lunes, 8 de noviembre de 2021

Tuyo Es Mi Corazón: Capítulo 24

 –Por favor –le suplicó.


¿Qué podía hacer Paula en aquella situación?


–Pensaré en ello.


–Nunca he sacado el tema a colación, pero supongo que sabes cómo deberían ser las cosas: tú querrías ser mi dama de honor y yo querría que lo fueras.


–Lo sé –se mostró de acuerdo Paula, sintiéndose muy triste.


Y como a pesar de todo Ivana continuaba siendo su mejor amiga, le dio un enorme abrazo y dijo:


–Y ahora vamos a comer y te hablaré de mi vida en Nueva York. Y la próxima vez que vengas te quedarás conmigo. Oh, me alegro tanto de verte…


Y era cierto. Claro que era cierto. Para cuando Ivana llamó a un taxi para que la llevara al aeropuerto, ambas estaban riendo como colegialas. Era como si nunca hubieran estado separadas. Aquella sensación la acompañó mientras viajaba en el metro. Y continuaba sintiéndose así cuando caminaba hacia su edificio. Afortunadamente, estaba convencida de que aquello no podía ser el final de tantos años de amistad.


–Hola, Paula –dijo una voz por encima de su cabeza. 


Paula se sobresaltó y resbaló, cayendo torpemente en la acera. Miró furiosa a su alrededor. La señora Portney estaba asomada a la ventana. Alzó la mirada, boquiabierta. A nadie se le ocurría tener las ventanas abiertas con un tiempo como aquel.


–Estaba esperándote –dijo la señora Portney, a modo de explicación–. Tengo algo para tí, creo. Será mejor que subas.


La señora Portney, además de no moverse casi nunca del edificio, era una gran aficionada a los chismorreos. Intentando disimular su desgana, Paula se acercó a grandes zancadas hasta su puerta. Encontró a su vecina emocionada.


–Es tan romántico –exclamó, después de hacerla pasar a su casa–. Y parecía muy atractivo, también. Por supuesto, no le he contado nada sobre tí. Me ha dicho que solo te había visto una vez. Es como una película.


Paula tuvo inmediatamente un presentimiento.


–¿A qué se refiere?


La señora Portney la condujo hasta una sala en la que no habían cambiado los muebles desde los años cincuenta. No paraba de hablar.


–Ha debido de elegir las flores personalmente.


Las sospechas de Paula comenzaban a cristalizar.


–¿A quién se refiere?


–Puedes comprobarlo por tí misma –respondió, retrocediendo con un gesto teatral.


Las flores lo merecían. Paula se quedó mirándolas fijamente. No había visto un ramo tan grande en toda su vida. Realmente, parecía que su desconocido admirador había elegido personalmente las flores. Ninguna florista profesional habría agrupado una colección de rosas que reunía todas las tonalidades posibles del rojo. Quienquiera que fuera el que le había enviado aquel ramo, no era un hombre moderado. Sintió un agradable cosquilleo al pensar en ello.


–Caramba. Hace daño a la vista –comentó casi involuntariamente.


¿Qué había dicho Nadia? ¿Que los ingleses no tenían imaginación? La señora Portney sonrió.


–Supongo que piensa que es tu color favorito.


Paula no preguntó quién. No necesitaba hacerlo. La señora Portney le tendió una hoja de papel. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario