, viendo a Pablo y Jimena juntos, se había dado cuenta exactamente de a qué había renunciado. Sin embargo, quería a Pedro e iba a respetar su acuerdo, le costara lo que le costase.

Como si presintiera su incomodidad, Pedro apartó la silla de la mesa y se levantó.

—Tenemos que irnos ya. Muchas gracias por la cena y la velada. Ha sido fantástica.

—Espero que no dejes que te afecten las tonterías de Pablo—dijo jimena, preocupada.

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