lunes, 29 de noviembre de 2021

Tuyo Es Mi Corazón: Capítulo 70

Pedro sacudió la cabeza con un gesto sorprendentemente elocuente.


–Ese Manuel es un tipo con suerte.


–Él no lo vió así –replicó Paula secamente–. Ponte en su lugar.


–¡Ya me gustaría!


–Pero si tú dijiste que no eras la clase de persona que pensara en el sexo como una simple diversión –respondió ella con mordacidad–. Así que ¿Por qué ibas a apreciarlo tú más de lo que lo apreció Manuel?


–¿Por qué crees tú?


Paula lo fulminó con la mirada, incrédula y deseosa al mismo tiempo. Pero Pedro no la tocó.



Y aquel fue el patrón de su relación durante los días siguientes. Durante el día, Pedro se dedicaba a pescar, a nadar o a trabajar en la tierra, siempre fuera de la vista de Paula. Y por la noche, le servía una copa y hablaban de lo que él llamaba «Su tarea», animándola a tomar notas y a hacer fotografías. Después preparaba la cena y Paula se esforzaba en comérsela. Pedro le hablaba de su trabajo, de su padre, de sus amigos, de libros, de música. Ella se enteró así de que le gustaba escalar y que no había escuchado música latina hasta que había conocido a Pablo. Apenas iba al cine y no veía vídeos. A cambio, y no sin recelo, Paula le habló de su pasión por las películas infantiles, pero tenía la sensación de que estaba continuamente fuera de su terreno. Pedro quería saber cosas sobre ella. Pero aun así, nunca se aproximaba a la única cosa que Paula sabía que tenían en común. Cada noche, se decían buenas noches y se iban cada uno a su habitación. Paula no sabía cómo podía soportarlo. Pero no tenía opción. Cuando Pedro estaba en la playa, ella se dedicaba a pasear por el jardín y tomaba notas para su artículo. E hizo un rápido curso en música clásica con los compactos que Pedro tenía en sus estanterías.


Un día, decidida a no quedarse en casa, buscó uno de los biquinis que Nadia le había metido en la maleta y se lo puso. Con una camisa encima, bajó a la playa. Una vez allí, se llevó una mano a los ojos para protegerse del sol y miró hacia el mar. La arena estaba caliente. Pedro estaba a una gran distancia de ella, convertido en un punto que se alejaba a grandes brazadas hacia el horizonte. Paula no sabía si sentirse desilusionada o aliviada, pero cuando se quitó la camiseta y se metió en el agua, se alegró de que él no pudiera verla. La verdad era que ni ella misma se entendía. Había bailado y posado bajo el sol de las formas más provocativas durante toda su vida de adulta. Y jamás había sentido aquel misterioso estremecimiento al pensar que alguien la mirara. Pero la posibilidad de que Pedro pudiera verla con aquel biquini, le provocaba escalofríos y le hacía desear volver a la colina. O quizá, quedarse para ver lo que sucedía. Debía estar loca, pensó mientras nadaba. Cuando al cabo de un rato abrió los ojos, descubrió que Pedro estaba a menos de dos metros de ella. Y sonreía con malicia.


–Sabía que al final no podrías resistirte –le dijo Pedro. Y la besó.


Fue como ahogarse. Y como volar. Una sensación total que iba mucho más allá de cualquier pensamiento. Mucho más allá de cualquier movimiento en un hipotético juego. Y, de pronto, Paula comprendió que aquello era para siempre.


–Te quiero –le dijo, estremecida. 


Pero fue casi un susurro y Pedro tenía los ojos cerrados. No la oyó. Y quizá fuera lo mejor, se dijo Paula, aunque su cuerpo continuaba temblando en sus brazos. El mar los empujaba como si fuera un animal juguetón. Pedro soltó una ronca carcajada y abrió los ojos. 

Tuyo Es Mi Corazón: Capítulo 69

 –Esa mujer a la que no supiste entender… ¿Era muy importante para tí?


Se produjo un corto silencio antes de que Pedro contestara.


–Vaya, has sido muy astuta al darte cuenta de que se trataba de una mujer en particular.


Por supuesto, Paula debería haber preguntado entonces si se trataba de Ivana, pero no se atrevió a decirlo en voz alta.


–¿Y bien?


–Era más importante de lo que yo quería admitir. Para serte sincero, me tenía hecho un lío. Tenía todas esas ideas que se suponía yo debería saber sin que me lo dijera. Y de pronto cambiaba de parecer.


Aquello no parecía propio de Ivana.


–Al final renuncié, por supuesto. Pero no suficientemente pronto. Así que estuve golpeándome contra un muro hasta que ella me dijo que estaba enamorada de otro. De alguien que la comprendía.


Pero entonces sí podía ser Ivana. Y, por el tono de su voz, la herida parecía reciente.


–Ya entiendo…


Pedro alzó la mirada rápidamente.


–Entonces ¿Estamos en paz?


–¿Cómo?


–Tú me contaste que tenías miedo de tu padre –le recordó suavemente–. Y dijiste que nunca se lo habías contado a nadie. Pues bien, esta es mi contribución al bote de los secretos. Yo tampoco se lo había contado nunca a nadie.


Paula sintió que se le desgarraba el corazón.


–Lo siento –dijo, con la voz amortiguada.


Pedro no contestó. La voz lánguida y angelical del contratenor continuaba sonando. Bajo ellos, el mar susurraba contra las rocas. Después de unos segundos de silencio, dijo con voz extraña:


–Te creo. Creo que lo sientes, quiero decir.


A Paula se le llenaron los ojos de lágrimas. Y no tenía la menor idea de por qué.


–Normalmente, suelo asar en la barbacoa la pesca del día para cenar – comentó Pedro al cabo de un rato–. Pero como hoy no he podido pescar, tendremos que conformarnos con una cena vegetariana.


–Estupendo –contestó Paula, preguntándose cómo podría acabar con el nudo que tenía en la garganta. 


–Y después hablaremos de cómo quieres llevar a cabo tu trabajo –se levantó– . Disfruta del vino y de la música. Traeré la cena en cuanto esté lista.


Se marchó, dejándola sola en la oscuridad y más angustiada de lo que había estado en toda su vida. Tenía que habérselo preguntado, le decía el aspecto más valiente y decidido de su personalidad. No habría perdido nada, insistía. Salvo la esperanza, contestaba su faceta más vulnerable. Todavía estaba debatiéndose entre aquellos argumentos, cuando apareció Pedro con unas velas y la vajilla.


–¿Qué puedo hacer yo? –le preguntó Paula.


–Enciende las velas –le tendió una caja de cerillas.


Las llamas de la velas ondeaban suavemente en la brisa. Paula se estremeció. Hacía una noche perfecta. Y no se había sentido más viva en toda su vida. Pedro regresó con una fuente de ensalada y queso fundido. Se sentó a la mesa y le ofreció a ella un plato y un tenedor. De alguna manera, Paula esperaba que su conversación volviera a temas educados e intrascendentes. Pero la primera pregunta que le hizo Pedro en cuanto terminaron la comida fue: 


–Háblame de ese asunto con Manuel. ¿De verdad te presentaste en su puerta con intención de seducirlo?


–Desde luego –dijo Paula. 

Tuyo Es Mi Corazón: Capítulo 68

 –A menos que esté nadando. Me gusta nadar antes de la cena. El mar es maravilloso. Si quieres, puedes reunirte conmigo.


–No tengo bañador –respondió Paula, no sin alivio.


Pedro señaló hacia una maleta que era el doble de la modesta bolsa que había llevado Paula.


–¿Es mía?


Pedro se encogió de hombros.


–Eso es lo que me encargaron que trajera.


Paula sabía a quién tenía que darle las gracias: «¡Nadia!», pensó.


–Más tarde le echaré un vistazo. Ahora estoy cansada. Así que, si no te importa…


–Por supuesto –dijo Pedro, con tono educado y casi indiferente. Aunque todavía no tenía la respiración bajo control–. Que descanses –le dijo. Y salió.


Cuando Paula se despertó, ya había anochecido. Se duchó rápidamente, se puso unos vaqueros y una camiseta y siguió la dirección de la música que llegaba hasta su cuarto. Procedía de la terraza. El sol se había puesto, pero todavía no había oscurecido del todo. Pedro estaba sentado bajo una parra, con un vaso de vino en la mano y los pies apoyados sobre una mesa de mármol, escuchando la dulce melodía que salía de los altavoces que había sobre la parra.


–¿Qué es eso? –dijo Paula, hechizada por la belleza de aquella música.


Pedro dejó su vaso lentamente y se levantó.


–Es un contratenor estadounidense. Es maravilloso, ¿Verdad? Este es su último disco.


–No sé mucho de música clásica –dijo Paula. 


Ivana la adoraba. ¿Pero por qué tendría que pensar siempre en todas las cosas que Pedro e Ivana tenían en común? Él le sirvió un vaso de vino de una botella sin etiquetar.


–Espero que te guste. Es retsina. Quizá lo haya hecho alguno de mis parientes.


Paula aceptó el vaso y bebió. El vino resultaba frío al paladar y cálido al deslizarse por la garganta. Olía a orégano y tomillo, y a todas las vacaciones que había pasado en el Mediterráneo. Y así se lo dijo a Pedro.


–Tienes un paladar excelente. Para mí, sabe simplemente al brebaje que prepara Jorge.


Paula se relajó sobre los mullidos cojines del sofá de la terraza.


–¿Quién es Jorge?


–El marido de la hija del hijo de mi tío abuelo –dijo Pedro fluidamente, como si fuera algo que hubiera repetido montones de veces.


Paula pestañeó.


–Las relaciones familiares son muy importantes en este lugar. De hecho, a mi abuelo le permitieron comprar esta casa por su relación con mi abuela. Ella nació en el molino, en medio de la colina.


–¿La conociste?


–No, murió cuando nació mi padre –se interrumpió y añadió–. Nuestra casa fue un hogar sin mujeres. Mi madre murió en un accidente de coche cuando yo tenía tres años. De modo que tuve una educación muy masculina. Quizá por eso no entienda muy bien a las mujeres.


Paula lo miró atentamente y dijo con voz queda:


–¿Estás dispuesto a contarme algo?


–Cualquier cosa –parecía muy serio. 

Tuyo Es Mi Corazón: Capítulo 67

 –No, no es eso. Simplemente, pensaba que tendrías mejores cosas que hacer. Bueno, se supone que eres un genio…


–Pero también necesito comer. Y me gusta dormir con un tejado sobre mi cabeza.


Comenzó a descargar las bolsas con eficiencia y cierto aire de enfado. Paula lo siguió al interior de la casa. Con movimientos rápidos, Pedro abrió las ventanas, dejando que entraran las fragancias del mar y del jardín. Después volvió a la cocina y comenzó a rebuscar en la caja de herramientas. Mientras lo observaba, descubrió algo que debería haber comprendido antes.


–Esta casa no es uno de tus privilegios de millonario, ¿Verdad? La tienes desde hace mucho tiempo.


Pedro sacó una llave inglesa de la caja.


–La heredé. Esta casa la construyó mi abuelo.


–¿Tu abuelo?


–Sí. Era un estudiante romántico que vino aquí y se enamoró de la hija de un filósofo local. Decidió que no se marcharía hasta que la familia le permitiera casarse con ella –la miró con un brillo travieso en la mirada–. En asuntos amorosos, mi familia tiende a cometer algunos excesos.


Paula tragó saliva. La sonrisa de Pedro se ensanchó. Pero él no la tocó. Y desapareció en la despensa. De pronto se oyó una exclamación de triunfo.


–Ya está. Acabo de conectar la luz.


Salió con una polvorienta telaraña en el pelo. Sin pensarlo, Paula se inclinó hacia delante para quitársela. Pedro se detuvo en seco. Se miraron a los ojos. Él alargó la mano y tomó cuidadosamente la de Paula. Ella parecía incapaz de moverse. Incluso contenía la respiración sin saber exactamente por qué.


–Paula, lo siento, pero no soy uno de esos hombres para los que el sexo es solamente diversión. Y no puedo comportarme como si lo fuera.


