lunes, 15 de noviembre de 2021

Tuyo Es Mi Corazón: Capítulo 40

No parecía un hombre que tuviera el corazón destrozado, pensó indignada. Ni por su forma de mirar a Ivana ni por su forma de mirarla a ella. Por no hablar de su manera de besarla. Pero quizá Pedro fuera un hombre aficionado a los juegos amorosos. No, tenía que ser algo más que eso, lo sabía. Era consciente de que lo intrigaba. Y en ello no había ningún fingimiento. Pero ¿Quería intrigarlo? Una parte de ella decía que no. La parte más honesta lo único que deseaba era la felicidad de Ivana. Esa era la parte que deseaba pasar por aquella boda con su dignidad intacta. Pero otra parte de ella, la más sobria, le decía que sí. Paula no lo entendía. No quería entenderlo. E hizo todo lo que pudo para olvidarlo. Entretanto, permaneció muy callada. Sin embargo, entre todos los preparativos de la boda, nadie lo notó. Ya había suficientes preocupaciones con Ivana, que además de callada, estaba muy pálida. Llegó más tarde de lo que esperaban y estuvo extrañamente seca con Diana cuando esta mostró su preocupación.


–No montes tanto alboroto. No lo soporto.


–Pero todos pensábamos que llegarías aquí a la hora del té. Estábamos preocupados.


–Habría estado aquí a la hora del té si Pedro Alfonso hubiera estado donde debería haber estado. En vez de haciendo de chófer –rompió a llorar y salió de la habitación.


–Está agotada –dijo Diana, en medio de un incómodo silencio.


Eran diez personas las que iban a cenar aquella noche, y aunque todo el mundo disimuló, era obvio que todos habían oído el incidente que se había producido en la entrada. Todos ellos eran familia, o amigos íntimos, pero aun así, la situación era bastante incómoda. Diana le dirigió a su hija una mirada suplicante.


–Paula, ¿Podrías…?


Y Paula fue. Subió a la habitación de su hermana y llamó a la puerta.


–¿Quién es?


–Soy yo, ¿puedo entrar, Ivi?


Se oyó el sonido de una llave en la cerradura. Ivana abrió y se apartó para que su hermanastra pasara.


–¿Estás bien? –le preguntó Paula, preocupada.


Para su consternación, a Ivana volvieron a llenársele los ojos de lágrimas. La abrazó con cariño.


–Eh, cerebrito, tranquilízate.


–No sé qué me pasa –lloró Ivana.


–Tranquila, son los nervios de antes de la boda. A todo el mundo le pasa, es parte del ritual –le aseguró Paula, palmeándole el hombro, y continuó hablando, dándole a Ivana tiempo para recuperarse.


–Dios mío, Pau, todo esto va a ser un caos.


–No, claro que no.


Ivana se sonó ruidosamente la nariz.


–Sí, claro que sí. Mi vestido es ridículo, y los zapatos me están grandes. Seguro que pierdo alguno en el pasillo de la iglesia.


–Yo me ocuparé. Para eso estamos las damas de honor.


Ivana la fulminó con la mirada.


–Y luego me caeré. Tu madre ha decorado el pasillo de la iglesia como si fuera una carrera de obstáculos. Está lleno de trípodes con ramos de flores. Estoy segura de que tropezaré con alguno y terminaré aterrizando en el suelo.


–Entonces Manuel te levantará –dijo Paula, divertida.


–Oh, sí. Él me levantará. Y tendrá un aspecto maravilloso –dijo Ivana con rencor–. Y todos los invitados a la boda se preguntarán qué habrá visto un hombre tan maravilloso en una chica tan torpe. Oh, maldita sea. Es tan condenadamente perfecto. Lo odio. 


Paula comprendió que aquello iba en serio. Tomó a su hermana del hombro, la apartó del espejo del tocador y la condujo hasta un sofá situado al lado de la ventana.


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