lunes, 8 de noviembre de 2021

Tuyo Es Mi Corazón: Capítulo 25

 Paula no reconoció ni la firma ni la dirección, pero sí el nombre que aparecía arriba.


"Para Lola, la bailarina de tango: Feliz día de San Valentín. Pronto volveremos a bailar. Si no me pongo en contacto contigo esta noche, llámame. Llámame de todas formas".


A eso le seguía toda una ristra de números y direcciones. Así que su amigo era Pepe@Alfonso.com. Pero no hacía falta que se molestara en poner su nombre… Ni en recordarle cuándo y dónde se habían conocido. Pero él no tenía por qué saberlo, pensó Paula al instante.


–¿Quieres un café? –le ofreció la señora Portney, mirándola intrigada.


–Gracias –contestó Paula, todavía enfadada.


¿Cómo se atrevía a enviarle un mensaje tan imperioso sin firmarlo siquiera?


–¿Te gusta el rojo? –le preguntó la señora Portney, cuando volvió con el café y unas galletas.


–Lo odio –replicó Paula.


La señora Portney pestañeó. Paula se arrepintió al instante. Se recordó a sí misma que su vecina no tenía la culpa de que Pepe le hubiera enviado aquel mensaje.


–Me ha dicho que había estado en el mercado de las flores –le explicó la señora Portney en tono conciliador.


–Muy oportuno –dijo Paula entre dientes–. Pero hacen daño a los ojos.


La señora Portney suspiró con placer.


–Es el color del amor. El color de la pasión. Recuerdo que cuando yo tenía tu edad, mi Francisco…


Amor, pensó Paula, pasión… Por el amor de Dios. Un baile, una conversación y un beso no eran suficientes para despertar la pasión. Pero no estaba teniendo en cuenta la calidad del beso. Incluso en aquel momento, después de las horas que habían pasado, se estremecía al recordar la repentina y total conciencia física de él y de sí misma. Y del frío de la noche. Y de la sangre corriendo a toda velocidad por sus venas. Y del calor de su abrazo, y de la facilidad con la que podrían haberse desprendido de la ropa. ¿Habría sido aquello alguna clase de pasión? Si lo era, pensó , no quería tener nada que ver con ella. Ya había hecho caso de su instinto cuando se había enamorado de Manuel y había terminado completamente sola, separada de su familia y amigos. No, Paula Chaves no iba a escuchar nunca más a su intuición. Los besos apasionados eran divertidos, pero no eran ningún indicador de futuro. Y era en el futuro en lo que tenía que concentrarse si quería superar la tristeza. De modo que lo que necesitaba era menos intuición y una buena dosis de dignidad. Y fue en ese momento cuando tomó tres decisiones: Haría de dama de honor en la boda de su hermana; jamás llamaría a un hombre que no estuviera dispuesto a darle su nombre completo; y al día siguiente iba a llevarse aquel ramo al trabajo. 



Paula intentó sacar a Pepe de su mente. Lo intentó de verdad. Él no volvió a ponerse en contacto con ella y se decía que se alegraba. Por supuesto que sí. Las flores se habían marchitado, y con ellas, se aseguraba a sí misma, se iría también aquel incómodo eco que la perseguía en sueños. El cielo sabía que tenía muchas cosas que hacer. Leticia Caruso había aceptado darle unos días de vacaciones para que pudiera asistir a la boda de su hermana. A cambio, le había encargado una enorme cantidad de trabajo. Cuando por fin salió aquel día de la oficina, el resto de la jornada fue igualmente ajetreada. Tenía que comprarse ropa nueva para poder demostrar a todo el mundo lo bien que le iban las cosas en Nueva York. Y sacar el billete de avión. Y comprar un regalo de boda, aunque eso le parecía prácticamente imposible. ¿Qué podía regalarle al amor de su vida cuando pretendía casarse con otra? ¿Y qué regalarle a una hermana cuando iba a contraer matrimonio con su única esperanza de felicidad? 

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