Paula no sabía qué decir. Pedro le soltó la mano, retrocedió y se fue con la llave inglesa como si nada hubiera ocurrido. Pero respiraba como si acabara de subir un terrible acantilado. No estaba segura de si lo que pudiera ocurrir a continuación sería una opción suya o de él.  Era una situación excitante. Y aterradora. Y no tenía la menor idea de lo que podía hacer. Así que no hizo nada. O, mejor dicho, hizo lo que habría hecho cualquier invitada respetuosa. Lo siguió por la casa, tomando nota de los dormitorios, los baños, las estanterías, admirando los cuadros y examinando sus libros. No lo tocó, por supuesto. Y tampoco hizo ninguna pregunta de la que quizá no quisiera oír la respuesta. Así que cuando Pedro dijo:


–Quizá te apetezca descansar en tu habitación después del viaje –dijo, y ella sintió un inmenso alivio.


Su habitación daba a un grupo de limoneros. Las sombras de la tarde se proyectaban sobre las baldosas cerámicas del suelo y la enorme cama. Pedro se quedó en el marco de la puerta, sin entrar.


–Tienes una ducha en la habitación, pero si quieres darte un baño, ya sabes dónde está. ¿Te acuerdas de cómo funciona el jacuzzi?


Su tono era cordial. Era la propia Paula la que tenía la culpa de que su imaginación hubiera empezado a recrear imágenes de ellos dos en una bañera llena de burbujas.


–Sí –dijo, luchando contra su imaginación.


–Si quieres cualquier cosa, llámame. Estaré en el jardín.


–De acuerdo. 

Tuyo Es Mi Corazón: Capítulo 66

Tragó saliva y dijo en voz alta:


–Supongo que podré hacer algo útil.


–Normalmente llevamos las provisiones hasta la casa en una carretilla. Debería estar en la puerta de la cocina –señaló con un gesto de cabeza hacia la casa.


Por primera vez, Paula se fijó en la propiedad. Se trataba de una casa de un solo piso, de paredes blancas y tejas rojas. Las contraventanas azules estaban cerradas, dándole el aspecto de un ser dormido. Bajo las ventanas de la fachada que daba al mar, descubrió las macetas más grandes que había visto en su vida. Estaban llenas de enormes pelargonios, oscuros como la propia sangre.


–Más flores rojas –dijo Paula, involuntariamente–. Es un color que realmente te gusta, ¿Verdad?


–Es el color de la pasión –respondió Pedro, sin dejar de tirar de la cuerda–. No hay suficiente pasión en mi vida.


–¿Por eso la buscas en las pistas de baile cuando te aburres?


–¿Eso es lo que tú crees? –le preguntó Pedro lentamente.


–Es evidente, ¿No? –preguntó Paula, desviando la mirada.


–¿Que era eso lo que quería cuando te ví? Sí, supongo que es bastante obvio. Pero estarás acostumbrada, ¿No? 


Paula se llevó las manos a las mejillas, que le ardían de indignación.


–¿Cómo puedes decir eso? La gente no dice ese tipo de cosas –protestó, extrañamente alarmada.


–¿Por qué no si son ciertas?


–Porque no, y eso es todo.


Pedro asintió, como si estuviera recibiendo una útil y nueva información.


–¿Te refieres al mismo tipo de gente que piensa que el sexo es algo divertido? –preguntó educadamente.


–Sí –contestó Paula con voz sofocada, sin mirarlo siquiera.


–¿Y qué me dices de tí? ¿Dónde está la pasión en tu vida? –añadió, como si estuvieran hablando de sus pasatiempos favoritos. 


Paula se quedó helada. Podía sentir que Pedro la estaba mirando. Pero evitaba sus ojos. Allí estaba, pensó. Aquel era el primer movimiento de un juego en el que podía suceder cualquier cosa. Y ella no estaba todavía preparada.


–Iré a buscar la carretilla –dijo, precipitadamente.


Y consiguió escapar. Al menos de momento.


La casa tenía la fachada más espartana de cara al mar. El otro lado parecía propio del palacio de un sultán que estuviera esperando la llegada de su dueño. Era una sensación desconcertante. Porque también ella se sentía como si estuviera esperando. Lo cual era por fuerza una locura. Las mujeres modernas no se pasaban la vida esperando la llegada de un héroe mítico. Las mujeres modernas tomaban la iniciativa. Y, desde luego, no convertían a los hombres en dioses. Aquel era el efecto del viaje en avión, se dijo a sí misma. Y de una imaginación exagerada. Fue a buscar la carretilla, que descubrió en el porche, al lado de una puerta menos impresionante que el pórtico de la entrada. La llevó hasta donde estaba Pedro. A su lado, descansaba una sorprendente cantidad de equipaje.


–Suministros –dijo Pedro, brevemente–. Este año todavía no había venido. Tendré que hacer algunas reparaciones. Y también necesitamos provisiones.


Llenó la carretilla y la llevó de vuelta a la cocina. Paula estaba sorprendida.


–¿Tú mismo haces las reparaciones?


–¿Es que los millonarios no pueden jugar con herramientas? –preguntó Pedro, divertido. 

viernes, 26 de noviembre de 2021

Tuyo Es Mi Corazón: Capítulo 65

Paula no recordaba prácticamente nada del viaje. Ya era tarde cuando el sonido del motor del barco había cambiado. Subió a cubierta y vió que estaban adentrándose en una pequeña cala. Al principio, pensó que estaba desierta. Pero no tardó en ver el embarcadero de piedra.


–Bienvenida a mi isla –dijo Pedro, saliendo tras ella.


Había cambiado. Y no solo de ropa, pensó Paula. Había sustituido su traje por unos coloridos pantalones cortos y una camiseta con la letra π del alfabeto griego. Su pelo brillaba como madera pulida bajo el sol. Tragó saliva, su corazón comenzaba a latir de forma traicionera. Intentando olvidarlo, dijo lo primero que se le ocurrió:


–¿Esta isla es tuya? Así que tenía razón cuando decía que te habías adaptado al estilo de vida de los millonarios.


–La llamo mi isla porque tengo aquí una casa. Lo único que me pertenece de ella es esa casa que ves allí –y señaló una casa situada sobre un acantilado.


–Parece que va a haber que trepar para llegar hasta allí.


–Desde luego. Pero una bailarina como tú no tendrá ningún problema.


Paula dejó escapar un suspiro exasperado. Magnífico. Así que la historia volvía a repetirse. Quería divertirse con Lola antes de volver a la vida real. ¿Pero se habría tomado tantas molestias si se tratara solamente de un entretenimiento? Miró hacia el impresionante acantilado.


–Haré lo que pueda –dijo sombría. 


Y no se refería solamente a la caminata. Pero, para cuando llegaron a lo alto del acantilado, ya no era capaz de pensar en nada que no fuera en cómo dar otro paso. Algunas partes del camino eran prácticamente verticales. Cuando Pedro le tendió la mano y tiró de ella para ayudarla a recorrer los últimos metros, Paula apenas podía respirar. Sin embargo, él respiraba tan tranquilamente como si hubiera estado dando un paseo al atardecer. Paula sentía que se revolvía su orgullo. De modo que, aunque le permitió ayudarla, se liberó de su mano en cuanto volvió a pisar en llano.


–Gracias –le dijo.


–No sufras. Esta será la última vez que tengas que hacerlo.


Durante un instante de locura, Paula pensó que la estaba amenazando con dejarla encerrada en aquel acantilado.


–¿Qué?


–Ahora que ya estamos aquí, puedo utilizar el cabrestante.


Continuó caminando hasta un pequeño cobertizo y sacó un tosco elevador que colocó al borde del precipicio. Estaba tan concentrado en lo que hacía que era completamente inconsciente del minucioso escrutinio al que lo estaba sometiendo Paula. Era incluso más que atractivo, comprendió. Estaba en completa armonía con el paisaje. Cuando levantó el brazo en respuesta a una señal que alguien le hacía desde la playa, se asemejó a la estatua de un dios griego. Tranquilo. Poderoso. Glorioso. Mientras lo observaba poner en funcionamiento el cabrestante, pensó que, sucediera lo que sucediera en aquel lugar, con Pedro estaría a salvo. Y, sin embargo, no era a salvo como se sentía. Tampoco podía decir que estuviera insegura. Pero sabía que podía ocurrir cualquier cosa. Y no estaba muy segura de cómo iba a poder afrontar la mayoría de ellas. Se acercó hasta él y le preguntó:


–¿Puedo hacer algo?


Pedro la miró sin detenerse. Al verse a su lado, Paula cobró repentina conciencia de lo alto que era. ¿Por qué no se habría dado cuenta antes? Cuando habían bailado o… Cuando habían hecho el amor. ¿Pero por qué habría pensado en eso? Aquel no era momento para acordarse de lo que era hacer el amor con Pedro Alfonso.


Tuyo Es Mi Corazón: Capítulo 64

 –¿Qué es lo que quieres? –preguntó precipitadamente.


Pedro sonrió.


–Eres tú la que quieres entrevistarme. Y yo quiero ayudarte a conseguir lo que ambicionas. Entre otras cosas –admitió–. Así que he pensado que podríamos matar varios pájaros de un tiro. Mañana mismo salgo para Grecia. Ven conmigo.


–No puedo –contestó Paula instintivamente.


–¿Por qué no? Tienes pasaporte y ningún compromiso.


–Tengo mi propia vida. Mi trabajo.


–Yo creía que esto formaba parte de tu trabajo. ¿Quieres que hable con tu jefa?


–No –contestó al instante. Caruso era capaz de hacerle ella misma la maleta. 


–Y tampoco estás saliendo con nadie. De modo que en ese sentido no habrá ningún problema.


Se miraron a los ojos. Paula vió una pequeña llama en las profundidades de los de Pedro, que la hizo urgente y estremecedoramente consciente de que bajo aquel conservador traje gris, se escondía un cuerpo que ella conocía tan bien como el suyo.


–Esto no es justo –dijo casi sin respiración.


–Entonces estamos en paz.


–¿Qué? –le preguntó con incredulidad.


–¿Crees que es justo dejar caer una bomba, como hiciste en el aeropuerto, y después marcharte?


–No te comprendo…


–Entonces te le explicaré. Pero no aquí, sino en Grecia.


Paula no tenía manera de defenderse ante tamaña determinación. Al fin y al cabo, la mitad de su mente estaba ya de parte de Pedro. Y absolutamente todo su corazón. 




Tal como Pedro había predicho, Leticia Caruso se mostró encantada de dejarla marchar a Grecia. Le proporcionó una cámara de fotos, una tarjeta de crédito a cargo de Elegance Magazine y algunos consejos bastante dudosos.


–No lo olvides, busca los secretos. Los secretos son los que lo hacen humano.


–Magnífico –musitó Paula.


Metió en la maleta la ropa que le parecía más apropiada para una isla griega. En realidad, no tenía mucha ropa de verano. Era invierno cuando había llegado a Nueva York y todavía continuaba haciendo frío. Tampoco tenía bañador. Ni, desde luego, protector solar.


–¿Hace mucho calor en Grecia en esta época del año? –le preguntó a Pedro, mientras se dirigían al aeropuerto.


–Suficiente para poner algo de color en tus mejillas. Tienes un aspecto terrible.


–Creo que tendré que demandar a la compañía de cosméticos –replicó Paula con energía.


Pero para cuando llegaron a Atenas, estaba demasiado cansada para pensar siquiera en una frase inteligente. Pedro lo comprendió. Desde el aeropuerto, fueron al puerto de Pireo. Y una vez allí, como por arte de magia, apareció un yate en el muelle con su equipaje abordo.


–Te has acostumbrado muy rápidamente a la vida de millonario –farfulló Paula, pero estaba prácticamente dormida.


–Siempre me he caracterizado por mi capacidad de adaptación.


Paula no contestó, pero se tropezó con la pasarela. Pedro la levantó en brazos y la llevó a cubierta. 

Tuyo Es Mi Corazón: Capítulo 63

 –De acuerdo. Tengo suerte de poder estar aquí. Es una gran oportunidad que no todo el mundo tiene. Lo sé. Pero eso no significa que tenga que gustarme todo. Esto es horroroso, y nadie va a conseguir que lo vea de otra forma.


–¿Y ya se lo has comentado a tus jefes?


–No, eso me lo reservo para cuando me despidan… Después de hacerte esta entrevista.


–Para tí es muy importante esta entrevista, ¿Verdad?


–Solo está en juego mi reputación profesional –contestó Paula–. Es una especie de prueba. Si no la paso, me despedirán.


