viernes, 19 de noviembre de 2021

Tuyo Es Mi Corazón: Capítulo 50

Fue sorprendentemente fácil marcharse. Paula esperaba algunas protestas de Diana, pero no se produjeron.


–Te comprendemos –dijo Miguel Chaves–. Va a ser una fuerte desilusión para muchos jóvenes, pero les diremos que tenías que tomar un avión.


Así que Paula se puso rápidamente unos vaqueros y un jersey y fue a despedirse de algunos invitados.


–La próxima serás tú –dijo una de los testigos dándole un abrazo.


–Claro –contestó Paula, sin perder la sonrisa.


–No quiero que te vayas –se quejó una niña con la que había estado jugando durante la comida.


Paula le dió un rápido y agradecido abrazo. Pedro le llevó la bolsa al coche. Paula besó a sus padres. Diana agarró a Miguel y a su hija del brazo y los acompañó hasta el coche. Mientras este se alejaba, Miguel y Diana continuaban despidiéndolos con la mano. A Paula ya le dolía la cara de tanto sonreír.


–Están muy unidos –comentó Pedro–. Te llevas muy bien con tu padrastro, ¿Verdad?


–Siempre me he llevado bien.


–¿Y continúas viendo a tu auténtico padre?


–Miguel es mi verdadero padre. El otro solo fue un accidente biológico.


–¿Debo interpretar eso como un no?


Paula se encogió de hombros.


–Fue el típico caso. Un tipo atractivo con una guitarra que quería convertirse en estrella de rock. Mi madre trabajaba de camarera y mi padre se gastaba nuestro dinero en discos.


–¿Te acuerdas de él?


–Algo. Y también de las peleas. Y las fiestas. Ricardo solía llevar a casa a los tipos de los locales en los que actuaban. Mi madre y yo intentábamos dormir, acurrucadas en una esquina. Mi padre me daba miedo –lo miró de reojo–. ¿He conseguido impresionarte?


–¿Lo pretendías? 


Paula hizo un gesto inusualmente torpe.


–No se lo había contado a nadie. Ni siquiera a mi madre.


Pedro contuvo la respiración. Pero Paula no lo advirtió.


–¿Qué fue de él?


–Nos abandonó. Cuando Miguel quiso casarse con mi madre, les costó mucho encontrarlo para que le concediera el divorcio.


–Pero lo hizo.


–Oh, claro. Ricardo siempre quiso deshacerse de su esposa y de su hija.


–¿Y ahora?


–Lo último que he oído es que dirige el cabaret de algún hotel de playa. Supongo que es el trabajo adecuado para él. Para Ricardo la vida es una larga fiesta.


–Hablas como si no lo hubieras perdonado.


–¿Perdonarlo? ¿Por qué tengo que perdonarlo? Al fin y al cabo, yo soy como él.


–¿En qué aspecto exactamente?


–Hablas como un profesor.


–Y fui profesor en otra época de mi vida –dijo Pedro, sin mostrarse ofendido–. Pero dime, ¿En qué te pareces a ese diablo con guitarra?


–En que soy una juerguista.


–Ah.


–¿No me crees? Deberías haber escuchado a los invitados. «Dime veinte razones por las que Paula no es una mujer adecuada para el matrimonio» –se echó a reír, pero había aristas afiladas en su risa. 


Pedro no contestó. Parecía sumido en sus pensamientos. Pero de pronto preguntó:


–¿Y quieres serlo? ¿Te gustaría casarte?


–Quién sabe –replicó Paula, con la mirada fija en los oscuros campos. El viento sonaba como un alma en pena y los árboles se retorcían como si estuvieran siendo torturados–. Hace una noche terrible.


Al lado de la carretera, el agua se había ido acumulando dando lugar a un pequeño estanque. Pedro no lo vió y estuvo a punto de meterse dentro. Inmediatamente giró el volante para situarse en el centro de la vía.


–Maldita sea. No consigo concentrarme. Me distraes, Paula Chaves.


–Gracias –respondió ella.


Pedro le dirigió otra de sus miradas rápidas y astutas. Paula la sintió a pesar de que no lo estaba mirando. 


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