viernes, 5 de noviembre de 2021

Tuyo Es Mi Corazón: Capítulo 20

 –Las cosas con mi hermana no van tan bien como esperaba –admitió–. Vamos a volver a hablar sobre ello esta noche. Pero francamente, no me hago demasiadas ilusiones. Paula es una persona adorable, pero cuando se le mete algo en la cabeza…. Oh, pero este no es el momento de pensar en ello. Dime cómo quieres plantearte la reunión.


Pedro eliminó de su cerebro al fantasma rubio. De aquella reunión dependía en gran parte la supervivencia de la compañía. Cuando hubiera garantizado el futuro de las personas que trabajaban para él, podría preocuparse de su vida privada. De momento, tenía otras prioridades. Una hora más tarde, se encontraba sentado frente a una mesa de trabajo, rodeado de rostros serios. Contuvo la respiración. Había hecho su exposición lo mejor que había podido. Y si los banqueros no se decidían a comprar su producto, tendría que renunciar a las posibilidades de autonomía de su empresa. No mostró su preocupación, por supuesto. Después del curso acelerado que le había dado Ivana para aprender a manejarse en las altas esferas del mundo empresarial y financiero, a veces tenía la sensación de que se le había congelado el rostro. Por supuesto, continuaba teniendo la misma cara de siempre cuando se miraba al espejo: pómulos marcados, nariz aguileña y ojos castaños salpicados de puntitos dorados que, según sus alumnas, suavizaban su dureza. Y después estaba el problema de su boca. No solo a sus alumnas, sino que, a cada una de las mujeres que conocía, le bastaba ver su boca para decidir que era un ser indomable y voluptuoso. Había necesitado el consejo de una profesional para atreverse a decírselo a sí mismo. Y había necesitado más de un consejo para refrenar aquel efecto. Incluso después de meses de práctica, era consciente de que no podía permitirse el lujo de bajar la guardia ni un instante. Necesitaba que aquellos banqueros lo vieran como un hombre de negocios y no como un soñador. Y, por supuesto, no como a un objeto sexual. Así que dominó sus facciones e intentó olvidar que había tenido sentimientos espontáneos.


–Está muy seguro de su sistema –dijo una de las ejecutivas–. ¿Por qué?


–Porque lo necesito. He diseñado este sistema porque necesito utilizar todo lo que me ofrece. Ninguno de los programas que está en el mercado puede ofrecerme tantas prestaciones.


–Uno solo quizá no –repuso un especialista–. Pero seguramente se podrían comprar distintos programas y acoplarlos…


–No –contestó Pedro–. Eso ya lo intenté –miró alrededor de la mesa–. Créanme, yo no tenía intención de diseñar un sistema. Pero no he encontrado nada que pueda proporcionarme todo lo que me ofrece mi nuevo sistema. Y Watifdotcom permitirá que cualquiera que compre el programa pueda adaptarlo a sus necesidades.


Todos lo miraron intrigados. Pedro se olvidó de que eran banqueros neoyorquinos. Se trataba de personas que querían comprender algo que los extrañaba. Como sus alumnos. O como sus empleados. Y él era muy pedagógico en sus explicaciones. Su ordenador portátil todavía estaba conectado a la pantalla dispuesta al final de la sala.


–Miren –dijo, tecleando enérgicamente. Los iconos empezaron a aparecer en la pantalla–. Aquí tienen las fuentes de información. Son prácticamente infinitas. Y aquí las posibles funciones. 


Se levantó y se acercó a la pantalla. Se sentía cómodo. Aquello era lo que mejor hacía. Para dar una clase le bastaba con una pizarra y las dosis de entusiasmo que nunca le habían faltado. Los banqueros lo miraban expectantes. Pedro sonrió repentinamente, seguro de que iba a alcanzar su objetivo.


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