–Ya entiendo. En ese caso, tendrás que hacer tu entrevista. Pero no aquí. Ni ahora.


–Si estás pidiéndome que salgamos, olvídalo.


–¿No sales? Bueno, Paco me había comentado algo parecido, pero me resultaba difícil de creer. Una juerguista como tú…


–Salgo con quien me apetece.


Pero no era cierto. De hecho, había estado rechazando regularmente las propuestas de Diego. Y el día anterior se había ido a casa sola después de una solitaria cena. Y se pasaba las noches en casa, sentada en una mecedora y recordando… Oh, a quien recordaba ella no era a aquel frío hombre de negocios, con aquella risa secreta y esa fría mirada. No, ella recordaba al otro. A aquel del que se había enamorado. Al hombre que bailaba y la seguía de madrugada, al apasionado amante… Paula interrumpió bruscamente el curso de sus pensamientos. ¿Se había enamorado? Aquel pensamiento fue como un golpe traicionero. Se quedó mirándolo fijamente. Por supuesto que estaba enamorada de él. Había estado enamorada de él desde hacía siglos… Pero él no la amaba. Oh, él había disfrutado con Lola, la bailarina de tango, con su vitalidad y su sofisticación urbana. Pero no la amaba. Si la amara, no le habría dejado despertarse sola.


–Y hay algo más de lo que deberíamos hablar –estaba diciendo en aquel momento Pedro.


–¿Y qué es?


–De las citas, el baile, y de lo que le dijiste a mi amigo Pablo.


¿Cómo podía haber sido tan estúpida? Al fin y al cabo, no sabía nada de él. Excepto que bailaba como un endemoniado y su madre pensaba que estaba enamorado de Ivana. Las lágrimas se agolparon en sus ojos. Y los abrió como platos, luchando contra ellas. Qué idiota era.


–¿Qué es lo que le dije a tu amigo Pablo?


Pedro la miró con firmeza. Al instante suavizó su mirada.


–Le dijiste que te lo preguntara yo personalmente –dijo suavemente–. Así que aquí estoy. Preguntándotelo.


–No creo que mis citas sean asunto tuyo.


–Así que quieres hacerte la difícil –diagnosticó Pedro.


–No me estoy haciendo la difícil.


–No te preocupes por eso. Me gustan las mujeres difíciles.


–Nadie me ha dicho nunca que lo sea.


–Probablemente porque no has tenido en cuenta sus sentimientos, pobrecillos.


Una chica tan maravillosa. Bueno, pues no vas a hacer eso conmigo. Y será mejor que te vayas acostumbrando a la idea. Paula pestañeó. Era suficientemente cierto como para silenciarla, entre otras cosas porque no tenía ni idea de cómo lo había descubierto. 

Tuyo Es Mi Corazón: Capítulo 62

 –El señor Alfonso quiere ver a la señorita Chaves –dijo la recepcionista utilizando su voz más grave y sensual. 


Evidentemente, la cercanía de Pedro estaba teniendo su efecto. Paula emitió un pequeño grito, soltó el teléfono, lo recogió y sintió que el corazón le latía de tal manera que apenas podía respirar…Y bajó a verlo. La recepcionista estaba de pie, inclinada hacia él, señalándole algo en un mapa. Dejaba que su pelo rozara la chaqueta de Pedro y éste, advirtió Paula, no se apartaba.


–Hola –los saludó.


Inmediatamente lamentó su tono. Parecía la profesora de un parvulario intentando demostrar que ella tenía el control de la situación. Le tendió a Pedro la mano como una autómata y se la sacudió con vigor.


–Encantada de volver a verte –apartó su mano y señaló hacia una pequeña habitación–. ¿Podemos empezar a hablar?


–Para eso he venido –dijo Pedro con voz suave y divertida.


Paula hizo un esfuerzo sobrehumano por permanecer fría.


–Sí. Bien. Quiero que sepas que nos entusiasma que hayas aceptado esta entrevista.


–¿De verdad? –preguntó Pedro, arqueando una ceja.


Paula tragó saliva. ¿Cómo era posible que pareciera tan sexy cuando iba vestido exactamente como se vestía su padre para ir a trabajar toda las mañanas? ¡Aquello era injusto!


–¿O quizá preferirías que hubiéramos hecho la entrevista por teléfono? Sé que has tenido que venir entre reunión y reunión.


Pero cada una de las palabras de Pedro desmentía la afirmación de Paula. Aceptó el café, aceptó abrirse paso entre las plantas para sentarse en el sofá de la habitación e incluso aceptó leer el reportaje de ella de la edición de abril. Paula lo miraba preguntándose cómo podría soportar mantener una conversación con una mujer con la que había hecho el amor hasta la locura. O cómo podía esperar que ella hablara tranquilamente con él. No sabía si sentirse asombrada u ofendida. Y lo más alarmante del caso era que, en realidad, se sentía herida. Fijó la mirada en su lista de preguntas y le hizo una al azar.


–¿Te sorprendiste al ver que las acciones de Watifdotcom atraían tanto interés?


–No. ¿Por qué te alejaste de mí en el aeropuerto?


–¿Cuándo empezaste a interesarte por la informática?


–A los seis años. ¿Por qué no has contestado a mis llamadas?


–Porque no quería –respondió desafiante–. ¿Por qué debería haberlo hecho?


Pedro apretó los labios. ¿Estaba reprimiendo una sonrisa?


–¿Por qué dejaste la universidad? ¿No ganabas dinero suficiente?


–¿Has salido mucho? ¿Has disfrutado de tu vida en Nueva York?


–Nueva York es una ciudad fabulosa.


Pedro miró a su alrededor.


–Desde luego. ¿Te gusta todo este glamour? –le preguntó con curiosidad.


Paula siguió el curso de su mirada. Si bien el resto de Elegance Magazine había sido redecorado, la entrada y el vestíbulo conservaban el mismo diseño desde mil novecientos veintidós. Armarios lacados en negro, decoración con motivos egipcios… Un tipo de diseño que le producía indigestión visual.


–Parece el decorado de una película muda –dijo con desprecio.


En aquella ocasión, Pedro no disimuló su risa. La miró a los ojos con aire desafiante. 

Tuyo Es Mi Corazón: Capítulo 61

En algún momento, en la madrugada del domingo, se encontró a sí misma en Hombre y Mujer. No estaba buscando a Pedro, por supuesto. Pero cuando comprobó que los únicos rostros que reconocía eran de residentes en Nueva York, se lanzó a uno de sus bailes salvajes, llamando la atención incluso de un representante de artistas. Paula aceptó su tarjeta sin mostrar el menor interés y se acercó a la barra a pedir una botella de agua mineral. El camarero estaba impresionado.


–Eh, Pablo –llamó a su jefe–. Acabamos de descubrir una estrella.


Pablo se acercó y arqueó las cejas con extrañeza al ver a Paula.


–Vaya, vaya. Bienvenida. Te llamabas Paula, ¿Verdad? Y eres la actual obsesión de mi viejo amigo Pedro Alfonso.


Probablemente la oscuridad le impediría ver su sonrojo, se aseguró Paula a sí misma.


–Me siento halagada. Pero creo que lo de «Obsesión» es un poco exagerado.


–Bueno, ya conoces a Pedro. No para de llamar para ver si has venido por aquí. Y para saber con quién.


–Oh… –Paula se recuperó rápidamente del impacto inicial–. Apuesto a que no es la primera vez que pregunta por una mujer.


–Al menos es la primera vez que yo lo veo hacerlo –de hecho, Pablo estaba absolutamente sorprendido por aquella búsqueda sin precedentes–. La faceta de cazador de Pedro es un nuevo fenómeno. Él se toma las relaciones muy en serio.


–Bueno, pues lo siento. ¿Acaso tengo yo la culpa de que haya decidido echar una cana al aire ahora que es millonario?


Y mientras lo preguntaba, comprendió que aquel era precisamente el quid de la cuestión. ¡Eso era todo! Pedro era un hombre que siempre se había tomado en serio sus relaciones. Y de pronto conocía a una chica como ella y había descubierto que era posible tomarse las cosas a la ligera. Ella misma lo había alentado al decirle que el sexo podía ser algo divertido… Por eso no era sorprendente que a la mañana siguiente de haber hecho el amor, no lo hubiera encontrado en su cama. Ella misma le había dado permiso con sus estúpidas palabras. Pablo se inclinó hacia ella, apoyando un codo en la barra.


–Entonces, ¿Qué le digo?


Paula no contestó inmediatamente. Se sentía tan avergonzada y perdida que lo único que le apetecía era tirarle el agua en la cara y marcharse. Pero, por supuesto, no lo hizo.  Miró a Pablo con los ojos entrecerrados y dijo lo que realmente pensaba, sin fingimientos, sin subterfugios.


–¿Qué le dices? Dile que lo pregunte él mismo.


Y se volvió sin decir una sola palabra.




Paula no durmió mucho el lunes por la noche. Y el martes se sobresaltaba cada vez que sonaba el teléfono. Para el final del día, tenía los nervios destrozados, los archivos del ordenador completamente desorganizados y la papelera llena. Y Pedro no había llamado. El martes por la noche, no durmió nada en absoluto. El miércoles, la despiadada luz del baño le mostró su rostro. Miró furiosa lo que aquella cruel iluminación mostraba y dio gracias a Dios por la existencia de los cosméticos. En cuanto llegó al trabajo, se sentó detrás de su ordenador. La máquina le indicó que había recibido veinte mensajes electrónicos, pero ninguno era de Pedro. Suspiró y dió un sorbo a su revitalizante café.


–¿Qué pasa? –le preguntó Nadia–. ¿Estás nerviosa por tu millonario?


Paula apartó el ratón del ordenador con gesto furioso.


–Llevo más de doscientos dólares de maquillaje encima y la gente continúa preguntándome que qué me pasa. Debo tener un aspecto mortal.


–Tienes el aspecto de un ángel de Botticelli, como siempre. Pero si estás tomando café, es que debe haber ocurrido algo especialmente malo.


Justo en ese momento sonó el teléfono. 

miércoles, 24 de noviembre de 2021

Tuyo Es Mi Corazón: Capítulo 60

 –Pero los obsesos no son sexys.


–En eso te equivocas. Alfonso es un hombre soltero que acaba de hacerse rico. Eso es mucho más que sexy. Es un auténtico cuento de hadas – la miró muy seria–. Y ahora, Paula, quiero que lo llames y le hagas una entrevista ¿Comprendido?


–Sí –contestó ella con un hilo de voz.


–Estupendo. Tengo muchas esperanzas puestas en tí –arrastró su silla hacia atrás y miró a Paula con una enorme sonrisa–. Para serte sincera, no me hizo mucha gracia que empezaras a trabajar para nosotros. No me gustan los aficionados, y mucho menos las niñas ricas. Pero ahora me gusta tu trabajo.


–Gracias –contestó Paula, entre complacida e indignada.


–Tienes intuición. Sabías que no tenías experiencia, pero has conseguido labrártela tú sola. Tus primeros artículos eran fríos. Pero trabajas duro y has conseguido estar al tanto de todo lo que ocurre en la ciudad.


–En ese caso –dijo Paula fríamente–, ¿Por qué perder el tiempo con una sección como el «Millonario de Mes»? Eso podría hacerlo cualquiera.


–No tientes a la suerte. ¿Quieres un trabajo fijo o no? El mes que viene acaba tu contrato, ¿Verdad?


Paula se puso inmediatamente alerta.


–Un trabajo fijo. ¿Aquí?


–Probablemente en Londres.


–¿Eso quiere decir que o hago esa entrevista o perderé la oportunidad de conseguir ese trabajo? –interpretó Paula.


–Lo que quiere decir es que, o haces bien esa entrevista o te quedas sin trabajo.


Paula no llamó a Pedro. Ni siquiera le envió un correo electrónico. Llamó a Ivana explicándole la idea de Caruso. La hizo sonar lo más cursi y amarillista que pudo. Nadie, pensó, le aconsejaría a su cliente que concediera una entrevista como aquella. Y mucho menos Ivana, que valoraba la dignidad tanto como la intimidad. Pero su hermana no cumplió con su deber.


–Estupendo –contestó–. Hablaré con él.


