viernes, 12 de noviembre de 2021

Tuyo Es Mi Corazón: Capítulo 33

 –¿Qué? ¿Por qué?


–Tus ojos –dijo con una total sangre fría–. Son tan viejos como los de Cleopatra y dos veces más peligrosos.


Paula se quedó boquiabierta. Los hombres no decían cosas como esas. Nadie decía cosas como esas.


–Por otra parte, pocas personas permanecen de pie a la pata coja después de salir de la guardería –añadió amablemente.


Paula bajó la mirada hacia sus pies y rápidamente puso los dos en el suelo.


–Eso explica todas tus posibles edades –le dijo muy serio, pero con una risa bailando en su mirada.


–Sí –contestó Paula atónita–. Supongo que sí. Quiero decir… ¿Estás loco, verdad?


–¿Cómo? –entonces fue él el desconcertado.


Paula comprendió que aquel era el momento de volver a tomar la iniciativa.


–Mi padre suele decir que algunos clientes de Ivana son auténticos bárbaros. Brillantes, pero completamente locos. ¿Es usted muy inteligente, señor Alfonso?


Pedro soltó una breve carcajada.


–Vuelve a tutearme, por favor. Es más fácil insultar a alguien tuteándose.


Paula consiguió parecer sorprendida. 


–Pero si yo no quiero insultarte.


–Claro que sí. Pero superarás esta etapa.


Paula tuvo que dominar una carcajada.


–¿De verdad?


–Sí, todo el mundo termina superándola, de verdad.


Cuando Pedro sonreía de aquella manera, era como estar contemplando la salida del sol. Paula se habría arrojado a sus brazos sin pensar. A pesar de lo imprevisible que era, había una nota de cariño y seducción en su voz que parecía estar prometiendo el paraíso. Se inclinó hacia delante. Lenta, muy lentamente. Sus ojos se encontraron. Y se detuvo justo a tiempo.


–Increíble –musitó.


¿Él también lo habría notado? Por un instante, pensó que Pedro Alfonso parecía menos divertido que antes. Paula tomó aire antes de hablar.


–¿Qué es lo que quieres? –susurró.


–A tí.


La miraba de forma extraña. Paula no creía que estuviera mintiendo. No creía que fuera capaz de mentir en ese momento. Tragó saliva.


–No me parece muy buena idea –pero no podía apartar sus ojos de él.


Y entonces Pedro consiguió sorprenderla de verdad. Alargó las manos para apartar el pelo de su rostro. Fue un gesto extraño, torpe, descontrolado. Ni siquiera parecía intencionado. Simplemente, sucedió. Pero no fue su torpeza lo que la impactó. Fue su ternura. Paula se quedó completamente quieta, como si se hubiera convertido en piedra.


–Paula –susurró Pedro, como si estuviera saboreando su nombre.


–Pedro, no me conoces –contestó ella en voz alta. Tenía que romper el hechizo. Tenía que romperlo.


–¿Qué? –miraba su boca como si pretendiera arrebatársela.


–Solo has bailado conmigo una vez. Me has besado una vez y me has enviado un ramo de flores. No me conoces.


Pedro no retrocedió, pero tampoco la besó. Y Paula descubrió que deseaba que la besara. No podía entenderlo. Había besado a montones de hombres. Para ella era algo tan fácil como respirar. Pero él era diferente. Le hacía derretirse con solo mirarla y, además, no estaba preparada para otro de sus besos. No, todavía no. 

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