lunes, 1 de noviembre de 2021

Tuyo Es Mi Corazón: Capítulo 8

Cuando Paula regresó al trabajo aquella tarde, todo el mundo notó lo callada que estaba.


–¿Estás enamorada, inglesa? –le preguntó Nadia mientras le tendía el calendario revisado de producción.


Paula hizo una mueca.


–Constantemente.


Pero Nadia sospechó de que no estaba bromeando.


–¿No te apetece llevar a ese japonés a conocer la ciudad esta noche? Los japoneses pueden llegar a ser de esos tipos posesivos capaces de amarte durante toda una vida.


Paula se limitó a sacudir la cabeza y soltar una carcajada, pero Nadia advirtió que la risa no era sincera. Lo único que consiguió alegrarla aquella tarde, fue un mensaje de su hermana diciéndole que se encontraba demasiado mal para reunirse con ella en el club. Paula se quedó preocupada, por supuesto, pero Nadia notó que también experimentaba un gran alivio. 


–¿Qué te pasa? –le preguntó Paula a Ivana, cuando la llamó al hotel.


–Supongo que me ha sentado mal algo que he comido. Y todavía no me he recuperado de los efectos del viaje. Será mejor que lo dejemos para mañana. ¿Podemos vernos mañana por la noche?


–Sí –contestó Paula, resignada–, claro.


En cualquier caso, ella fue al club. El japonés se había mostrado entusiasmado cuando le había sugerido ir a Hombre y Mujer. Se trataba de un local estupendo, con una música magnífica y una decoración que no le iba a la zaga. Y la comida era tan sabrosa como el son cubano. La gente de dinero no había descubierto todavía aquel club. Y como resultado, decía Pablo, aquel era un lugar en el que todavía podía bailarse como si se estuviera en Río o en La Habana. Y aquella noche, pensó Paula, bailaría para sacar fuera todos sus demonios. Lo necesitaba. Jamás se había sentido tan desesperada como aquel día. Aquella noche guardaba un secreto que le abrasaba el alma. Un secreto que nunca iba a poder compartir. Porque Ivana era la persona con la que compartía sus secretos. Era su mejor amiga. Y confesar aquel secreto significaría acabar para siempre con su amistad. Ese era el motivo por el que guardaría aquel secreto bajo llave. Y continuaría viviendo. Un poco herida, un tanto recelosa. Y muy, muy sola. Pero la soledad no estaba del todo mal, se dijo Paula  a sí misma. Podría arreglárselas sola. Así que se atusó el pelo, sacudió la cabeza y caminó lentamente hacia la pista de baile. 



Cuando Pedro entró en el club, este estaba ya repleto de gente. Sorteó la cola de la entrada y se dirigió directamente a la persona que estaba en la puerta.


–Buenas noches –saludó–. Paco me está esperando.


–Ah, sí, profesor –contestó el portero–. Me ha dicho que le espera en el piso de arriba. Primer pasillo, una puerta marcada con el rótulo de «Privado».


Sujetó la pesada puerta para permitirle el paso. Pedro subió rápidamente las escaleras. Pablo estaba en su despacho, sentado detrás del impresionante escritorio desde el que capitaneaba su industria. Pero en cuanto Pedro llamó a la puerta y la abrió, se incorporó y corrió hacia él con el entusiasmo del novato que en otro tiempo había sido.


–¡Pedro! Cuánto me alegro de verte –lo abrazó–. ¿Y ese traje? Pareces un tipo serio.


–Y tú pareces un pirata –respondió Pedro, fijándose en el pañuelo negro y en el pendiente que llevaba en la oreja.


Pablo sonrió.


–Imagínate. Justo como nos decían en la universidad. El mercado lo es todo.


Ambos regresaron al pasado. Se habían conocido en la época en la que ambos tenían que trabajar de camareros para ir a la universidad.


No hay comentarios:

Publicar un comentario