Paula se habría puesto a saltar de frustración. Pero eso no fue nada comparado con lo que sintió cuando, al llegar al día siguiente al trabajo, se encontró un mensaje del departamento de dirección de Watifdotcom. "El señor Alfonso estará en Nueva York la semana que viene. Llamará a Elegance Magazine el martes o el miércoles". Estaba furiosa. Aquella imprecisión significaba que no podría separarse ni un minuto de su teléfono móvil. Pero, se prometió a sí misma, no pensaba permitir que la próxima llegada de Pedro interfiriese en su vida privada. No iba a quedarse en casa sentada, esperando su llamada. Pensaba salir y divertirse. Y, pasara lo que pasara, conseguiría llegar al martes con su cordura intacta. 

Tuyo Es Mi Corazón: Capítulo 59

A Paula se le hundió el corazón mientras abría el archivo adjunto que le enviaba. Era un artículo corto, al parecer procedente de un periódico de Sídney, en el que se daba cuenta de la entrada de Pedro en el club de los millonarios de la informática. Hacía una breve semblanza de los rápidos progresos de la empresa y al final reproducía una fotografía que, tal como Ivana anunciaba, era maravillosa. Horrible y memorablemente maravillosa. Por alguna razón, lo habían fotografiado al borde de un yate. Parecía una fotografía tomada durante unas vacaciones. La imagen digital de la pantalla mostraba con crueldad cada detalle de sus músculos. Sus ojos oscuros parecían desafiar al sol. Parecía alerta, intensa, y energéticamente vivo. Sintió que el corazón se le caía a los pies.


–Bonita foto –comentó Nadia por encima de su hombro.


Paula dió un bote en la silla.


–¿Tú crees?


–¿Quién es?


–Un cliente de mi hermana.


–Tu hermana es una mujer afortunada.


–A mi hermana no creo que le importe. Acaba de casarse con el amor de su vida.


–Si yo fuera tú, le pediría que me pasara el teléfono.


–Ya lo tengo –replicó Paula.


–En ese caso, la afortunada eres tú.


Paula le arrojó una bola de papel y Nadia se echó a reír.


–Será mejor que seas amable conmigo si no quieres que le hable a Diego de su rival.


Pero no fue a Diego a quien se lo dijo. Sino a Leticia Caruso. Delante de todo el departamento.


–Tenemos que mejorar la sección de «Millonario del mes» –comentó Caruso–. El artículo de abril era un desastre.


–Tenía ochenta años y vivía a las afueras de Florida –se quejó el responsable del artículo–. Encuéntrame algún millonario sin descubrir que tenga una vida más emocionante.


–Bueno –dijo Caruso–. Es posible que ya lo haya hecho alguien. Paula, ¿Quieres hablarnos de «Mi primer Millonario»?


Paula estaba garabateando en su cuaderno. Al oír su nombre se sobresaltó:


–¿Qué? 


–El correo electrónico que has recibido esta mañana. ¿Quién era el tipo?


Cuando ya era demasiado tarde, Paula recordó que todos los correos que se recibían iban directamente al ordenador central, de modo que cualquiera podía consultar el índice de los correos recibidos.


–Era un mensaje de mi hermana –replicó al instante.


–¿Y?


–Sobre un… amigo.


–¿Entonces tú conoces a ese millonario? –preguntó Caruso–. ¿Y cómo es?


Fue entonces cuando intervino Nadia.


–Guapísimo. Y Paula tiene su número de teléfono.


–Magnífico –los ojos de Caruso resplandecían–. Quiero detalles.


–Pero yo no conozco ningún detalle –respondió Paula, alarmada.


–Entonces investiga. Eres periodista, ¿Verdad? –y continuó con el siguiente tema.


Así que Paula regresó a su ordenador y comenzó una búsqueda por Internet sobre el antiguo profesor y, al parecer, reciente millonario. Cuando tuvo preparado el informe se lo llevó a Caruso.


–Alfonso–comentó su jefa–. Creo que alguien estuvo hablando con él la otra noche. Es el nuevo millonario cibernético. Supongo que aquí tendremos una buena historia.


–Solo es otro obseso de los ordenadores.


–Un obseso –exclamó Caruso entre risas–. Me encanta cuando te pones tan británica.


Paula frunció el ceño. Sabía cuándo se estaban burlando de ella. 

Tuyo Es Mi Corazón: Capítulo 58

 –Así que decidí presentarme en la puerta de su casa a medianoche. Con una botella de champán y sin ropa interior.


Pedro hizo un sonido extraño.


–Él no lo supo nunca, por supuesto. Nunca tuvo el menor interés en averiguarlo –tragó saliva y le dirigió una dolorosa sonrisa–. Llamó a un taxi para que me llevara a mi casa. Fue muy amable.


–No te creo –repuso Pedro.


Paula alzó la mirada hacia el panel de vuelos. Tomó su bolsa de viaje y se la colocó al hombro.


–Lo siento –se disculpó, y comenzó a caminar.


–No te creo –insistió Pedro, con voz más fuerte.


Paula se volvió y lo miró a los ojos.


–No me extraña. Tú mismo me dijiste que tenías dificultades para entender a las mujeres, ¿Verdad?


Pedro se quedó completamente helado. Y Paula continuó caminando.




El mes siguiente fue como una pesadilla. Paula se entregó por completo a su trabajo, pero en el fondo de su mente, aparecía siempre el rostro de Pedro. Cada vez que pensaba en lo ocurrido, daba un respingo. En una ocasión, saltó literalmente en su asiento de trabajo. Estaba intentado concentrarse en un artículo cuando sufrió uno de aquellos ataques de la memoria. Fue tal el impacto que se llevó las manos a las mejillas y exclamó en voz alta: 


–¡Oh, no!

–¿Es una mujer con un terrible secreto lo que he oído? –preguntó Nadia, mientras se acercaba hacia la fotocopiadora.


–¿Un secreto? Ya no me queda un solo secreto.


–Eso suena fatal.


–Y no me extraña. Los derroché todos con el último hombre… –se interrumpió–. Bueno, no importa.


Nadia la miró con astucia. 


–No estamos hablando de ese tipo del departamento de contabilidad, ¿Verdad?


–¿Qué tipo?


–Ya sabía yo que no –dijo Nadia con satisfacción–. De hecho, creo que no has vuelto a mirarlo desde que regresaste de la boda de tu hermana. ¿Qué ocurrió allí?


–Nada –contestó con tanta fiereza que hasta Nadia pestañeó.


Pero Paula no estaba hablando con Nadia. Estaba hablando consigo misma. Al principio, cada vez que llegaba a casa encontraba algún mensaje de Pedro en el contestador. El tono variaba desde el más dulce y razonable hasta la fría exasperación, pero el mensaje era básicamente el mismo: «Llámame». Al cabo de un tiempo, los mensajes cesaron. Se dijo a sí misma que era un alivio. Pero eso no impedía que llamara cada hora a su propia casa para comprobar si tenía mensajes en el contestador. Pero Pedro parecía haber desaparecido. Y no tardó en descubrir por qué, gracias a Ivana.


Una mañana de mayo, Paula encendió el ordenador y descubrió que tenía un mensaje esperándola en el registro central de Elegance Magazine. Se titulaba «Mi primer millonario». Las palabras de Ivana le resultaban tan cercanas como si estuviera en aquella misma habitación. "He pensado que te encantaría leer esto. Yo estoy contentísima. Manuel no para de decirme que no debería estar tan emocionada, que es malo para el bebé. Pero creo que mi hijo debe compartir mis triunfos. Teniendo en cuenta el desastre que voy a ser como madre, pienso asegurarme de que sepa que soy una excelente asesora de dirección, para que pueda guardarme algún respeto".


Paula sonrió. Aquello era muy propio de Ivana. Pero la sonrisa desapareció de sus labios al leer la siguiente frase. "Así que olvídate de Bugs Bunny. Mi hijo y heredero va a tener un póster de Pedro Alfonso en su habitación. Posdata: Es una foto genial. Es tan inteligente que a veces una se olvida de lo guapo que es".

Tuyo Es Mi Corazón: Capítulo 57

Paula alzó la mirada. Por un instante, pensó que le estaba pidiendo que se quedara con él. Pero entonces reparó en la diversión, en el desafío de su mirada. No, no le estaba pidiendo que se quedara. La deseaba. Quería que estuviera disponible. No con él. Y tampoco podía culparlo por ello. Al fin y al cabo, en ningún momento había dicho que las cosas fuera a ser de otra manera. Era estúpido esperarlo. Eran polos opuestos. Él era prácticamente un profesor y ella poco menos que una juerguista.


–No creo que fuera sensato.


–No, supongo que no –el brillo desapareció de su mirada. De pronto, parecía terriblemente cansado. 


Paula apenas probó el desayuno les sirvieron. Pedro la miraba preocupado.


–¿Qué te pasa? –le preguntó.


–Nada.


–En realidad no estás preocupada por ese estúpido trabajo, ¿Verdad?


–No es estúpido. Es mi primer trabajo y me encanta.


–Entonces, si te pidiera que te quedaras, ¿La respuesta sería no?


–Yo no contesto a preguntas hipotéticas.


Pedro la miró con firmeza.


–De acuerdo. Olvida las hipótesis. Quédate conmigo.


Pero Paula estaba demasiado triste para escucharlo. O quizá demasiado asustada. Jamás se había sentido así. Estaba desesperada por quedarse a solas y recuperar sus fuerzas. De modo que dijo: 


–Tengo que volver al trabajo mañana mismo. Lo prometí.


Al final, Pedro hizo lo que Paula le pedía y la llevó directamente al aeropuerto. Una vez allí, la obligó a volverse hacia él.


–Paula, ¿Qué te pasa? ¿Qué ha pasado?


La multitud los empujaba. Pedro le agarró las manos y la sostuvo con firmeza, pero ella ya se sentía a miles de kilómetros de distancia.


–Paula –la sacudió delicadamente, sonaba exasperado, pero tan distante…


Incluso su voz parecía diferente.


–No ha ocurrido nada.


–¡Paula!


–Gracias por haberme traído aquí.


–Entonces… es eso, ¿Verdad?


Su mirada se había tornado peligrosa. Aquello consiguió sacar a Bella de su cápsula de fatalismo, al menos por un instante.


–¿Qué?


–Un pequeño escarceo después de la fiesta y después, gracias y adiós.


Paula pestañeó. ¿Qué demonios le pasaba? Eso era lo que él quería, ¿No?


–No sé por qué me sorprende –continuaba diciendo Pedro–. Tú misma me dijiste que no eras una mujer hecha para los compromisos. Ivana y Manuel pueden comprometerse, pero tú no, claro.


Paula se sintió como si acabaran de tirarle un jarro de agua helada.


–¿Quieres saber lo que ha pasado? –preguntó furiosa–. Pues muy bien, te lo diré –apartó las manos y retrocedió–. Estaba enamorada de Manuel… Él apenas conocía a Ivana entonces. Jamás se me ocurrió que… Bueno, eso ahora no importa. En aquel momento, yo creía que me había descartado por ser demasiado joven. Así que pensé que tenía que demostrarle que era una mujer moderna para la que no tenía sentido andarse con rodeos –se encogió de hombros, con gesto burlón, intentando ocultar su dolor.


Pedro tenía la mirada fija en ella. Su rostro permanecía impasible. Solo sus ojos ardían.

Tuyo Es Mi Corazón: Capítulo 56

Pero el día tocaba a su fin. Sus párpados caían lentamente. Intentó mantenerse despierta, pero el sueño la venció. Pedro la abrazó con fuerza. Sintió cómo se relajaban sus piernas y cómo aumentaba el peso de su cabeza sobre su pecho. Paula dormía mientras él clavaba la mirada en las sombras. Frunció el ceño. Su apasionada bailarina de tango tenía un secreto que todavía la hacía sufrir. Él quería que se diera cuenta de que, fuera lo que fuera, ya había pasado. Que el futuro les pertenecía. Y que iba a ser maravilloso.


