lunes, 15 de noviembre de 2021

Tuyo Es Mi Corazón: Capítulo 38

 –¿De verdad?


–Claro que sí.


Pedro sacudió la cabeza sin creerla.


–¿Qué demonios te he hecho? –dijo, casi para sí.


–Nada –ella elevó la voz–. Todo eso son imaginaciones tuyas.


–O quizá… –se interrumpió de pronto.


–¿Qué?


–A lo mejor no tiene que ver conmigo. A lo mejor el problema es tuyo. ¿Ha habido alguien que te haya hecho daño, Paula?


–No –fue casi un grito e inmediatamente intentó contenerse–. No.


–¿Estás segura?


–Claro que estoy segura.


–¿Ningún hombre te ha abandonado? ¿O te ha engañado?


Oh, ¿Por qué tenía que ser tan insistente? ¿Así era como hacía negocios? Paula consiguió mantener la calma, pero no sin esfuerzo. La mandíbula le dolía mucho de tanto apretarla.


–No.


–¿Alguien te ha abandonado? –insistió él.


Ya no podía seguir soportándolo. Se echó el pelo hacia atrás, sabiendo que su fragancia llegaría hasta él. Vió brillar sus ojos con inmenso alivio.


–¿Parezco el tipo de mujer a la que un hombre abandonaría? –dijo alegremente–. No pretendo ser vanidosa, simplemente soy realista –concluyó, y se desató el cinturón de seguridad antes de que Pedro pudiera seguir con sus análisis–. Tengo que irme. Si conozco bien a mi madre, estoy segura de que habrá muchísimos detalles de los que ocuparse.


Abrió la puerta del coche y salió sin arriesgarse a mirarlo otra vez. Pedro la siguió sin hacer ningún comentario. Y mientras lo hacía, la puerta de la casa se abrió. Él se detuvo, impresionado.


–¿Cómo ha podido abrirse la puerta? ¿Es que tienen sensores?


–Es el ama de llaves –dijo Paula, debatiéndose entre la furia y la diversión.


–¿Qué?


–Estaba en la casa mucho tiempo antes de que mi madre y yo entráramos en escena. Miguel la tiene bien entrenada. No le gustan los alborotos. De modo que nuestra ama de llaves no nos hace el tipo de recibimientos que cualquier otra haría.


Se acercó al ama de llaves y la saludó con un abrazo. 


–Hola, Mirta. Oh, cuánto me alegro de estar aquí.


El ama de llaves le devolvió el abrazo.


–Paula, mi corderito. Déjame mirarte –se separó de ella–. Estás muy elegante.


–Eso se lo debo a Nueva York –le dijo Paula, sonriendo–. Supongo que ahora ya formo parte de la alta sociedad.


–Ah, pero sigues teniendo esos ojos de bebé travieso. Oh, me alegro de que al final hayas podido venir a la boda.


Pedro se acercó con las maletas y miró al ama de llaves arqueando las cejas.


Paula lo presentó precipitadamente.


–Mirta, ¿Conoces a Pedro Alfonso?


Mirta parecía alarmada.


–He oído a Ivana hablar de usted, por supuesto. Pero no sabía que vendría hoy.


–No se preocupe, no vengo a quedarme. Dígame simplemente dónde quiere que deje el equipaje y después me iré.


Pero tras descargar el coche, no se marchó inmediatamente, tal como Paula deseaba. Permanecía en el vestíbulo de la entrada mirándolo todo como si fuera un turista y ella tuviera todo el tiempo del mundo para atenderlo.


–Mira –le dijo–, me gustaría poder ser más hospitalaria, pero tengo muchas cosas que hacer.


–A mí no me mires con esos ojos de niña traviesa –replicó Pedro, repentinamente divertido–. Yo no voy a derretirme. Y aunque lo hiciera, tú no eres un juguete mimoso.


Paula se quedó sin habla. 

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