lunes, 29 de noviembre de 2021

Tuyo Es Mi Corazón: Capítulo 69

 –Esa mujer a la que no supiste entender… ¿Era muy importante para tí?


Se produjo un corto silencio antes de que Pedro contestara.


–Vaya, has sido muy astuta al darte cuenta de que se trataba de una mujer en particular.


Por supuesto, Paula debería haber preguntado entonces si se trataba de Ivana, pero no se atrevió a decirlo en voz alta.


–¿Y bien?


–Era más importante de lo que yo quería admitir. Para serte sincero, me tenía hecho un lío. Tenía todas esas ideas que se suponía yo debería saber sin que me lo dijera. Y de pronto cambiaba de parecer.


Aquello no parecía propio de Ivana.


–Al final renuncié, por supuesto. Pero no suficientemente pronto. Así que estuve golpeándome contra un muro hasta que ella me dijo que estaba enamorada de otro. De alguien que la comprendía.


Pero entonces sí podía ser Ivana. Y, por el tono de su voz, la herida parecía reciente.


–Ya entiendo…


Pedro alzó la mirada rápidamente.


–Entonces ¿Estamos en paz?


–¿Cómo?


–Tú me contaste que tenías miedo de tu padre –le recordó suavemente–. Y dijiste que nunca se lo habías contado a nadie. Pues bien, esta es mi contribución al bote de los secretos. Yo tampoco se lo había contado nunca a nadie.


Paula sintió que se le desgarraba el corazón.


–Lo siento –dijo, con la voz amortiguada.


Pedro no contestó. La voz lánguida y angelical del contratenor continuaba sonando. Bajo ellos, el mar susurraba contra las rocas. Después de unos segundos de silencio, dijo con voz extraña:


–Te creo. Creo que lo sientes, quiero decir.


A Paula se le llenaron los ojos de lágrimas. Y no tenía la menor idea de por qué.


–Normalmente, suelo asar en la barbacoa la pesca del día para cenar – comentó Pedro al cabo de un rato–. Pero como hoy no he podido pescar, tendremos que conformarnos con una cena vegetariana.


–Estupendo –contestó Paula, preguntándose cómo podría acabar con el nudo que tenía en la garganta. 


–Y después hablaremos de cómo quieres llevar a cabo tu trabajo –se levantó– . Disfruta del vino y de la música. Traeré la cena en cuanto esté lista.


Se marchó, dejándola sola en la oscuridad y más angustiada de lo que había estado en toda su vida. Tenía que habérselo preguntado, le decía el aspecto más valiente y decidido de su personalidad. No habría perdido nada, insistía. Salvo la esperanza, contestaba su faceta más vulnerable. Todavía estaba debatiéndose entre aquellos argumentos, cuando apareció Pedro con unas velas y la vajilla.


–¿Qué puedo hacer yo? –le preguntó Paula.


–Enciende las velas –le tendió una caja de cerillas.


Las llamas de la velas ondeaban suavemente en la brisa. Paula se estremeció. Hacía una noche perfecta. Y no se había sentido más viva en toda su vida. Pedro regresó con una fuente de ensalada y queso fundido. Se sentó a la mesa y le ofreció a ella un plato y un tenedor. De alguna manera, Paula esperaba que su conversación volviera a temas educados e intrascendentes. Pero la primera pregunta que le hizo Pedro en cuanto terminaron la comida fue: 


–Háblame de ese asunto con Manuel. ¿De verdad te presentaste en su puerta con intención de seducirlo?


–Desde luego –dijo Paula. 

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