Al despertarse en una cama extraña, Paula no supo dónde estaba. Pero sí que tenía frío. Debería haber encontrado unos brazos a su alrededor. Estaba segura de que se suponía que aquella mañana no tenía que haberse despertado sola. Entonces, escuchó la voz de la memoria: «Hemos intercambiado feromonas». Se sentó de un salto. No, por supuesto que no debería estar sola. ¿Dónde estaba Pedro? No se habría arrepentido de lo ocurrido, ¿Verdad? No, pensó, abrazándose a sí misma. No podía haberse arrepentido después de lo de la noche anterior. Aun así, debería estar a su lado para poder decírselo personalmente. Así que renunció a intentar dormirse otra vez y salió a buscarlo. Encontró fuera una escena devastadora. El pueblo estaba cubierto de ramas caídas, tejas sueltas y todo tipo de objetos arrastrados por el viento. Un árbol caído cortaba la carretera. Había cinco o seis personas en la calle, caminando en silencio. Parecían estupefactas. Todas excepto Pedro, que parecía estar haciéndose cargo de la situación. Lo miró atónita. ¿Cómo podía haber dejado la cama sin decir una sola palabra para ponerse a organizar aquella operación cívica? Y lo estaba haciendo perfectamente, sin levantar siquiera la voz. Se quedó completamente helada. Pedro parecía haberla sacado por completo de su mente. Entonces él la vió. Ella supo que la había visto porque alzó la mano y le sonrió. Pero no era aquella la sonrisa que esperaba. Era una sonrisa amistosa, pero en absoluto íntima.


–Hola –la saludó sin acercarse siquiera. Por supuesto, no la besó. Despuésde toda la pasión que habían compartido, ni siquiera la besó-. Me alegro de que te hayas levantado. Nos vendrá bien otro par de manos.


Paula sintió que se helaba por dentro. Era una sensación que ya conocía.


-Iré a buscar mi abrigo -dijo con voz queda.



Paula trabajó tan duramente que terminó con todas las uñas rotas. Pero apenas lo notó. Estaba demasiado ocupada observando a Pedro. Y dándose cuenta de que, a pesar de las íntimas revelaciones de la noche anterior, no lo conocía en absoluto. Cuando la carretera estuvo despejada, se sentó por primera vez. Le temblaban las piernas. Pedro caminó a grandes zancadas hacia ella. Estaba riéndose.


–Estás muy seria, ¿Te pasa algo?


Paula lo fulminó con la mirada. De todas formas, no iba a dejar que se diera cuenta de cómo se sentía. Y tampoco se iba a permitir a sí misma pensar siquiera que su rechazo la afectaba. Así que dijo lo primero que se le ocurrió:


–Me he roto las uñas.


–¿Y eso es un problema?


–Trabajo en una revista de moda –improvisó Paula–. Tendré que ir a la manicura antes de volver al trabajo.


Pedro la miró sonriente. Tenía una mancha de barro en la mejilla y los ojos brillantes. Tenía un aspecto increíblemente sexy.


–Entonces no vayas. 

lunes, 22 de noviembre de 2021

Tuyo Es Mi Corazón: Capítulo 55

 –A eso es exactamente a lo que me refiero.


–No te comprendo.


–Soy capaz de comprender a los hombres –dijo con impaciencia–. O al menos a la mayor parte de ellos. Pero las mujeres se esconden y dicen medias verdades. Con ellas me equivoco casi siempre.


Parecía como si realmente se despreciara por ello y Paula no fue capaz de soportarlo.


–No, conmigo no te has equivocado.


–¿Qué?


–«No estoy seguro de que sepas lo que quieres. Has pasado un día infernal». ¿Cuántas personas crees que habrán notado que he pasado un día terrible? Ni siquiera mi madre se ha dado cuenta de que estaba desesperada por escapar. 


Pedro la miró con los ojos abiertos como platos. De pronto, ya no estaba mirándose a sí mismo, castigándose, estaba mirándola a ella. Mirándola de verdad. Paula vió que se suavizaba su mirada, tornándose cálida, accesible.


–Pero tú te has dado cuenta –se hizo un completo silencio. En aquella ocasión fue ella la que le tomó la mano–. Gracias por la segunda habitación. Pero no vamos a necesitarla.


En cuanto se quedaron solos, después de que el patrón les hubiera mostrado las habitaciones y les hubiera informado de que la tormenta los había dejado sin calefacción y sin luz, se miraron el uno al otro. Pedro tomó la vela que Paula llevaba en la mano y la dejó junto a la suya cuidadosamente en el suelo. Ella rió, excitada y avergonzada al mismo tiempo. Lo único que en aquel momento deseaba era estar en sus brazos y no sabía cómo llegar hasta ellos. Era una locura. Lo único que tenía que hacer era dar un paso adelante, tomar su rostro entre las manos y besarlo. Pero algo le decía que aquello era demasiado importante como para arriesgarse a cometer un error. Afortunadamente, él acudió en su rescate.


–Parece que vamos a tener que seguir juntos para no pasar frío.


El supuestamente sofisticado y mundano corazón de Paula, tembló. Más tarde, cuando las velas ya se habían consumido, descansaba en sus brazos, observando la danza de las sombras que proyectaba el fuego. Se sentía como si hubieran estado así miles de veces.


–¿Estás contento? –le preguntó, aunque conocía de antemano la respuesta.


Pedro se estiró perezosamente, sin apartar la mano que posaba posesivamente sobre su pecho. Sonrió y dibujó su boca con el dedo.


–Parece hecha para ser besada.


Y, sin más, la estrechó contra él al tiempo que cubría con las sábanas sus hombros desnudos. Aquel gesto tan protector la conmovió.


–¿Cómo te sientes?


–Bien –susurró Pedro–. Como si de pronto todo encajara y el problema hubiera sido resuelto.


–Vaya –respondió Paula, admirada.


Quería decirle que ella sentía lo mismo. Que nunca se había sentido tan completa. O tan feliz. 

Tuyo Es Mi Corazón: Capítulo 54

 –Como herramienta de comunicación, sí –hablaba con el desapasionado tono del profesor que en otro tiempo había sido.


–No te creo. Además, se supone que el sexo no tiene que ser una herramienta para nada, sino que tiene que ser algo divertido.


–¿De verdad?


–Eh, atiende –inclinó la cabeza hacia un lado y batió las pestañas exageradamente–. ¿Lo ves?


Pedro la miró atentamente y después suspiró disgustado.


–No hace falta que actúes para mí –dijo secamente–. Yo respondo a los estímulos habituales, como todo el mundo. El problema es que no se me da bien darme cuenta de lo que significa. De lo que significan realmente.


Paula se llevó las manos a las sonrojadas mejillas. ¿Cómo podía hacerle sentirse tan pequeña? Y sin siquiera intentarlo.


–Mírame, Paula.


Y ella lo hizo. El rubor no desaparecía de su rostro. ¿Cuánto tiempo había pasado desde la última vez que se había sonrojado de aquella manera? Seguramente no había vuelto a hacerlo desde que era adolescente.


–Todo el mundo cree que soy un tipo brillante –continuó explicándole–. Y, de alguna manera, es verdad. Pero mis conocimientos no me sirven para comprender la naturaleza humana.


Paula escudriñó su rostro. Obviamente, aquello era importante para él, pero…


–No lo comprendo –le dijo con sinceridad.


–Entonces déjame ponerte un ejemplo. Tengo un equipo de personas que depende de mí para sacar adelante mi negocio. La mayor parte de ellas son amigos. Y he estado a punto de echarlo todo a perder por no ser capaz de darme cuenta de lo que estaba pasando delante de mis propias narices.


–¿Has tenido una aventura con alguna de las personas con las que trabajas?


–No, en este caso no me refiero a señales sexuales, sino a otro tipo de comportamiento. Pero estaba allí, cualquiera podía darse cuenta de lo que estaba pasando. Pero yo no.


Paula lo miró fijamente. 


–Oigo lo que la gente dice –añadió Pedro–. Pero no sé realmente lo que quiere decir. Supongo que necesito un traductor. Alguien como tú.


–¿Como yo? Estás bromeando, ¿Verdad?


–Claro que no.


–Pero si yo soy un desastre.


Pedro soltó una carcajada.


–No me lo creo.


–Oh, es verdad que puedo ir a una fiesta y deslumbrar al mundo. Pero eso no impide que pueda llegar a comportarme como una auténtica idiota.


Pedro la miró con los ojos entrecerrados.


–Estás hablando de algo concreto, ¿Verdad? ¿Quieres contármelo?


Paula tragó saliva y sacudió la cabeza. Todavía le dolía recordar aquella vergonzosa escena. Cada vez que acudía a su mente, intentaba reprimirla horrorizada.


–Yo… No puedo.


–No puede ser tan malo, Paula.


–Claro que lo es. Ya sé que tú crees que soy una chica a la que le gusta vivir al límite, pero…


–¿Estás intentando decirme que me equivoco? –la interrumpió.


–Oh, no, tienes razón –replicó con amargura–. Pero, viviendo al límite, a veces se corre el peligro de caer por el precipicio.


–No parece que tú te hayas caído nunca.


–Miento muy bien.


Pedro dió entonces un puñetazo en la mesa, sobresaltando a Paula.

Tuyo Es Mi Corazón: Capítulo 53

 –Tienes los ojos azules –dijo Pedro suavemente–. No conseguía acordarme.


Paula se sentía inexplicablemente tímida.


–¿Les has dicho que nos dejaran solos?


–No.


–¿Entonces…?


–Supongo que no esperaban huéspedes y tienen un par de habitaciones que preparar.


–¿Un par? Pero…


Pedro se inclinó hacia adelante.


–Paula, escúchame…


Ella no lo podía creer.


–No me deseas –susurró.


–Por supuesto que te deseo. 


Paula sacudió la cabeza.


–Continúas jugando –dijo, casi para sí.


Pedro le estrechó la mano con fuerza.


–No, escucha. Esto es importante.


Luchando para mantener la expresión bajo control, Paula alzó la mirada.


–Te deseo, Paula. Claro que te deseo. Quiero dormir contigo. Pero has pasado un día infernal y no estoy seguro de que sepas lo que quieres.


Paula lo miró fijamente. Pedro alzó la mano. Sin dejar de mirarla a los ojos, le acarició suavemente los labios.


–Lo único que quiero es que quede claro que puedes elegir.


Pedro tomó la cuchara y empezó a comer como si nada hubiera pasado, aunque continuaba sosteniéndole la mano con firmeza. Al cabo de unos minutos, Paula fue capaz de decir:


 –Debes pensar que soy tonta.


–No, ¿Por qué? –preguntó Pedro sorprendido.


–Bueno, no creo que haga falta explicarlo.


–¿De verdad? –por un instante, la miró sin comprender. Pero de pronto sonrió–. Oh, lo dices por las habitaciones. Eso lo he hecho por mí, no por tí.


Estoy seguro de que tú no necesitas que te expliquen ese tipo de cosas. El problema soy yo. No tengo mucha experiencia en ese terreno. Paula olvidó su vergüenza, presa de una absoluta fascinación.


–¿Me estás diciendo que no sueles salir con chicas?


–Bueno, esa es una forma de decirlo.


–¿Cómo lo dirías tú entonces?


–Yo diría que no tengo muy bueno ojo en lo que se refiere a la naturaleza humana.


Paula se inclinó hacia delante y lo escrutó con la mirada. Tenía la impresión de que, a pesar de su tono indiferente, aquel era un tema que realmente le importaba.


–¿Quieres hablarme de ello?


–No creo que haya mucho que contar. Cuando tenía diez años, me calificaron como genio y empezaron a educarme como a tal. Pero esa educación no incluía el tipo de señales que la gente normal da por sentadas.


–¿Señales? ¿Qué señales?


–Bueno, cosas como la luz de las velas y el romanticismo. Para cuando se llega a la adolescencia, la mayoría de la gente ya sabe que hay alguna relación entre ellas. A mí tuvieron que explicármelo –como Paula continuaba mirándolo fijamente, dijo exasperado–: Supongo que me refiero a los indicadores no verbales.


–¿Qué diablos es un indicador no verbal?


–Bailar, besar… El sexo.


–¿Sexo? ¿Te faltan conocimientos sobre el sexo? –preguntó Paula con incredulidad. 

Tuyo Es Mi Corazón: Capítulo 52

En el interior del pub había dos acogedoras chimeneas, un juego de dardos en una esquina y un animado debate en la otra sobre el concurso primaveral de hortalizas. Nadie prestaba atención a la tormenta. Pero le hicieron sitio a Paula frente al fuego mientras Pedro negociaba las habitaciones.


–¿Vienen de muy lejos? –le preguntó uno de los parroquianos amablemente.


