viernes, 26 de noviembre de 2021

Tuyo Es Mi Corazón: Capítulo 65

Paula no recordaba prácticamente nada del viaje. Ya era tarde cuando el sonido del motor del barco había cambiado. Subió a cubierta y vió que estaban adentrándose en una pequeña cala. Al principio, pensó que estaba desierta. Pero no tardó en ver el embarcadero de piedra.


–Bienvenida a mi isla –dijo Pedro, saliendo tras ella.


Había cambiado. Y no solo de ropa, pensó Paula. Había sustituido su traje por unos coloridos pantalones cortos y una camiseta con la letra π del alfabeto griego. Su pelo brillaba como madera pulida bajo el sol. Tragó saliva, su corazón comenzaba a latir de forma traicionera. Intentando olvidarlo, dijo lo primero que se le ocurrió:


–¿Esta isla es tuya? Así que tenía razón cuando decía que te habías adaptado al estilo de vida de los millonarios.


–La llamo mi isla porque tengo aquí una casa. Lo único que me pertenece de ella es esa casa que ves allí –y señaló una casa situada sobre un acantilado.


–Parece que va a haber que trepar para llegar hasta allí.


–Desde luego. Pero una bailarina como tú no tendrá ningún problema.


Paula dejó escapar un suspiro exasperado. Magnífico. Así que la historia volvía a repetirse. Quería divertirse con Lola antes de volver a la vida real. ¿Pero se habría tomado tantas molestias si se tratara solamente de un entretenimiento? Miró hacia el impresionante acantilado.


–Haré lo que pueda –dijo sombría. 


Y no se refería solamente a la caminata. Pero, para cuando llegaron a lo alto del acantilado, ya no era capaz de pensar en nada que no fuera en cómo dar otro paso. Algunas partes del camino eran prácticamente verticales. Cuando Pedro le tendió la mano y tiró de ella para ayudarla a recorrer los últimos metros, Paula apenas podía respirar. Sin embargo, él respiraba tan tranquilamente como si hubiera estado dando un paseo al atardecer. Paula sentía que se revolvía su orgullo. De modo que, aunque le permitió ayudarla, se liberó de su mano en cuanto volvió a pisar en llano.


–Gracias –le dijo.


–No sufras. Esta será la última vez que tengas que hacerlo.


Durante un instante de locura, Paula pensó que la estaba amenazando con dejarla encerrada en aquel acantilado.


–¿Qué?


–Ahora que ya estamos aquí, puedo utilizar el cabrestante.


Continuó caminando hasta un pequeño cobertizo y sacó un tosco elevador que colocó al borde del precipicio. Estaba tan concentrado en lo que hacía que era completamente inconsciente del minucioso escrutinio al que lo estaba sometiendo Paula. Era incluso más que atractivo, comprendió. Estaba en completa armonía con el paisaje. Cuando levantó el brazo en respuesta a una señal que alguien le hacía desde la playa, se asemejó a la estatua de un dios griego. Tranquilo. Poderoso. Glorioso. Mientras lo observaba poner en funcionamiento el cabrestante, pensó que, sucediera lo que sucediera en aquel lugar, con Pedro estaría a salvo. Y, sin embargo, no era a salvo como se sentía. Tampoco podía decir que estuviera insegura. Pero sabía que podía ocurrir cualquier cosa. Y no estaba muy segura de cómo iba a poder afrontar la mayoría de ellas. Se acercó hasta él y le preguntó:


–¿Puedo hacer algo?


Pedro la miró sin detenerse. Al verse a su lado, Paula cobró repentina conciencia de lo alto que era. ¿Por qué no se habría dado cuenta antes? Cuando habían bailado o… Cuando habían hecho el amor. ¿Pero por qué habría pensado en eso? Aquel no era momento para acordarse de lo que era hacer el amor con Pedro Alfonso.


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