lunes, 22 de noviembre de 2021

Tuyo Es Mi Corazón: Capítulo 55

 –A eso es exactamente a lo que me refiero.


–No te comprendo.


–Soy capaz de comprender a los hombres –dijo con impaciencia–. O al menos a la mayor parte de ellos. Pero las mujeres se esconden y dicen medias verdades. Con ellas me equivoco casi siempre.


Parecía como si realmente se despreciara por ello y Paula no fue capaz de soportarlo.


–No, conmigo no te has equivocado.


–¿Qué?


–«No estoy seguro de que sepas lo que quieres. Has pasado un día infernal». ¿Cuántas personas crees que habrán notado que he pasado un día terrible? Ni siquiera mi madre se ha dado cuenta de que estaba desesperada por escapar. 


Pedro la miró con los ojos abiertos como platos. De pronto, ya no estaba mirándose a sí mismo, castigándose, estaba mirándola a ella. Mirándola de verdad. Paula vió que se suavizaba su mirada, tornándose cálida, accesible.


–Pero tú te has dado cuenta –se hizo un completo silencio. En aquella ocasión fue ella la que le tomó la mano–. Gracias por la segunda habitación. Pero no vamos a necesitarla.


En cuanto se quedaron solos, después de que el patrón les hubiera mostrado las habitaciones y les hubiera informado de que la tormenta los había dejado sin calefacción y sin luz, se miraron el uno al otro. Pedro tomó la vela que Paula llevaba en la mano y la dejó junto a la suya cuidadosamente en el suelo. Ella rió, excitada y avergonzada al mismo tiempo. Lo único que en aquel momento deseaba era estar en sus brazos y no sabía cómo llegar hasta ellos. Era una locura. Lo único que tenía que hacer era dar un paso adelante, tomar su rostro entre las manos y besarlo. Pero algo le decía que aquello era demasiado importante como para arriesgarse a cometer un error. Afortunadamente, él acudió en su rescate.


–Parece que vamos a tener que seguir juntos para no pasar frío.


El supuestamente sofisticado y mundano corazón de Paula, tembló. Más tarde, cuando las velas ya se habían consumido, descansaba en sus brazos, observando la danza de las sombras que proyectaba el fuego. Se sentía como si hubieran estado así miles de veces.


–¿Estás contento? –le preguntó, aunque conocía de antemano la respuesta.


Pedro se estiró perezosamente, sin apartar la mano que posaba posesivamente sobre su pecho. Sonrió y dibujó su boca con el dedo.


–Parece hecha para ser besada.


Y, sin más, la estrechó contra él al tiempo que cubría con las sábanas sus hombros desnudos. Aquel gesto tan protector la conmovió.


–¿Cómo te sientes?


–Bien –susurró Pedro–. Como si de pronto todo encajara y el problema hubiera sido resuelto.


–Vaya –respondió Paula, admirada.


Quería decirle que ella sentía lo mismo. Que nunca se había sentido tan completa. O tan feliz. 

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