Paula cruzó la habitación con la mirada. Pedro estaba sumido en una conversación con el propietario. La luz del fuego brillaba en su pelo. Parecía tan intemporal y tan fuerte como el cobre y la madera que lo rodeaban. Un sentimiento durante mucho tiempo dormido pareció despertar en su interior. El parroquiano repitió la pregunta.


–¿De muy lejos? –repitió Paula.


Bajo la luz del fuego, vio su perfil iluminado: Aquella nariz aguileña, autocrática. Ojos oscuros, profundos, una boca apasionada. Pedro debió sentir que lo estaba observando, porque alzó la mirada. Paula sintió que el mundo se tambaleaba. Pedro desvió la mirada. El propietario dijo algo. Se inclinó hacia delante, intentando concentrarse.


–Oh, sí –contestó suavemente–. Venimos de muy lejos.


Pedro se acercó a ella y se sumó relajadamente a la conversación. Pero Paula había visto aquella pequeña llama en su mirada. Y sabía que, bajo su frío control, estaba temblando.


–Tienen habitación para nosotros, pero tienen que prepararla.


Paula le escuchaba atentamente. No había dicho que tuvieran que compartir habitación. Pero tampoco que no tuvieran que hacerlo. Quizá pudiera elegir. ¿Podría hacerlo? Tragó saliva.


–Sí. Está bien –a ella misma le resultaba extraña su voz.


Pedro dijo su nombre. En una voz tan baja que seguramente nadie más pudo oírla. Paula rió, excitada y aterrada al mismo tiempo. Pero jamás lo admitiría. Las chicas como ella nunca tenían miedo.


–¿Te has enterado de si hay alguna posibilidad de comer en este lugar? – preguntó ella.


–Sabía que lo preguntarías.


–¿De verdad? –lo miró a los ojos y los vió oscurecerse por el deseo–. ¿Por qué?


–Porque no has comido prácticamente nada durante el almuerzo.


–Así que me has estado observando… 


–Continuamente. Y he estado a punto de matar a esa niña con la que estabas jugando.


–¿Por qué?


–Porque estaba contigo y yo quería estar a tu lado.


–Podías haberte unido a nosotras… –susurró.


–No, no podía. Te quería solo para mí.


Paula tragó saliva. Pedro lo vió y sonrió. Pero continuó hablando como si no hubiera pasado nada.


–Pueden hacernos algo sencillo, como una sopa casera y algo a la plancha – le dijo, mientras la acariciaba con la mirada.


–Estupendo –contestó, haciendo un gran esfuerzo.


–¿Qué te gustaría comer?


Paula ya no estaba pensando en la comida. De hecho, no podía pensar.


–Elige tú.


–¿Confías en mí?


–¿Todavía estamos hablando de comida?


–¿De qué si no? –preguntó Pedro con fingida inocencia.


Paula lo miró indignada.


–Solo quiero sopa. No tengo mucha hambre.


Pedro no insistió. Pero Paula comprendía que no la iba a dejar descansar. Les sirvieron la comida en el comedor. Tras encenderles las velas y servirles la sopa y el pan crujiente, el propietario volvió a la zona del bar y les cerró las puertas. Una vez solos, se miraron el uno al otro. 

Tuyo Es Mi Corazón: Capítulo 51

 –Era un cumplido –le aclaró Pedro.


–Claro.


–Claro que sí, créeme. Cuesta mucho distraerme. Soy famoso por mi capacidad de concentración.


–En ese caso, tendré que sentirme halagada –replicó con incredulidad.


Pedro dejó escapar un suspiro de exasperación. Pero en ese momento, apareció frente a ellos un coche que acababa de doblar una curva, deslumbrándolos con sus faros.


–Parece que nos está haciendo señas –comentó Pedro mientras disminuía la velocidad.


El coche que se acercaba también aminoró la marcha. Cuando se cruzaron, el conductor detuvo su vehículo y bajó la ventanilla.


–Hay un árbol caído cortando la carretera –les explicó–. La carretera está bloqueada y el río se ha salido del cauce. Lo más prudente es esperar a que la situación se arregle.


–Gracias.


Pedro subió la ventanilla y se volvió hacia Paula.


–¿Quieres que volvamos?


–¡No! –contestó Paula, pensando aterrada en el baile.


–Interesante opción, para ser una chica que adora las fiestas.


Pedro meditó durante algunos segundos en silencio, volvió a poner el coche en marcha y giró en medio de la carretera.


–He dicho que no quiero volver.


–Tranquilízate. Conozco un pueblo en el que podemos pasar la noche. Estuve jugando al cricket allí en una ocasión. El pub tiene habitaciones. Lo único que tenemos que hacer es encontrarlo.


–Oh.


Pedro no volvió a decir nada hasta que se encontraron en un camino bordeado de farolas. Aparecieron frente a ellos algunas casas aisladas, situadas a las afueras del pueblo.


–Es allí –dijo Pedro con satisfacción.


La lluvia azotaba el parabrisas, pero aun así, distinguieron sin dificultad las luces intermitentes del pub.


–Esto parece el fin del mundo –musitó Paula, estremecida.


–Tonterías. Este lugar es propio de una novela de Dickens. Pero te sentirás mejor en cuanto estemos a salvo de la tormenta.


Y tenía razón. 

viernes, 19 de noviembre de 2021

Tuyo Es Mi Corazón: Capítulo 50

Fue sorprendentemente fácil marcharse. Paula esperaba algunas protestas de Diana, pero no se produjeron.


–Te comprendemos –dijo Miguel Chaves–. Va a ser una fuerte desilusión para muchos jóvenes, pero les diremos que tenías que tomar un avión.


Así que Paula se puso rápidamente unos vaqueros y un jersey y fue a despedirse de algunos invitados.


–La próxima serás tú –dijo una de los testigos dándole un abrazo.


–Claro –contestó Paula, sin perder la sonrisa.


–No quiero que te vayas –se quejó una niña con la que había estado jugando durante la comida.


Paula le dió un rápido y agradecido abrazo. Pedro le llevó la bolsa al coche. Paula besó a sus padres. Diana agarró a Miguel y a su hija del brazo y los acompañó hasta el coche. Mientras este se alejaba, Miguel y Diana continuaban despidiéndolos con la mano. A Paula ya le dolía la cara de tanto sonreír.


–Están muy unidos –comentó Pedro–. Te llevas muy bien con tu padrastro, ¿Verdad?


–Siempre me he llevado bien.


–¿Y continúas viendo a tu auténtico padre?


–Miguel es mi verdadero padre. El otro solo fue un accidente biológico.


–¿Debo interpretar eso como un no?


Paula se encogió de hombros.


–Fue el típico caso. Un tipo atractivo con una guitarra que quería convertirse en estrella de rock. Mi madre trabajaba de camarera y mi padre se gastaba nuestro dinero en discos.


–¿Te acuerdas de él?


–Algo. Y también de las peleas. Y las fiestas. Ricardo solía llevar a casa a los tipos de los locales en los que actuaban. Mi madre y yo intentábamos dormir, acurrucadas en una esquina. Mi padre me daba miedo –lo miró de reojo–. ¿He conseguido impresionarte?


–¿Lo pretendías? 


Paula hizo un gesto inusualmente torpe.


–No se lo había contado a nadie. Ni siquiera a mi madre.


Pedro contuvo la respiración. Pero Paula no lo advirtió.


–¿Qué fue de él?


–Nos abandonó. Cuando Miguel quiso casarse con mi madre, les costó mucho encontrarlo para que le concediera el divorcio.


–Pero lo hizo.


–Oh, claro. Ricardo siempre quiso deshacerse de su esposa y de su hija.


–¿Y ahora?


–Lo último que he oído es que dirige el cabaret de algún hotel de playa. Supongo que es el trabajo adecuado para él. Para Ricardo la vida es una larga fiesta.


–Hablas como si no lo hubieras perdonado.


–¿Perdonarlo? ¿Por qué tengo que perdonarlo? Al fin y al cabo, yo soy como él.


–¿En qué aspecto exactamente?


–Hablas como un profesor.


–Y fui profesor en otra época de mi vida –dijo Pedro, sin mostrarse ofendido–. Pero dime, ¿En qué te pareces a ese diablo con guitarra?


–En que soy una juerguista.


–Ah.


–¿No me crees? Deberías haber escuchado a los invitados. «Dime veinte razones por las que Paula no es una mujer adecuada para el matrimonio» –se echó a reír, pero había aristas afiladas en su risa. 


Pedro no contestó. Parecía sumido en sus pensamientos. Pero de pronto preguntó:


–¿Y quieres serlo? ¿Te gustaría casarte?


–Quién sabe –replicó Paula, con la mirada fija en los oscuros campos. El viento sonaba como un alma en pena y los árboles se retorcían como si estuvieran siendo torturados–. Hace una noche terrible.


Al lado de la carretera, el agua se había ido acumulando dando lugar a un pequeño estanque. Pedro no lo vió y estuvo a punto de meterse dentro. Inmediatamente giró el volante para situarse en el centro de la vía.


–Maldita sea. No consigo concentrarme. Me distraes, Paula Chaves.


–Gracias –respondió ella.


Pedro le dirigió otra de sus miradas rápidas y astutas. Paula la sintió a pesar de que no lo estaba mirando. 


Tuyo Es Mi Corazón: Capítulo 49

 –No –no parecía especialmente interesado–. La verdad es que no me acuerdo de quién me lo ha contado. Creo que fue alguien que trabajó para él.


A pesar de sí misma, Paula sintió una cierta solidaridad hacia Pedro Alfonso. Aun así, continuó evitándolo durante el resto de la velada. Al parecer, también él estaba intentando evitarla. No volvió a verlo hasta que Ivana bajó las escaleras de la mano de Manuel, preparada para montarse en un coche del que colgaban varias ristras de latas. Paula volvió a sentir aquella traicionera mano que le apretaba el corazón. Y mientras los invitados se acercaban hacia el coche, ella retrocedió.


–¿Qué vas a hacer ahora? –le susurró una voz al oído.


Paula no se volvió.


–Despedir a mi hermana.


–¿Y después?


–Me quitaré el vestido de dama de honor y volveré a Londres –dijo con resolución.


–Yo te llevaré.


–Pero el baile…


–Te llevaré y después volveré.


–No es necesario.


–Claro que lo es. Y no sabes cuánto.


–Esa no es la cuestión. No tenemos nada de qué hablar.


–Ya estamos de acuerdo en algo –dijo.


Se oyó entonces la precipitada carrera de una sonriente Ivana hacia el coche. Manuel le pasaba el brazo por los hombros, protegiéndola con su cuerpo.


–¡El ramo! –gritó alguien–. ¡Tira el ramo!


Ivana, obviamente, había bajado el ramo con ella precisamente para eso. Escrutó los rostros de la multitud, buscado a alguien. Y Paula tuvo un terrible presentimiento.


–No –dijo en un susurro–. Oh, no, por favor.


Pero Ivana la había visto. Pareció momentáneamente desconcertada al verla en la parte de atrás del grupo. Le dijo algo a Manuel. Éste inclinó la cabeza y miró hacia Paula. Una enorme sonrisa iluminó su rostro. Tomó el ramo de Ivana e hizo un amago de tirarlo, como si estuvieracalculando la trayectoria. ¿Cómo podía hacerle algo así?, se preguntó Paula, comprendiendo lo que estaba a punto de hacer. Manuel tiró el ramo con fuerza. Éste voló sobre la multitud y aterrizó en el rostro de Paula. Ella intentó evitarlo, pero no podía hacer nada. Se tambaleó. Y podría incluso haberse caído si Pedro no la hubiera sujetado, al tiempo que se hacía cargo del ramo. Se levantó una carcajada entre los invitados. Pedro sonrió de oreja a oreja, mostrando el ramo.


–¡Mi suerte ha cambiado!


Paula fingió que las lágrimas que asomaban a sus ojos eran producto del arañazo de una de las espinas de las fresias. Pedro le tendió un pañuelo. Ella se secó los ojos y se sonó la nariz, fingiéndose concentrada en aquella herida inexistente. Los invitados se volvieron hacia Ivana y Manuel, y pudo respirar otra vez. Pero continuaba temblando. Con Manuel al volante, el coche dió su vuelta de honor. Cuando pasaron a su lado, vió que Ivana tomaba la mano de Manuel y se la llevaba al vientre. Ambos intercambiaron miradas de afecto, de complicidad. De total confianza y amor. Por un instante, apenas pudo respirar. Sola, pensó. Estaba sola y siempre lo estaría. Se volvió hacia Pedro, que permanecía a su lado.


