lunes, 22 de noviembre de 2021

Tuyo Es Mi Corazón: Capítulo 52

En el interior del pub había dos acogedoras chimeneas, un juego de dardos en una esquina y un animado debate en la otra sobre el concurso primaveral de hortalizas. Nadie prestaba atención a la tormenta. Pero le hicieron sitio a Paula frente al fuego mientras Pedro negociaba las habitaciones.


–¿Vienen de muy lejos? –le preguntó uno de los parroquianos amablemente.


Paula cruzó la habitación con la mirada. Pedro estaba sumido en una conversación con el propietario. La luz del fuego brillaba en su pelo. Parecía tan intemporal y tan fuerte como el cobre y la madera que lo rodeaban. Un sentimiento durante mucho tiempo dormido pareció despertar en su interior. El parroquiano repitió la pregunta.


–¿De muy lejos? –repitió Paula.


Bajo la luz del fuego, vio su perfil iluminado: Aquella nariz aguileña, autocrática. Ojos oscuros, profundos, una boca apasionada. Pedro debió sentir que lo estaba observando, porque alzó la mirada. Paula sintió que el mundo se tambaleaba. Pedro desvió la mirada. El propietario dijo algo. Se inclinó hacia delante, intentando concentrarse.


–Oh, sí –contestó suavemente–. Venimos de muy lejos.


Pedro se acercó a ella y se sumó relajadamente a la conversación. Pero Paula había visto aquella pequeña llama en su mirada. Y sabía que, bajo su frío control, estaba temblando.


–Tienen habitación para nosotros, pero tienen que prepararla.


Paula le escuchaba atentamente. No había dicho que tuvieran que compartir habitación. Pero tampoco que no tuvieran que hacerlo. Quizá pudiera elegir. ¿Podría hacerlo? Tragó saliva.


–Sí. Está bien –a ella misma le resultaba extraña su voz.


Pedro dijo su nombre. En una voz tan baja que seguramente nadie más pudo oírla. Paula rió, excitada y aterrada al mismo tiempo. Pero jamás lo admitiría. Las chicas como ella nunca tenían miedo.


–¿Te has enterado de si hay alguna posibilidad de comer en este lugar? – preguntó ella.


–Sabía que lo preguntarías.


–¿De verdad? –lo miró a los ojos y los vió oscurecerse por el deseo–. ¿Por qué?


–Porque no has comido prácticamente nada durante el almuerzo.


–Así que me has estado observando… 


–Continuamente. Y he estado a punto de matar a esa niña con la que estabas jugando.


–¿Por qué?


–Porque estaba contigo y yo quería estar a tu lado.


–Podías haberte unido a nosotras… –susurró.


–No, no podía. Te quería solo para mí.


Paula tragó saliva. Pedro lo vió y sonrió. Pero continuó hablando como si no hubiera pasado nada.


–Pueden hacernos algo sencillo, como una sopa casera y algo a la plancha – le dijo, mientras la acariciaba con la mirada.


–Estupendo –contestó, haciendo un gran esfuerzo.


–¿Qué te gustaría comer?


Paula ya no estaba pensando en la comida. De hecho, no podía pensar.


–Elige tú.


–¿Confías en mí?


–¿Todavía estamos hablando de comida?


–¿De qué si no? –preguntó Pedro con fingida inocencia.


Paula lo miró indignada.


–Solo quiero sopa. No tengo mucha hambre.


Pedro no insistió. Pero Paula comprendía que no la iba a dejar descansar. Les sirvieron la comida en el comedor. Tras encenderles las velas y servirles la sopa y el pan crujiente, el propietario volvió a la zona del bar y les cerró las puertas. Una vez solos, se miraron el uno al otro. 

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