lunes, 18 de junio de 2018

No Estás Sola: Capítulo 68

No le pasó desapercibido el dolor que se reflejaba en su mirada o la forma extraña en que le colgaba el brazo izquierdo.

—Tienes el hombro dislocado. Que alguien pida una ambulancia.

—Ya está aquí —dijo la negociadora—. Aunque lo que deberíamos hacer es llevarlos a los dos a comisaría. ¿Se puede saber a qué juegan?

—A que este hombre es un héroe —dijo Paula, mirando con arrobo a Pedro—. Si no me hubieras apartado...

—Tú eres la heroína, no yo. Has corrido un riesgo tremendo.

—Al ver a Bautista, no pensé en nada más. Solo quería ponerlo a salvo. Pedro... es nuestro hijo. Lo supe nada más verlo.

Apartó la toquilla y Pedro se encontró con unos ojos tan oscuros como los suyos. Cualquier duda que pudiera tener se disipó al ver sus mismos rasgos en una carita pequeña, a pesar de que la tenía contraída por el llanto, llanto que para él era música celestial.

—Yo me ocuparé de él mientras los sanitarios te atienden —dijo con la voz quebrada, aunque no estaba muy seguro de si su madre se lo iba a dejar.

Y para sorpresa suya, le pasó al niño sin titubear.

—Bautista, es tu papá —le dijo con suavidad y los ojos llenos de lágrimas.

Las de Pedro tampoco se hicieron esperar cuando tomó al pequeño llorón en brazos. Qué torpe se sentía. Alguien le entregó un biberón, que él le ofreció al bebé del mejor modo que se le ocurrió. Bautista se lanzó a la tetina con hambre de lobo. Ante aquella imagen una puerta cerrada hasta entonces a los sentimientos se abrió, y supo que nunca podría volver a cerrarla, ni desearía hacerlo. Sujetó al bebé en un brazo y pasó el otro por el hombro ileso de Paula.

—Te quiero —le dijo con sorprendente facilidad.

—Yo también te quiero —contestó ella con la voz ahogada por las lágrimas, casi incapaz de creer que lo hubiera oído bien.

Pedro le había hecho muchas veces el amor, pero nunca le había dicho que la quisiera. En la forma en que la miraba, no había error posible. Sintió que iba a desvanecerse, y los sanitarios acudieron inmediatamente a su lado con una camilla. Aunque no le hizo ninguna gracia, se tumbó en ella con las últimas fuerzas que la quedaban y miró a Pedro y a su hijo con determinación.

—Ustedes vengan conmigo al hospital.

La sonrisa que él le dedicó fue deslumbrante.

—Tú intenta impedírnoslo.


Alejandra Chaves fue su primera visita. Paula estaba incorporada en la cama con el brazo en cabestrillo y Pedro de pie a su lado. Con el brazo bueno tenía sujeto a Bautista como si no estuviera dispuesta a perderlo de vista nunca. El pequeño se había resistido a dormir, pero por fin había sucumbido al cansancio de tanta excitación. Alejandra se acercó de puntillas a la cama.

—¿Cómo está la enferma? El médico dice que vas muy bien.

Paula sonrió cansada.

—Estoy bien. Ven a conocer a tu nieto.

—No quiero despertarlo —dijo, y se acercó a mirarlo.

—Ni un cañonazo lo despertaría ahora —respondió Pedro.

Como la mayor parte del país, Alejandra les contó que había presenciado el drama por televisión. Hasta que Pedro la llamó desde el hospital, no supo que aquel bebé era de su misma sangre. No se lo podía creer. Era un milagro. También había leído en la prensa lo de su matrimonio.

—No te has perdido la boda, mamá, así que no te preocupes —le dijo Paula sonriendo. La verdad es que llevando su anillo en el dedo se sentía tan casada con él como si de verdad lo hubieran hecho, pero al tener un niño, él había insistido en que lo hicieran de un modo oficial—. Nos casaremos en cuanto pase todo este alboroto.

—Mientras tanto, teníamos que decirles algo a los periódicos para que nos dejasen en paz —explicó Pedro.

Alejandra sonrió.

—Supongo que ha sido una experiencia nueva para tí.

Él levantó las manos.

—A partir de ahora, prometo ser un periodista menos agresivo.

Paula se echó a reír.

—Eso no te lo crees ni tú —se rio. Y además, ella no quería que cambiase. Quería que siguiera siendo el cruzado que acudiese en defensa de los desvalidos. La copa de su felicidad rebosaba ya—. Te has perdido por poco a Gonza y Laura—le dijo a su madre.

La escena había sido increíble. Tenía la sensación de que Bautista iba a ser malcriado por todos sus parientes. Y por ella también, si no se andaba con cuidado.

Su madre la besó en la frente.

—Debes estar agotada. Descansa, hija. Tu padre quiere venir a verte esta tarde.

—Qué amable —contestó Tara.

Alejandra  se volvió desde la puerta.

—No seas demasiado dura con él, Pau. Ha cambiado después de vivir solo un tiempo—se quedó un instante contemplando a aquella pequeña familia—. Creo que no necesitas que te explique nada más.

—¿Van a volver a estar juntos?

—¿Quién sabe? Mañana por la noche me ha invitado a cenar.

Era un principio. Paula sonrió.

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