–De acuerdo –le dijo.


–¿Qué?


–Puedes llevarme a Londres –una sonrisa temblaba en sus labios. Le estaba ofreciendo mucho más que un viaje a Londres y era consciente de que él lo sabía. 

Tuyo Es Mi Corazón: Capítulo 48

 –Déjalo –le gritó a Pedro–. Basta ya. Tú no lo comprendes. Nadie lo comprende.


En aquella ocasión, pasó por delante de él antes de que Pedro pudiera detenerla. Le pareció oír que la llamaba, pero no le importó. Le llevó mucho tiempo tranquilizarse. Y litros y litros de agua fría eliminar las señales dejadas por las lágrimas. Después tuvo que volver a maquillarse. Cuando regresó a la fiesta, sabía que tenía un aspecto perfecto. Algo muy conveniente, porque la primera persona con la que bailó fue su cuñado.


–Hola, preciosa.


–Hola –contestó ella con una amistosa sonrisa.


–¿Dónde está mi maravillosa esposa?


–Descansando.


–No se encuentra bien, ¿Eh? Ha estado pasando una mala racha, la pobre. Y hoy ha estado su muy tensa. Le dije que deberíamos habernos escapado y habernos casado en Tahití. Pero ella no quería desilusionar a Diana.


Paula sonrió sinceramente, como no lo hacía desde hacía horas.


–Esa es mi Ivana.


–Y tú eres una gran hermana y amiga.


–Al menos lo intento –dijo Paula.


–Y sorprendente. Creo que has conseguido noquear al pobre Pedro. Estuvo preguntando por tí anoche.


–¿De verdad?


–Sí, le dije que eras una rompecorazones –respondió Manuel alegremente.


–Gracias.


–No pareció importarle.


No, desde luego. Era imposible que eso le importara a un hombre que creía conocerla mejor que nadie. Y que quizá tuviera razón. Aquella idea le hizo pararse en seco. ¿Razón? ¿Podría Pedor tener razón? Paula dejó escapar una risa afectada.


–El problema de las bodas es que la gente pretende emparejar a todo el que anda suelto.


–Podrías tener razón –dijo Manuel con ecuanimidad–. ¿Entonces crees que Pedro se ha dejado llevar por el espíritu de las bodas?


No, no lo creía. No había habido boda alguna que pudiera afectarlo en aquella fría noche en Nueva York. Pero eso no iba a decírselo a nadie.


–Sí –mintió.


Manuel soltó una carcajada.


–Lo que tu digas –miró el reloj–. Creo que debería subir a cambiarme si tengo que participar en la ceremonia de la despedida. Me gustaría no tener que volver al baile. Cuanto antes saque a Ivana de esta casa de locos y pueda darme un baño con ella en el mar, mejor.


–Mmm. Parece que estás hablando del paraíso.


–Entonces quizá deberías prestarle atención a Pedro. Tiene una casa en una isla griega. Podrías pasar las vacaciones de tu vida.


–Lo tendré en cuenta –respondió con ironía.


–Hazlo. El pobre Pedro se merece un poco de diversión. Ivana dice que trabaja demasiado. Y al parecer, una mujer le rompió el corazón.


–¿Eso te lo ha contado Ivana? –preguntó Paula con recelo. 

Tuyo Es Mi Corazón: Capítulo 47

Paula se encogió de hombros.


–Mira, llevo dos horas haciendo teatro. Necesitaba un descanso.


–Ya me he dado cuenta.


–¿De qué?


–Estoy hablando del show de Paula –contestó secamente.


–¿A qué te refieres?


–Bueno, ¿Quién ha sido hoy la estrella del espectáculo?


–¿Y?


–¿No se suponía que tenía que haber una novia en alguna parte?


Paula hizo una mueca.


–Ivana no se encuentra bien.


Pedor chasqueó los dedos.


–Por supuesto, eso debe ser.


Paula se sintió repentinamente enfadada. Le dirigió una luminosa sonrisa, cargada en un ciento por ciento de furia.


–No, por supuesto que no es eso –dijo afablemente–. Ya sabes lo que se suele decir de las hermanastras. Bueno, pues aquí estoy yo para demostrarlo. Intentando eclipsar a Ivana el día de su propia boda.


Pedro frunció el ceño.


Paula recordó entonces lo que Diana había dicho. Que había estado enamorado de Ivana. Y al parecer su madre tenía razón.


–Y has sido muy inteligente al averiguarlo. Debes estar encantado contigo mismo –la maldita flor que llevaba en el pelo resbaló sobre su rostro. Paula la apartó con un brusco movimiento de mano. El capullo cayó, pero Pedro lo rescató instintivamente–. Vaya, tienes buenos reflejos.


–Bastante rápidos –dijo él, repentinamente sombrío.


Y, antes de que Paula pudiera ser consciente de lo que estaba haciendo, la abrazó con fuerza y la besó. Los gritos de indignación de ella fueron amortiguados por su boca. Aquel no fue como el beso que habían compartido en una fría mañana. Pedro no estaba tan contenido como entonces. De hecho, Paula tenía la sensación de que no estaba conteniendo en absoluto. Sus brazos eran como dos garras de hierro, pero podía sentir un ligero temblor en sus manos, como si fuera un volcán a punto de entrar en erupción. Ella tuvo un momento de pánico. Pero, afortunadamente, se impuso la civilización. Pedro la soltó.


–Aquí no –dijo de modo cortante.


–No… –Paula lo miraba sin decir nada–. ¿Qué quieres decir con eso? 


Pedro le dirigió la más irónica de las miradas y a Paula no se le ocurrió fingir que no lo comprendía.


–Olvídalo.


–No creo que pueda. ¿Y tú?


«No», dijo algo dentro de ella. Algo profundo, extraño, algo que no había oído jamás en su vida. Paula lo miró horrorizada y, antes de que hubiera tenido tiempo de decir nada, fue él el que comentó:


–Ya sé que estás enamorada de otro. Pues bien, ¿Dónde está ese hombre? Si se mereciera tu lealtad, estaría hoy aquí, contigo.


Paula sacudió la cabeza, con una risa desesperada.


–No lo entiendes.


–Claro que lo entiendo. He estado observándote todo el día.


Paula sentía la garganta tan atenazada que apenas podía hablar.


–Pedro…


–Has sido una dama de honor excelente, Paula, pero yo habría preferido a Lola, la bailarina de tango. ¿Qué has hecho con ella? –le preguntó mientras acariciaba tentativamente su rostro. 


Aquello era más de lo que ella podía soportar. Una lágrima se deslizó por su mejilla. Pedro debió verla, pero no apartó la mirada.


–Ese fuego, toda esa pasión… –dijo–. Y mírate ahora. ¿Qué tengo que hacer para que vuelva mi Lola?


Las lágrimas comenzaron a fluir. 

Tuyo Es Mi Corazón: Capítulo 46

Y al parecer no era la única. Ivana estaba terriblemente pálida. Sonrió mientras les hacían la foto cortando la tarta nupcial. Pero mientras hundían el cuchillo en el pastel, Paula tuvo la casi completa seguridad que era solo la mano de Manuel la que impedía que la de Ivana temblara. ¿Qué demonios le ocurriría? ¿Estaría enferma? En cuanto se llevaron la tarta para repartirla entre los invitados, vió que Ivana le susurraba a Manuel algo al oído y se apartaba de su lado. Paula no dudó en seguirla y la encontró en su dormitorio. Estaba sentada bajo la ventana, apoyando la mejilla contra el cristal y con los ojos cerrados. Su rostro tenía un tono verduzco.


–¡Ivi! –exclamó Paula, preocupada.


Ivana no abrió los ojos.


–No pasa nada. No durará. Me pondré bien.


De pronto, Paula comprendió un montón de cosas: El estallido nocturno de Ivana, las náuseas matinales…


–No son los nervios, ¿Verdad?


Ivana sacudió la cabeza, con los ojos todavía cerrados.


–Ya entiendo. ¿Y puedo hacer algo por tí?


Ivana le dirigió una sonrisa.


–Quizá quieras ser niñera a tiempo completo –abrió los ojos–. No te preocupes, Paula. Te aseguro que es algo que se supera.


–Eso he oído –Paula intentó sonreír. Aquello era una pesadilla–. ¿Quieres algo?


–Solo descansar. Normalmente funciona.


–Entonces te dejaré sola.


Y así lo hizo. Se sentía como si estuviera huyendo. Estaba temblando. No se había sentido así desde el día que había descubierto que Ivana estaba enamorada de Manuel y éste la correspondía. Encontró refugio en el despacho de su padre. Estaba fuera del alcance de los invitados. Además, en él estaba el enorme sillón de orejas en el que tantas veces se había escondido cuando era niña. Se dejó caer en él y se acurrucó. Nadie la habría visto aunque hubiera entrado en la habitación. ¿Qué demonios le pasaba?, pensó. ¿Por qué tenía que importarle tanto que Ivana y Manuel tuvieran un bebé? Hacía meses que había perdido a Manuel. Diablos, de hecho, nunca lo había tenido. Y el bebé no supondría ninguna diferencia. Pero aun así… Tenía la sensación de que no podía sentirse más sola. De pronto, la puerta del despacho se abrió. Paula contuvo la respiración. Sabía que era prácticamente invisible en aquel enorme sillón. Lo único que tenía que hacer era permanecer quieta como un ratón hasta que aquel intruso se marchara. Pero el intruso no se marchó. Cerró la puerta tras él y se quedó allí, esperando. Permaneció quieta todo lo que pudo. Y de pronto se levantó para enfrentarse a él.


–¿Qué pasa? –le espetó.


–Sabía que estabas aquí –dijo Pedro satisfecho.


–De acuerdo, me has encontrado. No creo que sea una gran cosa.


–¿Por qué te escondes? 

miércoles, 17 de noviembre de 2021

Tuyo Es Mi Corazón: Capítulo 45

 –Pedro Alfonso. Amigo de la novia. Y de la hermana de la novia.


El acompañante de Paula parecía impresionado.


–Alfonso. Por supuesto. Lo vi en el telediario la otra noche. He oído que sus acciones están batiendo un nuevo record.


–Los mercados están siendo muy amables con Watifdotcom –dijo Pedro.


Paula lo miró con los ojos entrecerrados. Aquello parecía un diálogo aprendido. Y en cuanto se deshicieron del admirador de ella, así se lo dijo a Pedro.


–Por supuesto –dijo él fríamente.


–¿Traes un guion de tus conversaciones para la fiesta? –le preguntó indignada.


Pedro la miró con los ojos entrecerrados.


–¿Y por qué no voy a hacerlo?


–¿Y cuántas de las cosas que me has dicho estaban preparadas?


–Ah. Así que te gusta que tus hombres sean espontáneos.


–Por supuesto que sí… –se interrumpió bruscamente, consciente de la trampa en la que había estado a punto de caer–. Pero tú no eres uno de mis hombres.


–Eso esperaba. Odiaría ser uno entre la multitud.


Estaba bromeando otra vez. Sus ojos parecían reír cuando la miraba. Pero había algo en su expresión que no parecía bromear en absoluto.


–Tú… –lo miró a los ojos y se le olvidó completamente lo que iba a decir–. Yo… Quiero decir…


¡No conseguía articular palabra! Aquello era una locura. Estaba perdiendo la compostura como una adolescente con su primer amor. Pero ella era una mujer, una mujer sofisticada y popular. Y, lo que era más, conocía perfectamente todas las artes del flirteo. Pero entonces, ¿Qué le estaba pasando? Tenía más amigos de los que podía recordar. Y ninguno de ellos la había hecho tartamudear como si fuera una colegiala. Y eso que ni siquiera estaba interesada en él. De acuerdo, aquel beso había sido impactante. Pero tampoco era muy difícil en su situación. Se sentía muy sola en Nueva York. Y la inesperada llegada de Ivana a la ciudad le había hecho perder el equilibrio. Aquel beso había sido alimentado por un montón de cosas que no tenían nada que ver con Pedro Alfonso: La excitación de los ritmos latinos, la soledad, el destierro…  Y la lujuria, pensó Paula, lacerándose con la verdad. No podía olvidarse de la lujuria. Recordó el momento en el que había estado a punto de decirle que subiera a su departamento. Sintió que se estaba ahogando y dijo en un acto puramente reflejo: 


–No me hagas esto.


