miércoles, 17 de noviembre de 2021

Tuyo Es Mi Corazón: Capítulo 45

 –Pedro Alfonso. Amigo de la novia. Y de la hermana de la novia.


El acompañante de Paula parecía impresionado.


–Alfonso. Por supuesto. Lo vi en el telediario la otra noche. He oído que sus acciones están batiendo un nuevo record.


–Los mercados están siendo muy amables con Watifdotcom –dijo Pedro.


Paula lo miró con los ojos entrecerrados. Aquello parecía un diálogo aprendido. Y en cuanto se deshicieron del admirador de ella, así se lo dijo a Pedro.


–Por supuesto –dijo él fríamente.


–¿Traes un guion de tus conversaciones para la fiesta? –le preguntó indignada.


Pedro la miró con los ojos entrecerrados.


–¿Y por qué no voy a hacerlo?


–¿Y cuántas de las cosas que me has dicho estaban preparadas?


–Ah. Así que te gusta que tus hombres sean espontáneos.


–Por supuesto que sí… –se interrumpió bruscamente, consciente de la trampa en la que había estado a punto de caer–. Pero tú no eres uno de mis hombres.


–Eso esperaba. Odiaría ser uno entre la multitud.


Estaba bromeando otra vez. Sus ojos parecían reír cuando la miraba. Pero había algo en su expresión que no parecía bromear en absoluto.


–Tú… –lo miró a los ojos y se le olvidó completamente lo que iba a decir–. Yo… Quiero decir…


¡No conseguía articular palabra! Aquello era una locura. Estaba perdiendo la compostura como una adolescente con su primer amor. Pero ella era una mujer, una mujer sofisticada y popular. Y, lo que era más, conocía perfectamente todas las artes del flirteo. Pero entonces, ¿Qué le estaba pasando? Tenía más amigos de los que podía recordar. Y ninguno de ellos la había hecho tartamudear como si fuera una colegiala. Y eso que ni siquiera estaba interesada en él. De acuerdo, aquel beso había sido impactante. Pero tampoco era muy difícil en su situación. Se sentía muy sola en Nueva York. Y la inesperada llegada de Ivana a la ciudad le había hecho perder el equilibrio. Aquel beso había sido alimentado por un montón de cosas que no tenían nada que ver con Pedro Alfonso: La excitación de los ritmos latinos, la soledad, el destierro…  Y la lujuria, pensó Paula, lacerándose con la verdad. No podía olvidarse de la lujuria. Recordó el momento en el que había estado a punto de decirle que subiera a su departamento. Sintió que se estaba ahogando y dijo en un acto puramente reflejo: 


–No me hagas esto.


Pedro pestañeó.


–¿Qué te ocurre? –ya no bromeaba.


–Yo ya estoy enamorada –le dijo precipitadamente–. Me gustaría no estarlo, pero no puedo hacer nada para evitarlo.


Pedro se quedó en silencio. No dijo nada. Paula se preguntaba si lo habría entendido. Se lo diría de otro modo.


–No pierdas el tiempo –le dijo con dolor–. En mi corazón no hay sitio para nadie más.


Pedro continuaba sin decir nada. Y, por alguna razón, de pronto Paula sintió ganas de llorar.


–¡Bodas! –dijo furiosa–. Todo el mundo se convierte en una fuente. Perdóname…


Y escapó de su lado a toda velocidad. A partir de aquel momento, estuvo como un torbellino durante el resto de la fiesta. Iba continuamente de un sitio a otro: Besando a una vieja amiga aquí, buscando un vaso limpio allá, riendo, bromeando y sin mirar, ni un solo momento, hacia Pedro Alfonso. Para cuando llevaron la tarta, estaba ya al borde del agotamiento. 

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