Pedro pestañeó.


–¿Qué te ocurre? –ya no bromeaba.


–Yo ya estoy enamorada –le dijo precipitadamente–. Me gustaría no estarlo, pero no puedo hacer nada para evitarlo.


Pedro se quedó en silencio. No dijo nada. Paula se preguntaba si lo habría entendido. Se lo diría de otro modo.


–No pierdas el tiempo –le dijo con dolor–. En mi corazón no hay sitio para nadie más.


Pedro continuaba sin decir nada. Y, por alguna razón, de pronto Paula sintió ganas de llorar.


–¡Bodas! –dijo furiosa–. Todo el mundo se convierte en una fuente. Perdóname…


Y escapó de su lado a toda velocidad. A partir de aquel momento, estuvo como un torbellino durante el resto de la fiesta. Iba continuamente de un sitio a otro: Besando a una vieja amiga aquí, buscando un vaso limpio allá, riendo, bromeando y sin mirar, ni un solo momento, hacia Pedro Alfonso. Para cuando llevaron la tarta, estaba ya al borde del agotamiento. 

Tuyo Es Mi Corazón: Capítulo 44

 –¿Ya estás lista?


Los ojos de Ivana estaban demasiado brillantes.


–Lista.


Paula la abrazó.


–Estás maravillosa.


–La felicidad es un gran cosmético –respondió Ivana, devolviéndole el abrazo–. Tengo tanta suerte…


Como era la única dama de honor, Paula fue sola a la iglesia. Aprovechó la oportunidad para sonarse furiosamente la nariz. No quería arriesgarse a llorar en la iglesia. Pero no tenía por qué preocuparse. Iba a estar demasiado ocupada. No habían ensayado la boda y estuvo en constante estado de alerta. Enderezando la falda de Ivana, recibiendo las flores… Al cabo de un rato, se encontró haciendo malabares con dos ramos de flores y una niña que salió de entre los invitados dispuesta a unirse a la procesión. No tuvo tiempo siquiera de llorar. Pero hubo otro momento… Los novios acababan de firmar en el registro y se volvieron juntos hacia el pasillo. Ivana miró a su marido. Y eso fue todo. Manuel tomó la mano de Ivana y el órgano comenzó a sonar. Pero, por un instante, fue como si no existieran las flores que llenaban la iglesia, ni los amigos, ni la dama de honor. Manuel e Ivana se sonreían el uno al otro mirándose a los ojos. Era un intercambio de absoluta comprensión. Paula se sintió como si una mano le estuviera desgarrando el corazón. No se había sentido más sola en toda su vida. Tragó saliva y siguió a los novios por el pasillo de la iglesia con una sonrisa que alguien parecía haber soldado en su rostro. Pero, casi inmediatamente, decidió que ella sería el alma de la fiesta. Comenzó a reír en cuanto el viento de marzo azotó su pelo al salir de la iglesia. Nadie podría haberse imaginado que por dentro estaba fría, temblando. Que se sentía aterradoramente sola.


–Cada vez está más guapa, ¿Verdad? –oyó que comentaba una de las madrinas, cuando estaban ya de vuelta en la casa y había comenzado a circular el champán–. Jamás habría pensado que Ivana sería la primera en casarse.


–Oh, no sé. A Paula siempre le ha gustado la variedad.


–En fin –replicó la madrina con entusiasmo–. Ya tendrá tiempo de sobra para sentar cabeza cuando sepa lo que quiere.


Paula estuvo a punto de lamentarse en voz alta. Sintió que alguien la estaba mirando y alzó la mirada. Era Pedro Alfonso. Por un momento, se sintió tan aliviada al advertir que no era ninguna de esas personas que la conocían desde niña, que sonrió radiante. Pedro pestañeó. Y se arrepintió inmediatamente de su sonrisa. Era una locura sentir que él era su único aliado en aquella reunión de amigos y parientes. Se volvió. Cuidado, se dijo a sí misma. Tenía que andarse con mucho cuidado. Se colocó al lado de un hombre al que conocía vagamente. Le sonrió. Se dió cuenta de que él la encontraba atractiva y amplió su sonrisa, al tiempo que batía sus largas pestañas y se inclinaba hacia delante para escucharlo con atención. Por el rabillo del ojo, lo vió abriéndose paso hacia ella. No era un camino directo. Había montones de personas que querían hablar con él. Su expresión variaba entre el respeto y el recelo. Se mostraba amable con todo el mundo, pero con nadie intercambiaba más de un par de frases. Y no se desviaba en ningún momento de su camino. Ella se volvió, de manera que no podía verlo ni siquiera por el rabillo del ojo. Aun así, fue consciente del momento en el que la alcanzó. Pedro no la tocó, pero pudo sentirlo. Y lo que era más, estaba prácticamente segura de que él lo sabía.


–Hola –la saludó–. ¿Se me permite decir que eres una dama de honor preciosa?


Sonaba tan cortésmente galante que, por un instante, Paula casi se sintió desilusionada. Pero entonces comprendió que podía utilizar aquello como ventaja. Utilizaría el refugio de los buenos modales para seguirle el juego. Y quizá, solo quizá, de esa manera pudiera olvidar aquella oleada de deseo que Pedro había despertado sin ni siquiera mirarla. Así que se volvió y le dirigió la más insulsa de sus sonrisas.


–Gracias. Eres muy amable.


A su acompañante no le gustó aquella interrupción. Pedro lo advirtió, pero le tendió la mano sonriente. 

Tuyo Es Mi Corazón: Capítulo 43

A la mañana siguiente, por supuesto, no hubo tiempo para hablar de Pedro ni de nada que no fuera la boda.


–Yo pensaba que si nos casábamos en el campo, esto no pasaría –se lamentó Ivana.


Estaba sentada en el antiguo cuarto de juegos, con el pelo recogido en un complicado peinado. Un peluquero que ya se había marchado le había colocado el velo y la diadema. Bajo los adornos de novia, iba vestida con unos vaqueros y un jersey de lana. Estaba muy pálida.


–Siempre pasa lo mismo –le aseguró Paula–. Ya sean doscientos o dos mil invitados no hay ninguna diferencia. En todas las bodas hay una novia aterrada, un vestido de princesa y una mujer que está a punto de convertirse en suegra. 


Ivana negó con la cabeza.


–Diana está siendo maravillosa.


–Claro que sí. Y te está volviendo loca.


–No seas cínica –contestó riendo.


–Tómate un café y piensa en la luna de miel.


Pero al oírle mencionar el café, Ivana hizo una mueca de repugnancia. Paula la miró sorprendida.


–Como quieras, pero yo sí que voy a tomar uno. Iré a ver cómo está mamá y ahora vuelvo.


Tal como era previsible, Diana la retuvo en la cocina. Dos cocineras locales estaban sacando los taburetes mientras las seguía al borde de la histeria.


–Siéntate, mamá –le dijo Paula exasperada–. Saben perfectamente lo que tienen que hacer –dio media vuelta y volvió al cuarto de su hermana, musitando–: Cuando yo me case, no quiero que nadie de la familia se me acerque el día de la boda –se interrumpió–. ¿Ivana? Cerebrito, ¿Estás ahí? Salió un sonido terrible del baño.


–¿Ivi?


Al cabo de unos segundos, apareció un rostro pálido en la puerta. La diadema se inclinaba en su cabeza y el encaje victoriano estaba hecho un nudo por encima de su hombro.


–Oh, Dios mío, estás realmente nerviosa –abrió una botella de agua mineral y le sirvió un vaso a su hermana.


–Gracias –dijo Ivana mientras se dejaba caer en una silla.


–De acuerdo –Paula decidió hacerse cargo de la situación–. Ha empezado la cuenta atrás. Calculo que tienes unos setenta y cinco minutos para dormir y todavía podrás llegar a tiempo al altar.


Ivana parecía a punto de llorar.


–Pero mi pelo…


–He visto lo que ha hecho el peluquero. Podré arreglarte yo el peinado – repuso, confiada–. Venga, túmbate. Yo me ocuparé de todo, pequeña.


Y así lo hizo. Al cabo de un rato, Paula se puso el vestido azul que Ivana había elegido para ella. Su peinado era demasiado sofisticado, pensó. Así que se lo cepilló suavemente y se lo colocó detrás de la oreja con un pasador de diamantes que Miguel le había regalado el día de su dieciocho cumpleaños.


–Ya está. Guapa e inocente –le dijo a su reflejo.


El problema era que no se sentía ninguna de las dos cosas. Pedro Alfonso había conseguido inquietarla. Y si bien se había resignado ya a sufrir durante la boda, jamás habría imaginado que caminaría por el pasillo de la iglesia con el deseo frustrado de haberle dado a Pedro un codazo en el ojo. Tomó los ramos de flores que su hermana y ella debían llevar, sacó a Diana de la cocina y subió a despertar a Ivana. Tras ayudarla a ponerse el vestido, le dió un último toque a su peinado. 

Tuyo Es Mi Corazón: Capítulo 42

Tras recuperarse de la primera impresión, Paula descubrió que estaba indignada. Le había dicho ya que no quería verlo aquella noche. Pero Diana sonrió, radiante, se levantó de un salto y le hizo ver que era el más bienvenido de todos los invitados.


–¡Los gemelos! –exclamó–. He ido a buscarlos en cuanto Manuel nos ha llamado –hizo un gesto con la mano para señalar el asiento que acaba de dejar libre–. Entretén a Paula mientras voy a buscarlos.


–Esa va a ser una tarea difícil –musitó Pedro.


Pero tomó el asiento que Diana le ofrecía y sonrió. Acababa de llegar. Todavía lo rodeaba el frío de las noches de marzo. La manga de la chaqueta rozó el brazo desnudo de Paula. Esta retrocedió como si acabara de recibir un calambre. Y dijo lo primero que se le ocurrió.


–¡Estás helado! ¿Has venido andando hasta aquí?


–No. Pero tardaban tanto en abrirme la puerta que al final he tenido que dar la vuelta y entrar por la cocina. A Manuel se le han roto los gemelos que tenía que ponerse mañana. Ninguno de los otros le quedaba bien, así que he llamado a Miguel para ver si podía prestarnos unos.


Paula lo miró con recelo. Pedro se inclinó hacia delante y dijo, tan quedamente que la joven tuvo que esforzarse para entenderlo:


–Si hubiera venido a verte, estaría debajo de tu ventana, dándote la serenata.


–¿De verdad? –preguntó Paula, esforzándose por aceptar el más sarcásticode los tonos.


–Se me había ocurrido. Pero he decidido que probablemente preferirías esperar a que terminara la boda.


–¿Esperar para qué?


–Para convertirnos en amantes.


Paula estuvo a punto de caerse del sillón. Miró rápidamente alrededor de la habitación. Nadie parecía darse cuenta de que estaba acorralada.


–No vamos a convertirnos en amantes.


–¿Y qué te hace pensar eso? –parecía sinceramente interesado. 


–Supongo que yo también tendré derecho a voto –dijo entre dientes.


–Por supuesto.


–Pues bien, en ese caso –dijo con aire triunfante–, voto que no.


Pedro sonrió.


–Pero si todavía no he empezado mi campaña.


Paula se levantó de un salto.


–Nada de campañas –dijo.


Por un instante, Pedro se quedó en completo silencio. Continuaba sonriendo, pero Paula tenía la incómoda sensación de que era una sonrisa completamente superficial. Y, como si deseara confirmar sus sospechas, él contestó quedamente:


 –Me temo que eso tendré que decidirlo yo.


Paula no fue capaz de disimular su sorpresa. Pedro continuó:


–Normalmente, los chicos con los que sales siempre hacen lo que quieres, ¿Verdad?


Paula no sabía qué decir.


–Ya veo que una relación con un hombre adulto va a ser una nueva experiencia –añadió con ironía.


Pedro no la tocó. No hacía falta que lo hiciera. A Paula le bastaba mirarlo para empezar a temblar. Diana llegó en ese momento con una cajita en las manos. Pedro se levantó mientras la madre de Paula le tendía los gemelos.


–Gracias –dijo mientras se los guardaba en el bolsillo–. Hasta mañana, señora Chaves. Adiós, Paula –y tras un firme asentimiento, se marchó.